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Justicia para la guerra olvidada de Liberia

2023-09-29
Por: Clair MacDougall
SSIRñ #9
Estudio de Caso
ONG’s

Después de una sangrienta guerra civil, en Liberia los puestos de poder político son ocupados por criminales de guerra. Hassan Bility y Alain Werner se han tomado la tarea de perseguirlos, logrando justicia internacional; pero, ¿podrán conseguirla en la propia Liberia?

 

Hassan Bility estaba sentado en su escritorio con los ojos cansados, un cigarrillo en la mano y el sonido de fondo de un generador que zumbaba e iluminaba las paredes verde-limón de su oficina en Monrovia, la capital de Liberia. Había sido periodista y editor de periódicos y, vistiendo una camisa rosa brillante, me hablaba en voz baja sobre el reciente arresto de Sekou Kamara en el Aeropuerto Internacional John F. Kennedy de Nueva York, ocurrido a fines de marzo.

Kamara es un ciudadano de Liberia acusado de ser un comandante rebelde llamado “K-1”, quien luchó para la facción Liberians United for Reconciliation and Democracy (Liberianos Unidos por la Reconciliación y la Democracia, LURD) durante la sangrienta guerra civil de 14 años que terminó en el 2003. Es el cuarto liberiano a quien el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de EE. UU. (ICE, por sus siglas en inglés) arresta por presuntamente haber mentido en los formularios de inmigración cuando se le preguntó sobre su participación en alguna “unidad paramilitar, grupo de vigilantes, grupo rebelde, guerrilla u otra organización insurgente”.

Al principio, Bility habla con timidez sobre haber informado a las autoridades estadounidenses del paradero de Kamara. Él es el director del Global Justice and Research Project (Proyecto de Investigación y Justicia Global, GJRP), una organización que documenta los crímenes de guerra en Liberia. Civitas Maxima, su organización hermana con sede en Suiza, confirmó más tarde la colaboración de ambas organizaciones en el arresto de Kamara. Durante la última década, el GJRP y Civitas han ayudado a los fiscales de los Estados Unidos y Europa a reunir pruebas contra liberianos acusados de crímenes cometidos durante la guerra civil, la cual cobró al menos 250,000 vidas. El trabajo de Bility lo ha llevado a ganarse el apoyo público, pero también a hacerse de enemigos en un país donde, en las casi dos décadas que han transcurrido desde que se firmó un acuerdo de paz, ninguno de los gobiernos le ha exigido a los acusados de crímenes de guerra que se responsabilicen.

La oficina de Bility se encuentra al final de una calle lodosa, entre edificios en obra y árboles de banano, en una parte de Monrovia que en la década de 1990 se halló tapizada de cuerpos y al centro de algunos de los combates más sangrientos. El suburbio quedó bajo el control de un líder rebelde de nombre Prince Yormie Johnson, quien ordenó la tortura del difunto presidente Samuel Doe ante una cámara antes de mostrar su cadáver públicamente, al aire libre, sobre una cama de hierro de hospital.

Johnson, quien ha sido senador durante los últimos 16 años, es un vivo recordatorio del statu quo político de Liberia, en el que los antiguos señores de la guerra siguen siendo elegidos para puestos de poder.

Pero a Bility le preocupan más los miembros de su propio grupo étnico, los mandingo, quienes lo han condenado por perseguir a presuntos perpetradores que sirvieron en facciones alineadas a grupos étnicos. Lo han amenazado excombatientes al cruzarse con ellos mientras ofrecía sus condolencias por un difunto, y recibe constantes amenazas telefónicas. “Ahora mismo, mientras hablo con ustedes, estoy siendo amenazado”, describe. “No salgo de noche para nada, a menos que haya una emergencia médica o algo parecido”.

Hace una década, Bility se asoció con Alain Werner, un abogado suizo que había trabajado en juicios internacionales, como el del histórico caso contra el expresidente liberiano Charles Taylor, quien fue acusado de crímenes de guerra cometidos en la vecina Sierra Leona y cuyo caso le valió una condena de 50 años de prisión en el Reino Unido. Taylor fue el primer jefe de estado en ser sentenciado por crímenes de guerra desde Nuremberg. Desde entonces, Bility y su equipo, conformado por siete investigadores del GJRP, han trabajado de la mano de Civitas Maxima, la organización de Werner, y su equipo legal, compuesto por Werner y siete abogadas. En conjunto, han representado legalmente a las víctimas, presentado denuncias penales en su nombre y brindado pruebas y asistencia a los investigadores internacionales. Su trabajo ha conducido al arresto de ocho liberianos, un sierraleonés y un ciudadano con doble nacionalidad, estadounidense y belga, acusados de cometer crímenes de guerra en cinco países europeos y en Estados Unidos. Hasta el momento, tres de los acusados han sido condenados; dos han sido absueltos, de los que uno presentó apelación; y cuatro casos están pendientes, incluyendo el del recientemente arrestado Sekou Kamara. El ciudadano con la doble nacionalidad estadounidense y belga, acusado de participar en crímenes de guerra y contrabando de diamantes, murió en una prisión de Bruselas mientras esperaba su juicio.

Juicio del expresidente de Liberia Charles Taylor
El expresidente de Liberia Charles Taylor (izquierda) aguarda su juicio en la Corte Penal Internacional de La Haya el 7 de enero de 2008.

El trabajo del GJRP y Civitas Maxima es parte de un pequeño movimiento de base que se centra en la justicia internacional, que ha surgido en las últimas décadas y en el que las organizaciones locales, centradas en las víctimas y en ocasiones dirigidas por las mismas, se unen con abogados internacionales para desarrollar casos que de otro modo no recibirían la debida atención de las grandes instituciones de justicia internacional, como la Corte Penal Internacional (CPI) y los tribunales respaldados por las Naciones Unidas. Entre estos casos se encuentran los que involucran a jefes de Estado y funcionarios de gobierno como el general chileno Augusto Pinochet, quien fue juzgado en España; Hissène Habré, exdictador chadiano que fue juzgado en Senegal; y Anwar Raslan, un coronel sirio que fue juzgado en Alemania por crímenes contra la humanidad. La mayoría de los crímenes cometidos durante la guerra civil de Liberia no están contemplados en el Estatuto de Roma de la CPI, que ordena enjuiciar únicamente los crímenes cometidos después de julio de 2002. En Liberia, el conflicto terminó en agosto de 2003 y se incorporó el estatuto a su propia ley en 2004, un año después del fin del conflicto.

Bajo el amparo del concepto de “jurisdicción universal”, sobre todo en países europeos, y la ley de inmigración en los Estados Unidos, organizaciones como Civitas Maxima y el GJRP persiguen a los acusados de cometer crímenes de guerra en los conflictos olvidados del mundo, desde Siria hasta Liberia.

Melinda Rankin, investigadora de la Universidad de Queensland y autora de De Facto International Prosecutors in a Global Era: With My Own Eyes (Fiscales internacionales de facto en una era global: con mis propios ojos) describió a estos actores como “fiscales internacionales de facto”: víctimas y testigos que trabajan fuera de sus Estados y al margen de las instituciones dominantes de justicia internacional reuniendo pruebas e iniciando casos en países terceros. Estos “fiscales”, explica , trabajan “para hacer efectiva la rendición de cuentas cuando las autoridades locales en las jurisdicciones correspondientes no investigan ni procesan a los sospechosos de crímenes internacionales fundamentales”, como el genocidio, los crímenes de lesa humanidad, los crímenes de guerra y los crímenes de agresión.

 

Guerras que conmocionaron al mundo

La guerra civil de Liberia se divide en dos conflictos sangrientos separados por una breve intermisión. El primero se extendió de 1989 a 1997, antes de las elecciones con las que Taylor llegó al poder. El segundo estalló en 1999 y terminó en agosto de 2003. Ambas guerras civiles se libraron en gran parte por motivos étnicos, en los que cada grupo se sentía agraviado por el Estado y otras facciones. Si bien sus historias y denuncias eran diversas, todos los grupos utilizaban acrónimos eufemísticos que incluían palabras como “liberación”, “paz” y “democracia”, con las que enmascaraban las violaciones, torturas, masacres y reclutamiento de niños soldados que conmocionaron al mundo.

Por un lado, estaban los pueblos gio y mano del noreste de Liberia, liderados por el National Patriotic Front of Liberia (Frente Patriótico Nacional de Liberia, NPFL), el cual encabezaba Charles Taylor. Taylor es un liberiano educado en Estados Unidos, cuyas raíces se encuentran en la clase colona de esclavos liberados que emigraron de Estados Unidos en 1822. Luchó junto al príncipe Yormie Johnson, un soldado gio que después se separó para formar su propia facción, el Independent National Patriotic Front of Liberia (Frente Patriótico Nacional Independiente de Liberia, INPFL). El NPFL y el INPFL surgieron en respuesta a las masacres realizadas por las fuerzas militares leales al presidente Samuel Doe, un soldado sin educación y aliado del entonces presidente estadounidense Ronald Reagan. Doe, quien pertenecía a la etnia krahn, tomó el poder mediante un golpe de estado y puso a sus parientes en puestos militares clave. También atacó a los pueblos gio y mano luego de un fallido golpe de estado a cargo de Thomas Quiwonkpa, un soldado gio que, junto con Doe, había derrocado al gobierno en 1980.

A partir de la Nochebuena de 1989, la guerra se convirtió en un amargo conflicto étnico en el que las fuerzas del NPFL y el INPFL asesinaban a los krahn y al pueblo mandingo, a quienes consideraban alineados al régimen de Doe. Al principio de la guerra, Doe fue torturado ante una cámara y después asesinado por las fuerzas de INPFL, lidereadas por Johnson. Poco después, ambos grupos étnicos formaron sus propias milicias: los krahn y los mandingo fueron representados por el United Liberation Movement of Liberia for Democracy (Movimiento Unido de Liberación de Liberia por la Democracia, ULIMO), que más tarde se dividiría por causa étnicas en ULIMO-K, para los mandingo, y ULIMO-J, para los Krahn, antes de que se formara el Liberia Peace Council (Consejo de Paz de Liberia, LPC), un grupo conformado por los krahn.

En el interregno de 1997-1999, Charles Taylor fue electo como presidente a través del eslogan informal de campaña: “Mataste a mi mamá, mataste a mi papá, voy a votar por ti”. Al poco tiempo, su gobierno fue desestabilizado por las facciones de los krahn y los mandingo que ingresaban desde el norte y el sureste, buscando derrocarlo. El Movement for Democracy in Liberia (Movimiento por la Democracia en Liberia, MODEL por sus siglas en inglés), una facción afiliada a los krahn, marchó desde Costa de Marfil a través del sureste, mientras que los Liberians United for Reconciliation and Democracy (Liberianos Unidos por la Reconciliación y la Democracia, LURD), un grupo afiliado a los mandingo, cruzó la frontera desde Guinea y se abrió camino hasta Monrovia. El 11 de agosto de 2003, Taylor renunció y partió al exilio; poco después todas las partes firmaron un acuerdo de paz en Accra, Ghana.

Pero antes de que terminara la guerra, el Tribunal Especial para Sierra Leona, un organismo judicial creado por las Naciones Unidas y Sierra Leona, acusó a Taylor de cometer crímenes de guerra y de lesa humanidad. Sin embargo, el líder se las arregló para vivir lujosamente en Calabar, Nigeria, al amparo de un acuerdo entre la coalición de paz de Liberia y el gobierno nigeriano. Mientras tanto, los miembros de las facciones ocuparon puestos gubernamentales en el gobierno interino antes de que las elecciones presidenciales de 2005 le dieran la victoria a Ellen Johnson Sirleaf. Taylor fue finalmente arrestado el 29 de marzo de 2006 y enviado a Freetown, Sierra Leona, para ser juzgado.

 

Fiscal y testigo unen fuerzas

En 2012, Werner, un joven abogado del equipo que procesó a Taylor ante el Tribunal Especial para Sierra Leona, tuvo la idea de formar Civitas Maxima a raíz de la hipocresía que vio en la comunidad internacional. No solo se limitaron a perseguir a los criminales de guerra en Sierra Leona y no en la vecina Liberia, sino que también solaparon a los empresarios que ayudaron y se beneficiaron del conflicto. En sus repetidos viajes a Monrovia para entrevistar a posibles testigos y así armar el caso contra Taylor, Werner quedó impactado ante la brutalidad y el horror de la guerra civil que se había desatado en la vecina Liberia. Incluso se encontró cara a cara con Joseph D. “Zig Zag” Marzah, quien durante el juicio confesó haber realizado canibalismo y testificó ante el tribunal que Charles Taylor comía corazones humanos.

Hassan Bility con un premio
Hassan Bility del Proyecto de Investigación y Justicia Global (GJRP) recibe un premio.
Rostro de Alain Werner
Alain Werner lanzando Civitas Maxima en 2012.
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Rostro de Emanuelle Marchand
Emmanuelle Marchand dirige la unidad legal de Civitas Maxima.

“Pude ver claramente que había muy pocas probabilidades de que hubiera justicia alguna”, dice Werner. “Pensé que era una burla a la justicia internacional tener estos dos conflictos, tan similares y entrelazados, y que uno tenga a las Naciones Unidas invirtiendo 30 millones de dólares al año o algo así durante una década, incluyendo un tribunal internacional; y que el otro no tenga nada”. (El tribunal acusó de crímenes de guerra a un total de 13 personas de todos los lados del conflicto, tres de los cuales murieron antes de comenzar sus juicios, y su funcionamiento costó aproximadamente 300 millones de dólares durante sus 11 años de existencia.)

Alrededor de la misma época en que Werner buscaba testigos que declararan contra Taylor, Liberia intentaba instalar una Comisión de la Verdad y la Reconciliación (TRC, por sus siglas en inglés), lo cual formaba parte del acuerdo de paz que realizaron en 2003. Su objetivo era ayudar a Liberia a asimilar tres décadas de lucha política, violencia y guerra. Pero el proceso se desmoronaría y la posibilidad de procesamientos casi se extinguiría tras la publicación de sus conclusiones y recomendaciones en 2009, pues pedían que los señores de la guerra, algunos de los cuales eran representantes y senadores en funciones dentro de la legislatura bicameral de Liberia, fueran juzgados. Quizás lo más controvertido fue que la comisión pidió a la entonces presidenta, Ellen Johnson Sirleaf, que renunciara a su cargo debido al apoyo inicial que había ofrecido al NPFL, la facción rebelde de Charles Taylor. Ante las amenazas de muerte que recibieron los comisionados de la TRC y la falta de planes concretos por parte del gobierno para archivar la información producida por la comisión, todos los documentos fueron enviados al Instituto de Tecnología de Georgia (Georgia Tech) en Atlanta, según Jerome Verdier, ex comisionado.

Werner dejó Sierra Leona antes de que terminara el juicio de Taylor y pasó a representar a las víctimas de los Jemeres Rojos en las Salas Especiales de los Tribunales de Camboya de la ONU. Pero siguió reflexionando sobre la guerra en Liberia y cómo hacer para llamar a los perpetradores a cuentas dada la falta de voluntad política tanto nacional como internacional. Werner había oído hablar de Hassan Bility, un periodista que había testificado en el juicio de Taylor poco después de su partida. Bility vivía en el exilio en Boston, tras haber sido arrestado y abusado por las fuerzas de Taylor después de que el expresidente lo acusara de conspirar para matarlo. Presuntamente, los soldados lo empujaron a un pozo y lo torturaron.

Bility ha testificado tanto como víctima y perito en juicios importantes contra liberianos acusados de crímenes de guerra, tortura y abusos contra los derechos humanos. Entre esos testimonios se encuentran los juicios de Taylor y de su hijo, Chucky Taylor, quien fue finalmente sentenciado a 99 años de prisión por haber cometido torturas en Liberia, así como el de Guus Kouwenhoven, un empresario neerlandés acusado de participar en el tráfico de armas hacia Liberia que fue procesado en los Países Bajos. Werner y Bility sabían el uno del otro a través de contactos mutuos, pero al fin se conocieron años después y comenzaron a analizar estrategias para armar casos contra los liberianos que vivían en el extranjero.

Para Bility, quien hoy tiene su sede permanente en Liberia, perseguir legalmente a los acusados de crímenes de guerra era una forma de asegurarse de que su tierra natal no volviera a entrar en conflicto. También quería corresponder a las acciones de los activistas y manifestantes que habían hecho campaña para liberarlo de las fuerzas de Taylor, lo que, según dijo, fue facilitado por la Embajada de los Estados Unidos en Monrovia.

“No quiero que mis hijos ni los hijos de nadie crezcan en un entorno así”, dice Bility.

“Sé que si no se implementa algún impedimento, esto definitivamente volverá a suceder”. Para Werner, crear la organización y la colaboración también significaba crear un sistema de justicia internacional más justo, en el que “cada víctima cuente”.

 

Sobrepasando un sistema corrupto

Después de varios años trabajando en tribunales enormes respaldados por la ONU en Sierra Leona y Camboya, Werner había ideado formas de buscar justicia fuera de las instituciones politizadas. La Corte Penal Internacional suele requerir que los Estados cooperen y aprueben la investigación y enjuiciamiento de los presuntos perpetradores. Las resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU deben ser aprobadas por naciones poderosas que a menudo tienen agendas políticas y pueden incluso ser ellas mismas responsables de crímenes de guerra. Los tribunales híbridos respaldados por la ONU, que utilizan elementos del derecho nacional e internacional y que están ubicados en los países donde se cometieron los crímenes, también requieren, en su mayoría, del consentimiento de esos mismos países. Una vez terminado su tiempo en Camboya, Werner fue contratado en 2009 por el Aegis Trust (Fideicomiso Aegis) en Londres, una organización con sede en el Holocaust Centre (Centro del Holocausto) del Reino Unido, que apoya a los museos dedicados a la educación sobre el genocidio. Aegis lo contrató para un nuevo programa que se enfocaba en documentar crímenes de guerra que pudieran perseguirse utilizando jurisdicción universal. Bajo este enfoque, los abogados y los miembros de la sociedad civil podrían armar casos contra los presuntos perpetradores desde países y tribunales fuera de donde se cometieron los delitos.

“Básicamente, nos dieron carta blanca”, dice Werner. “Nos dieron total libertad para armar casos UJ [de jurisdicción universal], y es dentro de Aegis Trust que comencé a colaborar con Hassan”.

Bility vivía en Boston en ese momento, pero había pasado la mayor parte de los años de guerra en su tierra natal. Werner empezó a frustrarse con Aegis Trust, y decidió abandonarlo y formar su propia organización.

Werner logró conseguir una subvención de 287,000 francos suizos (286,000 dólares) que le otorgó la organización de derechos humanos Foundation Pro Victims (Fundación en pro de las víctimas), con sede en Ginebra, para establecer su organización y comenzar a documentar los crímenes de guerra en Liberia. Pensó en contratar a un recién graduado en derecho de alguna universidad de élite ––algo común en el circuito de la corte internacional–– para comenzar a documentar los casos, pero Bility levantó la mano. “Podría haber contratado a uno de esos británicos astutos, jóvenes y un poco aventureros, graduados de Oxford, para ir con Hassan, fortalecer la documentación y trabajar con él”, dice Werner. “Esa era mi idea... pero Hassan me dijo: ‘No hagas eso, porque no significaría nada para Liberia, créeme, y con ese dinero yo podría contratar a 10-15 personas y empezar una organización’”.

“Mi único mérito es haber confiado en Hassan”, añade Werner.

La “jurisdicción universal” es un concepto legal que permite a los estados reclamar jurisdicción sobre las personas acusadas de delitos, independientemente del lugar donde se cometieron o de la nacionalidad y residencia del presunto perpetrador. A veces, el que un presunto criminal se encuentre dentro de las fronteras de un Estado es suficiente para realizar un arresto, independientemente de su nacionalidad. Los presuntos culpables pueden ser procesados utilizando las leyes nacionales y las leyes o convenciones internacionales a las que el Estado esté sujeto. Según un informe de 2020 sobre jurisdicción universal realizado por el Centro Internacional para la Justicia Transicional, con sede en Estados Unidos, entre 2018 y 2019 hubo un aumento del 40% en el número de “sospechosos identificados en casos de jurisdicción universal en todo el mundo”. En total eran 207; 11 de los acusados estaban en juicio, y había 16 condenas y 2 absoluciones. Pero la transparencia en las cifras y el número de casos sigue siendo un reto, al igual que las diferentes formas en que se implementa la jurisdicción universal entre los diferentes Estados, según el informe. Los casos también pudieran estar sujetos a los intereses políticos de quienes están en el poder.

Civitas Maxima, frase latina que se traduce como “la mejor ciudadanía”, sostiene que “las víctimas de crímenes internacionales deben tener las llaves de su propia demanda de justicia”, y la justicia debe existir fuera de los intereses estatales. Es en parte por esta razón que Werner no ha aceptado dinero de ningún gobierno, un enfoque que sigue generando mucha polémica dentro de la organización, refiere. Alrededor del 70 por ciento de los fondos de Civitas provienen de organizaciones filantrópicas con sede en Estados Unidos y Europa que se centran en promover los derechos humanos, la paz y la libertad como, por ejemplo, la Foundation Pro Victimis, Sigrid Rausing Trust (Fideicomiso Sigrid Rausing), Oak Foundation (Fundación Oak), Humanity United (Humanidad Unida), Wellspring Philanthropic Fund (Fondo Filantrópico Wellspring) y las Open Society Foundations y (Fundaciones Sociedad Abierta). Civitas Maxima también obtiene fondos de miembros privados de la comunidad empresarial suiza, aunque tiene políticas que le prohíben recibir dinero de empresas o personas involucradas en prácticas ilegales o que “obtengan ingresos directos de la promoción, fabricación o venta de armas”, o de aquellos que se dedican a la minería o industrias extractivas.

Civitas Maxima ha tenido un crecimiento sostenido durante la última década, con un aumento en la financiación del 10 al 20 por ciento cada año, según Werner. Su presupuesto anual actual es de 1.65 millones de francos suizos (1.64 millones de dólares). A su vez, Civitas Maxima continúa financiando al GJRP, pero Werner espera que el GJRP llegue a operar de forma independiente y colabore con diferentes socios. Por ejemplo, colaboró con el Center for Justice and Accountability (Centro para la Justicia y la Responsabilidad, CJA), con sede en San Francisco, para armar un caso civil contra un liberiano que vivía en Filadelfia y que fue acusado de participar en la masacre de la Iglesia Luterana de San Pedro el 29 de julio de 1990. Esa fue la mayor atrocidad de la primera guerra civil de Liberia: 30 soldados del gobierno, miembros de los krahn y leales al presidente Doe, mataron a 600 personas, en su mayoría gio y mano, dentro de una iglesia en Monrovia. El sujeto, Moses Thomas, fue declarado responsable de crímenes de guerra y de lesa humanidad en agosto, y se le ordenó pagar 84 millones de dólares por daños a cuatro víctimas liberianas. Pero Thomas se había ido de Estados Unidos a Liberia en 2020 antes de que se dictara el veredicto en septiembre de 2021 y de que la orden de compensación se emitiera un año después. El 3 de octubre de este año, CJA y el GJRP también presentaron una denuncia de derechos humanos contra Liberia en el tribunal de la Comunidad Económica de los Estados de África Occidental por “no brindar justicia a las víctimas”.

“Es todo un logro poder encontrar todavía dinero para ello porque ¿a quién le importan las víctimas de Liberia?”, dice Werner, reconociendo que los esfuerzos de los tribunales y la justicia a menudo pasan a enfocarse en el conflicto actual más candente. Hoy en día, por ejemplo, la ONU y los gobiernos y estados occidentales están invirtiendo tiempo y recursos investigando los crímenes de guerra en Ucrania. Otra de las preocupaciones de Werner es el hecho de que los financiadores suelen trabajar en ciclos de 10 años como máximo, lo que lo vuelve consciente de la necesidad de atraer nuevos donantes en los próximos años.

Manos a la obra

En 2012, ambas organizaciones iniciaron operaciones y comenzaron a armar sus primeros casos. Al poco tiempo, Werner y Bility se unieron a Emmanuelle Marchand, una joven abogada francesa que había trabajado como asistente legal en Camboya, representando a las víctimas de los Jemeres Rojos, al mismo tiempo que Werner. Marchand, que reside en La Haya, Países Bajos, y es subdirectora y jefa de la unidad legal de Civitas Maxima, se unió a la organización en 2013 con la encomienda específica de llevar a cabo una investigación financiada por Humanity United sobre las víctimas de la violencia postelectoral acaecida en Costa de Marfil en 2011. Los sobrevivientes huyeron a campos de refugiados en Liberia, y muchos habían presenciado o habían sido víctimas de crímenes cometidos por las milicias que respaldaban al presidente de Costa de Marfil, Alassane Ouattara. Por supuesto, era poco probable que los perpetradores fueran procesados por el gobierno de Ouattara.

Tras realizar este trabajo, Marchand se dedicó a ayudar a documentar casos enfocados en la guerra civil de Liberia. Ella cree que la misión de Civitas Maxima es documentar y ayudar a las víctimas “que no están verdaderamente representadas,” y le brinda satisfacción ser parte del proceso desde el comienzo de la investigación y a lo largo de todo el proceso judicial hasta la etapa posterior. También le gusta tener libertad de acción para seguir sus propias pistas. El que los procesamientos continúen o no también depende en gran medida de la disposición de las víctimas, lo que hace que el proceso esté más “centrado en la víctima”, explica.

Uno de los primeros casos del equipo fue el de Martina Johnson, una presunta excomandante de artillería del NPFL que participó en la Operation Octopus (Operación Pulpo), una ofensiva militar de cuatro meses contra la capital, Monrovia, que se llevó a cabo en 1992 y cuyo objetivo era derrocar al gobierno interino. La operación mató y desplazó a miles de personas. Tanto Werner como Bility habían empezado a recopilar documentación para el caso cuando Werner aún trabajaba en Aegis Trust. Johnson, que estuvo viviendo en Bélgica por más de una década, fue arrestada y acusada en septiembre de 2014. El caso sigue abierto, aunque Johnson ha sido puesta en libertad provisional. Al momento de redactar este artículo, fuentes del Ministerio de Justicia liberiano confirmaron que los investigadores belgas se encontraban en Liberia y que era probable que el caso comenzara el próximo año; pero una de las cuatro víctimas que rindieron testimonio inicial ha muerto.

En el suelo liberiano, el GJRP trabaja en lo que ellos llaman “documentación lenta”: la recopilación de evidencia de crímenes de guerra que podría ser usada en algún momento si Liberia decidera algún día tener un tribunal de crímenes de guerra. La organización entrevista a testigos y, en ocasiones, recoge pistas en las tiendas atai, donde los hombres se reúnen, beben té y, a menudo, intercambian historias sobre la guerra. Bility y su equipo también trabajan en la documentación de casos relacionados con liberianos que saben que residen en el extranjero. El GJRP reúne la evidencia en el terreno y luego acude a Civitas Maxima, quien los ayuda a armar el caso y a contactar a los fiscales en varios países.

A diferencia de otros actores en el campo de la justicia internacional, Civitas Maxima y el GJRP no se han centrado en los jefes de Estado o líderes de Gobierno con mayor responsabilidad en los crímenes cometidos durante el conflicto, sino en los comandantes de facciones o personas con otros roles de liderazgo. Werner evita a los soldados de infantería debido a las instancias de reclutamiento forzoso durante un conflicto en el que se estima que participaron 38,000 niños como combatientes, portadores de municiones, cargadores, cocineros y esclavos sexuales. “Es importante para las víctimas y los grupos de víctimas, y también en un nivel más amplio, porque debe comprenderse que hay que castigar estos delitos para evitar que las personas vuelvan a hacer lo que hicieron en el pasado”, dice Werner. También quiere perseguir a los grandes empresarios, algunos de ellos de occidente, quienes financian guerras, y a quienes a menudo dejan de lado los tribunales de la ONU y la CPI, que han sido criticados por llevar casos solo contra africanos.

En los últimos años, la estrategia de Werner ha llamado la atención de organizaciones como la Fundación Ashoka, con sede en Estados Unidos, la cual ha apoyado a activistas y emprendedores sociales, algunos de los cuales se han involucrado en la justicia internacional a través de becas de internacional a través de becas de tres años. “Hay innovación en la forma en que trabaja, ya que evade el sistema de justicia con las herramientas que el mismo sistema proporciona”, dice Emilie Romon Carnegie, directora de la oficina suiza de Ashoka, al explicar las razones por las que dicha fundación le otorgó una beca a Werner en 2020. Romon Carnegie compara la década de arrestos y tres condenas de Civitas Máxima (dos de las cuales ocurrieron en tribunales estadounidenses por cargos migratorios y una en un tribunal suizo), a pesar de su “diminuto presupuesto”, con el historial de la CPI durante los últimos 17 años, en los que ha concretado solo tres condenas y cuatro absoluciones, a pesar de tener un presupuesto de 154 millones de euros (154 millones de dólares).

 

Reuniendo evidencia de una guerra predigital

Civitas ha convertido en prioridad importante la capacitación para recopilar pruebas. El conocer los protocolos legales de los diferentes países y tribunales internacionales para la reunión de evidencia y las entrevistas a testigos puede ser crucial para los juicios finales. Para que la evidencia cumpla con los estándares internacionales de enjuiciamiento, Bility y su equipo deben registrar el medio y la hora en que se hace el primer contacto con un testigo, no pueden entrevistar a personas en grupos y deben hacer todo lo posible para garantizar que los posibles testigos no entren en contacto entre sí, si es que no lo han hecho ya. Tampoco pueden mostrar fotos de testigos ni hacer preguntas capciosas, para evitar socavar su valor probatorio.

Debido a que el conflicto en Liberia se desarrolló años antes de que la fotografía digital y las herramientas forenses digitales de código abierto se convirtieran en algo común, las declaraciones de testigos presenciales siguen siendo decisivas. Sin embargo, Civitas Maxima y el GJRP tienen la ventaja de que muchos de los horrores de la guerra a menudo se cometieron a la vista del público. Además, la naturaleza compacta y unida de las comunidades locales y la diáspora de Liberia han hecho relativamente fácil rastrear a los presuntos perpetradores en el extranjero.

Sin embargo, los casos que persiguen de manera conjunta son difíciles y variados. Algunos son procedimientos penales migratorios en los Estados Unidos, en los que los fiscales pueden intervenir y realizar investigaciones, mientras que otros son procedimientos en los que el gobierno debe invitar a los países y estos deben cumplir con reglas estrictas de recopilación de pruebas. La relación entre los fiscales para la reunión de pruebas puede ser colaborativa o distante, según las normas y los reglamentos de la jurisdicción para tal efecto. “Le proporcionamos información a las autoridades, mas no controlamos la totalidad de la investigación”, dice Marchand.

Tales complejidades pueden dificultar la decisión sobre cómo proceder. Por ejemplo, en un inicio, ambas organizaciones dudaron en colaborar con el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de EE. UU. (ICE, por sus siglas en inglés) y su división de Investigaciones de Seguridad Nacional (HSI, por sus siglas en inglés) tras que deportaran a Liberia al residente estadounidense George Boley en 2012, en virtud de la Ley de Responsabilidad de los Niños Soldados, una ley estadounidense que criminaliza el uso de niños como soldados por cualquier fuerza militar. La decisión permitió a Boley regresar a un país donde no tendría que reunir cuentas. A pesar de haber liderado la LPC y haber sido acusado de cometer delitos, Boley es ahora diputado en la legislatura. Sin embargo, cuando quisieron llevar ante la justicia a un liberiano que vivía en Filadelfia, encontraron ahí a fiscales con experiencia en juicios internacionales y vieron que cooperar con ICE y HSI podría conducir a sentencias penales más largas, por lo que decidieron continuar con su colaboración.

En 2018, Civitas Maxima y el GJRP lograron su primera condena, la de Mohammed Jabbateh, a quien se le había otorgado asilo en Filadelfia y quien había estado viviendo allí durante dos décadas dirigiendo un negocio de contenedores de envío. Mark Gilland, un investigador de la HSI, radicado en ese entonces en Filadelfia, estaba investigando sobre unos autos robados que se estaban exportando a Liberia. Se topó con Jabbateh cuando recibió un aviso de un informante durante la investigación de un caso de fraude de pasaportes. Si bien al inicio de la investigación Gilland y su equipo no le dijeron a Civitas y el GJRP quién era su objetivo, se les pidió que encontraran víctimas de ciertos pueblos y aldeas donde la facción de Jabbateh, ULIMO-K, había luchado en la década de 1990. A diferencia de Boley, Jabbateh, conocido como “Jungle Jabbah”, fue sentenciado en un tribunal de Filadelfia a 30 años de prisión por el delito de perjurio. (Había mentido en sus formularios de inmigración y en las entrevistas). Werner dijo que tuvieron suerte de que uno de los fiscales hubiese tenido experiencia en juicios internacionales en el Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoslavia.

Marchand también ofrece capacitaciones en técnicas de entrevista en el Institute for International Criminal Investigations (Instituto para Investigaciones Criminales Internacionales), una organización no gubernamental independiente que se estableció al mismo tiempo que la Corte Penal Internacional. Marchand ayuda a los investigadores a documentar mejor los casos de crímenes internacionales mediante cursos con expertos humanitarios, abogados y policías. Ha dirigido capacitaciones de miembros del GJRP tanto en Liberia como en La Haya. “La forma en que documentábamos hace 10 años es, por supuesto, diferente de cómo lo hacemos hoy y cómo lo haremos en cinco años”, asegura Marchand. “Nos volveremos cada vez más sistematizados”.

En junio de 2021, Civitas Maxima y el GJRP obtuvieron otra victoria en un tribunal suizo, en el que Alieu Kosiah, residente permanente, fue declarado culpable de 21 de los 25 cargos en su contra, incluyendo asesinato, violación, canibalismo y uso de niños como soldados. El caso presentó la situación excepcional de que Werner representara a las víctimas, ya que el juicio se llevó a cabo en Suiza, donde ejerce la abogacía. Fue su primera victoria en un caso no migratorio fuera de los Estados Unidos y la primera condena por crímenes de guerra en un tribunal civil suizo. El caso, cuya decisión ha sido apelada, los condujo a Kunti Kamara, otro presunto perpetrador de la misma facción, el United Liberation Movement of Liberia for Democracy (Movimiento Unido de Liberación de Liberia por la Democracia, ULIMO). Kamara es ciudadano holandés y fue testigo en el juicio de Kosiah; fue arrestado en París en 2018 y enfrentó cargos por tortura y complicidad en actos de tortura. Su juicio comenzó en octubre de 2022.

 

Víctimas “de segunda”

Si bien el GJRP y Civitas Maxima han tenido un éxito significativo durante la última década, los retos que enfrentan los testigos en Liberia pueden ser enormes, sobre todo cuando los casos se pierden. Muchos de los testigos que declaran en los juicios jamás han viajado en avión y regresan a un país donde el estado de derecho es débil, no existe la protección para testigos y la atención psicológica es muy limitada. Los miembros de Civitas Maxima y el GJRP a menudo acompañan a los testigos a los juicios y están al pendiente de ellos en Liberia. Sin embargo, a pesar de sus esfuerzos, tratar de protegerlos cuando los casos se pierden puede ser descorazonante.

Uno de esos fracasos judiciales fue el caso de Agnes Reeves, exesposa de Charles Taylor, que había estado viviendo y trabajando como profesora en la Universidad de Coventry en el Reino Unido. Se le acusó de torturar y facilitar la violación de mujeres cautivas en Gbarnga, la entonces capital de la Gran Liberia, una región controlada por el NPFL, la facción de Taylor. Los cargos contra Reeves fueron desestimados en 2019 bajo el argumento de que la fiscalía no había podido establecer que el NPFL tuviera control administrativo sobre el área en ese momento. Cuando Reeves regresó a Liberia, se revelaron los nombres de muchos testigos que esperaban para declarar. También demandó al GJRP y a Civitas Maxima ante un tribunal de Liberia por difamación, y su moción mencionaba los nombres de los testigos. Reeves niega cualquier mala conducta o participación militar en el NPFL, a pesar de que existe evidencia de lo contrario. Destaca una foto de ella vestida con uniforme militar, cadenas de oro, una pistola metida en el cinturón que sobresale detrás de su riñonera de camuflaje y una joven soldada parada junto a ella; la foto fue tomada por el fotógrafo francés Patrick Robert en 1990. En una conferencia de prensa en Monrovia, después de ser liberada, Reeves afirmó haber portado una pistola y vestido uniforme militar para su propia protección personal y se describió a sí misma como humanitaria.

Marchand había pasado mucho tiempo con las presuntas víctimas y dijo que la desestimación del caso Reeves “la devastó”. Pero incluso cuando los casos prosperan, la amenaza de represalias persiste. El equipo sigue preocupado por las sentencias más cortas que imponen los tribunales europeos, en las que el tiempo de prisión previo al juicio cuenta para las sentencias. Kosiah, por ejemplo, podría regresar a Liberia en 13 años, o antes, si gana la apelación.

“Cuando tomas casos extraterritoriales, tienes dos tipos de víctimas”, dice Marchand. “Si estás en Europa, por ejemplo, tienes acceso a apoyo psicológico y medidas de seguridad, pero el cuidado de las víctimas ubicadas en Liberia recae, al final del día, en las ONG y en las organizaciones locales, por lo que tenemos que desarrollar nuestro propio programa de protección de testigos con recursos muy limitados”. En muchos sentidos, quienes viven en Liberia son “víctimas de segunda”, afirma.

Para Werner, esta es parte de la razón por la que Civitas Máxima sigue enfocándose en gran medida en Liberia: no solo porque lleva tiempo armar los casos, sino también porque allí las presuntas víctimas tienen mayor necesidad de recursos y atención hacia su bienestar. Liberia no cuenta con un programa formal de protección de testigos y hay muy pocos psicólogos y psiquiatras.

El impacto en Liberia

La labor de Civitas Maxima va más allá de iniciar procesos judiciales y ayudar a víctimas y testigos. También están comprometidos con informar al público y cambiar la cultura. Civitas ha financiado a periodistas liberianos que colaboran con las principales publicaciones periódicas para que viajen y cubran los casos judiciales, y ha producido caricaturas y obras de teatro sobre el juicio de “Jungle Jabbah” para ayudar a que los niños que crecieron después de la guerra comprendan mejor el proceso. Para Aaron Weah, investigador liberiano que se encuentra completando su doctorado sobre la preservación de la memoria de la guerra en la Universidad de Ulster en Irlanda del Norte, el GJRP y Civitas han “mantenido viva la agenda de responsabilidad penal” en un país donde “el gobierno está enviando un mensaje a nivel internacional de que Liberia es un refugio para los criminales de guerra”.

Weah agrega que estos juicios podrían contribuir a la preservación de la memoria histórica en un país donde se está perdiendo rápidamente debido a la muerte de víctimas y perpetradores, así como por el paso del tiempo. Pero el impacto probablemente será limitado, intuye. “La documentación y los informes de estos casos son abundantes, pero solo serán de ayuda si el gobierno de Liberia muestra interés en que eso forme parte de la historia”, dice. Weah ha estado buscando memoriales dedicados a las más de 200 masacres (que van desde cinco personas hasta más de 600) que se cometieron entre 1979 y 2003, documentadas por la TRC; pero solo ha encontrado un sitio en un pueblo que está siendo utilizado como un “espacio cívico” para mostrarles a los niños los actos deplorables cometidos durante la guerra.

Procesión de personas vestidas de blanco
La ganadora del Premio Nobel la Paz, Leymah Gbowee, dirige una reunión del hijo de una compañera activista por los derechos de las mujeres, el 9 de octubre de 2011, en Monrovia.

El gobierno del actual presidente, George Manneh Weah, ha otorgado permiso oficial a tres equipos de investigadores europeos para ingresar al país. Cuando era embajador del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia, el mandatario expresó en una ocasión estar a favor de que se instalara un tribunal de crímenes de guerra. Sin embargo, se retractó de la participación internacional y solicitó a la legislatura que Liberia estableciera su propia Comisión de Justicia Transicional, la cual se encargaría de enviar recomendaciones a su oficina. Sin embargo, dicha comisión aún no se ha establecido, y muchos observadores de los tribunales de crímenes de guerra y defensores de la sociedad civil se mantienen escépticos ante la posibilidad de que tal paso tenga como resultado alguna medida significativa que termine en enjuiciamientos o reconciliación. La vicepresidenta misma de Weah es Jewel Howard-Taylor, exesposa del expresidente Charles Taylor, quien actualmente se encuentra encarcelado en el Reino Unido. Ella ha defendido públicamente las acciones de su exmarido durante el conflicto y ha dicho que Liberia debe seguir adelante.

Cecelia Danuweli, una activista liberiana para la paz, sostiene que los casos presentados por Civitas Maxima y el GJRP son avances positivos, pero es necesario hacer más para garantizar que los juicios se lleven a cabo dentro de Liberia. “El gobierno liderado por Weah debería haber hecho algo porque esto es lo que pidieron cuando Ellen estaba presente”, dice Danuweli, refiriéndose al gobierno de la expresidenta Ellen Johnson Sirleaf. Danuweli es exmiembro de la Women of Liberia Mass Action for Peace (Acción Masiva por la Paz de las Mujeres de Liberia), un movimiento liberiano por la paz, dirigido por mujeres vestidas de blanco, que ayudó a poner fin a la segunda guerra civil. La líder del movimiento, Leymah Gbowee, recibió el Premio Nobel de la Paz en 2011 junto con Sirleaf y el periodista yemení Tawakkol Abdel-Salam Khalid Karman. “Incluso aquellos que están aquí, sería muy importante para mí que Prince Johnson fuera a un tribunal de crímenes de guerra”, dice Danuweli sobre el senador en funciones. “Todavía están allí disfrazándose y siendo electos y reelectos, lo cual no es bueno para el país”, afirma sobre los señores de la guerra. “No estamos yendo a ninguna parte”.

Massah Washington, un ex comisionado de la TRC que hoy vive en los Estados Unidos, ha expresado su preocupación por que los perpetradores se unan para silenciar a los críticos. Reeves ha demandado por difamación a la propia Washington debido a un artículo que esta escribió acusando a Reeves de comenzar una “campaña difamatoria” contra Bility y cuestionando si fue reivindicada dado que nunca fue a juicio. “A falta de voluntad política por parte del gobierno de Liberia, creo que es lo mejor que tenemos hoy en día para la impartición de justicia”, dice sobre los casos que han llevado Civitas Maxima y el GJRP. “Nos mantiene con esperanza”.

 

El futuro de Civitas y el GJRP

Werner no está seguro de querer embarcarse en el próximo conflicto en boga. Sin embargo, a él y a su equipo les entusiasma capacitar a activistas en otras partes del mundo en el uso de sus métodos para presentar denuncias en tribunales europeos u otros que tengan leyes que les permitan enjuiciar tales delitos.

El año pasado, antes de la invasión rusa de Ucrania, Marchand capacitó a miembros de Truth Hounds (Sabuesos de la verdad), una ONG en Kiev que ha documentado crímenes cometidos en Ucrania desde 2014. El pasado agosto ayudaron a la organización a denunciar ante un tribunal suizo el ataque, supuestamente por fuerzas rusas, al fotógrafo suizo Guillaume Briquet, con la esperanza de allanar el camino para una investigación por parte de un fiscal. Le dispararon el 6 de marzo mientras conducía un vehículo rotulado de la prensa desde Kropivnitski a Mykolaiv. Werner ve un futuro prometedor para Civitas Maxima en el apoyo a organizaciones ucranianas y de otro tipo para presentar denuncias en el extranjero e inducir a los tribunales europeos y las unidades de crímenes de guerra a la acción. “Los ucranianos pueden hacerlo ellos mismos”, asegura.

El equipo de Civitas Maxima está considerando aceptar casos fuera de Liberia, pero Werner subraya que está comprometido con los casos liberianos a la larga. “Este es un trabajo a muy largo plazo”, explica. “Creo que debemos mantener tanto la presión como estos casos el mayor tiempo posible para dejar muy claro en la mente de las personas que aun si no obtenemos justicia en Monrovia, se hará justicia para estos crímenes”.

El 7 de octubre, fecha en que se presentó esta historia, Beth Van Schaack, embajadora itinerante de Estados Unidos para la Global Criminal Justice (Justicia Penal Global), se encontraba de visita en Monrovia. En una conferencia de prensa, dijo que Estados Unidos brindaría apoyo financiero y técnico para cualquier iniciativa de justicia liderada por Liberia. Era la primera vez que el gobierno de Estados Unidos expresaba públicamente su apoyo a la justicia y la rendición de cuentas por los crímenes de guerra en Liberia.

“Me siento optimista, entusiasmado y seguro de que Estados Unidos apoyará a las víctimas y al pueblo de Liberia”, dice Bility. “Pero somos nosotros los liberianos quienes tendremos que tomar la iniciativa”.

Autor original

  • Clair MacDougall es una escritora que ha vivido e informado sobre Liberia, su historia y el legado de la guerra civil. Actualmente, radica en la región del Sahel.

     

Este artículo es contenido original de la revista de Stanford Social Innovation Review publicado en la edición invierno 2023.

  • Traducción del artículo Justice for Liberia’s Forgotten War por Leslie Cedeño
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