En un ecosistema de impacto fragmentado, la tecnología educativa necesita de la colaboración para dar prioridad a la educación sobre la tecnología.
La tecnología educativa, o ed-tech, comparte algunas similitudes cruciales con la fintech, o tecnología financiera. En ambos mercados, los productos y servicios se venden a través de modelos B2B, B2C o B2G, y ambos mercados se basan en datos (y cada vez más en datos de IA) para aumentar la eficiencia y reducir los costos de los procesos ya consolidados. Pero hay al menos una diferencia fundamental entre la ed-tech y la fintech: para que una tecnología se considere educativa, el mercado debe funcionar como una industria de colaboración, en donde desarrolladores, educadores, investigadores y estudiantes trabajen activamente juntos para desarrollar, implementar y replicar a gran escala lo que funciona. Esta colaboración no solo fomenta el tipo de intercambio inclusivo de recursos que da prioridad a los grupos marginados y adopta perspectivas diversas, sino que solo a través de ella se puede elevar la ed-tech para dar prioridad a la educación sobre la tecnología.
A diferencia de la tecnología financiera, la calidad de la tecnología educativa se garantiza mejor mediante un enfoque dual de aplicación de la normativa y apoyo financiero. El financiamiento es importante para reservar fondos para investigar el impacto antes de invertir en la expansión del negocio. De igual forma, también es esencial la aplicación de la normativa para garantizar unos estándares mínimos de calidad antes de que las herramientas lleguen a manos de los estudiantes. Sin embargo, la dinámica de tensión existente en el mercado de la ed-tech carece de cohesión, lo que resulta en una distribución desigual de la toma de decisiones sobre el impacto de la tecnología educativa. De hecho, la falta de liderazgo público y de incentivos financieros ha posicionado a los inversionistas no solo como actores económicos, sino también como actores políticos, cuyas prioridades de inversión tienen implicaciones para la calidad de todo el ecosistema de la tecnología educativa. Para garantizar que el impacto educativo se convierta en el eje central de las decisiones de inversión, la gestión actual del impacto en la ed-tech debe basarse más en investigaciones transparentes que en hipótesis privadas.
Ecosistema de impacto fragmentado
El problema comienza con los datos. La forma en que los financiadores de tecnología educativa exigen, informan y definen el impacto varía de un inversionista a otro. Por ejemplo, Owl VC evalúa el rendimiento de su cartera utilizando métricas relacionadas con la escala, el acceso, la diversidad y los resultados. Otro gran inversor estadounidense en tecnología educativa, Reach Capital, evalúa el impacto mediante calificaciones basadas en la escala, el acceso y la calidad. No existe una estandarización en la presentación ni en la recopilación de datos sobre el impacto por parte de los fondos de capital de riesgo de tecnología educativa, lo que dificulta la comparación entre informes.
La demanda de documentación sobre el impacto de la tecnología educativa varía también de un país a otro y de una escuela a otra. Solo en Estados Unidos, a pesar del marco nacional de evidencia establecido por la ley Every Student Succeeds Act (Cada Estudiante Triunfa; ESSA, por sus siglas en inglés), los distritos escolares difieren en cómo adquieren ed-tech para las escuelas. Algunos distritos exigen productos certificados por la ESSA, mientras que otros no. Algunos solicitan evaluaciones pedagógicas sobre la calidad de la tecnología educativa, a menudo revisando certificaciones como ISTE o Digital Promise. Además, algunos distritos han puesto en marcha un modelo de “precios basados en el valor”, inspirado en el sector salud (ahí llamado “adquisición basada en resultados”), según el cual el contrato de una empresa de tecnología educativa depende de los resultados positivos de los alumnos.
Entre las numerosas certificaciones, distintivos y más de 74 marcos para evaluar la tecnología educativa, existe el riesgo de crear un mercado de evidencias en lugar de un mercado basado en evidencias, donde las certificaciones y las evaluaciones de calidad se conviertan en un juego de números y no en un compromiso genuino con un impacto respaldado por la investigación. Además, si el impacto se determina únicamente en función de las inversiones, se corre el riesgo de imponer visiones normativas de la educación definidas por unos pocos privilegiados (aquellos con recursos), en vez de destacar el verdadero propósito de la educación: ser una fuerza igualadora para enfrentar las desigualdades.
Aquí se presentan cuatro maneras de unir el ecosistema de impacto de la tecnología educativa:
1. Alinear las vías de impacto con los imperativos globales.
Aunque las métricas de impacto óptimas deben adaptarse a la misión de la empresa y el diseño del producto, también deberían contribuir a más de uno de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de la ONU. Las llamadas "5 E del impacto" —eficacia, efectividad, ética, equidad e impacto medioambiental (en inglés, environmental impact)—, son los cinco indicadores de impacto clave en las intervenciones educativas que, además, se alinean con los ODS. Sin embargo, los inversionistas y auditores de impacto deben considerar la interacción de estas vías en lugar de concentrarse únicamente en un objetivo de impacto: aunque una empresa pueda demostrar excelentes resultados en términos de eficacia, si sus logros generan daños ambientales o problemas éticos, su impacto global queda comprometido. Por lo tanto, es preferible lograr un equilibrio entre estas vías que destacar en un solo aspecto.
2. Centrarse en el peso de las evidencias más que en su tipo.
El mercado de la evidencia en EE. UU. está configurado por la agenda de la ley ESSA, un marco de evidencia impuesto por el Estado que clasifica la evidencia en cuatro niveles basados en el modelo médico de evidencia. El nivel más alto equivale a un ensayo controlado aleatorio, considerado la forma más confiable de evidencia de que algo funciona. Sin embargo, este modelo no es universalmente aceptado. Incluso en Estados Unidos, donde el modelo de evidencia de la ESSA tiene una larga trayectoria, muchos críticos destacan la preocupación de que los estrictos criterios de los ECA (ensayos controlados aleatorios) restan importancia al papel del profesorado en la valoración de la tecnología educativa en las aulas.
En contraste, el modelo de ciencias del aprendizaje reflejado en el modelo Rutina de Evaluación de la Evidencia en Edtech incluye la evaluación de la validez interna y externa, y es aplicable tanto a la evidencia cuantitativa como a la cualitativa. Por lo tanto, los financiadores deberían centrarse más en la calidad de la evidencia que en el tipo de evidencia a la hora de tomar decisiones de inversión.
3. Favorecer métricas de impacto receptivas y relevantes.
El impacto es un proceso bidireccional: las empresas deben someterse a auditorías, pero también deben considerarse socios que pueden aportar nuevas ideas para medir y comprender el impacto. Por ello, los financiadores deben reconocer y recompensar las métricas de impacto que sean innovadoras y estén relacionadas con las políticas, tanto aquellas alineadas con esquemas internacionales estandarizados de evaluación, como PISA, como también las que incorporan el impacto de las herramientas más recientes de inteligencia artificial generativa (GenAI). El Consejo Nórdico de Investigación introdujo métricas de impacto para sus beneficiarios, como la formación de profesionales en materia de influencia política y la contribución a una consulta nacional. Muchas empresas de tecnología educativa participan activamente en este tipo de trabajo de impacto, como el cofinanciamiento por parte de LearnLab de ARC Collaborative, que reúne a ministerios de educación de todo el mundo en torno a la innovación educativa.
4. Priorizar la experiencia colectiva para lograr un mayor impacto.
En la fase inicial de crecimiento de una empresa, suele preferirse el asesoramiento de profesionales con experiencia práctica en lugar del de investigadores cualificados, debido a la creencia de que la aportación de los profesionales mejora las ventas y al temor de que la investigación pueda obstaculizar los esfuerzos de expansión (ya sea por el tiempo que requiere la investigación o por el riesgo de obtener resultados negativos).
Sin embargo, es precisamente durante la fase inicial cuando la aportación de investigadores cualificados en métricas de impacto resulta crucial para las empresas. El desarrollo exitoso de la tecnología educativa para la educación básica y media superior requiere una combinación de conocimientos especializados de especialistas en planes de estudios, diseñadores de UX y LXD, y expertos en psicología o desarrollo. Para todas las iniciativas de tecnología educativa de impacto es esencial contar con un grupo estratégicamente coordinado de profesionales y mentores de investigación capaces de ofrecer apoyo en todas las etapas del crecimiento de la tecnología educativa (desarrollo, escalamiento, implementación y validación), y este grupo debería integrarse de forma más sistemática en aceleradoras, incubadoras y estudios de emprendimiento de tecnología educativa.
Un ecosistema de impacto
Alinear el retorno de inversión (RoI) con el impacto en el aprendizaje (retorno en educación, RoE) y el impacto social (retorno en comunidad, RoC) puede, en última instancia, ayudar a que el entorno de la tecnología educativa se convierta en un ecosistema —o incluso en un bioma distinto— que lo diferencie claramente del sector fintech.
La viabilidad financiera de una industria colaborativa de este tipo puede garantizarse mediante diversas iniciativas de cofinanciamiento. Por ejemplo, las colaboraciones entre el mundo académico y la industria con las escuelas pueden financiarse a través de modelos de asociación público-privada que reduzcan los costos, ya que tanto los distritos escolares como las empresas ed-tech contribuyen al costo de probar las tecnologías en las escuelas. Los modelos de colaboración entre investigadores y empresas pueden impulsarse con microfinanciamientos (por ejemplo, en forma de presupuestos de investigación asignados a las empresas) y subvenciones a iniciativas locales de tecnología educativa, adaptadas a su fase y tamaño. Las fundaciones y los gobiernos pueden lograr un mayor impacto mediante iniciativas de financiamiento conjuntas (por ejemplo, el Tools Competition está cofinanciado por Schmidt Futures, The Walton Family Foundation, la Bill & Melinda Gates Foundation y AlleyCorp). La clave para que la ed-tech tenga un impacto positivo sostenido en la infancia a largo plazo será un modelo de financiamiento exitoso que se base en que todas las partes interesadas adopten una mentalidad de “unir y alinear” en lugar de “dividir y conquistar”.
Autor original
- Natalia I. Kucirkova es profesora investigadora afiliada a la Universidad de Stavanger (Noruega) y a la Open University y el University College London (Reino Unido). Es cofundadora de la red WiKIT, que conecta el mundo académico y la industria de la tecnología educativa.
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Este artículo es contenido original de la revista de Stanford Social Innovation Review.
- Traducción del artículo A Partnership Industry for Impactful Ed-Tech por Carlos Calles, con apoyo de DeepL
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