Una mirada retrospectiva desde el 2030 nos revela cómo políticas ambiciosas aplicadas en el sector industrial, en combinación con el acceso a información confiable de alta calidad, y un liderazgo audaz nos salvaron de una desgracia peor que el COVID-19.
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Foto por iStock/hanibaram
En estos momentos nos encontramos confinados en nuestras casas, siguiendo en vilo las noticias sobre cifras de muertos y nuevos descubrimientos científicos, y viviendo una realidad muy alejada de la “normalidad''. Pero mientras el COVID-19 nos asesta golpes inesperados, estamos expuestos a una amenaza aún más acuciante, ante la cual el mundo carece de recursos para poder defenderse.
El COVID-19 y el cambio climático son ejemplos de gestión de riesgos, o mejor dicho, de una mala gestión de riesgos. Los líderes mundiales, a los que el COVID-19 ha tomado por sorpresa, consideran a la pandemia un “Cisne Negro”. Los cisnes negros se refieren, generalmente, a acontecimientos excepcionales imposibles de preveer. Sin embargo, el nuevo coronavirus y el cambio climático se deberían categorizar como animales totalmente diferentes; más bien serían “rinocerontes grises”, que constituyen una amenaza altamente probable, aunque sea ignorada y cuyas consecuencias tienen un enorme impacto en la humanidad.
Durante muchos años se ha considerado la probabilidad y el riesgo de que se desatara una pandemia global capaz de matar a millones y de poner en jaque a la economía global. De igual modo, la posibilidad del calentamiento global es de un 100%, ya que la temperaturas media de todo el planeta es un grado centígrado más elevada que la del nivel existente antes de la revolución industrial. Y, aunque se entiende el devastador impacto humano y económico del incremento de las temperaturas, es difícil en realidad comprenderlo en toda su magnitud.
Pero nuestro destino aún no está definitivamente marcado. Todavía estamos a tiempo para poner en práctica de modo efectivo las enseñanzas aprendidas a partir del fracaso ante la prevención de pandemias mundiales como el coronavirus. Esta lección puede ayudarnos a evitar las más graves consecuencias del cambio climático, entre las que se incluyen las siguientes:
- La ciencia puede ser más poderosa que la política, la religión y la ambición A este respecto, podemos señalar el ejemplo de la pandemia del COVID-19, durante la cual, a medida que la crisis empeoraba se cerraron fábricas, iglesias, mezquitas, templos y se cancelaron mítines políticos por razones de seguridad. De igual manera, cuando los científicos nos previenen sobre el cambio climático, debemos tomar en serio sus advertencias.
- Los cambios sociales y económicos bruscos y turbulentos tienen consecuencias devastadoras sobre los sectores de la población más vulnerables, haciendo que se amplíe la brecha de la desigualdad y de la injusticia. En los Estados Unidos, la fuerza laboral compuesta por mujeres, afroamericanos y latinos ha sufrido niveles más altos de desempleo a causa del COVID-19 que sus homólogos blancos, y los negocios propiedad de los primeros no han tenido el mismo acceso a los fondos de ayuda federal. En todo el mundo, el calor extremo, la sequía, y las inundaciones tienen un impacto desigual sobre las poblaciones más desfavorecidas y de bajos recursos.
- Las acciones individuales pueden hacer una diferencia, pero las decisiones más determinantes son las del gobierno, las grandes compañías y los inversionistas. Las restricciones del gobierno que limitan la movilidad individual para frenar los efectos del COVID-19 han resultado en reducciones significativas de emisiones de carbono, pero ante la ausencia de estímulos o medidas inteligentes, están destinadas a ser temporales y probablemente, no tengan un impacto real en las futuras emisiones sobre la atmósfera.
- Los gobiernos pueden movilizar trillones de dólares en cuestión de días cuando hay vidas y hogares en juego, en una situación límite. El Congreso de los Estados Unidos aprobó una ley llamada CARES, con un presupuesto de 2,2 trillones hace 3 semanas, después de que el virus se propagara y se convirtiera en una amenaza nacional en los Estados Unidos. Los presupuestos contemplados por la ley CARES superan con creces a los destinados a cualquiera de las propuestas de ley para protección del clima aprobadas en el pasado.
A menudo uso la analogía de un espejo retrovisor para explicar porqué los sectores más influyentes de la sociedad han dejado fuera el tema del clima. Para entender las razones de este fenómeno, hay que considerar el comportamiento de los grandes capitales,—las fuentes de riqueza intergeneracionales contenidas en fondos de pensiones y de bonos del estado, fundaciones y fondos universitarios, negocios familiares y compañías de seguros. Conjuntamente, estas instituciones poseen bienes que suman aproximadamente $100 trillones de dólares, los cuales—a través de un portafolio de acciones públicas y privadas, crédito, e inversiones alternativas, constituyen las principales fuentes de financiamiento de las economías nacionales.
Estas instituciones tienen compromisos crediticios con vista a futuro, a pesar de lo cual las decisiones de sus inversiones dependen de informes de datos retrospectivos. Una herramienta poco útil en la era del cambio climático es la técnica backtesting, que evalúa el desempeño futuro basada en la eficacia de una inversión, tomando en consideración condiciones de mercado ya obsoletas, anteriores a las del presente. La evaluación gerencial y las compensaciones dependen, también, en gran medida de reportes pasados, con fórmulas que incluyen regularmente referencias basadas en evaluaciones de pares y desempeños anteriores. Los inversionistas institucionales son generalmente un grupo reacio al riesgo, y estas prácticas fueron diseñadas para proteger las carteras de riesgos sin compensación.
Pero la confianza excesiva en el backtesting y en las evaluaciones comparativas, incrementa, de hecho, el riesgo para los inversionistas en un clima cambiante. La técnica sería similar a la conducción de un vehículo por carretera basándose en la visión de un espejo retrovisor. Los riesgos físicos de un cambio climático no están en el espejo retrovisor ni en las nuevas tecnologías, políticas o preferencias del consumidor que desemboquen en una transición a una disminución en la emisión de carbono. A pesar de ser la principal fuente de financiamiento de las economías globales, las inversiones institucionales están basadas en decisiones que parten de supuestos de estabilidad atmosférica que ya no son reales.
Por ello, ¿qué seríamos capaces de visualizar si, en vez de las perspectivas estratégicas panorámicas de hoy, miráramos retrospectivamente desde el año 2030 y pudiéramos diseñar el mapa del camino que los científicos nos dicen que debemos seguir desde ese punto histórico? Súbete a mi máquina del tiempo y te lo mostraré.
Mirando retrospectivamente desde el 2030
¡Bienvenido al futuro! Debes estar cansado de tu viaje. Recuéstate, y yo te recordaré cómo llegamos a la disminución de hasta 45 por ciento menos de los niveles de emisiones de carbono del año 2020 y estamos en camino a alcanzar el nivel de cero neto en los próximos 20 años.
Acabando de viajar en un mundo amenazado por la Covid 19, recordarás cómo en medio de una recesión económica sin precedentes, las reducciones en emisiones globales llegaron a alcanzar la cifra del 17 por ciento menos, y se estabilizaron en menos de un 7 por ciento al año. Esta tasa estaba bajo la línea del 7.5 por ciento de disminución anual necesaria para controlar el calentamiento global, tomando en cuenta el objetivo de 1.5 grados centígrados del Acuerdo de París. Estas alentadoras cifras dieron por terminado el debate sobre si la estabilización del clima precisaba “cortar los neumáticos” al crecimiento desmesurado de las economías nacionales, o si otras soluciones alternativas, tales como “las vías verdes” auguraban un mejor futuro para la humanidad. Elegimos esta última opción.
La década de los veinte del siglo XXI estuvo presidida por la implementación de políticas muy ambiciosas en el sector industrial, una extraordinaria proliferación de datos climáticos y de herramientas de administración, y un contexto político-cultural que recompensó a aquellos que participaron activamente en el proceso. Al final, la garantía de un futuro próspero se redujo a tres factores: 1) crecimiento verde, 2) información y 3) liderazgo y el COVID-19 fue el punto de inflexión. Déjenme explicarles por qué.
Apoyo para el crecimiento verde
En tan solo los primeros dos meses de la pandemia, el gobierno estadounidense brindó más apoyo a los mercados del que había ofrecido en el periodo de los tres años posteriores a la crisis financiera del 2008. Fue necesario un cambio de administración, pero, a principios del año 2021, Estados Unidos aprovechó el impulso de un gasto público de escala similar al de la Segunda Guerra Mundial para acelerar la descarbonización de la economía nacional. El gobierno vinculó préstamos y apoyos con metas de reducción de emisiones de carbono y de prevención climática. Como resultado, las compañías estadounidenses se volvieron más resilientes a los impactos físicos del cambio climático y más fuertes frente a la competencia extranjera. Más específicamente, además de pagar beneficios a millones de americanos desempleados—muchos de los cuales perdieron sus trabajos en las industrias del petróleo, el gas, el carbón y las aerolíneas, las cuales nunca volvieron a alcanzar los niveles previos de actividad previos al 2020—Estados Unidos revivió el programa Works Progress Administration (WPA) con el cual financió a los trabajadores desplazados por el COVID-19 para que construyeran la infraestructura necesaria que garantizara la resiliencia climática y, consecuentemente, un próspero futuro.
Las políticas de “Crecimiento Verde” dieron un gran impulso a las industrias y a todas las economías nacionales del mundo. La hoja de ruta de las empresas exigió el cambio del sector de energía en favor de fuentes renovables (una tendencia muy avanzada en el mundo desarrollado); reemplazando la utilización de fuentes de energía tradicionales, (tales como la calefacción, refrigeración, y transporte), por la electricidad (en lugar de petróleo y gas); y alineando incentivos para la agricultura, silvicultura y otros métodos agrícolas que redujeran y capturaran el dióxido de carbono.
Las regulaciones que permiten a los mercados energéticos valorar los servicios de flexibilidad, aceleraron el cambio a la energía limpia en todo el mundo. El impuesto al carbono agilizó la transición de combustibles fósiles a fuentes limpias, cuyo costo disminuyó aún más significativamente en la década de los 20. Los sensores ayudaron a predecir la disponibilidad de recursos renovables y a optimizar el uso de almacenamiento de baterías, cuyo costo se redujo drásticamente gracias a los ambiciosos objetivos de reducción de emisiones en toda la economía. Con el apoyo de los ingresos obtenidos de impuestos del carbono, el financiamiento de la transición contribuyó a capacitar y a reubicar a los trabajadores desplazados y al desmantelamiento de la infraestructura fósil existente. La política y la inversión del gobierno fueron también instrumentos esenciales en la descarbonización de la industria pesada y en la construcción de instalaciones de captura directa de aire.
Los gobiernos invirtieron en infraestructura de transporte de cero emisiones y capitalizaron la variación de patrones de comportamiento consecuencia del coronavirus para rediseñar las ciudades. Las áreas suburbanas tradicionales desaparecieron y fueron reemplazadas con proyectos de reforestación y con transporte eléctrico autónomo. Las ciudades se volvieron también más inteligentes, invirtiendo en infraestructura digital para optimizar el movimiento de personas y de recursos.
Por último, las políticas de crecimiento verde en el sector alimentario y agrícola aprovecharon la falta de eficiencia de los subsidios existentes para reducir los gastos de operación, al tiempo que promovían medios de vida sostenibles para los granjeros que cultivaban con dichas técnicas. Las granjas industriales se extinguieron a causa de los incentivos aportados en favor de las carnes de origen vegetal y de la ganadería regenerativa. Los agricultores se beneficiaron del acceso a préstamos subsidiados para transformar sus tierras en sumideros de carbono y, después de sobreponerse a las dificultades iniciales en medición y verificación, fueron capaces de obtener ingresos del carbono que capturaron permanentemente en los suelos y al plantar árboles. Los propietarios locales recibieron fondos para mantener el crecimiento y la conservación del Amazonas y de otros bosques emblemáticos, y el capital natural en todo el mundo fue valorado y compensado adecuadamente por sus servicios al ecosistema.
Recopilación y uso de datos climáticos
Un elemento clave para el éxito de las políticas industriales verdes fue el avance en el proceso de recopilación y uso de la información de riesgo climático. En el 2020, los bancos centrales en Europa y Asia empezaron a exigir pruebas de estrés climático a las instituciones financieras. Aunque la Reserva Federal de los Estados Unidos se unió tarde a la fiesta, la naturaleza global de las finanzas tuvo el efecto de atraer a las instituciones estadounidenses a la acción mucho antes de que nuestro gobierno actuara. Esto tuvo un efecto cascada pues puso en evidencia las debilidades en los sistemas financieros globales previamente no detectadas o poco comprendidas, catalizó modelos de riesgo climático de alto calibre y divulgó información financiera relacionada con el clima. Los datos recogidos a partir de estas pruebas de estrés llevaron a los bancos comerciales a denegar préstamos a sectores intensivos en carbono para el 2022, y algunos gobiernos mundiales dejaron de subsidiar combustibles fósiles, a lo que contribuyó también la profunda y prolongada caída en los precios del petróleo a principios del 2020.
Los avances en la recopilación de datos y en los análisis predictivos también han acelerado la inversión en compañías, tecnologías, y sistemas que impulsan la transición. El desarrollo de taxonomías verdes robustas y sofisticadas y los elevados estándares en contabilidades sostenibles han ayudado a los inversionistas a comprender la diferencia entre lo que puede definirse como “verde” versus “greenwashing”. En el 2020, aproximadamente $12 trillones de dólares fueron deliberadamente invertidos en estrategias sostenibles. Tal y como mostraban las evidencias en ese momento, esas declaraciones fueron solamente tan útiles como los datos autoinformados, altamente variables, no estandarizados, y no comparables en los que se basaban. El mercado de bonos verdes, particularmente en China, fue expuesto por ser en gran parte un ejercicio de movimiento de dinero, que se tiñó de verde en el proceso. Mediante un cambio de objetivos volumétricos a un análisis basado en sistemas se consiguió redirigir la inversión de los productos hacia los resultados.
Por medio de la obtención de datos satelitales e información a nivel de activos, y aprovechando los avances en visualización de información desarrollados durante la pandemia del COVID-19, los científicos contabilizaron las emisiones diarias a nivel mundial y los activistas lanzaron paneles para dar seguimiento a los compromisos climáticos de las corporaciones. Estas herramientas hicieron que los gobiernos se responsabilizaran y recompensaran a aquellos negocios y participantes que hicieron progresos en esta área.
Liderazgo valiente
El hecho más importante es que, a raíz de la pandemia del coronavirus, toda la humanidad se alzó para enfrentar el desafío climático. Los líderes valientes y visionarios intervinieron en todos los ámbitos.
Los propietarios de activos se fijaron metas ambiciosas de descarbonización y resiliencia climática y las alcanzaron a través de la transparencia, responsabilidad, e incentivos alineados. Los titanes de las finanzas y la industria consiguieron que los gobiernos tomaran responsabilidad de las políticas de crecimiento verde. Los líderes empresariales se apoyaron en el concepto de valor compartido. Después de pasar tanto tiempo trabajando desde casa, los ejecutivos dejaron de ser padres y abuelos solo los fines de semana y comenzaron a traer todo su ser al trabajo. Así como no era considerado “correcto” el dejar a sus trabajadores, desprotegidos y en peligro durante la pandemia, se volvió inadmisible emitir carbono en la atmósfera de manera constante.
Y lo más importante, las personas—especialmente en su papel de votantes—dieron un paso al frente. El coronavirus nos mostró la realidad de que todos estamos interconectados y que cada acción individual o puede costar vidas o puede salvarlas. Nosotros, tú y yo aprendimos que la “vida normal” no está garantizada, y que necesitamos trabajar juntos para crear el mundo en el que queremos vivir.
Quizás recuerdes que el 22 de abril del 2020, los Estados Unidos celebraron el 50 aniversario del Día de la Tierra. Lo que se había perdido al pasar de los años es que, en el primer Día de la Tierra en 1970, el 10 por ciento de la población de los Estados Unidos salieron a manifestarse para proteger nuestro único planeta. Durante el confinamiento en la primavera del 2020, todos nosotros enfrentamos colectivamente el hecho de que nada va a mejorar, en las inmortales palabras del Dr. Seuss, a menos que alguien se interese de verdad.
Ahora, de regreso en casa en el 2020, tenemos que resistir la tentación de confiar en el espejo retrovisor de cara a este problema sin precedentes. Tenemos el mapa para un mejor futuro. Todo lo que necesitamos es incorporar políticas ambiciosas, información de alta calidad, y liderazgo valiente que nos lleven hasta allá.
Autores originales:
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Este artículo es contenido original de la revista de Stanford Social Innovation Review publicado en junio 3 de 2020.
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