Este artículo es contenido original de la revista de Stanford Social Innovation Review publicado en la edición primavera 2021.
Hagamos Estados Unidos "nosotros" otra vez
Terminada la guerra civil estadounidense, en la Reconstrucción, las nobles aspiraciones de construir una nación unificada se desvanecieron y dieron paso a la precaria Edad Dorada de la corrupción y la explotación a inicios del siglo XX, una época en la que Estados Unidos estaba desgarrado por la inequidad económica y paralizado políticamente por la polarización partidista. En esos días, el país era una tierra de asombroso progreso tecnológico y gran riqueza, pero la mayor parte de la población sufría en condiciones deprimentes. La política, en vez de reparar las inequidades económicas y sociales del sistema, estaba dañada por una corrupción masiva y trastornada por la violencia esporádica en el país.
Un siglo después, los estadounidenses del siglo XXI enfrentan, al parecer, muchos de los mismos males. Y estos problemas, a pesar de estar entrelazados e interconectados, parecen no tener solución. El ambiente político de hoy está demasiado dividido y lleno de odio para generar reformas significativas. Y, dada la ausencia de estas reformas, la sociedad es demasiado corrupta y desigual para crear políticas constructivas.
En el libro The Upswing: How America Came Together a Century Ago and How We Can Do It Again (El repunte: sobre cómo Estados Unidos se integró hace un siglo y cómo podemos hacerlo otra vez), los coautores Robert Putnam —profesor investigador Malkin de políticas públicas en Harvard y famoso autor de Bowling Alone— y Shaylyn Romney Garrett —escritora y emprendedora social—, dicen haber aprendido lecciones importantes de la forma en que se combatió, durante la era progresista, la arraigada desigualdad en el país. “Para cuando llegamos a mediados del siglo XX, la Edad Dorada era una memoria distante”, observan. “Estados Unidos se había transformado en una nación más igualitaria, cooperativa, cohesiva y altruista”. Sin embargo, la tendencia, que muestran a través de datos de ciencias sociales y un repaso de 125 años de historia política estadounidense, es que “entre mediados de los 1960 y hoy… hemos experimentado un declive en la igualdad económica, el deterioro de consenso en la arena pública, un desgaste en el tejido social y un descenso hacia el narcicismo cultural”.
Putnam y Garret argumentan que la “larga curva en el incremento de la solidaridad” que se ha transformado en un “incremento del individualismo” desde los sesenta, ha resultado en la actual “visión tribal de la sociedad y, con el tiempo, en el Trumpismo”. A través del análisis de estas tendencias, los autores intentan —aunque con poco éxito— convencer a los lectores de que el pasado ofrece un conjunto factible de soluciones para el futuro, y que una nación de “yos” puede ser otra vez una nación de “nosotros”.
La mayor parte de The Upswing consiste en presentar la historia social que resume la literatura en materia de desigualdad económica y la polarización política, para así mostrar cómo Estados Unidos pasó de ser altamente desigual y polarizado a finales del siglo XIX, a menos polarizado y más igualitario para la década de 1960, y después regresó a esa desigualdad y polarización masiva en el siglo XXI. Los autores apoyan esta historia descriptiva con la literatura que el mismo Putnam ha afianzado, especialmente en Bowling Alone, y muestran que el Estados Unidos más equitativo y menos polarizado también tenía más participación en instituciones comunitarias, desde iglesias, Clubs Rotario y ligas de bolos.
Los autores después proponen que existe una curva en U invertida similar para el individualismo. Cuantifican esto con métricas accedidas a través de medios como Google Ngram Viewer, una herramienta en línea que grafica la frecuencia de uso de cualquier palabra, la cual demuestra, en la cultura estadounidense, una proporción en aumento seguida de un descenso en el uso del pronombre “nosotros” con respecto al pronombre “yo”. Ambos autores reconocen que las relaciones causales entre estas variables son difíciles de desentrañar. Pero después de alisar el conjunto de datos, afirman que las cuatro curvas —equidad económica, bipartidismo de políticas, falta de narcisismo cultural y capital social— esencialmente se superponen. Todas aumentan alrededor de 1920 y llegan al punto más alto a mediados de los sesenta. Los autores argumentan que estas tendencias están “unidas por una causalidad recíproca”. Utilizan esta interpretación causal para definir el ciclo social del individualismo al comunitarismo y de regreso. El resultado es una curva “yo-nosotros-yo” que identifican como la variable principal que impulsa el cambio.
Por lo tanto, Putnam y Garrett observan que “mientras vemos hacia un futuro incierto, debemos recordar la que es, quizá, la lección más importante del siglo yo-nosotros-yo estadounidense: Como dijo Theodore Roosevelt, ‘la regla fundamental de nuestra vida nacional —la regla que cimenta las otras— es que, en su conjunto y a la larga, todos subiremos o bajaremos juntos.’”
Como los mismos autores reconocen, el hecho de que las diferentes series se muevan en la misma dirección al mismo tiempo aún deja abierta la posibilidad de que sea la desigualdad la que provoque el egocentrismo narcisista y no al revés. Peor aún, no está claro si la curva yo-nosotros-yo es un fenómeno significativo o preciso. La evidencia proporcionada por el Ngram sobre el yo y el nosotros es interesante pero no representa una exploración exhaustiva de cómo el idioma ha cambiado a través del tiempo. Por ejemplo, “tú” ha subido recientemente, igual que “yo”. El Ngram para el término “comunidad” no llegó a su punto más alto en los sesenta, sino en la primera década de este siglo. La evidencia lingüística es, simplemente, demasiado ambigua para llevar el peso de conclusiones contundentes. El pronombre “they”, que en español significa ellos o ellas, alcanzó su máximo en 1811, para después caer de forma continua hasta bien entrada la década de 1980. A partir de entonces ha ido en ascenso hasta la actualidad, posiblemente a causa de su uso como pronombre sin género. Pero ¿por qué disminuyó su uso por 175 años y luego rebotó? Putnam y Garrett no son lingüistas y su análisis es muy literal: el uso de ciertos pronombres refleja cambios en el nivel de egocentrismo en la sociedad.
Otro problema relacionado del que están plenamente conscientes tiene que ver con la raza. Los autores afirman que la verdadera “mejor generación” ocurrió durante la era progresista, desde la década de 1890 hasta la de 1910, cuando “gracias a las revelaciones de periodistas de investigación acerca de la sociedad, la economía y un gobierno enloquecido —motivados por los evangelistas sociales, quienes denunciaron el darwinismo social y la economía laissez-faire— los estadounidenses de todos los ámbitos sociales comenzaron a repudiar el credo hiper individualista y el egocentrismo de la Edad Dorada”. Sin embargo, en la actualidad es imposible escribir sobre este periodo sin reconocer que “la era progresista coincidió con el surgimiento de Jim Crow; Woodrow Wilson fue uno de los presidentes más abiertamente racistas en ocupar la Casa Blanca”; y, de manera más general para los afroamericanos, parece extraño afirmar que los buenos tiempos terminaron a mediados de los sesenta. Esta faceta, además, debilita el argumento del “nosotros” en el patrón que los autores presentaron —pues, ¿a quién ha representado el “nosotros” históricamente?
Quizá debido a los retos que surgen de la coautoría, el libro no parece decidirse con respecto a los antecedentes racistas del movimiento progresista. Por un lado, hay una especie de argumento liberal anticuado que se percibe a lo largo del libro sobre cómo, aunque el sentido de “nosotros” en Estados Unidos ha bajado en los últimos cincuenta años, el “nosotros” se ha vuelto más amplio, de forma que ahora podemos intentar devolver la solidaridad, pero sin la exclusión. Por otro lado, Putnam y Garrett ofrecen el provocativo argumento de que en términos de “bienestar material” hubo un “progreso substancial hacia la igualdad racial a lo largo del medio siglo antes de 1970”, pero se estancó desde entonces.
Interpretar la era de 1920 a 1970 como el esplendor de progreso racial es una lectura un tanto torcida de los datos. Pero incluso si se acepta, en otros temas el argumento de los autores es que en realidad hemos retrocedido desde 1970, y el cambio a un argumento sobre una ralentización en el ritmo de las mejoras es discordante. Fundamentalmente, no hay forma de esquivar el hecho de que la equidad racial no entra en el patrón de ascenso y descenso. Pero, aunque el argumento no termina de funcionar, si ofrece en parte una visión interesante del camino más largo que debe recorrer la equidad racial.
En contraste, aunque Putnam y Garrett complican de forma provechosa la noción de un repentino movimiento de liberación femenina con estadísticas mostrando que “la imagen del progreso hacia una igualdad económica entre hombres y mujeres a lo largo del siglo XX es mixta”, el progreso en este frente tampoco se ajusta con facilidad al patrón de la U invertida que proponen.
Sin duda, una interpretación de la curva Putnam/Garrett sería entender el libro como una sugerencia que la vida era mejor cuando no se tenían altas expectativas de la carrera profesional de una mujer, fuertes aspiraciones de igualdad racial o tantos inmigrantes, y que deberíamos buscar un retorno a esas jerarquías sociales tradicionales para que “Hagamos Estados Unidos grande otra vez” (Make America Great Again, MAGA). Pero los autores rechazan esta conclusión sin realmente poder explicar por qué.
Una mejor replica a la nostalgia de MAGA es simplemente decir que no hemos estado en una decadencia nacional durante los últimos cincuenta años. Las estadísticas muestran que las oportunidades para mujeres y estadounidenses negros claramente han mejorado —tal vez más evidente en el continuo repunte en la diversidad de los dirigentes políticos del país. Y, en general, los estadounidenses son más ricos, están mejor educados y viven más tiempo que nuestros predecesores de mediados de siglo XX. La política está más polarizada porque no tenemos un gobierno de apartheid en el Sur dominado por un solo partido. La historia de desigualdad económica es similar a la de muchos países y, por eso, improbable que se deba a cambios específicos en los Estados Unidos. (Walter Scheidel, historiador de la Universidad de Stanford, quien trabajó con los mismos datos sobre desigualdad citados en The Upswing, provenientes del economista francés Thomas Piketty, argumenta que la tendencia mundial hacia la equidad tiene su origen en las guerras mundiales) Presumiblemente, la curva yo-nosotros-yo podría ser un caso de buscar la aguja en un pajar hecho de datos de Google hasta encontrar un patrón que se ajuste a la tesis.
Sin embargo, el renovado interés en las reformas de la era progresiva es bienvenido. Y el hecho de que los políticos de esta era hayan sido capaces de romper con éxito la intensa división y parálisis política, además de emitir importantes reformas, sigue siendo notable. Sin embargo, una vez que dejamos de creer en el poder mágico de cambiar la frecuencia de los pronombres en los libros, nos queda la pregunta que me ha desconcertado por años: ¿Cómo lo hicieron? ¿Acaso hay una gran lección sobre organización política que los organizadores de hoy ignoran? ¿O es solo una casualidad que la bala de un asesino trajera a Teddy Roosevelt a la Casa Blanca a pesar de las intenciones del jefe? ¿Había otra cosa, además de absoluta flojera, frenando a Trump de convertirse en una figura similar a Teddy Roosevelt, quien alcanzó una tremenda popularidad rechazando la ortodoxia partidista para promulgar reformas moderadas?
La pregunta de cómo lo lograron merece más investigación. Claramente es cierto que Estados Unidos logró, de alguna manera, deshacerse del desánimo. Pero las respuestas probablemente se encuentran más en los detalles de la historia política que en la amplia especulación acerca de megatendencias abstractas presentada en The Upswing.
MATT YGLESIAS es un miembro sénior en el Niskanen Center, autor del boletín Slow Boring, anfitrión del podcast The Weeds, y autor, más recientemente, de One Billion Americans.
Traducción del artículo Make America “We” Again por Carlos Calles.