En The Power of Experiments (El poder de los experimentos), Michael Luca y Max H. Bazerman estudian la creciente dependencia en el método científico al formular decisiones de política y mercados. |
Lleno de historias encantadoras sobre cómo la experimentación ofrece nuevas soluciones a las preguntas sociales más urgentes, The Power of Experiments: Decision Making in a Data-Driven World (El poder de los experimentos: la toma de decisiones en un mundo impulsado por los datos) es un libro entretenido que celebra el poder de la experimentación para crear un cambio social. Los autores, Michael Luca y Max H. Bazerman, ambos profesores de la escuela de negocios de Harvard, abogan por los experimentos que utilizan pruebas aleatorias controladas (RCT por sus siglas en inglés) para probar los efectos de experiencias en línea con respecto a conductas y decisiones. Invitan a los lectores a ser parte de la “revolución experimental” tras mostrarles cómo pequeños cambios en un diseño, determinados por la experimentación —por ejemplo, en anuncios publicitarios o en una normativa burocrática—, provocan efectos significativos.
En The Power of Experiments, Luca y Bazerman explican cómo los economistas se han aliado con psicólogos para desarrollar las herramientas experimentales de la economía conductual con el objetivo de reemplazar la intuición y las conjeturas con una toma de decisiones basada en la evidencia. Los autores resaltan las historias de éxito en gobierno y en sectores de tecnología, y predicen que este enfoque experimental pronto será el estándar en organizaciones con y sin fines de lucro. Afirman que los experimentos proveen a las organizaciones con “una nueva herramienta para probar sus ideas y entender el impacto de los productos y servicios que ofrecen”.
A pesar de las interesantes historias, este libro me parece inquietante porque Luca y Bazerman nunca son explícitos sobre el gran secreto detrás de este libro: los problemas solucionados por estos métodos experimentales son, con raras excepciones, a pequeña escala. Sin duda, los experimentos sobre el comportamiento de una audiencia pueden ahorrar dólares en publicidad, animar a elegir productos predeterminados y mostrar qué tamaños de letra y colores de fondo generan más clics. Pero estos experimentos solo proporcionan una guía muy limitada para resolver los problemas sociales más urgentes.
Aunque los autores son realistas sobre el papel de su trabajo en el mundo del análisis de datos, la sensación que provoca esta omisión se refuerza por los testimonios incluidos. Por ejemplo, la afirmación por parte de John A. List, profesor de la Universidad de Chicago, de que el libro es una “obra de arte” dirigida a todos los interesados en “entender la política, la economía conductual, la tecnología y la vida misma”, sugiere una discrepancia profunda con las ideas del libro. Si bien es informativo saber que una carita feliz en un mensaje de ahorro de energía dirigido a los consumidores puede influir en el uso de su termostato, o que es lucrativo cambiar a obligatoria la opción de participar en un plan de retiro, estos triunfos son de un alcance reducido —individual y no a nivel sociedad—. La metodología del libro no está a la altura para considerarlo, como List describe, parte de “la revolución más profunda en las ciencias sociales en los últimos veinticinco años”.
Siendo justos, Luca y Bazerman sí incluyen dos ejemplos que demuestran cómo la experimentación está “transformando cómo los negocios y gobiernos toman decisiones”. El más conocido marca el inicio del libro: el equipo de percepciones conductuales (BIT, por sus siglas en inglés), obra de un grupo de científicos sociales y funcionarios públicos británicos, creado en 2010 “para mejorar la política y el gobierno a través del uso de ciencia conductual”. Bajo el liderazgo de David Halpern, académico y legislador, el grupo convenció a los recaudadores de impuestos de la reina Isabel II que les permitieran experimentan con pequeños cambios en la carta que rutinariamente enviaban a los contribuyentes morosos. Después de algunos años y varias pruebas, encontraron que la simple inserción de dos oraciones —“Nueve de cada diez personas en el Reino Unido pagan sus impuestos a tiempo. Usted está en la pequeña minoría que todavía no nos ha pagado” — resultó en una recaudación de millones de libras más en comparación con la carta original. Con la difusión de este triunfo, BIT pronto estuvo “en boca de todos los políticos”, de acuerdo con Luca y Bazerman. El dar un “empujoncito” para recaudar una cantidad sustancial de impuestos antes impagos sirvió como “prueba de concepto” para la “estrategia del empujoncito”, incluso para la mayoría de los políticos escépticos.
Tres este éxito, BIT expandió sus oficinas a Londres, Manchester, Singapur, Nueva York, Wellington y Sídney. También ayudó a difundir el concepto del empujoncito y el rol clave de la experimentación en la toma de decisiones alrededor del mundo. En 2015, Estados Unidos estableció un equipo en ciencias sociales y conductuales dentro de la Oficina de la Casa Blanca para Políticas de Ciencia y Tecnología. Para 2018, Australia, Canadá, México, Finlandia, Italia, India y el Banco Mundial también habían montado unidades para el conocimiento conductual.
El segundo triunfo de la economía conductual a gran escala resaltado por Luca y Bazerman es la inscripción automática a un plan de ahorro para el retiro. El ganador del Premio Nobel de Economía Richard Thaler, principal arquitecto de la economía conductual, y el investigador Shlomo Benartzi propusieron la idea de que las compañías ofrecieran a sus empleados la oportunidad de inscribirse automáticamente a un plan 401(k) de ahorro para el retiro, en vez de afiliarse llenando un montón de papeles y eligiendo entre una gama confusa de opciones de inversión. Este cambio, de acuerdo con los estimados, ha resultado en millones de personas ahorrando cerca de $30 mil millones de dólares para su retiro —aunque también es cierto que las personas que recibieron un empujoncito para ahorrar más también terminaron con más deuda—. En una entrevista de 2019 con el coautor de Freakonomics, Stephen J. Dubner, Thaler explicó que la iniciativa fue un éxito debido a que tanto él como Benartzi pudieron convencer a los empleadores de simplificar los planes de retiro, “para hacer la arquitectura de decisión más sencilla”. Pero también reconoció que este logró fue posible “porque la solución era simple. Dame un problema donde pueda arreglar las cosas para que la gente, sin hacer algo, tome la decisión correcta; ese es un problema fácil”.
Sin duda, la mayoría de los problemas en el mundo real son más complejos, un punto demostrado con el ejemplo dado por los autores con respecto al trabajo realizado por Katherine Milkman y Angela Duckworth, profesoras de la Universidad de Pennsylvania. Con una propuesta de economía conductual, compitieron por la beca de cien millones de dólares otorgada por la Fundación MacArthur a una solución prometedora para un reto social importante. Su iniciativa, titulada “Cambio conductual para un bien perdurable” (BCFG, por sus siglas en inglés), tenía el objetivo de crear un cambio conductual positivo y duradero. El prestigio de la prospectiva beca MacArthur les ayudó a reclutar un equipo de consejeros que incluía a ganadores del Premio Nobel y de la “beca para genios” de la Fundación MacArthur. Duckworth dejó claras sus aspiraciones en un video promocional titulado “¿Y si pudiéramos lograr un progreso significativo en todos los problemas importantes del siglo XXI con una simple solución?”
Cuando BCFG no ganó el premio MacArthur, la Universidad de Pennsylvania invirtió varios millones de dólares en la iniciativa. El primer proyecto de BCFG fue incrementar a largo plazo la práctica de ejercicio, lo que parecía una apuesta segura. La literatura sobre la maleabilidad de los hábitos de ejercicio de los estadounidenses iba en aumento; además, la mayoría estaba consciente de su falta de actividad física y gran parte de ellos quería mejorar dichos hábitos.
Así que, de la mano de su nuevo socio, el club deportivo 24 Hour Fitness, y su nueva plataforma en línea, inscribieron a 63,000 miembros del club para participar en las RCT masivas que promocionaron como un “programa de cambio de comportamiento realmente genial, diseñado por un equipo de científicos brillantes” y, además, gratuito. La intervención incluía recordatorios para ir al gimnasio, mensajes de textos con frases motivacionales y una variedad de recomendaciones aportadas por un equipo de 27 científicos.
A pesar de la inmensa investigación y la experticia de los involucrados, los resultados fueron profundamente decepcionantes. Durante los 28 días de intervención, del 50 al 75 % de los inscritos sí incrementaron su participación en ejercicios. Pero ninguno siguió haciéndolo, nadie logró un cambio que durara más de 28 días, aun cuando se probaron 53 versiones de la intervención. Luca y Bazerman citan a Duckworth, quien fue franca y resumió así los resultados: “Cambiar la conducta es *#$@mente difícil”.
Son malas noticias que sea tan difícil cambiar la conducta de la gente cuando se necesita que hagan algo en vez de nada. La peor noticia es que los problemas cuya solución radica en un cambio en el comportamiento individual no son los de mayor impacto a nivel social o sistémico.
Este ejemplo expone la gran debilidad de este libro. Luca y Bazerman enfatizan que sus hallazgos son creíbles porque los experimentos de conducta son aleatorios. Sin embargo, no alertan a los lectores que las herramientas de la economía conductual son muy limitadas en cuanto a su aplicación. Como ha señalado Angus Deaton, ganador del Premio Nobel de economía, los experimentos con tantas limitantes que puedan considerarse científicamente rigurosos son, probablemente, demasiado restrictivos para ofrecer una guía útil para intervenciones a gran escala.
Lo que resulta más crítico para entender los límites de la economía conductual es que sus herramientas funcionan con un subconjunto definido de problemas y soluciones, pero no en otros. Los autores, quienes son economistas conductuales, habrían hecho un gran servicio público al hacer clara esta distinción en el libro. Los experimentos que competen a los economistas conductuales y que se elogian en este libro son sobre todo útiles para quienes atienden problemas predominantemente simples con soluciones igual de simples.
Hace treinta años, la estrella en el estudio del desarrollo infantil, Jerome Kagan, de la Universidad de Harvard, ya señalaba que la atención y los recursos para los infantes van dirigidos principalmente a programas bien definidos y relativamente incontrovertidos —al menos en circunstancias experimentales— y que han demostrado mejorar el futuro de los niños. Estos programas consisten en entrenar a las mamás para leer, hablar y jugar con los hijos de forma más consistente. Pero señaló que mejorar la calidad de la vivienda, la educación y la salud de los niños que viven en situación de pobreza podría ser más efectivo a largo plazo. Kagan sugiere que esta asignación de recursos se debe, probablemente, a que la estrategia mencionada no tiene pruebas experimentales y porque “es considerablemente más cara, más polémica y disruptiva al estatus quo”.
El subconjunto de problemas que sí son atendidos correctamente por experimentos conductuales son aquellos cuyas soluciones se enfocan en individuos, no en sistemas. Para entender los factores más poderosos que determinan cómo será un niño de adulto, no se pueden usar las herramientas de la economía conductual que controlan y eliminan la complejidad. En cambio, habría que consultar métodos de inteligencia de datos que abarcan una causalidad compleja e interrelacionada, y factores anidados, multiniveles y multidireccionales a lo largo del tiempo.
El problema general —que Luca y Bazerman descuidan— es que “basado en evidencia” no significa necesariamente “basado en experimentación”. The Power of Experiments refleja el problema de no distinguir entre la evidencia requerida para certificar medicamentos efectivos y la amplia gama de evidencia, más compleja, necesaria para guiar la política social. La premisa de que solo los experimentos aleatorios pueden certificar qué medicamentos o vacunas son seguras y efectivas no significa que los experimentos conductuales aleatorios sean la mejor herramienta para guiar la acción social.
Autores originales:
- Lisbeth B. Schorr es miembro principal del Centro para el Estudio de la Política Social y autora de Within Our Reach y The Missing Evidence, de próxima publicación.
|
Este artículo es contenido original de la revista de Stanford Social Innovation Review publicado en la edición verano 2020.
- Traducción del artículo Experimentation and Its Discontents por Carlos Calles
|
Recomendado para ti
Cómo desarrollar el músculo colaborativo de las ciudades |
Los problemas sociales más aluciantes a los que se enfrentan las ciudades hoy en día requieren soluciones multi institucionales e intersectoriales. Ofrecemos herramientas y técnicas para facilitar el proceso de diagnóstico y resolución de problemas, rompiendo los silos aislados para construir ciudades. |
Lo rural como un punto ciego de la filantropía |
Las comunidades con mayores dificultades económicas son las que tienen menos probabilidades de solicitar financiación y las que tienen menos posibilidades de disponer de los recursos locales para abordar la desigualdad. Los donantes de fondos deben repensar sus estrategias para asegurarse de que sus recursos se dirijan a donde son más necesarios. |