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El potencial de las universidades para catalizar la acción climática

2025-07-15
Por Paola Visconti y Sandra Reyes
SSIRñ #16
Contenido Regional
Serie acción climática
Medio Ambiente
Educación
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Una guía para las instituciones educativas que buscan integrar la sostenibilidad en su cultura y modelo educativo, así como construir una comunidad universitaria con las competencias necesarias para actuar frente a la emergencia climática. 

 

El 23 de abril de 2025, un día después del Día de la Tierra, pudimos reunir por primera vez en una sola sala a estudiantes de bachillerato, licenciatura, posgrado, profesores, colaboradores y directivos, a conversar sobre el cambio climático y tener un espacio para compartir reflexiones personales al respecto. Fue muy interesante presenciar cómo a lo largo de la conversación, la etiqueta de “estudiante” o “profesor” dejó de existir… simplemente éramos una comunidad de personas preocupadas hablando sobre un tema que nos hacía sentir estresados y ansiosos, pero también preparados para colaborar uno con el otro y superar aquello que nos dolía.  

Salimos este “Taller de Cultura de Sostenibilidad” con la perspectiva del otro “a flor de piel” y vivimos cómo, desde una universidad, se rompían varias barreras que a veces nos separan. Es en este sentido que las instituciones de educación superior se posicionan como actores clave en la búsqueda de soluciones sostenibles: no solo por su capacidad para generar y transmitir conocimiento en el proceso de formar a las futuras generaciones de tomadores de decisiones, sino también por su potencial para transformar conciencias y comunidades.  

La crisis climática representa uno de los retos más urgentes y complejos que enfrenta la humanidad en el siglo XXI. Sus impactos ya están transformando ecosistemas y sociedades e intensificarán problemáticas interconectadas como inseguridad alimentaria, escasez de agua, desplazamiento de poblaciones, tensiones económicas, impactos en la salud, por mencionar algunas. 

Actualmente, UNESCO estima que hay más de 254 millones de estudiantes universitarios en el mundo, de los cuales aproximadamente 30 millones se encuentran en América Latina (OEI, 2021), por lo que el alcance de las universidades no solo es masivo, sino también estratégico pues cada estudiante representa una oportunidad para catalizar los cambios estructurales necesarios para la implementación de soluciones sostenibles desde sus áreas de especialización y en sus comunidades y sectores. 

Algunas instituciones ya han comenzado a integrar de manera más sólida la sostenibilidad en sus programas académicos y en sus operaciones, e incluso han adoptado compromisos internacionales de descarbonización. Por ejemplo, más de 1,000 universidades de todo el mundo han firmado el compromiso Race to Zero para alcanzar emisiones netas cero en las próximas décadas; de ellas, solo 95 se encuentran en Latinoamérica y el Caribe.  

En este contexto, el Tecnológico de Monterrey busca ser un referente regional de una universidad que está impulsando políticas, programas y acciones concretas que integran la sostenibilidad de manera transversal en su modelo educativo, en su vivencia y en su operación institucional. Este artículo explora cómo estamos asumiendo su papel como catalizador de la acción climática y qué aprendizajes ha obtenido en el camino. En otras palabras, qué estrategias pueden implementar otras universidades que buscan acelerar su transformación sostenible antes de que los impactos de la crisis climática sean irreversibles. En nuestra experiencia, esto se logra a través de la corresponsabilidad, la adaptación a diferentes contextos y audiencias, el cuidado de una cultura que propicie el cambio y la capacidad de soltar iniciativas cuando otras áreas se adueñan de ellas. 

Al mismo tiempo nos planteamos una pregunta inspiradora: ¿qué pasaría si todas las universidades del mundo pusieran sus capacidades y fortalezas al servicio de la acción climática y egresaran a cada uno de sus estudiantes con una conciencia sostenible integral y con las competencias necesarias para actuar frente a la emergencia climática?  

 

El rol de las universidades: más allá de la educación 

Al reflexionar sobre el papel de las universidades en el contexto de la emergencia climática, es necesario comenzar por una pregunta más amplia: ¿Cuál es el rol de la universidad en la sociedad? 

Si bien su función más evidente es la de educar, esta respuesta podría resultar insuficiente, ya que las universidades no son las únicas entidades que imparten conocimientos ni los únicos lugares en donde se investiga o se innova. La formación profesional va más allá de la acreditación de competencias académicas y técnicas, pues las universidades también promueven principios éticos y de responsabilidad social a través de sus planes de estudio y otras experiencias educativas. 

Es a través de sus egresados (más de 355 mil, en el caso del Tec de Monterrey en 2023) que su influencia trasciende las aulas, ya que se convierten en agentes de cambio social capaces de incidir en su entorno. Esto convierte a la universidad en algo más que un centro de enseñanza o investigación: la posiciona como una plataforma estratégica para la transformación. Según la UNESCO (1998), las instituciones de educación superior deben ser motoras del desarrollo sostenible, la equidad y la paz, promoviendo el pensamiento crítico y el compromiso social.  

Además, permiten la movilidad social al brindar oportunidades educativas a sectores históricamente excluidos, contribuyendo así a reducir desigualdades, como señala el Banco Mundial (2017). También, desempeñan un papel clave en la preservación de la cultura y la memoria colectiva, promoviendo la diversidad cultural y el diálogo intercultural. En este sentido, la universidad actúa como un agente transformador que articula el conocimiento académico con las necesidades sociales, reafirmando su compromiso ético con el bienestar común (Tünnermann Bernheim, 2008). Por lo tanto, su función trasciende la enseñanza técnica, posicionándola como una institución clave en la construcción de sociedades más justas, inclusivas y críticas. 

Existen muchas universidades que llevan la misión de la universidad más allá del aula. Es así, que existen rankings internacionales, como El Times Higher Education (THE) Impact Ranking que mide el rendimiento de las universidades en relación con los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de las Naciones Unidas. Un ejemplo relevante en América Latina es la Universidad EARTH, fundada en 1986 en Costa Rica, que ha trascendido su rol académico para convertirse en un motor de transformación social y ambiental. A través de su centro EARTH Futures, la universidad impulsa el liderazgo en zonas rurales, colaborando con comunidades y aliados internacionales para generar soluciones innovadoras que promuevan la sostenibilidad y la prosperidad inclusiva.  

Este enfoque se ve reflejado en su participación como colíder del Hub del ODS 2 "Hambre Cero" de la Iniciativa de Impacto Académico de las Naciones Unidas (UNAI), en colaboración con la Universidad de California, Davis. Desde enero de 2025, ambas instituciones lideran este centro de colaboración, promoviendo la investigación, la educación y la colaboración internacional para erradicar el hambre y la malnutrición en comunidades vulnerables. Así, la Universidad EARTH ejemplifica cómo la educación superior puede ser un catalizador para el cambio, formando agentes de transformación que abordan los desafíos globales desde sus raíces regionales. 

Potenciar este rol cobra especial importancia en el marco de la emergencia climática, la cual exige a las universidades integrar la sostenibilidad como un principio transversal, no solo en sus contenidos académicos, sino también en su cultura institucional, en sus operaciones diarias y en su modelo de liderazgo, invitando a sus estudiantes, egresados y aliados institucionales, a la acción climática decidida, colectiva, articulada y de alto impacto. 

Por ejemplo, la sostenibilidad en la Pontificia Universidad Católica de Chile (UC) se institucionalizó el año 2011 gracias a la organización y propuestas de diversas organizaciones estudiantiles agrupadas en el entonces llamado Consejo Estudiantes por la Sustentabilidad (CEUC). Hoy, la UC sea referente regional en estrategias de sostenibilidad y acción climática. Maryon Urbina, directora de Sustentabilidad de la institución, comenta que “el trabajo que hemos hecho en los últimos años tiene que ver con incorporar la mirada de sustentabilidad a los diversos procesos y actividades universitarias de forma paulatina […] Este desafío ha requerido unir voluntades, escuchar, acoger ideas y trabajar conjuntamente entre académicos, funcionarios y estudiantes hacia un propósito común.  

Un caso en proceso y un ejemplo de colaboración para nosotros es el proceso de perseguir la neutralidad de carbono hacia el año 2038, compromiso que tomó la UC al declarar la emergencia climática en 2019 y adherirse a la campaña global Race to Zero. Esto ha acelerado la implementación de diversas iniciativas de sustentabilidad y acción climática en nuestra universidad bajo el paraguas de una “Estrategia para la Acción Climática UC”.  

Para el año 2026, la UC habrá disminuido más del 95% de sus emisiones de carbono en sus alcances 1 y 2. Además, hoy en día, cuenta con numerosos proyectos que apuntan a crear conciencia, involucrando a estudiantes, académicos e investigadores como una forma de accionar la sustentabilidad buscando que sus campus sean espacios en donde se viva y experimente sobre la temática. La universidad no solo informa: transforma. Y ante la crisis global, tomar este rol representa por igual un enorme desafío, pero también una gran oportunidad. 

 

Ruta Azul: el Tec de Monterrey ante la emergencia climática  

“¿Me hace sentir seguro que alguien se está preocupando por estos temas en la institución? ¿Qué puedo hacer? ¿Cómo me sumo?” Estos son comentarios recurrentes que oímos de nuestra comunidad universitaria. Este interés creciente en la acción climática es el resultado de años de trabajo y de un movimiento de personas que trabajamos por la sostenibilidad. 

El Tecnológico de Monterrey es una universidad mexicana, privada y sin fines de lucro. Fue fundada en la ciudad de Monterrey, Nuevo León, México en 1943. Actualmente tiene presencia en 20 entidades federativas y atiende a más de 87 mil estudiantes en educación media superior, superior y posgrado. Adicionalmente, tiene una facultad de más de 11 mil docentes y 32 mil colaboradores y colaboradoras. Según el QS World Ranking 2025, el Tec ocupa el lugar 185 en el mundo en un listado de más de mil 500 universidades que reportan en este ranking. 

Conscientes del papel fundamental de las universidades ante la creciente emergencia climática, en 2021, en el Tecnológico de Monterrey lanzamos el Plan de Sostenibilidad y Cambio Climático, conocido como Ruta Azul. Este documento comenzó con un diagnóstico de la crisis y con una declaración del rol de liderazgo que nuestra universidad debía asumir, seguido por una hoja de ruta con acciones y metas concretas a cumplir para 2025 en seis diferentes ejes de acción: cultura, mitigación, adaptación, educación, investigación y vinculación. Estas áreas fueron definidas con la idea de impulsar la sostenibilidad y la acción climática de manera transversal e integral en las diferentes funciones de la universidad, no solo en el aspecto académico u operativo.

Al cierre de este primer ciclo de objetivos, reflexionamos sobre los logros y avances alcanzados, y los aprendizajes que hemos obtenido, pero también sobre la urgencia creciente de la emergencia. En 2024 se superó por primera vez el umbral de 1.5 °C de aumento de temperatura global, un límite crítico señalado por el Acuerdo de París. México, según un informe de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), experimenta un calentamiento más acelerado que el promedio global, con un aumento de 1.8 °C desde la era preindustrial hasta 2024, superando el incremento global de 1.2 °C en el mismo periodo. Además, se proyecta que la temperatura anual promedio en el país aumentará entre 2.9 °C y 5.3 °C para finales del siglo XXI, lo que representa un riesgo significativo para la agricultura y la economía nacional. Esta realidad confirma que las acciones globales siguen siendo insuficientes y que se debe buscar aumentar la ambición y el alcance de las acciones tanto al interior como al exterior de la institución. 

En este contexto, y de cara a la renovación de Ruta Azul hacia 2030, buscamos identificar los elementos y acciones más importantes que han impulsado transformaciones; es decir, la manera en que estamos catalizando la acción climática.    

 

Catalizar la acción climática desde las universidades 

El plan inicial de Ruta Azul fue publicado en 2021 y construido con la participación de Inés Sáenz, Cynthia Villarreal Muraira, Luis Fernández Carril, José Antonio Torre y Martín Sánchez Gutiérrez. Uno de los objetivos ahí propuestos fue: “catalizar la acción climática en la sociedad en su conjunto.” La elección de verbo no deja de ser curiosa, porque, en sí, ¿qué significa catalizar y porque no es lo mismo que transformar? 

Para intentar dar respuesta a este cuestionamiento, podemos recurrir a la definición de ‘catálisis’ que se maneja en la química, la cual se refiere al incremento de la velocidad de una reacción química mediante la presencia de un catalizador. La catálisis es un fenómeno de suma importancia en la naturaleza. Procesos esenciales para la vida de las especies, como por ejemplo la digestión o la síntesis de energía, dependen de la acción de un grupo de moléculas catalizadoras muy especiales: las enzimas. 

Se estima que en el cuerpo humano existen más de mil diferentes tipos de enzimas que son imprescindibles para nuestros procesos vitales y para nuestra salud pues incrementan la velocidad de importantes reacciones bioquímicas, logrando que se efectúen en cuestión de milisegundos al interior de los organismos. Sin el efecto catalizador de las enzimas, estas reacciones sucederían de manera muy lenta, por lo que no serían compatibles con la vida.  

Podemos hacer una analogía en la cual las instituciones de educación superior pueden fungir como catalizadores o enzimas: así como los organismos requieren de las enzimas para acelerar procesos vitales y asegurar la vida sobre la tierra, las universidades pueden acelerar transformación hacia la sostenibilidad y la acción climática, antes de que los impactos de la crisis climática sean irreversibles.

Las enzimas tienen cuatro mecanismos de acción muy específicos que guían su funcionamiento e, interesantemente. Estos cuatro mecanismos se alinean de forma analógica con algunos de los aprendizajes que hemos recopilado a través de estos primeros cuatro años de implementación de Ruta Azul. 

 

Mecanismo de acción 1: Activar el inicio de la acción 

Generar acción y movilización requiere de un importante impulso, especialmente al inicio. La colaboración y la corresponsabilidad han sido nuestros alicientes más poderosos para reducir las barreras que tradicionalmente dificultan el cambio sistémico dentro de grandes organizaciones. 

Compromisos internacionales | Para Ruta Azul, ese primer impulso provino de la adhesión a importantes compromisos internacionales de sostenibilidad. En 2019, el Tecnológico de Monterrey firmó la Declaración de Emergencia Climática de Instituciones de Educación Superior la cual nos comprometió a: 

  • Ser carbono neutral en 2050 (que posteriormente evolucionó al compromiso de Race to Zero de ser cero emisiones netas antes del 2040). 
  • Movilizar recursos para la investigación del cambio climático. 
  • Promover la educación en cambio climático y desarrollo sostenible en nuestros campus y comunidades. 

Esta acción es uno de los antecedentes más importantes de Ruta Azul, pues fungió como la ‘puerta de entrada’ para la socialización, al interior de la institución, de la necesidad trabajar de manera coordinada y transversal para hacer realidad estos compromisos.  

 

Compromisos institucionales | Otro punto de inflexión fue la integración de Ruta Azul como parte de la cartera de los proyectos estratégicos del plan 2025 del Tecnológico de Monterrey. Esta designación igualmente fue un gran impulso pues nos posicionó como una prioridad institucional desde el inicio del plan y abrió el camino para colaborar de manera más efectiva con diferentes áreas de la universidad. En lo particular, facilitó una sinergia clave con la academia y el área de la rectoría que lidera el manejo de los programas curriculares, lo cual permitió integrar el desarrollo sostenible como un pilar fundamental en el diseño de los nuevos planes de estudio. Hoy, la sostenibilidad forma parte estructural de la formación de nuestros estudiantes, fortaleciendo no solo sus competencias profesionales, sino su compromiso con el futuro del planeta. 

Este enfoque ha permitido que la sostenibilidad deje de ser un esfuerzo aislado de una sola área o grupo de personas y se vaya convirtiendo en un eje transversal dentro del quehacer institucional. 

Uno de los principales aprendizajes que nos llevamos al analizar este primer mecanismo de acción es que se necesita tener un objetivo o meta en común que una a la comunidad. El impulso inicial puede provenir de distintas maneras. Sabemos que la sostenibilidad no se trata solo de mitigar emisiones de carbono, pero sumarnos a la plataforma de Race to Zero nos brindó esa visibilidad al interior de la institución que necesitábamos para promover otras iniciativas de sostenibilidad y hacer planes a largo plazo para cumplir nuestros compromisos. Para muchas instituciones, como el Tecnológico de Monterrey, sumarse a Race to Zero puede ser el primer paso para hacer realidad un plan de acción climática institucional. 

Otra recomendación para las instituciones que deseen sumar a más personas a estos esfuerzos, es que enmarquen su estrategia de sostenibilidad como una muestra de su liderazgo. Es importante destacar que el reconocimiento y posicionamiento de las acciones de sostenibilidad no son un fin, sino un medio mediante el cual podemos seguir refrendando el rol social de la universidad a través de la acción climática basada en la ciencia, con corresponsabilidad y creciente ambición. 

 

Mecanismo de acción 2: Atender la diversidad 

Comentábamos al principio que, tan solo en el cuerpo humano, existen más de mil diferentes tipos de enzimas porque cada una debe adaptarse a diferentes sustancias con las que reacciona. Movilizar a diferentes tipos de personas, áreas, audiencias u organizaciones representa un reto muy similar al que se enfrentan las enzimas. Cada uno de estos actores tiene perspectivas, conocimientos, ideologías, motivaciones y necesidades muy diferentes entre sí con respecto a la sostenibilidad, por lo que adaptar nuestras estrategias según el público, el objetivo o el área con la que buscamos colaborar es esencial. 

Tener en cuenta esta flexibilidad nos permite diseñar iniciativas que resuenen con las realidades particulares de cada grupo, creando puentes en lugar de imponer soluciones. La colaboración y la co-creación son principios esenciales de nuestro trabajo, porque solo cuando todas las voces se sienten escuchadas y representadas, podemos avanzar hacia una transformación verdaderamente compartida. 

Planes de sostenibilidad específicos | Un ejemplo claro de esta adaptabilidad a la que nos referimos es la creación de planes de sostenibilidad específicos para cada campus, que reflejan las prioridades y condiciones particulares de su entorno, y que además también se encuentran acompañados por comités locales empoderados para la toma de decisiones. Estos planes no fueron delineados por el equipo central de Ruta Azul, sino que fueron el resultado del análisis que cada comité local llevó a cabo, usando como guía una serie de lineamientos y recomendaciones que se brindaron desde los ejes del plan institucional. De esta manera nos aseguramos de que los objetivos locales se alinearan a Ruta Azul lo más posible, al mismo tiempo que dejamos espacio suficiente para que el campus delineara su propia estrategia. 

La implementación de estos planes está acompañada de recursos, instrumentos, políticas, capacitaciones, asesoramiento y reconocimiento constante desde el área nacional y realizamos reuniones nacionales entre los comités y directivos para compartir mejores prácticas, experiencias y desafíos.  

 

Capacitaciones diferenciadas | Hemos desarrollado capacitaciones diferenciadas según el perfil del público: no es lo mismo formar al personal operativo de los campus que al cuerpo docente. A cada grupo se le ofrece contenido y herramientas relevantes, útiles y contextualizadas, respetando sus roles y posibilidades de acción. Por ejemplo, hemos realizado capacitaciones sobre normativa ambiental, procesos y prácticas sostenibles con el equipo de planta física. Con las y los profesores, nos enfocamos en la capacitación de estrategias de inclusión de educación para el desarrollo sostenible en su práctica docente, así como de tendencias educativas en sostenibilidad, a través de los Cursos de Actualización en la Disciplina (CADi), gestionados por el Centro de Desarrollo Docente e Innovación Educativa (CEDDIE).  

Esta personalización no solo hace más efectiva la implementación de las acciones, sino que también fortalece el sentido de pertenencia y corresponsabilidad. En Ruta Azul, reconocemos que cada audiencia es única, y por eso diseñamos estrategias que reflejen esa diversidad. 

 

Retos académicos para estudiantes | También existe un enorme margen de maniobra para poder conectar con nuestros estudiantes. En Ruta Azul hemos colaborado en la formación del alumnado bajo la figura de “Socio formador” del modelo educativo Tec 21, el cual está basado en la resolución de retos vinculados con problemáticas reales (Tecnológico de Monterrey, 2016). De esta forma, Ruta Azul ha lanzado retos académicos multidisciplinares que abordan alguna problemática de sostenibilidad o cambio climático, desde temas de comunicación y marketing hasta emprendimiento e ingeniería. En la actualidad, hemos alcanzado a más de 690 estudiantes al haber colaborado en 26 unidades de formación (materias curriculares) de diferentes Escuela Nacionales, en al menos cuatro de nuestros campus. Así, también buscamos comunicar que la sostenibilidad no es exclusiva de una sola área o disciplina, sino que todos podemos colaborar para generar proyectos y acciones de impacto desde cada una de nuestras áreas de especialización. 

Un ejemplo de esto ocurrió en mayo del 2025 con el reto “Emergencia climática: hacia una cultura de la sostenibilidad”, en el que 30 estudiantes desarrollaron propuestas de soluciones para hacer frente a los riesgos climáticos de Campus Monterrey desde la perspectiva de la participación estudiantil. Durante una semana, las y los estudiantes propusieron actividades para fortalecer la resiliencia comunitaria ante las inundaciones, sequías, ondas gélidas, ondas de calor y precipitaciones extremas, que iban desde documentales con testimonios reales de la comunidad universitaria hasta hackatones, comités de acción climática y activaciones en las bienvenidas de estudiantes de nuevo ingreso cada año. 

En palabras de Georgina Martínez, estudiante del Tec de Monterrey Campus Puebla: “La participación estudiantil es esencial para impulsar y promover la cultura de sostenibilidad en nuestros entornos, no sólo creando espacios de incidencia significativos, sino acciones medibles que permitan hacer frente a la crisis climática.  La acción multiactor permite fortalecer y retroalimentar los planes institucionales existentes, además de conectar a la comunidad estudiantil con soluciones colectivas.“  

 

Co-crear soluciones | El co-diseño y la co-creación han sido clave para el éxito de las iniciativas de Ruta Azul. Es fundamental acercarse con las personas dueñas de los procesos o bien con la audiencia con la que se quiere trabajar para asegurar que el diseño de las iniciativas sea ideal. La co-creación de iniciativas de sostenibilidad con audiencias como docentes, estudiantes, colaboradores o personal operativo de los campus representa varios retos importantes. Uno de los principales desafíos es alinear los distintos intereses, tiempos y prioridades de cada grupo, lo que puede dificultar la toma de decisiones conjunta. Además, muchas veces existe una falta de conocimiento técnico o comprensión compartida sobre la sostenibilidad, lo que limita la participación efectiva de todos los actores.  

También es común encontrar resistencias al cambio o desconfianza hacia procesos colaborativos, especialmente cuando no hay una cultura previa de participación. Otro reto significativo es garantizar una comunicación inclusiva y constante que mantenga el compromiso a lo largo del tiempo. Finalmente, se requiere una coordinación sólida y recursos suficientes para convertir las ideas co-creadas en acciones sostenibles concretas y duraderas. 

A pesar de los retos, los beneficios valen el esfuerzo adicional. Al final, las universidades son instituciones complejas y compuestas de diversos actores y audiencias, y para incluirlos en el camino de la sostenibilidad es necesarios escucharlos e implementar estrategias a la medida. 

 

Mecanismo de acción 3: Procurar el ambiente ideal para seguir catalizando la acción  

Al igual que las enzimas requieren un entorno específico —como temperatura o pH adecuado— para funcionar de manera óptima y catalizar una reacción con éxito, no basta con solamente tener planes y objetivos bien definidos: es indispensable crear el ambiente adecuado para que la sostenibilidad florezca. Ese entorno ideal se traduce en una cultura institucional sólida que promueva los conocimientos, actitudes, valores y comportamientos necesarios para impulsar el cambio. Sin ese ecosistema cultural, incluso las mejores estrategias pueden perder fuerza o no alcanzar el impacto deseado.  

En el caso del Tecnológico de Monterrey, el ambiente ideal se traduce en la construcción y fortalecimiento de una cultura de sostenibilidad en toda la comunidad universitaria como una prioridad central y el corazón de la visión de Ruta Azul. 

Medición de la cultura de sostenibilidad | Desarrollamos el Índice de Cultura de la Sostenibilidad (ICS), un instrumento de medición propio, diseñado por profesoras y profesores de la institución. “La inspiración para crear este instrumento e impulsar el trabajo en cultura de sostenibilidad provino de una reflexión de James Gustave Speth. Él comenta que solía pensar que los mayores problemas ambientales eran la pérdida de biodiversidad, el colapso de ecosistemas y el cambio climático. Pero con el tiempo concluyó que los verdaderos desafíos eran el egoísmo, la codicia y la apatía, y que para enfrentarlos se necesita una transformación cultural y espiritual —algo que la ciencia, por sí sola, no sabe cómo lograr.” expresó el Dr. Luis Fernández, Gerente Académico de Ruta Azul y uno de los académicos impulsores del proyecto. 

Este índice surgió del convencimiento de que medir es un paso imprescindible para transformar. Nos permite monitorear el grado de apropiación, comprensión y acción en torno a la cultura de sostenibilidad entre estudiantes, colaboradores y docentes. Más que un diagnóstico, es una brújula que orienta nuestras decisiones y nos permite diseñar iniciativas más precisas, pertinentes y efectivas.  

La construcción del ICS se basó en marcos conceptuales consolidados como el New Ecological Paradigm (NEP), los Pro-Environmental Behaviours (PEBs) y el Modelo ABC (Attitude-Behaviour-Context). 

Desde el inicio, su diseño se estructuró en torno a cuatro pilares fundamentales:  

  1. Conocimientos (sobre temas como cambio climático, medio ambiente y desarrollo sostenible) 
  2.  Actitudes (posturas frente a problemáticas socioambientales como los límites al crecimiento o el rechazo al antropocentrismo) 
  3.  Ideologías (sistemas de creencias que influyen colectivamente en nuestras acciones como el greenwashing, el cientificismo o el mito de la sobrepoblación) 
  4. Comportamientos (desde el consumo responsable hasta la movilidad sostenible y la educación ambiental) 

Esta estructura integral permite entender no solo lo que las personas saben o piensan, sino cómo actúan. Tras la medición inicial, se diseñaron acciones concretas para fortalecer la base de conocimientos en la comunidad institucional. Destacamos el lanzamiento del programa en línea “Cultura de la Sostenibilidad”, enfocado en brindar capacitación de conceptos base de cambio climático y sostenibilidad para docentes y colaboradores, que ya ha sido cursado por más de 4,000 personas; y el Seminario de Sostenibilidad 2023–2024, dirigido al equipo base de Ruta Azul que permitió que los hallazgos del índice se integraran estratégicamente en los proyectos de los ejes.  

En el ámbito académico, el ICS ha orientado el diseño de nuevas estrategias formativas. Sus resultados fueron clave en la elaboración del lineamiento de sostenibilidad para la actualización de los planes de estudio 2026 y en la creación de los CADIs. 

 

Identificar actitudes, ideologías y comportamientos sostenibles | Para su segunda edición, aprendimos que el ICS se debía rediseñar con una visión más robusta y holística. Se incorporaron nuevas dimensiones de análisis como actitudes e ideologías proambientales, y se fortaleció la perspectiva de prácticas observables en los campus gracias a una colaboración estrecha con las áreas de planta física de distintas sedes. Esta articulación permitió identificar y medir comportamientos sostenibles en el entorno físico universitario, mejorando así la aplicabilidad de los resultados del índice en el contexto local. Además, se sostuvieron sesiones de trabajo con universidades aliadas como la Universidad de Michigan y la Pontificia Universidad Católica de Chile. Sus experiencias con herramientas similares enriquecieron el rediseño del instrumento para nuestra segunda edición, implementada en 2025 cuyos resultados podremos conocer muy pronto. 

Como lo señala Dariela Parra, Gerente de Proyectos de Cultura y miembro del equipo de implementación del ICS: “La cultura puede parecer algo subjetivo e intangible. El Índice de Cultura de Sostenibilidad nos ayudó a tangibilizar estos elementos, es decir hacerlos observables, medibles y, con ello, llevar la transformación cultural a lo accionable.” 

Al conocer mejor las percepciones, barreras y oportunidades dentro de nuestra comunidad, podemos generar las condiciones necesarias para que la sostenibilidad no sea solo un discurso, sino una práctica viva y compartida. Así, creamos el ambiente ideal para que la acción climática no solo exista, sino que prospere. 

 

Mecanismo de acción 4: Aprender a soltar 

Así como los catalizadores en una reacción química no siempre forman parte del producto final sino que solo habilitan procesos bioquímicos, en Ruta Azul entendemos que nuestro rol no es centralizar la acción, sino impulsarla y facilitarla para que la sostenibilidad se integre y se viva de forma natural y duradera en todos los rincones del Tecnológico de Monterrey. No buscamos que la sostenibilidad dependa únicamente de un equipo o de un plan, sino que se convierta en parte del ADN institucional, arraigándose en los procesos, las decisiones y la cultura organizacional. Esto implica no solo liderar, sino también transformar, delegar, empoderar y confiar en que otras áreas asuman el compromiso desde su propio quehacer. La sostenibilidad, para ser efectiva, debe vivirse como una responsabilidad compartida y colectiva. 

Inclusión curricular por parte de las facultades | Un ejemplo a destacar de este principio ha sido la estrategia de inclusión curricular, en la que Ruta Azul ha fungido principalmente como consultor estratégico. Este trabajo ha sido posible gracias a la colaboración con la Vicerrectoría Académica, el Centro de Desarrollo Docente e Innovación Educativa (CEDDIE) y las Escuelas Nacionales, con quienes se diseñó una hoja de ruta en dos fases que aborda tanto el corto como el mediano plazo. 

En la fase 1, se buscó integrar el cambio climático en los planes de estudio 2019, logrando que, a partir del semestre agosto-diciembre 2023, todas las carreras incluyeran al menos una unidad de formación obligatoria sobre cambio climático, impactando de forma transversal a todas las disciplinas. Esto permitió que el ODS 13: Acción por el Clima se incorporara en 14 unidades de formación, beneficiando a más de 14,500 estudiantes entre agosto 2023 y junio 2024. 

La fase 2 de esta estrategia se enfocó en una integración holística de la Educación para el Desarrollo Sostenible (EDS) en los planes de estudio 2026, iniciativa liderada principalmente por la Vicerrectoría Académica. Gracias a este esfuerzo conjunto, las Escuelas Nacionales incluyeron 203 unidades de formación con el atributo de desarrollo sostenible en sus estructuras curriculares, además, se integró de forma explícita en tres de las cinco competencias transversales: pensamiento futuro, innovación y ética. 

 

La universidad como laboratorio viviente | Desde Ruta Azul tenemos como objetivo impulsar la investigación interdisciplinaria en sostenibilidad y cambio climático, así como el uso de nuestros campus como laboratorios vivientes, es decir, espacios donde la investigación no solo se genera, sino también se aplica y prueba en contextos reales. Como parte de este proceso de soltar e integrar, nuestra convocatoria de investigación dejó de operar como una modalidad independiente y pasó a integrarse en la convocatoria del Challenge Based Research Funding Program (CBRFP) de la Vicepresidencia de Investigación.  

Esta área ya contaba con un instrumento sólido para impulsar el trabajo de nuestras y nuestros profesores-investigadores. Por ello, la primera colaboración que tuvimos fue integrarnos como una modalidad específica del programa CBRFP, con el fin de financiar proyectos de investigación aplicada e innovación enfocados en tres retos clave: agua, residuos y movilidad sostenible. Estos proyectos, además de abordar el reto, debían tener la capacidad de implementarse en campus, generando soluciones tangibles dentro de nuestras propias comunidades universitarias. En agosto de 2023, lanzamos nuestra primera convocatoria a profesores-investigadores bajo esta modalidad, en conjunto con el CBRFP. Al cierre en octubre de 2023, recibimos 13 propuestas provenientes de distintas regiones académicas de la institución y se seleccionaron 5 proyectos ganadores: 3 proyectos sobre el reto de agua, 1 sobre residuos y 1 sobre movilidad sostenible. 

Estos proyectos se están desarrollando en cuatro campus distintos: Monterrey, Ciudad de México, Guadalajara y Querétaro. Aunque actualmente aún se encuentran en etapa de ejecución, nuestra intención es que las soluciones viables puedan informar decisiones futuras de operación institucional, o incluso escalar hacia proyectos de mayor impacto en sostenibilidad.  

Así, Ruta Azul actúa como catalizador: activa, conecta y transforma, pero deja que el cambio pertenezca a toda la institución. Guiamos procesos, pero sin ser dueños de todas las iniciativas. Uno de los principales aprendizajes que hemos obtenido es que soltar no significa desentenderse, sino confiar en que otros pueden tomar la estafeta, reinterpretar los objetivos comunes desde su realidad y hacerlos crecer. Cada colaboración que impulsamos nos obligó a practicar este principio en formas distintas. Por ejemplo, con la Vicerrectoría Académica y CEDDIE, soltar significó acompañar el diseño de guías, lineamientos y capacitaciones, pero confiar en que tanto como los equipos de diseño como los mismos docentes, expertos en su quehacer pedagógico, lideraran la integración en los planes y estructuras académicas. 

Con la Vicepresidencia de Investigación, el proceso fue distinto. Soltar aquí implicó resistir la tentación de controlar el proceso de proyectos sostenibles en el campus y, en su lugar, lanzar primero una convocatoria piloto para investigadores. Esta fase inicial permitió mostrar el valor de la investigación aplicada en campus y construir un puente hacia la integración futura dentro del programa institucional CBRFP. Ambos casos nos recuerdan que: 

  • Soltar implica confiar, pero también construir confianza: No todas las áreas están listas para asumir el compromiso desde el mismo punto. Algunas necesitan ver resultados antes de creer en ellos.  
  • Acompañar no es dirigir: Nuestro rol como catalizadores fue sostener el espacio, facilitar recursos y, luego, hacernos a un lado. 

Dejar que otros hagan suyo el compromiso con la sostenibilidad, desde sus lógicas, tiempos y capacidades implica incertidumbre pero es la única vía para lograr transformaciones que no dependan de un equipo, sino que vivan en toda la institución. 

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Rumbo a un movimiento global de universidades por la acción climática 

El caso de Ruta Azul, el Plan de Sostenibilidad y Cambio Climático del Tecnológico de Monterrey, es una muestra clara de cómo las universidades pueden asumir un rol protagónico en la lucha contra el cambio climático y en la construcción de un futuro sostenible. Al establecer compromisos concretos hacia la neutralidad de carbono, rediseñar su currícula con un enfoque transversal en sostenibilidad y enfocar su investigación en soluciones reales a los problemas ambientales, el Tec no solo busca transformar su campus, sino también las mentes y la cultura de toda su comunidad universitaria.  

Nuestra experiencia en Ruta Azul también demuestra que este rol catalizador puede ejercerse a través de mecanismos concretos: disminuir barreras de entrada, atender la diversidad de agentes, generar condiciones que propicien el cambio y soltar iniciativas cuando otras áreas se adueñan de ellas. Así como las enzimas, estas acciones potencian e impulsan reacciones más grandes que ellas mismas.  Nuestra experiencia nos enseña que, más allá de la visión o el compromiso institucional, lo que permite que el cambio se active y escale son precisamente estas formas de habilitar a otros. 

Aún hay desafíos pendientes por abordar, por ejemplo: impulsar más la investigación a nivel local, crear una estructura que empodere a los campus para que sean ellos mismos quienes propongan y diseñen soluciones de inicio a fin, fomentar la colaboración y comunicación con el gobierno en cuanto a la emergencia climática. Y por supuesto, probablemente, el reto más grande y persistente: lograr un entendimiento similar de lo que significa “sostenibilidad” y “acción climática”, salir del cliché de solo imaginar árboles, agua y basura, y entender que es un concepto mucho más amplio que involucra cómo nos vinculamos con la comunidad y el pensamiento detrás de nuestra toma de decisiones. 

Ahora bien, imaginemos un escenario en el que todas las universidades del mundo, sin importar su tamaño, ubicación o especialidad, adoptan este mismo enfoque transformador. Si cada universidad se comprometiera con la reducción de emisiones, fomentara una cultura de sostenibilidad entre sus estudiantes, docentes y colaboradores, e hiciera de la educación en desarrollo sostenible una prioridad, estaríamos ante una de las redes de acción climática más poderosas del planeta. La educación tiene el potencial de cambiar mentalidades, y las universidades, como centros de formación de líderes, profesionales e investigadores, pueden catalizar un cambio sistémico. 

En este escenario hipotético —pero totalmente posible—, una alianza global de universidades sostenibles podría impulsar políticas públicas más ambiciosas, acelerar la innovación tecnológica verde y, sobre todo, formar generaciones de ciudadanos conscientes, preparados y comprometidos con la transición hacia modelos económicos y sociales regenerativos. La universidad dejaría de ser solo un espacio de enseñanza y se consolidaría como un agente de cambio capaz de transformar a la sociedad desde sus raíces. 

El efecto multiplicador de estas acciones sería inmenso: cada egresado llevaría consigo no solo conocimientos técnicos, sino también una visión ética y sostenible que influiría en su entorno laboral, familiar y comunitario. Profesores que enseñan con el ejemplo, estudiantes e investigadores que buscan soluciones aplicables y colaboradores que operan con criterios ambientales, podrían crear una red viva de sostenibilidad dentro y fuera del campus. 

Por ello, los ejemplos aquí descritos no deben verse como casos excepcionales y aislados, sino como una invitación: una muestra de lo que puede suceder cuando la educación superior asume su responsabilidad histórica y decide ser parte activa de la solución. El futuro de nuestro planeta bien puede empezar en el aula, en el laboratorio, en un proyecto estudiantil… y multiplicarse hasta convertirse en un movimiento global que transforme nuestra forma de vivir, producir y convivir con el entorno. 

 

Referencias

Banco Mundial. (2017). "La educación terciaria en América Latina: Acceso, equidad y calidad." Recuperado el 25 de mayo de 2025 de https://www.worldbank.org 

Conecta (2019). "¡Por el planeta! Tec firma compromiso contra el cambio climático." Recuperado el 2 de junio de 2025 de https://conecta.tec.mx/es/noticias/nacional/institucion/por-el-planeta-tec-firma-compromiso-contra-el-cambio-climatico 

Gaceta UNAM (2025). "2025, un año que comienza con el enero más cálido de todos los tiempos." Recuperado el 25 de mayo de 2025 de https://www.gaceta.unam.mx/2025-un-ano-que-comienza-con-el-enero-mas-calido-de-todos-los-tiempos

Global Climate Action (2025). "Race to Zero for Universities and Colleges." Recuperado el 2 de junio de 2025 de https://climateaction.unfccc.int/?coopinitid=Race_to_Zero_for_Universities_and_Colleges 

Mark Anderson, University of Maine (2012). "New Ecological Paradigm (NEP) Scale." https://www.researchgate.net/publication/264858463_New_Ecological_Paradigm_NEP_Scale 

North American Association for Environmental Education (2015). "Pro-Environmental Behavior Scale." Recuperado el 2 de junio de 2025 de https://evaluation-archive.naaee.org/tools/pro-environmental-behavior-scale 

OEI - Organización de Estados Iberoamericanos. (2024). "En una década, Iberoamérica aumentó en un 30% la matrícula de educación superior, de acuerdo con la OEI - Organización de Estados Iberoamericanos." Recuperado el 2 de junio de 2025 de https://oei.int/oficinas/secretaria-general/noticias/en-una-decada-iberoamerica-aumento-en-un-30-el-porcentaje-de-matricula-de-educacion-superior-de-acuerdo-con-la-oei/ 

QS Top Universities (2025). Tecnológico de Monterrey. Recuperado el 25 de mayo de 2025 de https://www.topuniversities.com/universities/tecnologico-de-monterrey 

Tecnológico de Monterrey (2016). "Modelo Educativo TEC21." Recuperado el 6 de abril de 2025 de https://tec.mx/sites/default/files/inline-files/folletomodelotec21.pdf?srsltid=AfmBOopOAK3-wIflonuE-OueZgLo7VmMDngwIEY-UYqH03Z9-EIXqRc-  

Tecnológico de Monterrey (2025). "Centro de Reportes." Recuperado el 30 de junio de 2025 de https://tec.mx/es/florecimiento-humano/desarrollo-sostenible/ruta-azul/centro-de-reportes?srsltid=AfmBOoocAFdEDsO4z_EdXAmFJm_4oslyYKGjUKAPrm3t3s826KzF9GGl 

Tünnermann Bernheim, C. (2008). "La universidad latinoamericana ante los retos del siglo XXI." Recuperado el 25 de mayo de 2025 de https://www.iesalc.unesco.org/ 

UNESCO (2024). "Higher Education, figures at a glance." Recuperado el 2 de junio de 2025 de https://unesdoc.unesco.org/ark:/48223/pf0000389069 

UNESCO. (1998). "Declaración mundial sobre la educación superior en el siglo XXI: Visión y acción. Conferencia Mundial sobre la Educación Superior." Recuperado el 25 de mayo de 2025 de https://unesdoc.unesco.org/ 

 

Autores originales:

  • Paola Visconti es Directora de Desarrollo Sostenible y Vinculación del Tecnológico de Monterrey, representando a la institución en alianzas nacionales e internacionales. Se ha desempeñado como líder de responsabilidad social en Tecmilenio y ha jugado roles clave en la implementación de programas educativos para la comunidad migrante mexicana en organizaciones sin fines de lucro en San Diego, California y el sur del Bronx, Nueva York.  

  • Sandra Reyes es Project Manager de Ruta Azul, se especializa en la gestión estratégica de recursos, procesos e información crítica para la toma de decisiones e implementación eficiente de iniciativas. Adicionalmente, colabora en el equipo del eje de investigación de Ruta Azul, el cual busca fomentar la investigación aplicada e interdisciplinaria en cambio climático y sostenibilidad. 

Este artículo es contenido original de la revista de Stanford Social Innovation Review en Español #16

  • Edición de Carla Aguilar

 

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