El libro I Never Thought of It That Way (Nunca lo había pensado así) de Mónica Guzmán, ofrece consejos para gestionar las conversaciones polémicas de nuestra sociedad que cada vez está más polarizada.
Si hay algo en lo que la mayoría de las personas de izquierda y derecha pueden estar de acuerdo, afirma la periodista Mónica Guzmán, “es que la manera en que interactuamos y hablamos con el bando opuesto ya no funciona”.
La brecha ideológica de Estados Unidos es cada vez más profunda y se ve reflejada en nuestra renuencia colectiva a hablar con los demás. Considerar tan siquiera la posibilidad de cruzar el eje político en aras del compromiso y el consenso es arriesgarse a la crítica pública. “¿Por qué sigues hablando con ellos?”, le preguntaban repetidamente a Guzmán sus amigos sobre sus padres, quienes son inmigrantes mexicanos y simpatizantes de Trump. Dicha rigidez partidista inspiró su primer libro, I Never Thought of It That Way: How to Have Fearlessly Curious Conversations in Dangerously Divided Times, (Nunca lo había pensado así: cómo entablar conversaciones audazmente curiosas en tiempos peligrosamente divididos), una guía para fomentar conversaciones productivas entre personas con ideologías opuestas.
Guzmán sostiene que debemos aprovechar nuestra “curiosidad innata”, en lugar de abordar las conversaciones desde un punto de vista antagónico, si realmente queremos comprender nuestras diferencias. La curiosidad “mantiene nuestras mentes abiertas de modo que no se reduzcan”, afirma Guzmán. “No hay nada que rompa los muros que hemos construido entre nosotros de forma tan auténtica y perspicaz como una pregunta que no se puede negar”.
En Nunca lo había pensado así, Guzmán ofrece más de 30 herramientas prácticas y recomendaciones que se pueden emplear en conversaciones difíciles, las que extrayó de una docena de entrevistas y de historias personales, así como de su trabajo como directora de la sección digital y de narración de Braver Angels, una organización sin fines de lucro que se lanzó como un movimiento ciudadano dedicado a despolarizar Estados Unidos. Utilizando la analogía de subir una montaña, ella explica que cada persona necesita un mapa ––a lo que ella le llama un “kit de inicio de la curiosidad”–– para saber por dónde empezar una conversación difícil. Cada persona debe empezar por “prestar atención al brecha” que hay entre sus conocimientos “convirtiendo las suposiciones en preguntas” y rechazando las respuestas fáciles. Para evitar la tendencia a hacer suposiciones, Guzmán anima a los lectores a tomar nota de los “asistentes de suposición”, o los estereotipos y otras formas de abreviaturas cognitivas, cuyo efecto es prejuzgar a sus interlocutores, en lugar de entrar en una conversación con la mente abierta.
Cuando las personas se encuentren atrapadas en una conversación polémica, ella recomienda utilizar el “bucle de tracción” como método para dirigir las conversaciones hacia una dirección más positiva. Entre los pasos de este método se encuentra el prestar atención al lenguaje repetitivo en caso de que te encuentres atrapado con los mismos puntos, así como el impulsar tu curiosidad y la de tu interlocutor indagando sobre su método de pensamiento y cómo han llegado a ese punto de vista. Priorizar la escucha profunda para comprender los valores y las perspectivas de la otra persona, puede contribuir a reducir el riesgo de provocar una actitud defensiva o bloqueo de la otra persona. Si ambos interlocutores libran con éxito estas posibles barreras, ambos llegarán a la cima de la montaña, con un marco de escucha atenta hacia el otro, con base en el respeto y la posibilidad de establecer una nueva relación personal o profesional.
Guzmán insiste en que nos acordemos de la humanidad de las personas a quienes condenamos al bando opuesto. “El aislamiento va demasiado lejos cuando las historias que contamos sobre los demás no solamente son erróneas, sino también denigrantes”, explica,
y advierte que “cuando pasamos mucho tiempo en espacios que intensifican nuestros juicios más bajos... creemos que el otro lado no solo está equivocado, sino que además es inhumano”. Como descubrió Guzmán en sus propias interacciones, una vez que dejó de tener miedo a preguntar, renunció a sus barreras defensivas y se comprometió a conocer a la gente del bando opuesto, se dio cuenta de que “todo mundo resulta ser tremendamente interesante”.
Guzmán, quien se identifica como liberal, reconoce que casi todas las variantes de conservadurismo son calificadas como “tóxicas” por parte de la izquierda y considera que estas acusaciones son improductivas. “Este tipo de rechazo frío y despectivo”, argumenta, “hace que la gente oculte lo que realmente es” porque “cuando nos enfocamos mucho en la rectitud de nuestro lado, dejamos de pensar con claridad [y] perdemos la capacidad de considerar realmente aquello que es distinto”. Además, estos estereotipos son una barrera para crear vínculos auténticos con otras personas.
En Braver Angels, el papel de Guzmán es encontrar soluciones creativas a través de la narrativa y la comunicación para sanar las divisiones que han deshumanizado al “bando opuesto”. Braver Angels organiza talleres, debates y otras actividades públicas en las que las personas se reúnen no para cambiar de opinión, sino para entenderse mejor y encontrar un terreno en común. “Las conversaciones de enlace no contraponen los puntos de unos y otros, sino que van más allá de los argumentos, y se centran en los caminos que han recorrido las personas para llegar a sus puntos de vista”, describe Guzmán sobre su trabajo en la organización sin fines de lucro.
Guzmán escribe en un tono casual y accesible al compartir sus entrevistas e historias personales para explicar cómo funcionan en la práctica herramientas como definir el tono y elaborar y publicar opiniones en las redes sociales. Las herramientas más poderosas, en su opinión, son las que ayudan a las personas a descubrir la raíz del conflicto, la que Guzmán identifica en una diferencia fundamental de valores. Por ejemplo, el desacuerdo sobre los decretos federales sobre el uso de mascarillas COVID-19 podría entenderse mejor como una diferencia de valores ––individualismo frente a colectivismo–– y al reconocerlo se podrían fomentar sentimientos mutuos de respeto, indica Guzmán, en lugar de mantener actitudes despectivas, como el decreto sobre el uso de mascarillas que busca que la gente sufra.
Algunas de estas herramientas consisten en privilegiar la escucha por encima de la palabra, tratar de comprobar el conocimiento en lugar de solamente querer anotar puntos, así como compartir experiencias personales y animar a los interlocutores a hacer lo mismo para fundamentar las opiniones en experiencias y no en hipótesis.
Esta última herramienta coincide con la recomendación de Guzmán de comenzar una conversación situando tu punto de vista–– por ejemplo, diciendo “Esto es lo que estoy pensando ahora mismo”–– para demostrar una postura de mente abierta, lo cual puede ayudar a que los demás no se pongan a la defensiva. Nuestra sociedad juzga a las personas que cambian de opinión a la vez que exige conformidad y consenso. Por ejemplo, cuando los políticos cambian su postura sobre un tema, muchas veces se les critica por “andar de un lado a otro”. Pero cambiar de mentalidad o, dicho de otro modo, adoptar una mentalidad de crecimiento, debe celebrarse si queremos construir un mundo mejor de forma colectiva.
Guzmán aboga por la honestidad, incluso en los desacuerdos. La verdadera honestidad no significa utilizar la verdad como un arma, sino como un timón que guíe la conversación lejos de los gritos a favor de la unión. Esta sinceridad es fundamental para crear confianza: un componente esencial de las relaciones auténticas y significativas que, según demuestran las investigaciones, son esenciales para vivir más tiempo y con más salud. “Si no somos sinceros entre nosotros”, escribe Guzmán, “en verdad ni siquiera estamos realmente juntos. No estamos conectando ni generando tracción. Solo estamos en contacto”.
Sin embargo, hablar con sinceridad puede agudizar el antagonismo, y aumentar la división. La diferencia está en el tono, en la elección de las palabras y en la forma de expresarse. Para que la sinceridad sea efectiva, Guzmán sugiere pensar en voz alta, mostrar humildad a través la curiosidad y remediar los desacuerdos con franqueza. Tener curiosidad también significa hacer las preguntas correctas: aquellas que sean curiosas, respondibles, sencillas y exploratorias. “La curiosidad no tiene ningún valor sin la honestidad”, dice Guzmán. “Si las personas se contienen en la conversación, se sinceran poco, y no se muestra como son, ¿realmente alguien aprende así?”
Aun así, la honestidad es una práctica delicada, y Guzmán no contempla de qué manera el miedo a ser “cancelado” ––o la vergüenza pública y la retribución o el castigo profesional–– puede impedir que las personas hablen con honestidad. Tampoco reflexiona acerca de cómo la retórica de la honestidad ––por ejemplo, los comentarios calificativos como “¡Sólo estoy siendo honesto!”–– a menudo funcionan para justificar un comportamiento nocivo.
I Never Thought of It That Way (Nunca lo había pensado así), ofrece a los lectores el apoyo que necesitan para adoptar una actitud más consciente en sus conversaciones. Guzmán no promete que el proceso o la práctica sean fáciles, solamente señala que este proceso resultará más gratificante que el hecho de poner en peligro sus relaciones personales y profesionales. La autora sostiene que, si bien no podemos cambiar la opinión de otra persona a través de una discusión, sí podemos facilitar este cambio mediante la conversación. Guzmán cree en el poder de la conversación como catalizador del cambio si practicamos la humildad, curiosidad, escucha profunda y transparencia mediante las herramientas que ofrece en su libro.
Para las personas que trabajan en la filantropía y el sector social, cambiar la forma en que nos relacionamos con “el bando opuesto” es esencial para respaldar las iniciativas encaminadas a llevar el remedio, la justicia y la compasión a las comunidades que servimos. El libro de Guzmán puede ayudar a las personas a comunicarse eficazmente a pesar de los desacuerdos, incluso mientras trabajan en objetivos compartidos, al darles las herramientas para reconocer y afrontar los conflictos en lugar de ocultarlos, algo que solamente ocasionaría enojos y una situación peor.
Pero ¿qué sucede si no se logra encontrar un puente? El optimismo de Guzmán es alentador, pero eso mismo también le impide abordar los escenarios en los que la construcción de puentes falla y la división persiste. Por ejemplo, Sophia, una mujer que se crió en un país comunista, pero que ahora vive en Boston, le dice a Guzmán que ella piensa que la mejor solución a la polarización de Estados Unidos es un “divorcio pacífico” estableciera los “Estados Unidos Conservadores y los Estados Unidos Liberales”. Sophia forma parte de la mayoría que cree que la polarización es cada vez más irreversible. ¿Podrán las herramientas que Guzmán ofrece convencer a las personas de lo contrario?
Guzmán no brinda una respuesta al comentario de Sophia, por lo que los lectores se quedan sin saber cómo conciliar posturas tan implacables. Tampoco está claro si ella considera que hay algún motivo que justifique la ruptura del diálogo o de una relación, sobre todo cuando las relaciones son abusivas. Además, Guzmán no aborda la posibilidad de que I Never Thought of It That Way pueda ser interpretado como una invitación a persistir en esas relaciones dañinas. Por último, Guzmán no retoma las cuestiones políticas acerca de la polarización de Estados Unidos en las que se sustenta su proyecto, lo que hace que su optimismo esté cargado de ambigüedad.
A pesar de no tener respuestas para estas inquietudes apremiantes, I Never Thought of It That Way tiene el potencial de mejorar la forma en que las personas con posturas divergentes dialogan entre sí. Teniendo en cuenta las burbujas en nuestras redes sociales y digitales, las cuales se fortalecieron debido al aislamiento que implicó trabajar desde casa durante la pandemia de COVID-19, rescatar nuestros métodos de comunicación es una tarea urgente.
Autores originales:
- Megan Wildhood es una escritora neurodivergente que radica en Seattle; es autora del poemario Long Division (División larga). Su trabajo ha sido publicado en Yes! Magazine, Mad in America, The Sun y otros medios. Puede obtener más información en meganwildhood.com
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Este artículo es contenido original de la revista de Stanford Social Innovation Review publicado en la edición primavera 2022.
- Traducción del artículo Bridging Partisan Divides por Jorge Treviño.
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