En "Poverty, by America", el sociólogo Matthew Desmond sostiene que el estado de bienestar estadounidense no ayuda a quienes más lo necesitan.
Estados Unidos es una de las naciones más ricas del planeta y, sin embargo, tiene más pobreza que cualquier otro país democrático. Uno de cada nueve estadounidenses vive por debajo del umbral de la pobreza y 38 millones de personas no pueden cubrir sus necesidades básicas. A pesar de que el PIB estadounidense crecerá hasta los 26 billones de dólares en 2022, su nivel de pobreza no ha variado significativamente desde 1970. ¿Por qué persiste la pobreza en un país tan próspero?
En Poverty, by America [Pobreza, por Estados Unidos], el sociólogo de la Universidad de Princeton Matthew Desmond sostiene que la pobreza de Estados Unidos se ha producido “no a pesar de la riqueza [de Estados Unidos], sino a causa de ella”. Nos beneficiamos de los factores sistémicos y estructurales que producen la pobreza; Desmond emplea deliberadamente el plural “nos” para implicarnos a todos como creadores de la economía de la pobreza de esta nación. Afirma que nos beneficiamos de la pobreza de tres formas concretas: la explotación económica y laboral, que satisface nuestra demanda de productos baratos; un sistema fiscal estadounidense que subsidia la opulencia; y, en relación con esto, los programas estadounidenses que ofrecen rescates y redes de seguridad a los ricos.
“El gobierno estadounidense da la mayor ayuda a quienes menos la necesitan”, argumenta Desmond. “Esta es la verdadera naturaleza de nuestro estado de bienestar, y tiene implicaciones de largo alcance, no solo para nuestras cuentas bancarias y niveles de pobreza, sino también para nuestra psicología y espíritu cívico.”
Poverty, by America llega siete años después del libro de su ganador del Premio Pulitzer, Evicted. Poverty and Profit in the American City (Desahuciadas. Pobreza y lucro en la ciudad del siglo XXI), que examinaba cómo el modelo estadounidense de desalojo de viviendas agrava la pobreza. Ambos libros tienen su origen en la experiencia de la infancia del autor, quien perdió la casa de su familia por una ejecución hipotecaria después de que su padre perdiera el trabajo. Las preguntas que surgieron de esa experiencia han inspirado la investigación y la escritura de Desmond: ¿Por qué nuestra nación castiga, en lugar de ayudar, a las personas que sufren? ¿Por qué el resto de nosotros aceptamos este trato?
La investigación etnográfica en profundidad de Desahuciadas, que le valió un Pulitzer, pues Desmond vivió durante varios meses entre ocho familias de bajos ingresos en Milwaukee, Wisconsin, resultaba menos abundante en su nuevo libro, pero sigue siendo eficaz. Poverty, by America alcanza su máxima potencia cuando Desmond combina su investigación con historias personales. Entre los párrafos repletos de estadísticas hay testimonios de las personas que Desmond ha entrevistado a lo largo de su carrera. Estos relatos ponen un rostro humano a la pobreza; fueron incluidos, sin duda, para que los lectores sientan empatía por quienes la padecen y se responsabilicen de su difícil situación.
Desmond sostiene que, en parte, la razón por la que nos preocupamos tan poco por la pobreza es que sigue siendo invisible en nuestra cultura. “Los pobres no aparecen en las películas, ni en los programas de televisión, ni en la música popular, ni en los libros infantiles”, observa, porque la prosperidad estadounidense se ve amenazada por la exposición de la pobreza.
Poverty, by America no les da a los lectores la opción de mirar hacia otro lado. Desmond cuenta la historia de Crystal Mayberry, que nació de manera prematura en 1990, luego de que su madre fuera apuñalada durante un robo. De niña fue víctima de abusos sexuales y los Servicios de Protección Infantil la pusieron bajo cuidado tutelar, donde pasó de un hogar de acogida temporal a otro. Le diagnosticaron trastorno de estrés postraumático y trastorno bipolar, y recibió prestaciones de la Seguridad Social; de ahí destinaba el 73% para pagar la renta. Como mujer de raza negra, en varias ocasiones le habían negado acceso a la vivienda dentro de las zonas blanca e hispana de la ciudad. Pronto se retrasó en el pago del alquiler y fue desalojada. Historias como la de Mayberry demuestran cómo la pobreza es un “apretado nudo de males sociales” que condiciona drásticamente la vida de una persona.
Desmond utiliza datos e historias personales para desmentir mitos culturales sobre la pobreza. Por ejemplo, disipa la creencia racista y xenófoba de que la inmigración amenaza la economía al señalar datos que muestran que “los estados que han acogido a más inmigrantes en el último medio siglo... han crecido más prósperos”. Entre 1970 y 2019, dos de estos estados, Texas y Florida, experimentaron descensos de la pobreza del 5% y el 4%, respectivamente. Desmond también refuta la fábula de que un aumento del salario mínimo aumentaría el desempleo. Revela que la falacia se origina en “datos hipotéticos” de 1946 y luego cita docenas de estudios que prueban “que el aumento del salario mínimo tiene efectos insignificantes sobre el empleo.”
Estos mitos perpetúan la política imperante de culpabilización y marginación que incita a los estadounidenses a creer, dice Desmond, que “la ayuda a los pobres es venenosa”. Nos invita, en cambio, a considerar la posibilidad de que la gente está atrapada en la pobreza no porque sea perezosa o inculta, sino porque el sistema económico y la cultura del país encumbran a personas que no necesitan ayuda. Desmond dirige nuestra atención a la economía de la pobreza en Estados Unidos y, concretamente, hacia quienes lucran con ella. Los beneficios de la economía de la pobreza proceden de la explotación del precio de la renta, las comisiones bancarias y las prácticas laborales. El complejo Amazon que han desarrollado los estadounidenses —nuestra adicción a los productos entregados en cuestión de días hasta la puerta de nuestra casa— se produce a costa de que la gente reciba un salario digno: los productos baratos requieren mano de obra barata. Al menos entre el 50% y el 70% del salario de los estadounidenses pobres se destina al pago de la renta y servicios públicos, mientras que los propietarios obtienen más beneficios de los apartamentos de los barrios pobres que de los de los barrios ricos. También, se pierden salarios en comisiones bancarias y relacionadas con las finanzas; Desmond calcula que hay “más de 61 millones de dólares en comisiones cobradas cada día predominantemente a estadounidenses con bajos ingresos.”
Es probable que tu vida cotidiana, moldeada por la segregación social, refuerce esta explotación. Si vives en una zona privilegiada, y especialmente si eres propietario de una vivienda, te beneficias y apoyas pasivamente las leyes de zonificación que mantienen las viviendas sociales y edificios multifamiliares fuera de tu vecindario. Si tienes un vehículo particular o te trasladas en Uber con regularidad, probablemente no utilices las infraestructuras públicas de las que dependen las comunidades pobres. Desmond sostiene que estas separaciones estructurales entre indigencia y opulencia dan lugar a una “tendencia nacional de opulencia privada y miseria pública”. Finalmente, las políticas gubernamentales refuerzan la división al no invertir en bienes públicos, que solo son utilizados por los ciudadanos más pobres del país.
Con creces, la prueba más contundente de que la mayoría de los estadounidenses refuerzan pasivamente la economía de la pobreza es el hecho de que los pobres no son los que más ayuda reciben del gobierno: las familias privilegiadas sí. Los subsidios a las hipotecas, las lagunas fiscales y las prestaciones laborales combinadas equivalen a que los estadounidenses más ricos reciben “un 40% más de subsidios gubernamentales que las familias estadounidenses más pobres.”
¿Decidirán los estadounidenses dejar de beneficiarse de los pobres? ¿Algún día aceptarán los estadounidenses las tasas fiscales necesarias para abolir la pobreza?
Como el estudio de Desmond se centra en la clase social, a veces se pierden en la ecuación otros factores y contextos que contribuyen a la pobreza. La pobreza tiene un aspecto diferente dependiendo de dónde vivas y cómo seas. Puesto que el marco analítico de Desmond no es interseccional, Poverty, by America solo puede ofrecer una explicación incompleta de cómo la pobreza estadounidense se ha propagado a lo largo de líneas raciales o cómo los mitos de clase y las narrativas del Sueño Americano trabajan juntos para reforzar tanto la pobreza como el racismo. A pesar de no contar con esta lente interseccional, el libro de Desmond está bien documentado y sigue siendo persuasivo.
Desmond concluye su libro con una solución radical para acabar con la economía de la pobreza en Estados Unidos: si el sistema es corrupto, hay que desbaratarlo. Desmond calcula que el costo de abolir la pobreza estadounidense —es decir, elevar a todo el mundo por encima del umbral nacional de pobreza, que equivale a 30,000 dólares para una familia de cuatro miembros en 2023— resulta de 177,000 millones de dólares o, en otras palabras, “menos del 1% de nuestro PIB”. El autor sostiene que este dinero podría conseguirse fácilmente, pero solo si el gobierno acabara con los códigos fiscales y los incentivos que suponen una evasión fiscal anual de un billón de dólares para las personas y empresas más ricas de Estados Unidos. Desmond afirma que la abolición de la pobreza no puede lograrse únicamente con el gasto en bienestar social, sino que debe ir acompañada de cambios estructurales que aborden los problemas sistémicos que subyacen a la economía de la pobreza, incluidas las reformas del sistema fiscal.
Cada solución que Desmond propone corresponde a un problema que expone en el libro. Apunta que el Congreso debería aumentar el salario mínimo para erradicar los salarios por debajo del mínimo y “garantizar que los trabajadores nunca más tengan que luchar para ganarse la vida”. Asimismo, propone que el gobierno aumente su inversión en bienes públicos, desde la vivienda pública a la educación pública, e introduzca políticas que hagan que la banca sea menos depredadora. Dice que los ciudadanos deberían solicitar al Congreso la promulgación de un nuevo conjunto de leyes laborales para el moderno sistema laboral corporativo de Estados Unidos. Dentro de nuestras propias comunidades, recomienda que aboguemos por la eliminación de las leyes de zonificación para reintegrar a los ricos y los pobres del país. Según Desmond, deberíamos convertirnos en “abolicionistas de la pobreza”, que lleven a cabo “una auditoría de nuestras vidas al personalizar la pobreza mediante el examen de todas las formas en que estamos conectados con el problema, y con la solución”. En conjunto, Desmond cree que podemos crear una sociedad cuya prosperidad no dependa de la pobreza.
Pero, ¿decidirán los estadounidenses dejar de beneficiarse de los pobres que ni siquiera vemos? ¿Algún día aceptarán los estadounidenses las tasas fiscales necesarias para abolir definitivamente la pobreza?
Al final del libro, me encontré cautelosamente esperanzada de que se esté produciendo un cambio cultural en el horizonte; incluso Desmond cita una encuesta del Pew Research Center de 2020 que indica que, por primera vez, más estadounidenses atribuyen la pobreza a condiciones estructurales en lugar de faltas individuales. Parte de mi esperanza se debe también a mi interés personal en el argumento de Desmond. Después de ser testigo de cómo la economía de la pobreza acaba con mi comunidad rural —en forma de comisiones abusivas por sobregiros, empleos de 7 dólares la hora y deudas crecientes—, quiero pensar que las cosas pueden cambiar, que algún día podré dejar de enviar dinero a Texas porque mis padres por fin devengarán un salario digno.
Desmond cree que “el fin de la pobreza traería una ganancia neta de amplia prosperidad”. El uso de “traería” aquí revela la realidad condicional de este futuro. Lo que Desmond imagina es un resultado idealizado, donde los estadounidenses entienden realmente que su bienestar y prosperidad individuales dependen del bienestar y la prosperidad de los demás estadounidenses. Aunque no sea realista, este idealismo es una opción intencionada y necesaria: debemos imaginar un mundo mejor por el cual trabajar, porque soñar en el presente nos da un punto de partida para construir un futuro sin pobreza en Estados Unidos.
Poverty, by America [Pobreza, por Estados Unidos], Matthew Desmond, 304 páginas, Crown, 2023.
Autora original:
- Lydia Burleson es becaria Knight-Hennessy y estudiante de doctorado en la Universidad de Stanford, donde investiga la relación entre las representaciones de las comunidades minoritarias y los resultados sociales posteriores.
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Este artículo es contenido original de la revista de Stanford Social Innovation Review publicado en la edición verano 2023.
- Traducción del artículo Poverty Persists Because of Us por Carlos Calles
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