Después de más de tres décadas de promover la democracia liberal, Open Society Foundations se ve a sí misma a la defensiva. ¿Pueden una reestructuración estratégica y un nuevo liderazgo cambiar el rumbo?
El 26 de octubre de 2019, el financiero y filántropo multimillonario George Soros habló en el programa All Things Considered (Considerándolo todo) de la NPR (Radio Pública Nacional) para promocionar su nuevo libro En defensa de la sociedad abierta (In Defense of Open Society). El autor, de entonces 89 años, reflexionó sobre la idea en la que había invertido tanto dinero y energía, mas solo para verla tambalearse.
“Cuando me involucré hace unos 40 años en lo que yo llamo filantropía política, la idea de la sociedad abierta estaba en ascenso, pues las sociedades cerradas se estaban abriendo”, dijo Soros. “Ahora, las sociedades abiertas están a la defensiva y las dictaduras van en aumento... Tengo que admitir que la marea se ha vuelto en mi contra”.
Open Society Foundations (Fundaciones Sociedad Abierta, OSF por sus siglas en ingles), la filantropía pionera que Soros puso en marcha en los años ochenta antes de la trascendental apertura de Europa central y oriental (ECE), está atravesando una reevaluación de amplio alcance y un cambio de estrategia que debió haber sucedido hace tiempo. Una de las organizaciones filantrópicas más grandes del mundo, con un fondo de 22,000 millones de dólares y un presupuesto anual de alrededor de 1,400 millones de dólares, simplemente no estaba obteniendo los resultados deseados. Desde mediados de la década del año 2000, líderes autocráticos de todo el mundo han puesto en desventaja a la comunidad de desarrollo de mentalidad liberal, incluidas organizaciones filantrópicas como OSF. Esta, a lo largo de cuatro décadas, había recibido abundantes elogios por su tenaz labor de promoción de la democracia y su trabajo en materia de derechos humanos. La sociedad abierta, concepto del filósofo austriaco Karl Popper que refiere a un sistema político donde el Estado protege la libertad individual, y que es inspiración de la filantropía de Soros, está bajo fuego en casi todo el mundo. Las agencias que financian la sociedad abierta están siendo atacadas, y ninguna con más ferocidad que OSF, cuya sede está en Nueva York y tiene presencia en Estados Unidos y en el extranjero. Esta atención no deseada puede hablar de la eficacia de OSF, pero ha socavado los métodos de la organización y complicado enormemente su misión.
Quizás no haya mejor ejemplo de esta lucha que la Hungría natal de Soros (quien emigró en 1947 al Reino Unido, lugar en el que estudió con Popper), donde OSF ha invertido cientos de millones de dólares desde los años ochenta. El partido del populista autoritario Viktor Orbán, elegido para un mandato en 1998 y cuatro veces más desde 2010, ha convertido la antigua joya de la corona de OSF en un paria dentro de la Unión Europea, al tomar medidas drásticas contra el espacio cívico, las minorías y los medios de comunicación independientes. Orbán expulsó a OSF del país a codazos en 2018 y envió su gran oficina regional a Berlín, lo que obligó al proyecto premiado de Soros, la Central European University (Universidad Centroeuropea), a trasladar su campus principal a Viena.
Hay que reconocer que OSF es consciente del dilema, aunque no de una manera segura de remediarlo. “No podemos seguir siendo los mismos mientras el mundo y el contexto de nuestro trabajo cambian a nuestro alrededor”, proclamó el nuevo presidente de OSF, Mark Malloch-Brown en 2021, poco después de asumir el cargo y anunciar el replanteamiento. Con un currículum profundamente diferente al del activista de derechos humanos Aryeh Neier, presidente de OSF de 1993 a 2012, Malloch-Brown es un diplomático británico de carrera y miembro del Partido Laborista, que se desempeñó como vicesecretario general de las Naciones Unidas cuando Kofi Annan era secretario general, entre otros cargos internacionales de alto nivel.
“Los retos interrelacionados de hoy en día, como la pandemia global y el cambio climático, ya no pueden abordarse eficazmente a través de 40 programas y fundaciones nacionales, regionales y temáticos separados”, reconoció Malloch-Brown. Las estructuras de gobernanza de OSF se habían vuelto igualmente difíciles de manejar con una junta directiva global, ocho juntas regionales y 17 juntas orientadas a temas específicos.
El examen de conciencia de OSF y la valoración de las lecciones aprendidas son saludables e imperativos. Pero la renovación en curso empuja a la fundación hacia un nuevo territorio para la filantropía. A la luz de una recesión democrática mundial y el resurgimiento del autoritarismo, OSF está maniobrando para hacer frente a la reacción política global contra las causas progresistas, o “amenazas globales a la sociedad abierta”, como las denomina la organización. La reevaluación de OSF sobre cómo puede lograr cambios sociales y políticos solo tendrá éxito si realmente consigue ayudar a frenar estas tendencias a largo plazo.
El imperio de OSF
Desde su fundación, OSF se ha mantenido sola en la cúspide por la amplitud y profundidad de su misión. El reconocimiento de que es necesaria una remodelación es en sí mismo notable, ya que las organizaciones filantrópicas no se caracterizan por su capacidad de autorreflexión crítica. Al igual que sus pares, OSF no suele contratar a evaluadores externos ni tiene electorados u órganos de supervisión independientes que la obliguen a rendir cuentas.
La reorganización “radical” y “fundamental” que anunció Malloch-Brown revela una institución con un esfuerzo inusual por digerir las lecciones de su trabajo. A lo largo de décadas de batallas y expansión institucional, OSF se había vuelto demasiado grande y desenfocada, con 44 oficinas y proyectos repartidos por todo el mundo en 120 países. Más del 50% de las subvenciones tenían una duración inferior a un año, y los costos operativos representaban una cuarta parte del presupuesto total. “Si el alocado conjunto de programas de OSF parece algo que se improvisa cada vez que George Soros tiene una nueva idea o conoce a una nueva persona, bueno, es porque así lo es”, dijo un exadministrador de OSF, que pidió permanecer en el anonimato (una solicitud que hicieron muchos de mis entrevistados que han sido, son o esperan ser receptores de fondos de OSF). Tanto los expertos externos como los informantes de adentro, alguna vez tan elogiosos, se quejaron de que OSF se había vuelto lenta, demasiado concentrada en los Estados Unidos, cada vez más sobrecargada y con plazos demasiado cortos. Todas estas características son contrarias al modelo filantrópico hiperlocal, descentralizado y austero que el propio Soros había promovido en los años noventa y 2000.
Una fundación que alguna vez se enorgulleció de eludir la burocracia se había visto inmersa en ella. “Este financiador es una mezcla de distintas cosas”, comentó Inside Philanthropy en 2021. “Si te eligen para enviar una propuesta, el proceso a menudo puede durar entre uno y dos años antes de recibir una respuesta, o incluso no recibir ninguna. Aunque sus responsables de programas tienen un gran conocimiento, no siempre son los más receptivos”.
El presupuesto de programa de OSF (alrededor de 877 millones de dólares para programas y subvenciones en 2022) se beneficiará de la racionalización. Nueve programas temáticos, entre ellos migración internacional, salud pública, política de drogas y derechos de las mujeres, se están incorporando a la nueva estructura programática, mientras que otros dos programas se están asignando a entidades externas. El personal de OSF se redujo en aproximadamente una quinta parte después del cierre de 22 fundaciones a nivel nacional y regional. En 2020-21, a casi todo el personal de cerca de 1700 miembros se les ofrecieron paquetes de indemnización. Estos pasos simplifican la estructura a seis programas regionales: Estados Unidos, América Latina y el Caribe, Europa y Eurasia, Asia-Pacífico, África y Medio Oriente, así como un equipo de programas globales que dirige los programas “centrales” de justicia climática y reforma de la deuda soberana.
La tarea de un equipo mundial para la defensa y el cabildeo transnacional es conseguir que las voces más importantes del sur global sean escuchadas allí donde se deciden los asuntos del sur global. Además, la justicia interseccional (las formas en que múltiples maneras de discriminación se entrecruzan en sistemas definidos por la desigualdad) es un factor determinante de casi todos los proyectos. OSF pretende contrarrestar las desventajas, por ejemplo, del sur global, a través de múltiples puntos de entrada, como el alivio de la deuda, las contribuciones fiscales, la protección social, la justicia climática, la política de drogas y la migración. También, a manera de reflejo de los cambios demográficos, OSF apoya los movimientos sociales impulsados por jóvenes (en la línea de los “Viernes por el futuro” de Greta Thunberg) como un medio para lograr cambios. Por último, se está asociando más regularmente con otras organizaciones filantrópicas y gobiernos para invertir grandes desembolsos en enormes desafíos, como la crisis climática, y con plazos largos que se entrecruzan con otras prioridades.
La audacia y la toma de riesgos son reflejos del fundador de OSF, cuya fortuna se debe en gran medida a su masiva y oportuna apuesta de 1992 en contra de la libra esterlina, que le valió el apodo de “el hombre que quebró el Banco de Inglaterra”. El historial de Soros desde que comenzó a financiar académicos y disidentes en la Europa del Este comunista y Sudáfrica es asombroso. La larga lista de beneficiarios de OSF parece un quién es quién entre ONG internacionales, proyectos de educación cívica y medios de comunicación independientes. A lo largo de su historia, las personificaciones de OSF han distribuido más de 19 mil millones de dólares en más de 50,000 subvenciones. Las mejores prácticas pioneras de la fundación han llenado libros enteros durante cuatro décadas. Cuando arrancó, OSF no actuaba como una típica organización de beneficencia que financiaba proyectos únicos que, a su vez, abordaban un problema específico: una sorprendente anomalía en la filantropía. Más bien, actuaba como una red transnacional de fundaciones regionales. Su objetivo era la transformación social y política, incluso en el cambio de régimen, pero por medios pacíficos y de base.
Soros se atribuye el mérito de ayudar a acabar con el comunismo soviético, apoyar al pueblo asediado de Sarajevo en la guerra de Bosnia de los años noventa, fomentar las revoluciones de colores en la Eurasia postsoviética de los años 2000, e impulsar a la primera mujer candidata anticorrupción a la presidencia eslovaca en 2019. En Estados Unidos, Soros contribuyó a dar vida a una nueva generación de políticos estadounidenses, entre ellos el presidente Barack Obama y la exrepresentante del estado de Georgia y candidata a gobernadora Stacey Abrams, así como a decenas de fiscales progresistas en todo el país. También, OSF respaldó el movimiento Black Lives Matter en Estados Unidos desde sus inicios. Entre 1998 y 2021, la red OSF invirtió alrededor de 50 millones de dólares para promover el campo de los cuidados paliativos en todo el mundo, lo que, según los expertos, puso los cuidados paliativos en la agenda mundial de salud pública. Y nunca retrocedió ante otras causas nuevas, ya fuese la reforma penitenciaria o la difícil situación de los marginados extremos, como los romaníes, las personas que viven con VIH y los refugiados.
Este tipo de trabajo también ha atraído a enemigos poderosos. Líderes tan imponentes como el expresidente Donald Trump y el mandatario ruso Vladimir Putin denigran a OSF y a Soros por su enorme influencia. Si nos atenemos a lo que dicen sus detractores en los medios de comunicación de derecha, Soros mueve los hilos de la economía global y también instiga el izquierdismo radical. Las actividades de OSF en Hungría y Rusia habían sido tan efectivas, presumiblemente, que sus dirigentes obligaron a OSF a retirarse al acusarla de socavar el Estado.
¿Qué pasará cuando el objetivo de tal denigración pase la estafeta? ¿Sobrevivirá OSF, con su caos creativo, su célebre agilidad y su controversia, a su fundador nonagenario, quien se retira y está cediendo cada vez más poder de decisión a otros? El hijo de Soros, Alexander, de 37 años y doctor en Historia por la Universidad de California en Berkeley, fue nombrado recientemente presidente de la junta directiva de OSF, compuesta por siete miembros. Otros dos Soros, la esposa de George Soros, Tamiko Bolton Soros, y su hija, Andrea Soros Colombel, también son miembros de la junta. Casi todos los 26 consejos asesores han sido o están siendo eliminados, lo que concentra un inmenso poder discrecional en manos de la junta directiva. El hecho de que Alexander Soros esté tomando el lugar de su padre, en lugar de un profesional ajeno a la familia, subraya el hecho de que esta filantropía, como la mayoría de las otras, seguirá siendo un asunto familiar en el que los caprichos y peculiaridades del clan afectan su dirección y objetivos para bien o para mal.
Abrir Europa
La actual era de transición no es la primera para OSF. Con el paso del tiempo, ha sufrido varios cambios y ha aprendido lecciones a lo largo del camino. La primera fase de la fundación abarcó los años ochenta y principios de los noventa, cuando la Fundación Soros Budapest y luego el Open Society Institute, los precursores de las Open Society Foundations, rebautizadas en 2010, operaban en contextos autoritarios como los Estados unipartidistas de Europa del Este y la Unión Soviética, así como el apartheid en Sudáfrica. Las organizaciones de Soros, una sorprendente anomalía como filantropía privada en las regiones, se establecieron legalmente en el bloque soviético y apoyaron a una mezcla de académicos disidentes, estudiantes de mentalidad abierta, protoONG y clubes que echaron raíces en las grietas y fisuras de los esclerosados Estados autocráticos.
Como filantropía privada, lo hizo con una destreza no burocrática que ningún Estado nación o agencia de desarrollo podría aspirar a controlar. Este esfuerzo incluyó el patrocinio a muchas personas, pero también a movimientos disidentes como Solidaridad en Polonia, un sindicato independiente y antiautoritario que se basó en la estrategia de resistencia civil para promover los derechos de los trabajadores y el cambio social. Soros no podría haber escrito un mejor guion que el que se desarrolló en el bloque del Este entre 1989 y 1991, cuando las dictaduras cayeron una tras otra con los impulsores de la sociedad civil a la vanguardia.
Esta primera fase se extendió hasta principios de la década de los noventa, cuando los brotes de la sociedad abierta se empoderaron como actores independientes en sociedades democráticas recién liberadas. “El trabajo de OSF fue enormemente importante y original en ese momento”, afirma Mary Kaldor, experta en sociedad civil y gobernanza global de la London School of Economics and Political Sciences (Escuela de Economía y Ciencias Políticas de Londres). “Contribuyó a la democratización de manera importante”. George Soros estableció fundaciones independientes en toda Europa central y oriental, y en la antigua Unión Soviética, que recibieron de él cantidades fijas de dinero sin condiciones, las cuales distribuían, a su discreción, a cientos de grupos y causas con conciencia cívica que consideraban prometedores. Dicha inversión tan audaz reflejaba actos de confianza nunca antes vistos entre las agencias de desarrollo.
“Es difícil imaginar cómo sería la sociedad civil en Europa central y oriental si Soros y OSF no hubieran estado involucrados”, comenta Emily Tamkin en su biografía de 2020 The Influence of Soros: Politics, Power, and the Struggle for an Open Society (La influencia de Soros: política, poder y la lucha por una sociedad abierta). “La mayoría de las personas que trabajan en espacios de la ‘sociedad civil’ en países de esta región, al menos las que yo he conocido, han estado involucradas de alguna manera con OSF en algún momento “.
Reacción
La segunda fase, durante la cual el presupuesto de OSF, se disparó a cientos de millones de dólares, comenzó cuando estas democracias se estabilizaron. OSF funcionó como un socio en la reforma de transición: políticamente informado, operativamente flexible y con un oído siempre atento al terreno. Por ejemplo, a través de sus fundaciones locales, apoyó los esfuerzos para garantizar una mayor transparencia parlamentaria, elecciones libres y justas, un poder judicial moderno y medios de comunicación independientes. Soros se dedicó, como dice Daniel Bessner, historiador de la Universidad de Washington, “a construir instituciones permanentes que sostuvieran las ideas motivantes de las revoluciones anticomunistas, mientras modelaban las prácticas de una sociedad abierta para los pueblos liberados de Europa del Este”. Las comunidades de Soros, observa Tamkin, hablaban el lenguaje de la democracia inclusiva: liberal, secular y racional.
Esta visión era todo lo que no era el creciente número de nacional populistas de derecha en Europa central y oriental, incluido el político húngaro Viktor Orbán, quien, como candidato a una beca de OSF, estudió en la Universidad de Oxford con el dinero de Soros. Pero fue Orbán quien comprendió, aún más rápidamente que los defensores de OSF, que las ideas de las “élites” educadas, angloparlantes y de mentalidad liberal, beneficiados de la generosidad de Soros, no resonaban en las personas húngaras promedio, a quienes la reestructuración de la economía de libre mercado, parte integral de la receta liberal, estaba sometiendo a un enorme dolor y sufrimiento.
Tal crítica refleja la apreciación de Bessner de que los primeros trabajos de las instituciones de Soros abrazaron una filosofía de libre mercado (en la medida en que una sociedad libre depende de mercados libres, aunque regulados). Tal como se aplicó en toda Europa central y oriental y en Rusia durante los años noventa, lo anterior empobreció a millones de personas comunes; por lo tanto, benefició directamente a los populistas. A pesar de las numerosas denuncias públicas de Soros al capitalismo de laissez-faire (dejen hacer-dejen pasar) desde entonces, Bessner argumenta que, aunque “Soros reconoció antes que la mayoría los límites del hipercapitalismo, su posición de clase lo hizo incapaz de defender la raíz y la rama (léase anticapitalista o poscapitalista): reformas necesarias para lograr el mundo que él desea”. El vicepresidente de OSF, Leonard Benardo, afirma que fue un “enorme, enorme fracaso por parte de Occidente” entender los derechos humanos principalmente como construcciones políticas y cívicas, mas no en términos sociales y económicos. De hecho, contrario a las afirmaciones de Putin, Orbán y los republicanos estadounidenses, estas deficiencias, entre otras, han tenido el efecto de neutralizar gran parte de la energía positiva y el arduo trabajo realizado durante años en los países beneficiarios de OSF. “El gran error fue dar por sentado el neoliberalismo”, dice Mary Kaldor. “Ni siquiera hubo una discusión al respecto”.
Otros críticos afirman que el error clave de OSF fue financiar a una élite liberal que parecía muy refinada para los donantes occidentales, pero que tenía poco en común con la gente de a pie. Por ejemplo: “cuando las organizaciones sin fines de lucro en Hungría son financiadas por un filántropo estadounidense, entonces ya no se trata de organizaciones de base”, apunta Dániel Mikecz, politólogo del Instituto de Ciencias Políticas de la Academia de Ciencias de Hungría.
Timothy Garton Ash, historiador de la Universidad de Oxford, sostiene ideas similares. “Las figuras hacia las que Soros gravitaba y a quienes confiaba sus fundaciones solían ser intelectuales que vivían en las grandes ciudades, lo que también significa que solían provenir de un cierto nivel de privilegio”, dijo Garton Ash a la biógrafa Tamkin. “¿Cómo podría abrirse una sociedad, y cómo las oportunidades de participar en ella podrían hacerse más equitativas, si las personas encargadas de abrirla proceden de un estrato social similar?” Esta imagen, mezclada con antisemitismo y otras fobias, fue hábilmente explotada por personas como Orbán para consolidar su base y ganar elecciones.
La marca OSF se volvió tan tóxica que algunos beneficiarios acabaron por distanciarse de ella eventualmente. Uno de estos grupos, que pidió no ser identificado, afirma que hoy es más fuerte sin la afiliación a OSF. “Ahora nuestros financiadores son diversos, por lo que no dependemos de ninguno de ellos. En este país, la asociación con George Soros y OSF se había convertido en un lastre”, dice el representante de una de estas organizaciones; se trata de un sentimiento que comparten otros beneficiarios en Europa central y oriental, y en Asia central.
Ampliar la huella
Para el año 2000, OSF ya estaba en su tercera fase: avanzaba más allá de Europa y Asia central hacia el sudoeste asiático, África, Sudamérica, Medio Oriente y Estados Unidos. La idea era tomar el método ganador de OSF y aplicarlo en otros lugares. Durante aquel año, el consenso todavía era que el método resultaba ganador. OSF adoptó una agenda amplia, completamente occidental y de causas progresistas, que abarcaba desde los derechos de las minorías y las preocupaciones LGBTQ hasta la reforma educativa. En Baltimore, Maryland, Soros invirtió 60 millones de dólares en trabajos de tratamiento contra la drogadicción, reformas escolares y penitenciarias y delincuencia juvenil. Asimismo, durante las elecciones presidenciales estadounidenses de 2004, Soros intervino en una política abiertamente partidista por primera vez, mas no última, al respaldar la candidatura del demócrata John Kerry contra la reelección de George W. Bush.
Aunque la campaña de Kerry terminó en derrota (pese a los 28 millones de dólares en donaciones de Soros), el esfuerzo de Baltimore terminó con efectos positivos: programas duraderos contra las drogas que se convirtieron en políticas y duplicaron el número de personas que reciben tratamiento. Sin embargo, aquí OSF también se topó con preguntas difíciles que, en última instancia, son aplicables a todas las organizaciones filantrópicas: ¿deben intervenir personas adineradas para brindar servicios que los gobiernos deberían ejecutar por sí mismos? ¿Esto quita a los estados la responsabilidad de hacer su trabajo? ¿Puede la filantropía reformar los departamentos de policía o abordar los prejuicios racistas de los sistemas de justicia penal?
Para ese momento, los Estados de Europa central tenían en la mira el ingreso a la UE (en 2004, se unieron Hungría, Eslovaquia, la República Checa y Polonia), por lo que OSF advirtió a sus beneficiarios allí que pronto pasarían a manos de la UE, la cual presumía muchas veces de su poder financiero. En términos de democracia, se consideraba a Europa central y oriental como un asunto cerrado: no perfecto ni mucho menos, pero sí un paquete cerrado, entregado con éxito. Si aún quedaban asperezas, la adhesión a la UE las puliría, como lo hizo en la Alemania, Italia, Grecia y España de la posguerra, países europeos que habían superado con éxito el legado de Estados fascistas de mano dura. El fin de la historia, como el politólogo Francis Fukuyama denominó al ascenso de la democracia liberal occidental, estaba cerca.
Las fundaciones OSF en ECO, como la Stefan Batory Foundation (Fundación Stefan Batory) de Polonia y el Hungarian Helsinki Comittee (Comité Helsinki de Hungría, HHC por sus siglas en inglés), recibieron amplias advertencias y luego fondos “spin- off” (fondos derivados) para establecer donaciones individuales o realizar la transición a una entidad independiente; es decir, a modo de organizaciones que pueden recibir financiación periódica de OSF, pero que también dependen de otras fuentes. Muchas lograron dar este salto (Batory y HHC), mientras que otras no. Las fundaciones de Lituania y Letonia tuvieron que reducir significativamente su tamaño, pero volvieron a establecerse con un tamaño menor y trabajando en proyectos financiados mediante subvenciones.
Una teoría del cambio defectuosa
OSF entró en una nueva fase hace aproximadamente una década, cuando su influencia pareció disminuir a nivel macroeconómico a pesar de sus presupuestos cada vez mayores (873 millones de dólares en 2013), su personal y su alcance global. En Hungría, durante el 2010 (el mismo año en que OSF comenzó su transición fuera del país), Orbán llegó al poder por segunda vez, después de ocho años en la oposición, aprovechando una ola de populismo nacional que señalaba a los grupos liberales no solo como la oposición, sino como el enemigo del pueblo húngaro. Orbán sigue hoy en el poder, y más firmemente aferrado que nunca.
“Soros y OSF asumieron que hay una progresión lineal del desarrollo democrático en estos lugares, que los sistemas democráticos producirían la prosperidad y las libertades que la gente desearía y que nunca darían marcha atrás”, dice Ivan Vejvoda, especialista en los Balcanes y rector del Instituto de Ciencias Humanas de Viena. “Eso fue una ilusión”.
Desde los últimos años, el propio Soros reconoció que la teoría del cambio de OSF tenía fallas significativas. En 2016, opinó que los líderes electos en todo el mundo habían “fracasado a la hora de satisfacer las expectativas y aspiraciones legítimas de los votantes y (...) este fracaso llevó a los electores a desencantarse con las versiones predominantes de la democracia y el capitalismo”. Soros argumentó que la marea se había vuelto en contra de las sociedades abiertas tras la crisis financiera global de 2008. “Esto, a su vez, condujo al surgimiento del nacionalismo: el gran enemigo de la sociedad abierta”.
No obstante, en lugar de tirar la toalla, pues Soros había sostenido durante mucho tiempo que la fundación no sobreviviría a su fundador, la dotó con la mayor parte de su fortuna: 18 mil millones de dólares añadidos a los 5 mil millones de dólares que ya estaban en la cuenta de OSF. Un hecho que Soros había subestimado en el pasado guiaría el trabajo de OSF: “La falta de políticas redistributivas es la principal fuente de insatisfacción que los adversarios de la democracia han explotado”, concluyó Soros.
La rotunda conclusión que ha sacado OSF de sus décadas en las trincheras (y que ahora resulta intrínseca de la mayor parte de sus programas) es que la desigualdad económica erosiona la confianza en las instituciones democráticas e incita al surgimiento del autoritarismo. Una división desigual de la riqueza no provoca por sí misma el extremismo, pero ofrece un terreno fértil. “Cuando las políticas económicas benefician desproporcionadamente a los de arriba, es más probable que los demás crean que la democracia no puede beneficiarles”, explica la economista brasileña Laura Carvalho, actual directora global de equidad de OSF. Carvalho afirma que el resultado es el malestar social, la frustración con los gobiernos democráticos y el surgimiento de entornos propicios para los autoritarismos.
Por ejemplo, en sus nuevas estrategias para África y todo el sur global, OSF está tanteando nuevos modelos de desarrollo económico: “Reconocemos la violencia de una visión neoliberal y de financiamiento del desarrollo que no está regulada ni controlada y resta importancia al bienestar de las personas y comunidades”, afirma su nueva estrategia One Africa (Una África). Para perjuicio de las personas africanas comunes, OSF concluyó que esta ideología se ha instalado en las instituciones de gobierno y en la conciencia popular: “Apoyaremos espacios y procesos para que pensadores, activistas y responsables políticos africanos desafíen las ortodoxias económicas, de manera que reflejen los contextos y prioridades africanos y vayan más allá de la crítica hacia nuevas imaginaciones”.
La revisión de la estrategia One Africa esboza los contornos de este nuevo modelo económico impulsado por África, mas deja que sus detalles sean discutidos en los propios foros del continente. Se dará prioridad a la inversión en salud y educación, se garantizará el poder de negociación de los trabajadores, se apoyará la justicia fiscal para enfrentar las desigualdades y se frenará la corrupción. Igualmente, África no debería dudar en liberarse de los acuerdos comerciales existentes y negociar otros nuevos que hagan que el comercio y la inversión beneficien a los africanos. Puede que esto no sea socialismo, pero es un tipo de capitalismo muy diferente al impulsado durante décadas por las agencias internacionales de desarrollo.
Además de la injusticia económica, los arsenales de los autócratas populistas se han visto enormemente reforzados por las sofisticadas tecnologías de la información. Estas aumentan sus tácticas represivas y narrativas antiliberales, tanto dentro de sus propias sociedades como más allá de sus fronteras, similar a lo hecho por Rusia, Irán y China. Malloch-Brown sostiene que, con el fin de vencer a los enemigos de la sociedad abierta, tiene más impacto responder a la desinformación, por ejemplo, que monitorear las elecciones o respaldar a ciertos partidos políticos.
Sumado al patrocinio del periodismo independiente, como lo ha hecho durante décadas, este esfuerzo implica el apoyo de OSF a las contribuciones de la sociedad civil a la nueva Digital Services Act (Ley de Servicios Digitales, DSA por sus siglas en inglés) de la UE. Esta innovadora legislación fue diseñada para limpiar los mayores foros en línea del mundo, haciendo que las plataformas de redes sociales sean responsables de los riesgos que representan para las sociedades; por ejemplo, al minimizar la difusión de desinformación mediante la modificación de algoritmos y cerrando cuentas falsas. OSF financió a una gran cantidad de beneficiarios que trabajan con European Digital Rights (Derechos Digitales Europeos), una asociación de docenas de organizaciones de derechos civiles de toda Europa que defienden los derechos y libertades digitales. También, OSF financió desde su fundación a DSA Observatory, un proyecto dirigido por la Universidad de Ámsterdam que actúa como un centro de conocimientos en DSA.
La nueva OSF
Los liderazgos consecutivos de OSF habían intentado (y solo lo habían conseguido parcialmente, en el mejor de los casos) actualizar la eminente organización: alcanzar el enorme impacto que buscaban sus gastos y convertir a OSF en una fundación verdaderamente global. Los años de expansión desordenada habían convertido a OSF, según David Callahan, editor de Inside Philanthropy, en un “pulpo” de oficinas remotas. Los miembros del personal y proyectos, que abarcaban casi todos los continentes, estaban involucrados en una amplia gama de diferentes temas progresistas, con un panorama más amplio y vínculos cada vez más tenues entre sí, lo que ocasionaba una colaboración difícil entre temas y fronteras. La constante avalancha de iniciativas iba y venía a tal ritmo que ni siquiera los propios miembros de la junta directiva podían seguirles el ritmo, observaron antiguos miembros del personal.
“OSF se había centrado más en el ámbito interno y requería más procesos, lo que resultaba agotador para muchos miembros del personal que todavía intentaban cumplir con sus programas y beneficiarios”, afirma Merrill Sovner, exmiembro del personal de OSF y subdirectora del Centro de Estudios de la Unión Europea del Centro de Posgrado de la CUNY en la ciudad de Nueva York. También, lo que es quizá aún más grave, OSF se había convertido en una organización muy pesada y burocrática, lo contrario de lo que la había distinguido en un principio. Además, las tensiones entre las fundaciones nacionales y regionales descentralizadas de OSF y las oficinas centralizadas de experiencia y presupuesto en la ciudad de Nueva York se habían vuelto feroces, según sus empleados. Cada vez más decisiones de OSF se tomaban allí, en lugar de que fueran tomadas por los locales sobre el terreno.
El equipo de Malloch-Brown ha respondido a esta situación con una profunda reorganización para hacer que OSF sea más ágil y enfocada: el trabajo regional se supervisa más cerca de su ubicación y se basa en el conocimiento local. Los seis centros regionales controlan ahora más de 527 millones de dólares en fondos (una cuarta parte más que en 2020) y ejercen más autoridad sobre la totalidad de sus propios programas.
“Tenemos más autonomía regional que antes, pero también tenemos un sistema de financiación central más flexible y con mayor capacidad de respuesta”, comenta Binaifer Nowrojee, actual vicepresidenta regional de OSF y jefa de operaciones originales de la transformación. Nowrojee sostiene que OSF funcionará mucho más eficazmente a través de las fronteras, a mayor escala, con menores costos operativos y sin duplicaciones. En el África subsahariana, por ejemplo, ocho oficinas distribuidas por todo el continente se fusionaron en tres, que ahora funcionan como un solo programa.
Asimismo, el programa romaní de OSF fue transferido a una nueva entidad independiente en Bruselas, lo que lo convertirá en el más grande del mundo cuando se inaugure a finales de este año. El programa de educación superior de OSF fue transferido a Open Society University Network, una red global de instituciones de educación superior. El programa de Europa y Asia Central, así como eventualmente el programa de Estados Unidos, recibirá menos financiamiento, mientras que los programas en el sur global se están intensificando. Desde 2019, el gasto en América Latina y el Caribe ha aumentado un 50%. No obstante, el mayor foco de gasto sigue siendo Estados Unidos, pues se estima un presupuesto de 234 millones de dólares para 2022, una cifra mayor de lo que sería normalmente, debido a las donaciones hechas a candidatos y causas demócratas durante las elecciones legislativas de mitad de mandato. A fin de mantenerse cerca de las poblaciones sobre el terreno y de sus problemas, todo el personal del programa debe residir en las regiones donde trabaja, una medida que recuerda el estilo de la organización en los años noventa. Igualmente, en términos de apuestas más largas y ambiciosas, una cuarta parte de todas las subvenciones tendrán una duración mínima de tres años a partir de 2023. Se supone que un proceso simplificado de concesión de subvenciones facilitará mucho el acceso a estos fondos, un beneficio que seguramente será bienvenido por las legiones de solicitantes frustrados.
La transformación de OSF no se limita a su estructura. Aunque todavía está en transición, OSF ya se ha lanzado a nuevos programas. La crisis climática, por ejemplo, es un campo nuevo para OSF y, a primera vista, no encaja de forma natural. Por un lado, no es un tema ignorado, pues ya existen miles de grupos dedicados a este. Además, entre las organizaciones filantrópicas mundiales, que distribuyen un total de 801 mil millones de dólares al año, solo el dos por ciento se destinó a esfuerzos para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero en 2021. No obstante, OSF se ha centrado específicamente en la justicia climática; es decir, la división y el reparto justos, y la distribución equitativa de las cargas del cambio climático y su mitigación. El sur global está sufriendo la peor parte del colapso climático, aun cuando es el que menos ha contribuido a él. En contraste con el abrumador enfoque técnico que ha dominado en este campo hasta ahora, OSF afirma que su interés es “un enfoque socioeconómico y holístico (del clima) más centrado en las personas”.
A cargo de esta misión, y reflejo de la mayor diversidad global del personal de OSF (otro objetivo de la transición), está Yamide Dagnet, exdiplomática y nativa del grupo de islas caribeñas de Guadalupe, quien en 2021 asumió el cargo recién creado de directora de justicia climática. Dagnet tiene experiencia en negociaciones climáticas internacionales, y su tarea en OSF es diseñar una estrategia con el fin de acelerar “transformaciones políticas y económicas para lograr la justicia climática y social en países estratégicos de ingresos bajos y medios”. Representó a OSF en la COP27 celebrada en Egipto, durante noviembre de 2022, donde OSF se unió a representantes del sur global para conseguir la aprobación del norte global y crear un mecanismo que se ocupe de las “pérdidas y daños” de los países más pobres debido al colapso climático. La victoria tardó en llegar. El sur global había estado trabajando en este tema desde la COP1 en 1995, y Estados Unidos y la mayoría de las naciones más ricas se habían opuesto durante mucho tiempo a lo anterior, debido a que, específicamente, las solicitudes de indemnización podrían ser altísimas a medida que la crisis climática empeorara.
En la COP27, OSF también se unió a los partidarios de otro proyecto orientador de la dirección de OSF: uno que vincula la acción sobre el clima y el desarrollo, que implica un impulso más amplio y que está liderado por el sur global. La Iniciativa Bridgetown es una campaña para reformar el mundo del financiamiento para el desarrollo; especialmente, la forma en que los países ricos ayudan a los países pobres a afrontar y adaptarse al cambio climático. Dirigida por su fundadora, Mia Mottley, primera ministra de Barbados, la Alianza de Estados y organizaciones sin fines de lucro respaldan la Iniciativa Bridgetown, cuya primera prioridad es persuadir al Fondo Monetario Internacional para que recanalice al menos 100 mil millones de dólares no utilizados de activos suplementarios de reserva de divisas hacia los países necesitados.
A su vez, la campaña de Bridgetown va más allá y pide la condonación automática de la deuda de los países afectados por pandemias o desastres naturales; un billón de dólares adicional de financiamiento de los bancos de desarrollo para la resiliencia climática, y un nuevo mecanismo para canalizar la inversión del sector privado hacia la mitigación del cambio climático. Según Mottley, las deudas escandalosamente altas son solo una de las características de una arquitectura financiera internacional obsoleta e inadecuada para las necesidades del sur global.
Mucho menos en el nuevo espíritu de Malloch-Brown, OSF volvió a participar en el Foro Económico Mundial a principios de 2023 en Davos, Suiza. El FEM ha sido durante mucho tiempo el símbolo de prosperidad de un mundo globalizado donde los ricos y poderosos insisten en que un mayor comercio traerá más libertad al mundo. Por primera vez en muchos años, George Soros no estuvo entre los asistentes. Pero Malloch-Brown estaba allí, y OSF se asoció con otras 45 organizaciones, entre ellas Bezos Earth Fund (Fondo Bezos por la Tierra), la IKEA Foundation (Fundación IKEA), la The Rockefeller Foundation (Fundación Rockefeller), y muchas empresas de renombre y grupos del sector público, para establecer una iniciativa que financie y haga crecer “asociaciones públicas, privadas y filantrópicas”. Todo con el fin de desbloquear los tres billones de dólares en financiamiento que se estiman necesarios cada año para alcanzar la neutralidad de carbono en 2050.
Aunque esta iniciativa puede tener buenas intenciones, la mayoría de los expertos en temas climáticos sostienen que el verdadero poder reside en los estados de peso y las organizaciones transnacionales, como Estados Unidos, China, la Unión Europea y las Naciones Unidas. Aseguran que la creación de sistemas de tasación de carbono, la inversión en tecnologías limpias y muchos cientos de miles de millones en ayuda estatal, que impulsen el sector de las tecnologías verdes, serán decisivas en la transformación de la economía global; lo contrario a las donaciones caritativas de los mismos actores que, en su búsqueda de riqueza, han exacerbado la crisis climática en primer lugar.
La guerra en múltiples frentes
A principios de 2022, fuerzas militares rusas invadieron Ucrania y comenzó una guerra que continúa hasta hoy en día. Desde la caída del comunismo, esta representa la amenaza más grave para la sociedad abierta en Europa, lo que pone en duda la misión misma de OSF. Después de todo, todavía en 2012, George Soros confiaba en que Rusia y la participación de 25 años de OSF en el país iban por buen camino. Dos años después, Rusia invadió Crimea y un año más tarde expulsó a OSF de su territorio. Soros todavía cree que el atractivo de la democracia es la mayor amenaza para las sociedades cerradas; es así como explica la determinación de Putin de subyugar a Ucrania.
El nuevo fondo discrecional de 100 millones de dólares de OSF para responder rápidamente a las crisis emergentes demostró su utilidad casi de inmediato. OSF, que ha apoyado la democracia cívica en Ucrania desde 1990, rebuscó aún más en sus bolsillos para lanzar el Fondo para la Democracia de Ucrania, comenzando con 25 millones de dólares. La misión de OSF en tiempos de guerra es la creación de una “primera línea cívica” de varias ONG para defender a Ucrania y sentar las bases para una democracia de posguerra que proteja la sociedad civil, distribuya suministros médicos, sostenga los medios de comunicación libres de Ucrania, entre otras tareas. Rápidamente, el fondo de Ucrania recibió donaciones de las fundaciones Schmidt Family, Oak y Ford, entre otras, lo que elevó su total a 45 millones de dólares.
Los nuevos capitanes de la OSF son francos sobre el desafío único de enfrentarse a las fuerzas de la derecha global en esta nueva era, así como los nuevos Soros en puestos directivos parecen deseosos de construir sobre el legado de George, no de revertirlo. Desafortunadamente, la autoridad de todos ellos en conjunto no está a la altura de la del patriarca de OSF; la fundación está ahora en sus manos, y en una coyuntura crítica y precaria. La persona de George Soros ha definido tanto a OSF desde sus primeras personificaciones, que es imposible imaginarla sin él. Lo más probable es que sea menos extravagante, improvisada y extensa. El veterano de la ONU Malloch-Brown se está asegurando de ello.
Por muy similares que puedan parecer las ideas de George Soros sobre la sociedad abierta en Ucrania a las que pronunció hace 35 años (después de todo, le resultan familiares los tanques rusos frente a una población enfurecida de Europa del Este que lucha por la libertad), OSF encarna a una institución que ha aprendido sobre las complejidades de la sociedad abierta y, al hacerlo, ha enriquecido el concepto original de Popper. No obstante, las consecuencias económicas y políticas globales de la guerra en Ucrania (interrupciones en el suministro, crisis energética, flujos de millones de refugiados, inflación, China alineándose con Putin, objetivos climáticos incumplidos, escasez de alimentos) exacerban la desigualdad, el extremismo y el odio contra los inmigrantes que alimentan los movimientos autoritarios y fascistas. Por lo tanto, OSF, en su lucha por una sociedad abierta, se encuentra enfrentando todos estos problemas importantes a la vez. Por mucho que OSF haya aprendido sobre la promoción de la democracia, la tarea que tiene la organización parece ampliarse cada vez que cree estar cerca de encontrar un antídoto.
Autor original:
- Paul Hockenos es un escritor que reside en Berlín. Es autor de varios libros, entre ellos La llamada de Berlín: una historia de anarquía (Berlin Calling: A Story of Anarchy), Música (Music), El muro (The Wall) y El nacimiento de un nuevo Berlín (The Birth of the New Berlin).
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Este artículo es contenido original de la revista de Stanford Social Innovation Review publicado en la edición verano 2023.
- Traducción del artículo Open Society Under Threat por Leticia Neria
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