Es necesario fomentar vínculos sociales para evitar el aislamiento social y sus repercusiones en la salud.
El aislamiento social es un problema grave de salud pública, con repercusiones en la salud equivalentes a las del tabaquismo o el consumo de alcohol crónicos. Está relacionado con la depresión, la falta de sueño, la rápida disminución de la capacidad cognitiva y un sistema inmunitario deficiente, y aumenta el riesgo de derrame cerebral, enfermedades coronarias y la muerte prematura. Las personas que se sienten desconectadas tienden a comportarse de forma menos saludable e interactúan en menor grado con los demás para favorecer el bienestar general.
Por el contrario, contar con lazos y una estructura social sólida favorece el bienestar. Las investigaciones demuestran que la conexión social puede incrementar la esperanza de vida de una persona en un 50%.
Los adultos mayores que tienen un fuerte sentido de pertenencia a la comunidad tienen más probabilidades de gozar de buena salud, según estudios realizados en Canadá.
La pandemia de COVID-19 ha incrementado el aislamiento social y también sus efectos sobre la salud. La crisis de salud pública abrió paso a numerosos obstáculos sistémicos que impedían la conexión social (como el cierre de negocios no esenciales, las restricciones a las reuniones sociales, el teletrabajo y el distanciamiento social), cuyas repercusiones se reflejaron en muchos ámbitos a través del aumento de las tasas de consumo de alcohol y drogas ilegales, el incremento en los casos reportados de soledad y depresión, además del incremento de los índices respecto a la búsqueda de tratamiento para problemas de salud mental.
Pero la crisis del aislamiento social va mucho más allá de la pandemia. En Estados Unidos y en todo el mundo, personas de todas las edades, demografías e identidades padecen aislamiento social. En 2018 ––antes de la pandemia–– más de la mitad de los adultos estadounidenses reportaban no tener a nadie o solo a una persona en quien confiar. Tan solo un 19% afirmó mantener una fuerte conexión emocional con su comunidad.
Las personas que no se sienten aceptadas, ya sea por su raza, origen étnico, identidad de género u orientación sexual son especialmente propensas al aislamiento social.
Esta vulnerabilidad es aún mayor cuando se viven ciertos tipos de experiencias como enfermedades o discapacidades crónicas, violencia doméstica, la pérdida de seres queridos, convertirse en el cuidador de otra persona, el nacimiento de un bebé, reubicación, arresto, falta de vivienda o rechazo por parte de la familia y amigos cuando alguien se declara queer. Es frecuente que las personas más propensas al aislamiento social sean también vulnerables a otros problemas de salud, y por las mismas razones.
Hoy en día, la mayoría de las estrategias encaminadas a combatir el aislamiento social se enfocan en ofrecer programas, formación y otros recursos a los individuos. Aunque estas iniciativas son de beneficio, tenemos que pensar de forma más amplia y centrarnos en el diseño intencionado de nuestras comunidades en favor de la conexión social. Las comunidades socialmente conectadas son entornos en los que las personas se conocen y pueden confiar entre ellos, donde se sienten aceptados y están representados, además de estar motivados y recibir apoyo para comprometerse cívicamente.
Es hora de trabajar en todos los ámbitos y sistemas de la comunidad para reforzar las políticas, las estructuras y las pautas que evitan el aislamiento, promueven la conexión dentro de la comunidad y mejoran la salud pública. En concreto, debemos dar tres pasos.
Tres pasos para una mayor conexión
En primer lugar, es necesario que adoptemos un enfoque "de carácter social para todas las políticas" que guíe los esfuerzos de los legisladores, las organizaciones de cambio social, los responsables de las donaciones y otras personas que trabajan en temas relacionados.
La conexión social debe ser un componente esencial en todos los ámbitos a lo largo de la elaboración de políticas, incluyendo el transporte, la planificación urbana y los servicios sociales, también debe contemplar enfoques que aborden la injusticia social, la desigualdad y el trauma.
Aplicar este enfoque puede ser más fácil que lo que muchos pudieran imaginar. La mejoría de las conexiones sociales ya es, con frecuencia, un efecto secundario de las iniciativas destinadas a fortalecer la equidad y el bienestar. Por ejemplo, San José (California) se propuso reducir la disparidad en el servicio de Internet de banda ancha. Una biblioteca local cuenta con 3000 zonas de acceso a Internet disponibles por periodos de 90 días. Otras 8000 zonas de acceso a Internet se facilitarán a los estudiantes que necesiten conexión de banda ancha. Aunque estas iniciativas se centran en el acceso a Internet, la posibilidad de conectarse de forma virtual es importante para socializar, como se ha puesto en evidencia durante la pandemia COVID-19. Intercambiar historias y experiencias en línea puede ayudar a conectar a las personas al crear empatía, confianza y relación. Además, las bibliotecas son lugares gratuitos y abiertos a todo el mundo.
Pasando a otro ejemplo, Suecia adoptó un proceso llamado como “presupuesto con equilibrio de género”, que demostró que los trabajos de limpieza de la nieve afectaban más a las mujeres porque ellas suelen andar más a pie que en coche. A raíz de ello, el ayuntamiento sueco decidió en primer lugar mantener limpios los caminos para peatones y ciclistas, en especial los que están cerca de las paradas de autobús y las escuelas, antes de preocuparse por la limpieza de las calles y carreteras. Esta iniciativa para mejorar la equidad de género también facilita que las mujeres y sus hijos estén conectados con sus comunidades y a que reciban apoyo ante condiciones meteorológicas potencialmente severas.
Las iniciativas que abordan los efectos causados por los traumas y fomentan la resiliencia, también suelen fortalecer las relaciones sociales. Las personas que han sufrido algún trauma suelen aislarse, evitando los entornos sociales y las interacciones que contribuyen a ese trauma. La ciudad de Sitka, en Alaska, trabaja para reconocer y abordar las injusticias del pasado de muchas maneras, entre ellas, busca incorporar la planificación y prácticas conjuntas que consideran el trauma, en los servicios sociales y tribunales de bienestar infantil estatales y tribales. En consecuencia, este proceso culturalmente sensible de apoyo y fortalecimiento para las familias nativas ha reducido notablemente la tasa de niños que son retirados de sus hogares. Al ser familias más fuertes y estables, las comunidades son más dinámicas y están más conectadas.
En segundo lugar, los gobiernos deben invertir más en infraestructura social: en los elementos físicos de la comunidad que, según el sociólogo Eric Klinenberg, actúan como conducto para unir a la gente y crear capital social. La infraestructura social comprende desde parques y bibliotecas hasta el transporte público y los espacios comerciales. Estas inversiones deberían efectuarse con la colaboración de todos los sectores y comunidades para crear espacios y programas que conecten mejor a las personas unas con otras.
Por ejemplo, en Dinamarca, Copenhague quería transformar su abandonado puerto industrial en un lugar al que la gente quisiera acudir para disfrutar del aire libre, convivir y mantenerse activos. La ciudad ha emprendido una serie de iniciativas de desarrollo, como la creación de un centro comunitario flotante que cuenta con baños y saunas. Con objetivos similares, varias ciudades estadounidenses (entre ellas Atlanta y Nueva York) han adoptado una serie de medidas originadas en Bogotá, Colombia, que consisten en cerrar ciertas calles al tráfico de vehículos para crear espacios seguros e inclusivos en los que la población pueda disfrutar de diversas actividades al aire libre.
En tercer lugar, la conexión social debe ser reconocida como una norma comunitaria. Cambiar las políticas o las prácticas puede tener un efecto en las normas sociales, sin embargo, promover conversaciones inclusivas en las que las personas puedan colectivamente crear normas en favor de las conexiones sociales resulta más efectivo para eliminar las prácticas divisorias y políticas nocivas e impulsar nuevas prácticas inclusivas. Además, estas suelen ser más sostenibles.
Algunas ciudades, por ejemplo, se han declarado comunidades solidarias u hospitalarias, comunidades resilientes o zonas libres de prejuicios. En Estados Unidos, un creciente número de ciudades ––como Detroit, Michigan; Dayton, Ohio, y Boise, Idaho–– reconocen los beneficios económicos y sociales de convertirse en comunidades hospitalarias y están adoptando medidas para acoger e integrar a los nuevos residentes y ayudarles a emprender el camino hacia la ciudadanía. Con el objetivo de que los estratos históricamente marginados de la sociedad se sientan acogidos e integrados, estas localidades también fortalecen la conexión social.
Hacer que los espacios públicos sean un lugar más acogedor para un mayor número de personas es otra forma de cambiar las normas para promover la conexión social.
En 2020, a raíz de la agitación ciudadana que suscitó el asesinato de George Floyd, docenas de ciudades retiraron o cambiaron el nombre de más de 160 monumentos y memoriales confederados que glorificaban el pasado esclavista y que privaban de sus derechos y marginaban a los estadounidenses de raza negra. Muchas de estas ciudades trabajan actualmente con los residentes para estudiar la mejor manera de sustituir estos monumentos con el fin de crear espacios públicos que sean inclusivos y no discriminatorios.
Inversión comunitaria
A pesar de los grandes beneficios de la conexión social para la salud y la calidad de vida, la mayoría de las iniciativas para mejorar el bienestar de la comunidad no abordan estas cuestiones intencionalmente. Sin embargo, dado el carácter de estas iniciativas, llevarlas a cabo no tiene por qué ser difícil, y es muy posible que permita mejorar su éxito. A medida que la conectividad social se convierte en un objetivo deseado para la inversión social, será importante que los financiadores, líderes gubernamentales y demás agentes interesados en observar los resultados, cuenten con información a nivel comunitario que documente los cambios.
Mientras tanto, los líderes en el gobierno, los filántropos, las empresas, el sector académico y las organizaciones sin fines de lucro pueden comenzar a considerar el aislamiento social dentro de las evaluaciones de las necesidades comunitarias de salud y así comprender mejor el problema. Así lo hizo Fairfax, una ciudad en Virginia, al promover el sentido de conexión, pertenencia y sentido como parte de su Community Health Improvement Plan (Plan de Mejora de la Salud de la Comunidad). La política incluía estrategias cruciales tales como adoptar diseños ambientales comunitarios que fomenten la conexión y el compromiso.
Además de las evaluaciones de las necesidades de salud comunitarias, los líderes pueden incorporar la conexión social a la labor que ya están realizando, y pueden incorporar indicadores de conexión social a sus políticas y programas. El Canadian Index of Wellbeing (Índice Canadiense de Bienestar) es un buen ejemplo, pues analiza parámetros de calidad de vida como la “vitalidad comunitaria”, el “compromiso democrático” y el “ocio y cultura”. Resulta alentador saber que en Estados Unidos se están formando coaliciones estatales y locales en torno al objetivo de reducir el aislamiento social y la soledad, a la vez de impulsar la conexión. Algunos ejemplos son Massachusetts, Texas, Connecticut, Georgia, Michigan y California.
Para que las soluciones sean realmente efectivas e inclusivas, debemos elaborarlas en conjunto con las comunidades afectadas por el aislamiento social. En 2021, Healthy Places by Design (Lugares Sanos por Diseño), la consultora sin fines de lucro que yo dirijo, publicó Socially Connected Communities: Solutions for Social Isolation (Comunidades socialmente conectadas: soluciones para el aislamiento social), con el apoyo de la Fundación Robert Wood Johnson. La publicación ofrece indicaciones a fondo sobre cómo crear un cambio liderado por la comunidad con el fin de crear una conexión social. Nuestra investigación se basó en una red de aprendizaje en materia de aislamiento social compuesta por participantes de distintos lugares y organizaciones que compartieron abiertamente sus iniciativas para combatir el aislamiento social y que identificaron brechas en el panorama nacional que hacen que sea necesario abordar el aislamiento social de forma más sistemática. Las enseñanzas y recomendaciones del estudio pretenden inspirar la acción colectiva para hacer frente a este complejo problema.
Debemos considerar que la conexión social es una prioridad de salud pública y una herramienta para la sanación y la reconstrucción. Es un buen comienzo dejar de pensar que el aislamiento social es un problema personal, e intencionadamente buscar sus causas más profundas dentro de los sistemas, normas, políticas, e injusticias históricas de nuestras comunidades. Las comunidades socialmente conectadas gozan de buena salud, son resilientes y han sido creadas en conjunto con un propósito. Invertir en la conectividad social es invertir en la salud y el bienestar de la comunidad y, en última instancia, en más y mejores oportunidades para todos.
Autores originales:
- Risa Wilkerson es la directora ejecutiva de Healthy Places by Design (Lugares Sanos por Diseño), un grupo consultor sin fines de lucro que se pone al servicio de la filantropía, las organizaciones sin fines de lucro y las organizaciones basadas en la comunidad a lo largo de Estados Unidos.
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Este artículo es contenido original de la revista de Stanford Social Innovation Review publicado en la edición verano 2022.
- Traducción del artículo A Sense of Belonging por Jorge Treviño.
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