En la lucha contra el cambio climático, debemos garantizar que las soluciones no sean una carga excesiva para las mujeres y niñas.
La clausura de la 66ª sesión de la Comisión de la Condición Jurídica y Social de la Mujer de las Naciones Unidas fue en marzo de este año. El tema de la sesión fue: “Cambio climático, medio ambiente, reducción del riesgo de desastres”. Se reconoció el daño desproporcionado que sufrirán las mujeres y niñas a causa del cambio climático, así como el papel central que desempeñarán en el logro del desarrollo sostenible.
Aunque las afirmaciones de la sesión son acertadas e importantes, un nuevo informe de Oxfam sostiene que sin un enfoque central en el trabajo de cuidados dentro de esta agenda, los esfuerzos dirigidos al nexo entre cambio climático y género podrían terminar arraigando la desigualdad de género en lugar de abordarla.
El “trabajo de cuidados” se refiere al trabajo diario y generacional que los seres humanos realizan para renovar y mantener la vida, las sociedades y los entornos. Incluye el trabajo remunerado y no remunerado en el cuidado directo de las personas (por ejemplo, aseo, alimentación y atención al bienestar psicológico), así como las actividades indirectas que proporcionan las condiciones necesarias para el cuidado (por ejemplo, cocinar, limpiar y hacer el mandado). El trabajo de cuidados es en gran medida invisible en comparación con los aspectos “productivos” del trabajo, por lo general redituables, que tienden a dominar las políticas públicas. No existen límites estrictos entre el trabajo de cuidados y el productivo, y las mismas personas se dedican a ambos.
En todo el mundo, el trabajo de cuidados suele recaer de forma desproporcionada en mujeres y niñas. Los datos de las encuestas indican que las mujeres y niñas tienden a trabajar más horas en total que los hombres, debido a la responsabilidad añadida que asumen en las tareas de cuidado.
En vista de que el trabajo de cuidados está infravalorado, las mujeres ven cómo se limitan sus posibilidades de alcanzar una igualdad económica y política. Les queda poco tiempo para dedicarse a la generación de ingresos o actividades como la educación, la participación cívica y el ocio.
Las privaciones derivadas de esto constituyen la “crisis de los cuidados”, según académicos, organizaciones feministas y un número creciente de grupos mayoritarios, como las Naciones Unidas y el Banco Mundial. Pese a que algunos datos indican que hoy en día la distribución del trabajo de cuidados en las sociedades y los hogares es menos desigual, es probable que el cambio climático empeore la crisis de cuidados actual. No podemos seguir tratando los impactos injustos del cambio climático sin abordar de manera simultánea las disparidades en el trabajo de cuidados.
Esfuerzos de mitigación y adaptación
Los impactos del cambio climático en la crisis de cuidados se manifestarán a través de tres vías. Primero, el cambio climático aumentará la cantidad de trabajo de cuidados que será necesario. Por ejemplo, el aumento de la frecuencia de los fenómenos meteorológicos extremos dará lugar a mayores lesiones humanas, enfermedades, desnutrición y angustia psicológica, lo cual incrementará la necesidad de cuidados.
Segundo, el cambio climático dificulta la prestación de cuidados. Por ejemplo, los cuidadores que padecen hambre, enfermedades, dolores físicos o estrés psicológico, serán menos capaces de dedicarse a la labor de cuidados. Además, las condiciones meteorológicas extremas pueden alterar las infraestructuras que sustentan el trabajo de cuidados (por ejemplo, escuelas, hospitales, agua e infraestructura de saneamiento), lo que, a su vez, hará más ardua la prestación de cuidados.
Tercero, el cambio climático amenaza con agravar las injusticias que ya existen en torno a la responsabilidad desigual del trabajo de cuidados. Por ejemplo, las mujeres corren el riesgo de ser agredidas sexualmente cuando salen de su casa a lugares lejanos para buscar agua y combustible. Si el cambio climático provoca la necesidad de recorrer distancias más largas para recoger agua y combustible, no hará más que agravar el riesgo de violencia de género.
Además, los datos del Banco Mundial sugieren que hay un número cada vez mayor de hogares encabezados por mujeres en los países de ingresos bajos y medio-bajos, lo que puede un ser resultado del empeoramiento de las condiciones climáticas y de las normas relativas a la migración masculina.
Si las normas patriarcales establecidas persisten en las áreas donde los miembros masculinos del hogar se han ido, de manera que el acceso y control de las mujeres sobre los recursos comunales es limitado, las tareas productivas de los hogares encabezados por mujeres se vuelven más arduas, lo cual agrava drásticamente las injusticias actuales en torno a su desproporcionada responsabilidad en el trabajo de cuidados.
Se prevé que el papel del cambio climático en el agravamiento de la crisis de cuidados será más severo entre, aproximadamente, las dos mil millones de personas que viven en países de ingresos bajos y se dedican a la agricultura de subsistencia. Estas poblaciones suelen ser las que menos acceso tienen a las infraestructuras de prestación de cuidados, como escuelas, hospitales, suministro de agua y electricidad. También deben asumir cargas adicionales en el cuidado del medio ambiente, por ejemplo, al cuidar los huertos comunitarios, mantener los recursos forestales y preservar las redes sociales esenciales para la subsistencia. Los efectos nocivos del cambio climático pueden dificultar varias de estas tareas de cuidados.
Si bien el cambio climático seguirá agravando la crisis de cuidados actual, los esfuerzos para abordar el cambio climático podrían, paradójicamente, hacer lo mismo. Tanto los esfuerzos de mitigación como de adaptación que modifican el acceso a los recursos o requieren cambios de comportamiento pueden intervenir en la prestación de cuidados y corren el riesgo de enraizar la desigualdad de género. Por ejemplo, las prácticas agrícolas que dependen del compostaje o la lombricultura para reducir el uso de fertilizantes industriales pueden, si están mal diseñadas, ser una carga adicional de tiempo para los cuidadores.
Asimismo, varias iniciativas climáticas integran programas educativos o de concienciación que requieren mucho tiempo y que pueden imponer una carga adicional para quienes tienen mayores responsabilidades de cuidado. Cabe destacar que incluso los programas de empoderamiento económico dirigidos a mujeres han ignorado las normas sociales que dictan la responsabilidad del trabajo de cuidados, lo cual ha provocado una mayor demanda de tiempo para las mujeres.
Por último, los esfuerzos que conllevan proteger al medio ambiente del uso humano para combatir el cambio climático, como los programas climáticos que restringen la presencia de personas en los bosques, pueden acabar privando a las poblaciones de oportunidades económicas. En estos casos, las mujeres suelen verse obligadas a añadir tareas económicamente remuneradas a su actual trabajo de cuidados.
Es probable que los esfuerzos para abordar el cambio climático que ignoran la dinámica de los cuidados resulten en uno de dos escenarios. Por un lado, si las innovaciones requieren cambios de comportamiento o la adopción de nuevas tecnologías, simplemente serán ignoradas si se vuelven una carga excesiva de tiempo para las personas. Por otro lado, si tales intervenciones son inevitables, los datos sugieren que por lo regular a las mujeres les va peor que antes de que se implementara la intervención.
El marco de las 5R
Sin duda, no podemos posponer ni sacrificar nuestras ambiciones en la lucha mundial contra el cambio climático. Es necesario que las naciones industrializadas, las cuales tienen mayor responsabilidad sobre el cambio climático y mayor capacidad para afrontarlo, realicen esfuerzos agresivos de mitigación. Además, es necesario aumentar de forma significativa el financiamiento de la lucha contra el cambio climático para apoyar a las naciones más pobres y vulnerables del mundo.
Sin embargo, estos esfuerzos deben tener en cuenta la forma en que se realiza el trabajo de cuidados en distintas sociedades. Debemos diseñar iniciativas climáticas que aborden tanto las necesidades de adaptación como de mitigación, y que aborden las fuerzas sistémicas que dan forma a la distribución desigual del trabajo de cuidados. Desafortunadamente, es poco probable que consigamos este objetivo doble si nos limitamos a retocar las iniciativas climáticas con el pretexto de ser “sensibles a la cuestión de género”. Los factores estructurales que determinan la distribución del trabajo de cuidados son muy específicos al contexto, y están arraigados en distintos conjuntos de normas y relaciones de género, así como en una serie de factores estructurales que interactúan entre sí, como la clase, raza, etnia y orientación sexual.
Aunado a este complejo panorama, debemos tener cuidado con la forma en que se caracterizan las injusticias que rodean el trabajo de cuidados. Si bien es cierto que la responsabilidad del trabajo de cuidados recae en las mujeres de manera desproporcionada y exacerba las desigualdades estructurales de género, dedicarse al trabajo de cuidados puede ser una fuente importante de sentido y estatus social. Esto complejiza la noción simplista de buscar “liberar” a las mujeres de las responsabilidades del cuidado.
Las iniciativas climáticas deben valorar cómo las responsabilidades de los cuidadores moldean el sustento de vida y bienestar individual.
Este requisito exige que centremos las voces y perspectivas de los cuidadores en las fases de diseño, implementación y evaluación de las iniciativas climáticas. Con el fin de garantizar que tenemos en cuenta sus necesidades, recomendamos el marco de las 5R que tiene su origen en el trabajo de la científica social Diane Elson y el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo: 1) Reconocimiento de la importancia del trabajo de cuidados en la sociedad y las injusticias asociadas a la responsabilidad desproporcionada de las mujeres para llevarlo a cabo; 2) reducción de la carga global de los cuidados, de manera que las mujeres tengan más tiempo para dedicarse a otras prioridades; 3) redistribución de la responsabilidad del trabajo de cuidados, ya sea cambiando las normas que asignan las responsabilidades interseccionales de género del trabajo de cuidados (es decir, normalizándolo como un trabajo que los hombres y niños desempeñan en igualdad de condiciones), o haciendo colectivo el trabajo de cuidados mediante, por ejemplo, la inversión gubernamental en infraestructuras de cuidados, como escuelas, atención médica, suministro de agua y saneamiento; 4) representación de los cuidadores —a través de organizaciones políticas y facilitando su participación— para que puedan dar forma a los programas y políticas que les afectan directamente; y 5) recompensa a los cuidadores por el trabajo de cuidados que realizan mediante una remuneración directa (un enfoque que suscita cierta controversia) o mediante la concesión de derechos básicos.
En el contexto del cambio climático, el marco de las 5R sugiere tres áreas de prioridad estratégica. En primer lugar, apoyar las inversiones en tecnologías e infraestructuras que reduzcan la mano de obra y que los cuidadores consideren necesarias para mitigar la doble crisis del clima y del trabajo de cuidados; por ejemplo, infraestructuras de energía y agua o tecnologías agrícolas que minimicen la mano de obra.
En segundo lugar, invertir en infraestructuras sociales y mecanismos de apoyo a largo plazo, como garantías laborales, pensiones, programas de transferencia de efectivo y activos, y microseguros. Entre las poblaciones de bajos ingresos de los países menos industrializados, estos mecanismos tienden a implementarse solo de forma limitada y en tiempos de crisis severa. Dada la serie de riesgos cada vez más complejos e interrelacionados a los que se enfrentan las personas en situación de pobreza y vulnerabilidad, los enfoques estrechos y limitados serán insuficientes para aumentar la resiliencia de los más pobres y marginales, y mitigar los desafíos agravados a los que se enfrentan los cuidadores.
En tercer lugar, seguir trabajando para vincular las iniciativas climáticas con los esfuerzos para compartir el trabajo de cuidados de manera más equitativa en el hogar, por ejemplo, al impulsar el cambio de las normas de género (de manera que todas las tareas se consideren igualmente aceptables para hombres y mujeres), como parte de la agenda para el cambio climático.
A algunos lectores les puede sorprender que la agenda dominante sea tan insensible a las cuestiones relacionadas con el trabajo de cuidados y la desigualdad. Es cierto que es un reto combinar los esfuerzos de mitigación y adaptación al clima prestando atención a las dinámicas de los cuidados. No hacerlo podría significar que los esfuerzos de cambio climático con perspectiva de género intensifiquen la desigualdad de género, en lugar de suprimirla, causando más daño a las mujeres y niñas de todo el mundo. Asimismo, este fracaso podría terminar socavando los propios esfuerzos en materia de cambio climático.
Autores originales:
- James Morrissey es un investigador experimentado que trabaja temas sobre energía, clima e industria extractiva en Oxfam América.
- Sherilyn MacGregor es profesora de política medioambiental en la Universidad de Manchester.
- Seema Arora-Jonsson es profesora de desarrollo rural en la Universidad Sueca de Ciencias Agrícolas.
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Este artículo es contenido original de la revista de Stanford Social Innovation Review publicado en la edición otoño 2022.
Traducción del artículo Addressing the Climate and Care Crises.
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