Los programas de sostenibilidad empresarial han crecido de manera espectacular, pero los prejuicios han mermado su eficacia. Identificamos tres pasos críticos para realizar una reforma.
La sostenibilidad es el mayor reto al que nos enfrentamos. El planeta ha sufrido importantes daños ecológicos y se acerca al punto de no retorno para el sostenimiento de la vida1. Las empresas han contribuido a llevarnos a este punto. ¿Pueden ayudar a la recuperación?
Las empresas han asumido voluntariamente el reto existencial de la sostenibilidad y han dedicado sus enormes recursos, su alcance global y sus capacidades únicas para ella. Más del 90% de las mayores corporaciones mundiales declaran ahora su responsabilidad medioambiental2. Hoy en día, los programas de sostenibilidad de las empresas son algo habitual, a menudo están profundamente arraigados en la estructura y la cultura corporativas, y están administrados por el personal profesional de alto nivel.
Entonces, ¿por qué seguimos al borde del abismo y nos dirigimos hacia él? Las empresas no son las únicas responsables de mantener el planeta en una situación sostenible. Los gobiernos, después de todo, existen por una razón. Sin embargo, las corporaciones han asumido importantes compromisos para abordar nuestros mayores retos de sostenibilidad, y sus contribuciones hasta ahora han resultado insuficientes. Por ejemplo, los programas de sostenibilidad de las empresas suelen tratar poner fin a las emisiones excesivas de gases de efecto invernadero; no obstante, durante las tres últimas décadas, un periodo que corresponde con el crecimiento explosivo de los programas de sostenibilidad empresariales, se ha emitido más CO2 que en los 250 años anteriores3.
La gran cantidad de esfuerzos de sostenibilidad de las empresas que se han llevado a cabo desde hace tiempo debería haber producido ya un éxito notable a la hora de revertir o, al menos, frenar el curso de la degradación medioambiental. Sin embargo, como reconocen ampliamente incluso los directores generales, las empresas no están haciendo lo suficiente para salvar el planeta4. Algo debe cambiar. Ese algo es el paradigma del caso empresarial (“business case” en inglés) para la sostenibilidad corporativa. El auge de este enfoque ha impulsado el crecimiento masivo de los programas de sostenibilidad corporativa. Sin embargo, el caso empresarial sesga dichos programas de manera que limita gravemente su eficacia. Debemos reconocer y corregir este sesgo antes de que sea demasiado tarde para sostener al mundo.
Un historial de fracasos
Aunque la sostenibilidad es el principal reto al que se enfrenta el mundo, la superación de este desafío no es un objetivo central de la mayoría de las empresas. Al contrario, las corporaciones han arruinado el medio ambiente en la persecución de sus actividades comerciales principales. Las empresas no son las únicas responsables de nuestra situación insostenible, pero sus contribuciones son significativas. Por ejemplo, los datos del Climate Accountability Institute muestran que, entre 1965 y 2018, las 20 mayores empresas de petróleo, gas y carbón fueron responsables del 35% de todas las emisiones mundiales relacionadas con los combustibles fósiles.
Las ganancias son un poderoso motivador que puede llevar a las empresas a perjudicar a la gente y al planeta. Pero también pueden motivar a las empresas a hacer cosas que mejoren nuestro bienestar colectivo y la sostenibilidad. Es momento de considerar el caso empresarial para la sostenibilidad corporativa. Las empresas han llegado a considerar la sostenibilidad como algo parecido a cualquier otra inversión de negocios. Adoptan este tipo de iniciativas cuando pueden encontrar un argumento comercial que augure beneficios. Este enfoque ha dirigido naturalmente, a través del afán de ganancias, a un enorme crecimiento de programas de sostenibilidad corporativa. La mayoría de las empresas más grandes del mundo invierten ahora importantes recursos en una amplia gama de programas de sostenibilidad.
Hoy en día, domina el paradigma del caso empresarial para la sostenibilidad corporativa. Esta tendencia es evidente, por ejemplo, en la miríada de informes brillantes sobre la sostenibilidad corporativa que las empresas públicas publican anualmente, en los que describen sus sustanciales inversiones en dichos programas como “beneficiosas” para la empresa y el planeta. Los reguladores gubernamentales también han apoyado el caso empresarial, animando a las empresas a que aumenten sus inversiones en sostenibilidad. La autorregulación voluntaria del comportamiento empresarial es más barata y más fácil de aplicar y hacer cumplir, por lo que resulta atractiva para los gobiernos, deseosos de descargar la pesada carga de la regulación formal. De este modo, los programas de sostenibilidad corporativa han prosperado a medida que la autorregulación ha suplantado parcialmente la regulación gubernamental formal.
Mientras tanto, el medio ambiente sigue degradándose, ya que la deforestación tropical se expande masivamente, los océanos se obstruyen con residuos de plástico, los suelos se vuelven tóxicos y mueren innumerables especies. La contribución de las empresas a muchos de estos problemas crecientes ha aumentado, no ha disminuido. Por ejemplo, las emisiones de las “grandes empresas de carbono”, las que tienen la mayor huella de carbono del mundo, han aumentado, incluso en empresas como BP y Shell, cuyas ambiciones de reducir las emisiones a cero neto para 2050 han sido muy difundidas. Un sorprendente 98% de las empresas no alcanzan sus propios objetivos de sostenibilidad, según una encuesta realizada en 2016 por Bain & Company. En general, la sostenibilidad corporativa, incluso a medida que se expande, está resultando muy poco eficaz para compensar la degradación del medio ambiente.
Consumismo fácil impulsado por la tecnología
Ganancias fáciles | Al enmarcar la sostenibilidad no como una obligación o un gasto, sino como una inversión, el caso empresarial refuerza la maximización de las ganancias como objetivo primordial de las empresas. La búsqueda de estas motiva a las empresas a buscar oportunidades de ecologización, dando paso a innovaciones que de otro modo no se habrían realizado. Pero las oportunidades de ecologización realizadas tienden a caer en un rango estrecho. Según el marco de “beneficios para todos” del caso empresarial, el medio ambiente se beneficia solo si las empresas son capaces de elaborar primero una ganancia financiera convenientemente deseable para ellas mismas5. Cuando perciben un amplio incentivo financiero para asumir las cuestiones medioambientales e incluso para ser pioneras en soluciones innovadoras, las empresas buscarán iniciativas ecológicas que les permitan superar a sus rivales6. Pero tales oportunidades se materializan solo cuando existe un “mercado de la virtud” que recompensa a las corporaciones por ofrecer productos o servicios ecológicos a los clientes7. Como resultado, las empresas abordan un subconjunto relativamente modesto de cuestiones medioambientales, principalmente aquellas que aumentan el atractivo para los consumidores de alto nivel. Las mejoras en la funcionalidad y en el diseño de bienes ecológicos tienen prioridad sobre el beneficio ambiental sustantivo.
Pero para muchas cuestiones medioambientales importantes, construir un caso empresarial es difícil, y en algunos casos es imposible. La mayoría de los consumidores no reconocen los beneficios directos de comprar un producto que es, por ejemplo, mejor para la biodiversidad, por lo que el mercado de productos respetuosos con la biodiversidad sigue siendo mínimo, atendiendo solo al pequeño segmento de consumidores concienciados con el medio ambiente8. Los principales problemas medioambientales, como la contaminación de los océanos, la pérdida de hábitats y la extinción de especies, pueden carecer de un caso empresarial claro y no tienen un camino viable hacia uno, incluso ante la creciente concienciación de los consumidores. Así, el caso empresarial tiende a provocar muy poca acción corporativa hacia la resolución de muchos de los problemas medioambientales más críticos.
Soluciones tecnocéntricas | Para presentar un caso empresarial, quienes defienden una determinada iniciativa de sostenibilidad deben no solo demostrar que existe una demanda adecuada en el mercado, sino también cómo la empresa puede satisfacer esta demanda de forma rentable. Afortunadamente, los avances tecnológicos abundan y estos pueden ayudar a las empresas emprendedoras a crear oportunidades medioambientales a la vez que disminuyen los gastos de explotación, minimizan los residuos y reducen las necesidades de insumos. Tanto si promueven la tecnología de teledetección como una solución a la tala ilegal de árboles, como si optan por los vehículos eléctricos de pila de combustible de hidrógeno para descarbonizar los sistemas de transporte, las empresas dependen en gran medida de los avances tecnológicos para demostrar su buena fe en materia de sostenibilidad9.
Por desgracia, las innovaciones tecnológicas suelen estar plagadas de consecuencias no deseadas que pueden dar lugar a nuevos tipos de problemas medioambientales. Por ejemplo, aunque los vehículos eléctricos reducen la huella de carbono relacionada con el transporte, agravan la toxicidad del suelo debido a que la producción de baterías implica la utilización de minerales “sucios” como el cobalto, que también supone graves gastos medioambientales en su extracción. Del mismo modo, la transición a energías renovables desde fuentes de energía tradicionales requiere la instalación de interruptores en las redes de transmisión. Este cambio está asociado a la fuga de hexafluoruro de azufre, un gas con un potencial de calentamiento global mucho mayor que el CO2. Otra consecuencia perjudicial es que las palas de los molinos de viento, construidas para soportar vientos huracanados, son difíciles de reciclar y se acumulan rápidamente en los vertederos.
Incluso las consecuencias previstas de la tecnología pueden ser perjudiciales para el medio ambiente. Junto a los numerosos ejemplos de avances útiles en tecnología medioambiental, como los paneles solares y los vehículos eléctricos, existen tecnologías que aumentan el daño al medio ambiente. Por ejemplo, los avances en la producción de pulpa y papel han permitido a las empresas cosechar de forma rentable vastas extensiones de bosques boreales que antes no podían explotarse de forma económica y que, por lo tanto, permanecían intactos de forma segura.
Además, aunque a menudo se consideran soluciones rápidas, los avances tecnológicos toman tiempo. Puede haber un gran desfase entre un avance y su despliegue y comercialización masiva. Este desfase varía según las industrias y las regiones, pero un estudio de Energy Policy de 2018 descubrió que, para el sector energético, el intervalo típico de dicho desfase es de 20 a 70 años. Este lapso de tiempo contradice la urgencia con la que deben abordarse los problemas medioambientales.
Consumista en el fondo | El caso empresarial se basa en la demanda de bienes sostenibles por parte de los consumidores. No puede resultar rentable ser ecológico a menos que un número considerable de personas estén dispuestas a pagar lo suficiente para adquirir bienes ecológicos. Afortunadamente, la disposición de los consumidores a pagar por estos bienes está aumentando, especialmente si los productos tienen una mejor funcionalidad y diseño. A medida que las empresas utilizan los avances tecnológicos para producir bienes ecológicos capaces de satisfacer esas preferencias, el consumo ecológico aumenta, lo que genera más oportunidades para que las empresas se beneficien de una mayor ecologización.
El aumento del consumo ecológico refuerza los casos empresariales, pero es una solución problemática para la sostenibilidad del medio ambiente. El consumo no puede llevar a la sostenibilidad. La Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro de 1992, que puso de relieve la sostenibilidad empresarial, identificó los niveles insostenibles de consumo como una amenaza fundamental para la sostenibilidad, y a pesar de ello el consumismo verde se basa en el aumento del consumo. Incluso si ese consumo es más eficiente, el aumento de sus niveles no disminuye el daño medioambiental. Los efectos positivos de las innovaciones tecnológicas en el medio ambiente, sobre todo en el contexto de la eficiencia energética, se ven a menudo contrarrestados por el aumento del consumo. Por ejemplo, a medida que los aviones a reacción se han vuelto más eficientes en cuanto al combustible y el precio de los viajes aéreos ha disminuido, la cantidad de viajes aéreos ha aumentado masivamente. Los defensores del caso empresarial rara vez toman en cuenta el daño asociado a este efecto rebote, conocido en la economía medioambiental como la paradoja de Jevons.
Cada año se incorporan más personas a la clase media en las regiones más pobladas del mundo. En un periodo de cinco años (de 2007 a 2012), la huella medioambiental de los hogares chinos aumentó un 19%, tres cuartas partes de lo cual se debió al creciente consumo de la clase media urbana y de los ricos10. A nivel mundial, en la próxima década, se calcula que el gasto de la clase media pasará de unos 37 billones de dólares en 2017 a 64 billones en 2030, sobre todo por el aumento del consumo en las economías emergentes, según una previsión de laComisión Europea para 2020.. El impacto medioambiental adverso por el consumo excesivo aumentará con la afluencia. El aumento del consumo ecológico no contrarrestará este daño, aunque refuerce los casos empresariales.
Convertir al bombo de propaganda en esperanza
Al inducir a las empresas a realizar inversiones en sostenibilidad que son previsiblemente rentables, tecnológicamente innovadoras y consumistas, el caso empresarial se queda corto e incluso ha agravado los problemas medioambientales. Las empresas deben reorientar la actividad que el caso empresarial ha impulsado para lograr resultados más sustanciales. Deben tener en cuenta los factores que ponen en peligro las ganancias fáciles, hacer el duro trabajo de colaborar en lugar de buscar soluciones tecnológicas fragmentarias, y priorizar la suficiencia sobre el crecimiento. Cada uno de estos importantes pasos requerirá que el gobierno desempeñe un papel más activo.
Contabilizar con precisión el impacto medioambiental | Antes de que las empresas puedan desplegar mejor sus programas de sostenibilidad, deben ser más conscientes de los efectos de esos programas en el medio ambiente. Las empresas son buenas para evaluar los resultados financieros, pero malas para contabilizar el impacto medioambiental y social de sus acciones. Los mercados han sido cómplices, ya que a menudo han recompensado solo a las aparentemente buenas intenciones de las empresas al permitir que obtengan beneficios financieros por sus esfuerzos de sostenibilidad sin que demuestren claramente haber tenido un impacto medioambiental sustantivo. De este modo, a la hora de plantear el caso empresarial, las empresas han tenido pocos incentivos para asumir el riesgo de dar cuenta de su impacto en el medio ambiente. Hacerlo solo complicaría sus ganancias fáciles.
Para lograr un impacto perceptible, las empresas deben hacer el arduo y arriesgado trabajo de proporcionar medidas claras para sus iniciativas de sostenibilidad e informar de forma creíble sobre su rendimiento en relación con esas medidas. La mayoría de las medidas ya establecidas evalúan los resultados medioambientales de una empresa en relación con sus resultados anteriores o con los de sus homólogos del sector. Por lo tanto, estas mediciones toman como referencia resultados medioambientales históricos. Este efecto de anclaje premia de forma perversa el haber tenido malos resultados en el pasado, ya que permite que las empresas con un historial deficiente parezcan haber realizado un progreso medioambiental significativo, pues se toman en cuenta sus ganancias marginales en relación con una línea de base deficiente. Además, estas mejoras contribuyen poco a resolver el problema en cuestión. Las mejoras marginales en la reducción de emisiones, por ejemplo, pueden parecer impresionantes, pero cuando las empresas siguen generando una fracción desproporcionada de las emisiones de gases de efecto invernadero en términos absolutos, agravan los problemas que pretenden resolver.
Las empresas deben establecer y aplicar puntos de referencia ecológicos adecuados mediante la integración de la ciencia medioambiental en la toma de decisiones corporativas, y no al fundamentarse en la línea de base histórica de la empresa. Los objetivos a nivel de empresa deben conectarse con los objetivos a nivel de sistema por medio de la ingeniería inversa. La iniciativa Science Based Targets (Metas basadas en la ciencia, SBTi por sus siglas en inglés), una asociación de CDP, el Pacto Mundial de las Naciones Unidas, el Instituto de Recursos Mundiales y el Fondo Mundial para la Naturaleza, que insta al sector privado a luchar contra el cambio climático, es un paso concreto en esta dirección. En particular exige que las empresas adopten el objetivo del Acuerdo de París de un aumento de la temperatura global de no más de 1,5 grados centígrados para evitar puntos de inflexión catastróficos en el sistema climático de la Tierra. Hasta ahora, el SBTi se ha enfocado en las emisiones de CO2 a expensas de otros gases de efecto invernadero y, más notoriamente, ha omitido otros parámetros planetarios11. Aun así, es un punto de partida legítimo para conversaciones más amplias sobre la evaluación comparativa de los resultados de sostenibilidad de las empresas, ya que cuestiona los anclajes apropiados para lograr los objetivos a nivel empresarial.
Cuando las empresas evalúan los resultados medioambientales, la mayoría de sus mediciones se enfocan en el nivel empresarial. Sin embargo, las emisiones suelen quedarse ocultas en las cadenas de suministro y en el uso por parte del consumidor. Las cadenas de suministro de las empresas suelen estar dispersas por todo el mundo y operan en un entorno tan opaco que la simple localización de los proveedores puede ser un reto insuperable en muchas industrias. El Protocolo de Gases de Efecto Invernadero un esfuerzo del Instituto de Recursos Mundiales y el Consejo Empresarial Mundial para el Desarrollo Sostenible para establecer un marco global para las emisiones de gases de efecto invernadero, orienta a las empresas en la evaluación y gestión de todas las emisiones relacionadas con su negocio. El Protocolo de GEI las divide en tres alcances: las emisiones a nivel empresarial (alcance 1), las emisiones procedentes de la electricidad adquirida (alcance 2) y las emisiones a nivel de la cadena de valor (alcance 3). Las evaluaciones del tercero pueden ser complejas; muchas empresas que han asumido compromisos de cero emisiones netas y que parecen estar preocupadas por la sostenibilidad simplemente ignoran las emisiones del alcance 3.
El gobierno tiene un papel esencial que desempeñar para que las empresas se orienten hacia la contabilización del impacto. Pocas empresas evaluarán y notificarán sobre sus emisiones del alcance 3 en ausencia de un marco legal vinculante. En Estados Unidos, la Agencia de Protección Medioambiental no obliga a revelar este tipo de emisiones, pero algunos estados (por ejemplo, California) y otros gobiernos nacionales (por ejemplo, el Reino Unido y Alemania) han exigido requisitos de revelación sobre la cadena de suministro. Dicha legislación busca principalmente otros objetivos, como la abolición del trato humano abusivo, el tráfico de personas y otras violaciones de los derechos humanos dentro de las cadenas de suministro. Sin embargo, al exigir a las empresas que identifiquen a los proveedores, estas normativas allanan el camino para la notificación obligatoria de las emisiones del alcance 3.
Los gobiernos pueden establecer normas de información comunes para evaluar los programas de sostenibilidad de las empresas y sus impactos, y así permitir que los participantes en el mercado sean más coherentes a la hora de recompensar los buenos y castigar los malos comportamientos corporativos. Las Normas Internacionales de Información Financiera han mejorado el intercambio de mercado al garantizar que los estados financieros sean coherentes, transparentes y comparables en todo el mundo. La implementación de una norma de información internacional sobre el medio ambiente basada en objetivos científicos podría hacer lo mismo.
Colaborar para encontrar soluciones | Los avances tecnológicos de las empresas con fines de lucro han producido innumerables productos más ecológicos. Pero es una tontería mantener los dedos cruzados colectivamente con la esperanza de que alguna empresa en algún lugar descubra la solución innovadora a nuestros principales retos de sostenibilidad, como el cambio climático y la destrucción de la diversidad ecológica. La lógica del caso empresarial orienta a las empresas a internalizar la innovación para conservar cualquier ganancia. Sin embargo, las empresas no pueden resolver los problemas de sostenibilidad “súper malignos”, como los denomina un artículo de 2012 de Policy Sciences,, actuando solas y adueñándose de todo el problema, por muy innovadoras que sean. En lugar de eso, deben buscar la colaboración.
Las colaboraciones generales que se extienden por todos los sectores y grupos de interés son mejores para facilitar soluciones innovadoras a problemas complejos. Dan voz a grupos poco representados en las intervenciones convencionales de sostenibilidad empresarial. Por ejemplo, los científicos especializados en climatología colaboraron con los inuit para utilizar los Qaujimajatuqangit (conocimientos tradicionales de los inuit) para explicar los cambios en las condiciones del hielo marino, y los alawa y otros pueblos indígenas del norte de Australia ayudaron a los biólogos a comprender que los halcones llevan consigo varas ardientes de manera intencional para propagar los incendios con el fin de aumentar sus oportunidades de alimentación. Por supuesto, para que sean útiles en la resolución de los problemas de sostenibilidad, los conocimientos resultantes de estas colaboraciones generales deben aplicarse después de forma eficaz. Aquí, los sesgos del caso empresarial se vuelven especialmente problemáticos.
En las colaboraciones en materia de sostenibilidad, las empresas suelen tener poder de veto en la aplicación de las soluciones, y lo ejercen en el caso de las iniciativas que no cumplen sus criterios de caso empresarial. Esta tendencia puede descarrilar los cambios más sustantivos y transformadores, ya que es poco probable que impliquen ganancias fáciles. A través de una colaboración general, las empresas pueden reconocer que las iniciativas de sostenibilidad que no alcanzan sus párametros internos pueden producir efectos positivos más allá de los estrechos intereses de la empresa, lo que hace que estas iniciativas valgan la pena a pesar de todo. Ir más allá de las ganancias fáciles y aceptar el reto de tomar en cuenta las preocupaciones de las partes interesadas y las múltiples formas de creación de valor son pasos críticos hacia la co creación de soluciones viables.
Las empresas deben desarrollar una mayor destreza que les permita evaluar el grado en que una iniciativa de sostenibilidad puede generar no solo valor económico para la empresa, sino también valor ecológico para el medio ambiente y valor social para los ciudadanos. Deben comprometerse a mantener debates abiertos y honestos sobre las tensiones entre el crecimiento económico a cualquier precio y la degradación del planeta. A medida que el mundo se vuelve más complejo, la responsabilidad de todo lo que vaya más allá de los resultados financieros ya no puede incumbir únicamente a las organizaciones sin fines de lucro o híbridas; las empresas también deben ser socios plenamente conscientes, colaboradores y responsables en la resolución de nuestros retos más difíciles en materia de sostenibilidad, incluso en ausencia de un caso empresarial típico. Los marcos normativos también tendrán que desempeñar un papel primordial a la hora de establecer prioridades y responsabilizar a todas las partes, para así sentar las bases de los sólidos esfuerzos conjuntos necesarios para hacer frente a nuestros mayores desafíos.
Diseño para el decrecimiento | La creciente demanda de consumidores para una oferta cada vez mayor de bienes más ecológicos es buena, pero el creciente consumo agregado de recursos limitados no lo es. El costo económico, medioambiental y social de una pandemia mundial, los incendios forestales sin precedentes en todo el mundo, las olas de calor, los huracanes y una cadena aparentemente interminable de otros desastres masivos han dejado al descubierto los niveles insostenibles del consumo humano. Debemos adecuar nuestros sistemas de consumo y producción a lo que nuestro planeta puede soportar.
Establecer sistemas de consumo y producción sostenibles a estas alturas no será fácil. En lugar de producir más y más bienes, aunque sean ecológicos, debemos determinar el nivel de consumo que es suficiente para nuestro bienestar óptimo12 y diseñar estrategias de manera acorde para el decrecimiento. Superar el exceso de consumo empieza por comprender qué necesitan realmente los consumidores para tener una vida plena y feliz y cómo pueden satisfacerse esas necesidades con un impacto medioambiental mucho menor13.
Dar prioridad a la suficiencia frente a la rentabilidad representa un cambio drástico con respecto al pensamiento del caso empresarial y a la práctica establecida. Este enfoque altera por completo, por ejemplo, las clásicas “4 P”: producto, precio, promoción y plaza (o lugar) que sustentan la ortodoxia de la mercadotecnia. En un marco de suficiencia, en lugar de enfocarse en el volumen de ventas, las empresas diseñarían y fabricarían productos para que sean más duraderos y reparables, así como comerciables en los mercados de segunda mano. Para fijar los precios hay que tomar en cuenta todos los gastos de producción, distribución y eliminación o reciclaje. La promoción se convierte en un complicado acto de equilibrio de mensajes para promocionar un determinado producto sin promover su consumo excesivo. Las decisiones sobre la “plaza”, que tienen que ver con el lugar de venta de los productos, van más allá de los canales de venta tradicionales y consideran novedosos escenarios de experiencia, como las tiendas en línea o los acuerdos para compartir productos14.
Diseñar estrategias para el decrecimiento es una propuesta mucho más complicada que seguir buscando el crecimiento del consumo. El decrecimiento en sí mismo es un concepto difícil, que se refiere no solo a la disminución de las tasas de consumo, sino también a medidas como las tasas de crecimiento del PIB y el tiempo de trabajo de los empleados; es un concepto que encuentra afinidad con las ideologías radicales que favorecen el abandono del capitalismo15. Como argumenta el estudioso de la política medioambiental Thomas Princen en su libro de 2005 The Logic of Sufficiency (La lógica de la suficiencia), es posible que se requiera la transformación del propio sistema de consumo: “Hoy en día, con el imperativo de traducir los límites evidentes de un único planeta en los límites de la vida cotidiana, el principio organizador podría ser la suficiencia. Tal traducción es improbable, posiblemente imposible, bajo la lógica de una economía de consumo en la que prevalecen la especialización, el funcionamiento a gran escala y la demanda de los consumidores.” Sea como sea que lo conceptualicemos, el decrecimiento requerirá que se produzca un cambio político junto con el desarrollo de cualquier modelo empresarial orientado al decrecimiento.
El decrecimiento no tiene por qué ser tan radical como para que se requiera derrocar al gobierno para aplicarlo. Más bien, al igual que los pasos anteriores, requiere que el gobierno asuma un papel activo. Por ejemplo, si se diseñan adecuadamente, las leyes de devolución que hacen a los productores responsables de sus propios residuos pueden motivar a las empresas a diseñar productos reutilizables y reciclables. Las políticas de desgravación fiscal para las reparaciones pueden motivar a los consumidores a reparar los bienes y a las empresas a diseñar productos más aptos para ser reparados. Se necesitan más políticas de este tipo para apoyar un esfuerzo colectivo hacia la suficiencia y el decrecimiento.
Evitar el abismo
El sobre desarrollo ha puesto a nuestro planeta en una situación insostenible. Nos enfrentamos a una etapa precaria y debemos tomar medidas drásticas. En 2015, los líderes mundiales, bajo los auspicios de las Naciones Unidas, se comprometieron con entusiasmo a alcanzar 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) para 2030. Este compromiso fue el último de una larga serie de esfuerzos de sostenibilidad iniciados por la ONU, desde la Agenda 21 de Río en 1992 hasta los Objetivos de Desarrollo del Milenio en 2000 y la “economía verde” de Río+20 en 2012. Sin embargo, una vez más, evaluamos los principales compromisos públicos con la sostenibilidad muchos años después de haberlos contraído, y comprobamos que se quedan cortos. El progreso hacia la mayoría de los ODS ha sido insuficiente, sobre todo en lo que respecta a aquellos relacionados con el cambio climático y la conservación de la biodiversidad16. El Secretario General de la ONU, António Guterres, concluyó en un informe sobre el progreso de los ODS en 2019 que “es necesaria una reflexión honesta y franca sobre el rumbo que llevamos”. Greta Thunberg lo dijo de forma más directa y colorida en Davos en 2019: “Nuestra casa está en llamas y es hora de actuar con decisión”.
Las empresas son actores poderosos. Pueden hacer una diferencia importante a la hora de conseguir o evitar la sostenibilidad. Impulsadas por nuestra grave situación, las corporaciones han asumido muchos compromisos grandiosos con la sostenibilidad a lo largo de varias décadas. Impulsados por el caso empresarial que actualmente domina los enfoques corporativos de la sostenibilidad, estos compromisos se han materializado, por desgracia, en gran medida como promesas vacías que no han logrado la sostenibilidad y que, en ocasiones, han hecho más daño que bien.
Para ser justos, la sostenibilidad corporativa no ha sido un fracaso total. A pesar de quedarse cortos, los programas de sostenibilidad corporativa han dirigido más atención de la sociedad hacia estos temas críticos. Y, desde la perspectiva de muchas empresas, la sostenibilidad corporativa ha resultado muy útil. La regulación gubernamental puede ser un instrumento contundente que impone gastos a las empresas y puede ser difícil de aplicar para los reguladores. Las empresas están deseosas de evitarla. Aunque los reglamentos han reducido muchas prácticas industriales destructivas para el medio ambiente, las corporaciones han presionado con éxito a los gobiernos para conseguir la autorregulación como sustituto de la regulación formal. Desgraciadamente, la avalancha de programas de sostenibilidad de las empresas ha tenido más éxito a la hora de suavizar la regulación medioambiental que de compensar la degradación del medio ambiente.
Se necesita una mejor regulación medioambiental, no ser más libres de la misma, para que las empresas realicen sus contribuciones críticas a la cocreación de la sostenibilidad. El gobierno debe dar un paso adelante, no hacerse a un lado. Dar prioridad a los problemas medioambientales requiere que las corporaciones vean sus acciones dentro de ecosistemas interdependientes. Deben desarrollar una comprensión más holística de la producción, la distribución y el consumo de sus productos o servicios para poder emprender acciones de sostenibilidad más amplias y profundas. Estos pasos incluirían, según los estudiosos de los negocios Sanjay Sharma e Irene Henriques, “el rediseño de productos y procesos para reducir los impactos ambientales y sociales, la administración de los productos, la protección de los hábitats, el funcionamiento dentro de la capacidad de carga ambiental de una región, la protección de los intereses de las generaciones futuras, así como el equilibrio equitativo de los intereses de todos los segmentos de la sociedad”17.
Sin una reglamentación eficaz que libere a las empresas de la camisa de fuerza del caso empresarial, que da prioridad a las ganancias, estas tienden a centrarse solo en una estrecha gama de cuestiones medioambientales orientadas al consumidor. Incluso las causas que se pueden tratar por el caso empresarial no suelen provocar la acción de las empresas. La misma lógica del caso empresarial que impulsa a las empresas a invertir en el medio ambiente las lleva a evitar hacer concesiones económicamente desventajosas. Si, por ejemplo, una empresa puede elegir entre un proyecto con un gran rendimiento financiero y un pequeño beneficio medioambiental, y otro con un pequeño rendimiento financiero pero un gran beneficio medioambiental, el caso empresarial da prioridad al proyecto con el mayor rendimiento financiero. Ambos proyectos son escenarios en los que todos ganan, pero al seguir la lógica del caso empresarial, las empresas suelen poner los objetivos económicos por encima de los medioambientales18. Así, el caso empresarial distrae a la sostenibilidad empresarial de la enormidad de las crisis medioambientales que requieren acciones más significativas en una amplia gama de cuestiones medioambientales.
El problema final del dominio continuado del paradigma del caso empresarial no es solo que predispone a las empresas a invertir en una gama limitada de actividades que no abordan adecuadamente los problemas graves de sostenibilidad. Este torbellino de actividades limitadas también desplaza las acciones más significativas en un momento en el que el tiempo es esencial. Las empresas no utilizan toda su gama de recursos en formas de colaboración y, con la excusa de que la intervención podría empañar las enormes acciones voluntarias de las empresas, los gobiernos no intervienen formalmente en modos críticos para el éxito. Así pues, el crecimiento masivo de los programas de sostenibilidad corporativa bajo el caso empresarial no es benévolo; se trata de un cáncer. Cuanto más tiempo haga metástasis y siga desplazando las intervenciones más saludables, mayor será el riesgo de que acabe con nuestras perspectivas de salir del desastre medioambiental.
Notas
1 Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), Special Report: Global Warming of 1.5 °C, Ginebra: Organización Meteorológica Mundial, Naciones Unidas, 2018.
2 Governance & Accountability Institute, Flash Report S&P 500, 2020.
3 Rebecca Lindsey, “Climate Change: Dióxido de carbono atmosférico”, ClimateWatch Magazine, 14 de agosto de 2020.
4 Apurv Gupta y otros, The Decade to Deliver: A Call to Business Action, The United Nations Global Compact-Accenture Strategy CEO Study on Sustainability, 2019.
5 Tobias Hahn y otros, “Trade-Offs in Corporate Sustainability: You Can't Have Your Cake and Eat It”, Business Strategy and the Environment, vol. 19, no. 4, 2010.
6 Stuart L. Hart, “A Natural-Resource-Based View of the Firm”, Academy of Management Review, vol. 20, no. 4, 1995.
7 David Vogel, The Market for Virtue: The Potential and Limits of Corporate Social Responsibility, Washington, DC: Brookings Institution Press, 2007.
8 Katherine White, David J. Hardisty y Rishad Habib, “The Elusive Green Consumer”, Harvard Business Review, julio-agosto de 2019.
9 Ram Nidumolu, C. K. Prahalad y M. R. Rangaswami, “Why Sustainability Is Now the Key Driver of Innovation”, Harvard Business Review, vol. 87, nº 9, 2009.
10 Dominik Wiedenhofer et al. “Unequal Household Carbon Footprints in China”, Nature Climate Change, vol. 7, 2017.
11 Johan Rockström et al., “A Safe Operating Space for Humanity“, Nature, vol. 461, 2009.
12 Hélène Gorge et al., “What Do We Really Need? Questioning Consumption Through Sufficiency“, Journal of Macromarketing, vol. 35, nº 1, 2015.
13 Mihaly Csikszentmihalyi, “The Costs and Benefits of Consuming”, Journal of Consumer Research, vol. 27, nº 2, 2000.
14 Maike Gossen, Florence Ziesemer y Ulf Schrader, “Why and How Commercial Marketing Should Promote Sufficient Consumption: A Systematic Literature Review“, Journal of Macromarketing, vol. 39, no. 3, 2019.
15 Hamish van der Ven, Catherine Rothacker y Ben Cashore, “Do Eco-Labels Prevent Deforestation? Lessons from Non-State Market Driven Governance in the Soy, Palm Oil, and Cocoa Sectors“, Global Environmental Change, vol. 52, 2018.
16 Plataforma Intergubernamental Científico-Normativa sobre Diversidad Biológica y Servicios de los Ecosistemas, The Global Assessment Report on Biodiversity and Ecosystem Services, Nueva York: Asamblea General de las Naciones Unidas, 2019; IPCC, Informe especial: Calentamiento global de 1,5 °C.
17 Sanjay Sharma e Irene Henriques, “Stakeholder Influences on Sustainability Practices in the Canadian Forest Products Industry”, Strategic Management Journal, vol. 26, nº 2, 2005.
18 Tobias Hahn y otros, “Cognitive Frames in Corporate Sustainability: Managerial Sensemaking with Paradoxical and Business Case Frames”, Academy of Management Review, vol. 39, no. 4, 2014.
- MICHAEL L. BARNETT es profesor de gestión y negocios globales en la Escuela de Negocios de Rutgers, en Newark y New Brunswick, donde también se desempeña como director académico del Instituto Rutgers para la Innovación Social Corporativa.
- BENJAMIN CASHORE es el profesor Li Ka Shing de Gestión Pública en la Escuela Lee Kuan Yew de Políticas Públicas de la Universidad Nacional de Singapur. Se especializa en gobernanza del medio ambiente, política pública y sostenibilidad empresarial.
- IRENE HENRIQUES es profesora de sostenibilidad y economía en la Escuela de Negocios Schulich de la Universidad de York, Canadá.
- BRYAN W. HUSTED es profesor de responsabilidad social y sostenibilidad en la Escuela de Negocios EGADE del Tecnológico de Monterrey, México.
- RAJAT PANWAR es profesor asociado de gestión empresarial sostenible en la Escuela de Negocios Walker de la Universidad Estatal de los Apalaches.
- JONATAN PINSKE es profesor de estrategia, innovación y espíritu empresarial y director ejecutivo del Instituto de Investigación de la Innovación de Manchester en la Escuela de Negocios Alliance Manchester, de la Universidad de Manchester.
Este artículo es contenido original de la revista de Stanford Social Innovation Review publicado en la edición verano 2021.
- Traducción del artículo Reorient the Business Case for Corporate Sustainability por Gerardo Piña
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