Japón abre la puerta a nuevos modelos de emprendimiento social para resolver desafíos sociales urgentes como el envejecimiento. Artículo en la serie "Transformar el envejecimiento", publicada con el patrocinio de la Fundación Saldarriaga Concha.
Desde hace tiempo, Japón tiene un gobierno eficiente y un mercado comercial competitivo. Como resultado de esta estructura, se ha reducido el alcance y la función de las iniciativas sociales y de las organizaciones sin fines de lucro, sobre todo cuando se comparan con las entidades del tercer sector que operan en países con estructuras diferentes o gobiernos relativamente pequeños, como Estados Unidos. No obstante, las iniciativas sociales y las organizaciones sin fines de lucro en Japón son importantes: son una fuente de innovación social que puede crear cambios sistémicos en la sociedad así como nuevos sistemas sociales, sistemas jurídicos y modelos empresariales. Dichas iniciativas sirven de modelo para las entidades del tercer sector que también operan en otros países con altos niveles de bienestar.
Un buen ejemplo de innovación social es el seguro de cuidados para personas mayores en Japón. En la década de 1980, cuando todo indicaba que el envejecimiento de la población de este país comenzaría a causar graves problemas sociales, varias organizaciones pioneras comenzaron a ofrecer sistemas progresivos para el cuidado de personas mayores, los cuales incluían diversas opciones de pago. Estos servicios, concebidos para llenar el espacio existente entre los servicios públicos disponibles y las necesidades sociales reales, destacaron por su singularidad, ya que en Japón no existía un sector comercial dedicado a la asistencia a las personas mayores.
Hasta ese momento, el cuidado de las personas mayores se consideraba una responsabilidad familiar.
Una de estas organizaciones sin fines de lucro fue Care Center Yawaragi, establecida en 1987 como una organización de voluntarios dedicada al cuidado de personas mayores y personas con discapacidad. En poco tiempo, Harue Ishikawa, fundador de Yawaragi, se percató de que resultaba difícil que el el trabajo voluntario pudiera cubrir las deficiencias de los servicios por sí mismo. Entonces, a partir de un análisis de deficiencias, Yawaragi desarrolló un catálogo estandarizado de servicios de atención y un sistema para gestionarlos. La labor de la organización fue ampliamente reconocida, y en 2001 obtuvo la certificación ISO9001 (muy poco habitual para una organización sin fines de lucro)
Igualmente, y lo que es más importante, Yawaragi también contribuyó a difundir la idea de contar con un sistema de gestión del cuidado que pudiera satisfacer distintas necesidades. De este modo, la organización marcó el inicio de la era moderna de los cuidados para personas mayores en Japón. Yawaragi pronto empezó a recibir numerosas visitas, entre ellas la de funcionarios del gobierno interesados en conocer cómo funcionaba su modelo de paga para el cuidado de personas mayores.
Finalmente, el modelo que desarrolló Yawaragi se incorporó al sistema nacional japonés de seguros para el cuidado de personas mayores; el Ministerio de Salud japonés se encargó de adaptarlo en el año 2000. Actualmente, a todos los japoneses mayores de 40 años se les solicita pagar una prima de seguro que va desde el 1.5% y el 2% de sus ingresos anuales. Después, cuando un ciudadano necesita atención, se presenta una solicitud en la oficina del gobierno local. La aprobación de la solicitud permite obtener una compensación de entre 500 y 2 mil dólares al mes para contratar los servicios de un proveedor autorizado.
Con este sistema de seguros, la atención a las personas mayores en Japón ha evolucionado hasta convertirse en una industria de servicios de 80 mil millones de dólares, donde también participan grandes empresas públicas. Además, esta idea se ha reproducido en otros países de Asia oriental que enfrentan el envejecimiento de su población. Corea del Sur lanzó un tipo de seguro similar en 2008 y Taiwán tiene previsto seguir su ejemplo en 2019.
Inspirados por el efecto que logró el seguro de cuidados para personas mayores y en otras iniciativas, una nueva generación de emprendedores sociales japoneses ha comenzado a considerar el impacto social como una prioridad. Son un grupo de visionarios que están expandiendo sus innovadores modelos de negocio a fin de generar un impacto sistémico aún mayor. Además, algunos de ellos ejercen presión activa sobre el gobierno para promover cambios en ciertos aspectos de los servicios sociales públicos.
Un empresario japonés que ha demostrado el potencial de la innovación social es Toru Suzuki, director ejecutivo del Fondo Verde de Hokkaido (HGF, por sus siglas en inglés), fundado en 2001. Anteriormente, cuando era director de una cooperativa de consumidores en Hokkaido, Suzuki se dedicó a explorar vías efectivas para convencer al gobierno de reducir su dependencia en la energía nuclear. Un día, se le ocurrió promover un enfoque cooperativo para producir electricidad y utilizó un modelo similar al de un mercado que contrata agricultores ecológicos para producir frutas y verduras.
Para materializar su idea, buscó inversionistas que respaldaron la construcción de una planta de energía eólica y, finalmente, recaudó 2 millones de dólares gracias a 217 particulares. La electricidad generada en la planta, que se mantiene activa desde 2001, se comercializa a través de la compañía eléctrica local a fin de obtener los ingresos que permitirán reembolsar la inversión en 18 años. Esta semilla de una industria con energías renovables propició, en 2012, la creación de un modelo en el que el gobierno comenzó a establecer tarifas de alimentación (políticas que garantizan el pago de la energía renovable y fomentan la inversión en este campo). En consecuencia, HGF operaba 18 centrales eólicas en Japón a finales de 2016.
El impacto colectivo a través de la colaboración multisectorial
En Japón, el contexto que envuelve y fomenta la innovación social es evidentemente distinto al de muchos otros países del sur y sureste asiático. Japón tiene una sociedad madura que goza de prosperidad económica, servicios públicos eficientes y un sistema de mercado establecido. Sin embargo, hoy el país enfrenta retos sin precedentes como la disminución de la población debido a las bajas tasas de natalidad y a las políticas de inmigración. Ante esta situación, el sector social está explorando el potencial del impacto colectivo para crear nuevos sistemas sociales y brindar los apoyos necesarios. Ya no basta con ampliar las empresas particulares para maximizar el impacto directo y atender las necesidades.
Para hacer realidad las iniciativas colectivas, el sector social japonés se está enfocando de manera más explícita en la colaboración con el gobierno y las empresas. Un buen ejemplo de ello es un proyecto encabezado por la Fundación Nippon que, desde el 2014, busca prevenir la demencia. Aproximadamente, el 26% de la población japonesa tiene más de 65 años y cerca del 20% de las personas mayores están frente a un mayor riesgo de sufrir demencia. El tratamiento y los cuidados (formales e informales) pueden llegar a costar al país más de 14 trillones de yenes al año (116 mil millones de dólares) tanto en atención formal como informal, lo que representa un reto significativo.
Para determinar qué medidas eran las más urgentes y fijar prioridades de inversión, la Fundación Nippon (la fundación privada más grande de Japón) colaboró con la Secretaría de Economía, Industria y Comercio (METI por sus siglas en inglés) y con el Ministerio de Salud para realizar un estudio de factibilidad. La Universidad de Keio no tardó en sumarse a la iniciativa como evaluador independiente. Dichos colaboradores también trabajan en iniciativas para facilitar la adopción, reducir el desempleo de los jóvenes japoneses, mejorar y ampliar los servicios de detección del cáncer y prevenir la diabetes.
Más tarde, en 2015, el METI destinó 40 millones de yenes (333 mil dólares) a un proyecto piloto para la prevención de la demencia. El proyecto utiliza un programa de terapia de aprendizaje adaptado para las personas mayores. Este programa fue desarrollado por Kumon, una empresa especializada en la educación de niños y adultos. Los participantes del proyecto piloto estudiaron matemáticas y el idioma japonés durante 30 minutos al día con el objetivo de prevenir el avance de la demencia.
Tras un año del experimento, los expertos de la Universidad de Keio concluyeron que sus resultados eran positivos. Las personas mayores que participaron en el proyecto conservaron su nivel de función cerebral, mientras que el grupo de control mostró claros signos de demencia progresiva. Posteriormente, un análisis costo-beneficio reveló el gran potencial de este proyecto para considerarlo como un bono de impacto social (BIS, por sus siglas en inglés). El análisis concluyó que la ejecución del proyecto piloto costó aproximadamente 98 mil yenes (816 dólares) por persona, pero generó un beneficio de alrededor de 300 mil yenes (2,500 dólares) por persona.
Mercado Emergente de Inversión con Impacto Social
La innovación social que conduce al impacto colectivo requiere financiamiento. La buena noticia es que cada vez hay más inversionistas que se interesan por las iniciativas sociales innovadoras. En particular, las empresas del sector privado han intensificado su presencia en este ámbito desde el gran terremoto ocurrido en Japón en 2011, cuando quedó claro que la capacidad de reconstrucción de las autoridades públicas era insuficiente. Mitsubishi Corp., por ejemplo, creó un fondo de inversión de impacto y, en poco tiempo, aportó 15 millones de dólares para apoyar a emprendedores que trabajaban en zonas afectadas por el terremoto y que sufrían las consecuencias. Otras empresas, como Benesse Corp. y Toyota Tsusho, no tardaron en seguir su ejemplo y crearon fondos de impacto para inversiones en el extranjero.
Asimismo, están surgiendo otros tipos de organizaciones que apoyan la innovación social. Por ejemplo, Kibow empezó a operar en 2013; se trata de una entidad de inversión de impacto que surgió de Globis, una empresa de capital de riesgo con sede en Tokio. Igualmente, en 2014, un grupo de expertos en capital de riesgo fundó Social Investment Partners, una empresa intermediaria de inversión social.
Las entidades intermediarias también forman parte de este nuevo mercado. La Asociación Japonesa de Recaudación de Fondos, creada en 2009 con el lema “Una sociedad con 100 mil millones de yenes en donaciones benéficas”, ofrece capacitación para recaudadores de fondos certificados, siendo la primera de este tipo en Japón. Su objetivo es recaudar “100 mil millones de yenes en donativos”, es decir, ocho veces más de lo que se recauda actualmente, para destinarlos a la innovación social. En 2012, se fundó Asian Venture Philanthropy Network (Red Asiática de Filantropía de Capital de Riesgo), un intermediario de filantropía e inversión social con sede en Singapur, el cual promueve y facilita la inversión social en países asiáticos como Japón, Corea del Sur y China. Hasta ahora, la red cuenta con más de 50 miembros activos en estos tres países, además de otros 311 miembros distribuidos en 28 países.
La evaluación de impacto, otra parte esencial de la inversión en innovación social, también está ganando terreno. La SROI Network Japan (filial de Social Value International, con sede en el Reino Unido) desde 2012 ofrece capacitación sobre los mejores métodos de evaluación del impacto social. La Oficina del Gabinete de Japón creó en 2015 un grupo de investigación dedicado a mejorar y promover la evaluación del impacto. El grupo, ahora denominado Plataforma de Evaluación del Impacto Social, cuenta con el apoyo de 50 entidades y empresas.
Volver a ser “el país del sol naciente”
Al tener capital social acumulado desde la era Edo, una sociedad civil colectiva a partir de la década de 1970 y un modelo de rápido desarrollo económico que ha sido adoptado por otros países asiáticos, Japón ocupa, desde hace tiempo, una posición de liderazgo única en Asia. Sin embargo, con el reciente auge de la comunidad coreana y china, parece haberse estancado en algunos aspectos.
¿Podrá Japón volver a ser “el país del sol naciente”? ¿Puede aportar nuevos modelos de solución a los problemas sociales y medioambientales además del crecimiento económico? Esto dependerá de la medida que Japón pueda abrirse a nuevos enfoques para resolver los complejos retos sociales a los que se enfrenta. La buena noticia es que el potencial para lograrlo es evidente.
- Ken Ito es el responsable de la Red Asiática de Filantropía de Riesgo en Asia Oriental. Anteriormente, fue socio de Social Venture Partners Tokyo de 2005 a 2012. Ito también es profesor adjunto de proyectos en la Escuela de Posgrado de Medios de Comunicación y Gestión Pública de la Universidad de Keio.
|
Este artículo es parte del suplemento patrocinado
Social Innovation and Social Transition in East Asia publicado en 2017 en colaboración con la Fundación Leping de China.
|