¿Alguna vez has intentado leer las políticas de privacidad de tus aplicaciones? Danielle Keats explica cómo las compañías recolectan, venden y revelan datos personales; y los problemas legales que nacen de esto.
A principios de 2022, el columnista del Washington Post Geoffrey Fowler intentó leer las políticas de privacidad de las aplicaciones que utiliza habitualmente en su teléfono. La tarea resultó ser prácticamente imposible debido a la interminable terminología jurídica. Según investigadores de la Universidad Carnegie Mellon, el usuario promedio de Internet tardaría 244 horas en leer todas las políticas de privacidad de todos los sitios web que visita en un año.
Por ello, no es sorpresa que casi el 60% de los estadounidenses señalen sentirse confundidos acerca de sus derechos de privacidad al navegar por internet, de acuerdo a un informe del Centro de Investigación Pew de 2019.
Los ciudadanos no tienen claro qué actividades digitales guardan un registro que luego puede ser utilizado por empresas y terceros.
Toda nuestra actividad en redes sociales (nuestros “me gusta”, contactos, hábitos, imágenes, publicaciones e historias), así como nuestras búsquedas en línea, alimentan un registro digital que está en constante crecimiento. Esta constante narrativa no solo le dice a los demás quiénes somos, sino también lo que intentamos aparentar. En cierto modo, esto se convierte en una autobiografía que será contada y escrita por los demás.
Este vínculo entre el ser humano y su intimidad es lo que inspira el nuevo libro de Danielle Keats Citron, The Fight for Privacy: Protecting Dignity, Identity, and Love in the Digital Age (La lucha por la privacidad: proteger la dignidad, la identidad y el amor en la era digital). Como catedrática distinguida en Derecho de la Universidad de Virginia, por la Jefferson Scholars Foundation Schenck (Fundación de Becarios Jefferson Schenck), Citron explora cómo la “privacidad íntima” se ve afectada por las empresas y terceros que pueden acceder y vender datos personales legalmente, ya que estos datos no están contemplados en la ley de protección del consumidor estadounidense.
Citron sostiene que la privacidad íntima representa un segundo yo o un yo digital y, por lo tanto, debe protegerse como un derecho civil.
La privacidad, explica, no solo se refiere a la seguridad financiera, sino también a aspectos de nuestra intimidad: mensajes privados y registros de búsquedas personales que facilitan información médica o sexual sobre nuestro cuerpo, desde búsquedas sobre síntomas de salud hasta imágenes que compartimos en aplicaciones de citas.
Para Citron, la privacidad íntima es fundamental para la expresión y el descubrimiento del individuo. Su concepto de privacidad engloba dos de sus usos: confidencialidad y autonomía corporal. La privacidad íntima también facilita nuestra habilidad para construir relaciones íntimas con los demás. “Nuestras relaciones cercanas son fundamentales para el florecimiento humano”, observa, “y la privacidad íntima es necesaria para su desarrollo”.
Los ejemplos que presenta ilustran cómo se viola nuestra intimidad, y de qué forma nos vemos perjudicados, ya que nuestra privacidad íntima no es un derecho civil. Por ejemplo, alguna ex pareja íntima podría utilizar imágenes de desnudos para chantaje o venganza. Los Voyeristas pueden capturar imágenes íntimas a escondidas y distribuirlas como si nada, lo que puede ser capitalizado por empresas para obtener un beneficio. Asimismo, el gobierno puede recopilar datos íntimos para que sus residentes sean penalizados, algo que sucede desde la reciente decisión del Tribunal Supremo que anuló el derecho federal al aborto y que ha permitido a los estados promulgar leyes para rastrear e identificar a las personas que buscan en internet información sobre salud reproductiva y asistencia relacionada con el aborto.
El concepto de identidad de Citron como producto de la fusión de un cuerpo físico y un conjunto de información está profundamente arraigado, sobre todo en tecnología. En su nivel más básico, el nacimiento de la escritura provocó una especie de externalización del yo en palabras, primero sobre pieles y papel, y luego en pantallas. Generamos piezas de información sobre nosotros mismos, no solo por escrito, sino ahora en conjuntos de datos. Sin embargo, alguien más ––otra estructura de poder–– tendrá su propia interpretación y uso de esta información. Por lo tanto, esta identidad es un espacio de disputa del poder.
Por tanto, el libro de Citron trata de replantear la forma en que pensamos en la identidad, ya sea el cuerpo físico, el discurso o los datos, y cómo las estructuras de poder se ocupan de esa identidad y la protegen. Existe cierta tensión inherente ante la idea de un “yo” informático, porque es a la vez una colección de lo que somos y una masa de datos sobre nosotros, que se puede utilizar para todo: desde ofrecernos anuncios relativamente inofensivos hasta cosas mucho más dañinas como localizarnos, invadir nuestra intimidad y exponernos a situaciones peligrosas.
Cuando el individuo es una colección de puntos de datos, cada uno con diversos grados de valor monetario, entonces el “ser” se convierte invariablemente en una mercancía.
Citron examina cómo se vulnera la intimidad en dos dimensiones: las violaciones del sector privado y las violaciones interpersonales. Ambas son distintas, pero coinciden, ya que las empresas pueden apropiarse de la información privada que se comparte en línea sin consentimiento a fin de utilizarla para su beneficio.
“Spying Inc.” es como la autora denomina a las empresas del sector privado, incluidas las redes sociales, que se aprovechan de nuestra privacidad íntima al recopilar datos personales y luego (ya sea por descuido o por la explotación de vacíos legales), vender esta información a los intermediarios de datos, que son las empresas que recopilan y venden esos datos a los anunciantes. La ironía de Spying Inc., señala Citron, es que precisamente la forma en que operan es una razón importante por la que surgió el concepto de privacidad íntima por primera vez.
Grindr, por ejemplo, no solo recopila los datos de sus usuarios sobre sus características físicas, estado del VIH e identidades sexuales y de género, sino que también vende esos datos a intermediarios de datos externos, que luego los venden al mejor postor.
Los efectos de este tipo de invasión pueden ser escalofriantes, ya que, una vez que se vende la información, puede ser utilizada de forma inesperada y nociva. Como escribe Citron: “Un hombre dijo a Vox que eliminó su estado de VIH de su perfil de Grindr porque cuando las “personas equivocadas” se enteran, sus vidas, carreras y relaciones familiares corren peligro”. El impacto de invadir así la privacidad no se limita únicamente a las consecuencias imprevistas. También es importante que sabemos que es posible que exista una invasión de la privacidad cada vez que nos conectamos a Internet, lo que nos ha hecho sentir ansiedad y temor. Los titanes que constituyen Spying Inc. ––empresas como Facebook, Amazon y Google–– justifican su mercantilización de los datos personales como una necesidad empresarial para que sus servicios de redes sociales puedan seguir siendo gratuitos para el público. “En la actualidad, muchas empresas no cobran (ni necesitan hacerlo) tarifas por el servicio, ya que obtienen ingresos a través de la venta a terceros de los datos íntimos”, explica Citron. Esta es la ética libertaria de Silicon Valley ––“el mantra de que la información debe ser libre”–– aplicada a los datos que, según ella, “crea las condiciones que permiten la vigilancia de nuestra vida íntima”.
En su opinión, la privacidad de la intimidad debe ser un derecho civil, por lo que Citron asegura que proteger nuestros datos más íntimos implica que algunos servicios digitales no deberían existir, al menos no de forma gratuita. Reconoce el lado negativo de este argumento: “es cierto que al prohibir la venta a terceros es posible que surjan nuevas tarifas de suscripción, y con ello una cantidad considerable de personas que no podrían cubrir ese costo”. Una alternativa que sugiere es que el sector social el gobierno cubran las brechas, tal vez algo similar a los vales de transporte subsidiados por el Estado. Este rumbo quizá propicie unas redes sociales menos democráticas que las que hay ahora, pero Citron se muestra bastante dogmática en su preocupación por la protección de los datos. “Incluso cuando esas alternativas no son viables, la protección de la intimidad sigue siendo la prioridad”, dice. “El que algunos no cuenten con este tipo de servicios vale la pena por el beneficio que representa para todos”.
El ser digital es constitutivo de la persona humana, argumenta Citron, por lo que es momento que la ley se ponga al corriente y nos proteja.
Si la privacidad íntima se constituye como un derecho civil, sostiene, entonces la ley sería un escudo contra la naturaleza invasiva de las grandes tecnologías y el Estado, así como contra los actos de violencia interpersonal. Al abordar la esfera interpersonal, Citron analiza varios casos de contenido pornográfico vengativo, es decir, cuando las personas utilizan con rencor imágenes sensibles o reveladoras que fueron intercambiadas durante una relación para chantajear o simplemente perjudicar a sus ex parejas; este es un acto perpetrado en su inmensa mayoría por hombres contra mujeres. Los sitios web que almacenan contenido pornográfico vengativo utilizan imágenes sin consentimiento para obtener enormes ganancias y se encuentran legalmente protegidos por la Primera Enmienda.
La circulación de estas imágenes suele tener consecuencias para la víctima y no para el agresor. En uno de los ejemplos que muestra Citron, la directora de un instituto fue despedida al ser publicadas sus fotografías posando desnuda, ya que el Departamento de Educación de Nueva York declaró que esas imágenes traían consigo una publicidad negativa para el instituto. En otro caso, el decano de un programa le aconsejó a una estudiante de posgrado que cambiara su nombre, esto después de que su ex pareja publicó imágenes de ella desnuda en internet. Otros ejemplos implican extorsión con exparejas abusivas que envían imágenes íntimas a los contactos profesionales y personales de su expareja. Estas invasiones a la privacidad tienen como resultado el castigo, la humillación y la censura social de las víctimas. Citron explica que las víctimas “tienen su autoestima destrozada. Las víctimas sienten haber perdido el control sobre sus cuerpos, sus mentes y relaciones íntimas, esto es, que su autonomía sexual ha quedado anulada”.
Citron ofrece recomendaciones sobre cómo se podría consagrar la privacidad en la ley y la manera de abordar las posibles discrepancias con la Primera Enmienda y la Sección 230, que garantiza la inmunidad legal y financiera a las plataformas digitales. La autora propone cuatro reglas para proteger la privacidad íntima según la ley. La primera es que: “los organismos no podrán recoger datos íntimos... a menos que al hacerlo cumplan un propósito legítimo”. Esta norma ayudaría, por ejemplo, a impedir que un sitio web almacene imágenes que han sido compartidas sin consentimiento. La segunda norma establece que: los organismos no podrán recopilar datos no íntimos a menos que obtengan un consentimiento claro y significativo, lo que, posiblemente, invalidaría la práctica actual de lectura rápida de una política de privacidad para luego hacer clic en el botón de aceptación al final de la página. La tercera norma que propone Citron: obligaría a las empresas a cumplir con los compromisos de no discriminación y lealtad para garantizar que el sector privado “otorgue prioridad al bienestar de las personas a la hora de gestionar sus datos íntimos”, escribe. La última norma establece: una relación directa entre el individuo y las empresas, de modo que si se rompe un acuerdo de privacidad, existe una estructura legal clara por la que se puede buscar justicia o compensación.
The Fight for Privacy (La Lucha por la Privacidad) es, en definitiva, un llamado a la acción para los activistas, el público y, sobre todo, los legisladores. En este sentido, es un libro muy efectivo y, quizás igualmente importante, sumamente humano. Al sustentar lo que en última instancia es un argumento sobre el derecho y la política, el libro de Citron se esfuerza por replantear la conversación sobre la privacidad, pasando de los datos abstractos hasta nuestros elementos más íntimos. El yo digital forma parte del ser humano, sostiene Citron, por lo que es hora de que la ley se ponga al día y lo proteja.
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