¿Cómo decide una organización sin fines de lucro si aceptar o rechazar un donativo de una fuente polémica? ¿En qué casos lo podría aceptar? Empecemos por pensar en lo que la organización ofrece a cambio.
En 1978, El Metropolitan Museum of Art (Museo Metropolitano de Arte, conocido como el Met) abrió el Pabellón Sackler con una profusa gratitud hacia la familia Sackler, cuya donación multimillonaria hizo esta ampliación posible. Los Sacklers habían hecho su fortuna, principalmente, gracias a una compañía farmacéutica privada llamada Purdue Pharma y ya habían donado lo suficiente para convertirse en benefactores muy solicitados en el mundo del arte. Para celebrar la apertura del Pabellón Sackler, el embajador estadounidense en Egipto develó una nueva colección de artefactos egipcios de la tumba de Tutankamón y la Compañía de danza de Martha Graham realizó una presentación. La donación de Sackler fue el primero de muchos que llegarían en las siguientes décadas y cada uno de ellos le permitió al museo ampliar su oferta al público.
Cuarenta años después, en 2018, manifestantes se reunieron dentro del mismo Pabellón Sackler, portando carteles negros con la frase: “Qué vergüenza, Sackler”. Arrojaron al suelo cientos de frascos vacíos de medicamentos recetados, para simbolizar el rol de Purdue Pharma como impulsor de la epidemia nacional de opioides que continúa provocando decenas de miles de muertes por sobredosis anualmente. También montaron un die-in masivo en el piso del museo, demandando que el Met dejara de aceptar donaciones de Sackler. En las cortes, el Departamento de Justicia de Estados Unidos y los fiscales generales de diversos estados alegaron que Purdue Pharma había retenido intencionalmente información sobre la naturaleza adictiva de su medicamento emblema, Oxycontin.
En 2019, los manifestantes parecían prevalecer. El Met emitió una carta abierta diciendo que ya no aceptaría donaciones de la familia Sackler. El presidente del Met, Daniel H. Weiss, le recordó al público que el museo no era una institución política y no tenía una prueba formal definitiva para evaluar a los donantes. Sin embargo, justificó la decisión diciendo: “Creemos que es necesario alejarse de donaciones que no son del interés público o del interés de nuestra institución”.
El New York Times publicó una columna de opinión del crítico de filantropía Anand Giridharadas en la que elogiaba la decisión del Met, declarando que “las organizaciones sin fines de lucro no deben permitir que los ricos las usen para limpiar su conciencia”. Otros museos, incluido el Tate en Londres, siguieron el ejemplo y emitieron comunicados públicos avisando que dejarían de aceptar donaciones de Sackler. Recientemente, el Met optó por quitar el nombre Sackler del pabellón financiado por la familia. Los museos tomaron la decisión de que la filantropía de los Sackler, pese a poseer una fortuna de miles de millones de dólares, era más un problema que un provecho.
La reciente reconsideración de relaciones económicas con donantes ha ido más allá de los museos. Decanos de más de veinte escuelas de salud pública escribieron una carta abierta en 2018 rechazando aceptar dinero de una fundación respaldada por el gigante del tabaco Philip Morris. Ese mismo año, una organización sin fines de lucro ubicada en Texas que sirve a familias migrantes, rechazó una donación de 250 mil dólares de Salesforce, el titan en gestiones de relaciones con los clientes (CRM, por sus siglas en inglés), por contar entre sus grupos de interés al US Customs and Border Protection (Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de los Estados Unidos, CBP por sus iniciales en inglés). Y en 2019, el laboratorio de medios del Massachusetts Institute of Technology (Instituto de Tecnología de Massachusetts, MIT por sus siglas en inglés) enfrentó el escrutinio público tras la revelación de que el delincuente sexual condenado a prisión, Jeffrey Epstein, había donado al laboratorio. Esto también provocó la renuncia de varios miembros de la facultad al Lab.
Estos casos de alto perfil reflejan un reto mucho más amplio para los directores de las organizaciones sin fines de lucro. La mayoría de ellas depende de recursos donados para crear valor social, y sus directivos enfrentan limitantes al tomar la decisión de quiénes serán los donantes. Las organizaciones sin fines de lucro que son pequeñas y con reputaciones locales están confinadas a un grupo reducido de posibles donantes. Aquellas que busquen donaciones muy grandes, encontrarán incluso grupos aún más reducidos de donantes potenciales. Estos grupos están compuestos, por lo general, por individuos adinerados y corporaciones con una reputación mixta —en vez de decididamente positiva—, debido a sus prácticas de negocios, evasiones fiscales y, cada vez con más frecuencia, el simple hecho de una riqueza intergeneracional. Mientras que antes parecía suficiente para las organizaciones evitar donantes que claramente habían roto la ley, los críticos han aumentado aún más la vigilancia sobre las organizaciones sin fines de lucro que aceptan dinero de donantes cuyas vidas no son epítome de las misión y valores del organismo. Dado que nadie de nosotros lleva una vida moralmente pura, si es que existe tal cosa, podría parecer que ningún donante cumplirá jamás con estos estándares tan escrupulosos.
Personas con buenas intenciones están divididas con respecto al tema de las organizaciones sin fines de lucro que evitan el “dinero sucio”, es decir, dinero de fuentes controversiales. Algunas creen que es importante que estas organizaciones eviten lo que el teórico político Michael Walzer llama “manos sucias” —participación en actos inmorales realizados por razones morales—, incluso si es problemático señalar qué es exactamente lo inmoral de aceptar dinero sucio. Otros creen que el dinero es fungible y, por lo tanto, cualquier donación, sin importar la fuente, es legítima. Desde esta perspectiva, no existe ningún problema moral.
Entonces, ¿cuál es exactamente el problema con el dinero sucio? El argumento que ofrezco aquí es que el asunto moral de lo que otros llaman “dinero sucio” no trata sobre el dinero en sí, sino más bien sobre los términos del intercambio entre donantes y las organizaciones sin fines de lucro. Los intercambios pueden crear daños reales en los casos donde las organizaciones buscan corresponder a las donaciones otorgando influencia o reconocimiento a los donantes. Estos daños pueden ser mayores y más visibles cuando se debate sobre las grandes organizaciones sin fines de lucro, pero la misma lógica aplica sin importar el tamaño de la organización. Concluyo este texto con una descripción de cómo las organizaciones pueden evaluar cuándo es que las donaciones representan un problema moral. El marco que comparto busca ayudar a guiar el pensamiento de los directivos de estos organismos en una manera complementaria al reciente trabajo de Rob Reich, politólogo de la Universidad de Stanford, sobre los efectos antidemocráticos de las donaciones a organizaciones sin fines de lucro.
Mis propias ideas sobre este tipo de donaciones han evolucionado a lo largo de varios años de investigación y escritura sobre el tema1. Están informadas por un par de experimentos en línea, para los cuales recluté a directivos de organizaciones sin fines de lucro y les pedí que realizaran una serie de decisiones entre varias donaciones hipotéticas presentadas una al lado de la otra. En uno de los experimentos, se solicitó a los participantes imaginar que dirigían una clínica de salud sin fines de lucro y que seleccionaran entre varias ofertas de donaciones provenientes de una compañía de bebidas endulzadas con azúcar; el otro experimento se enfocó en donaciones de personas que habían sido acusadas o condenadas por un crimen violento. Ambos ofrecían a los directivos la oportunidad de expresar una preferencia por más o menos dinero, reconocer públicamente las donaciones o aceptarlas de forma anónima, y un uso restringido o libre de los fondos. Para el segundo experimento, adjunté un estudio cualitativo en el que entrevisté a 44 directivos de organizaciones sin fines de lucro sobre su disposición a aceptar varias configuraciones de donaciones (entre mis preguntas favoritas estaba: “¿Aceptaría una donación del Partido Nazi Estadounidense si ambas partes acordaran nunca reconocerlo públicamente?” Algunos contestaron sí, otros no).
La cuestión del dinero sucio representa un dilema no solo para las organizaciones sin fines de lucro, sino también para las empresas sociales en etapas tempranas y para las compañías comerciales que consideran capital de riesgo. Basta mirar las discusiones en Silicon Valley sobre startups aceptando dinero de fondos de inversión soberanos de Arabia Saudita luego del asesinato del periodista Jamal Khashoggi en 2018. El enfoque de este artículo está puesto en las organizaciones sin fines de lucro, donde las restricciones de recursos y la naturaleza pro-social de su trabajo hacen que la ética de las relaciones económicas se vuelva particularmente interesante. Sin embargo, esta discusión también es relevante en otros contextos y sectores donde la ética de intercambios financieros también está siendo reconsiderada.
Donaciones como intercambios
Análisis populares y académicos sobre la ética de organizaciones sin fines de lucro dependen mucho en la palabra “donar” y sus análogos para connotar una transferencia económica unilateral de un donante hacia un beneficiario. Este lenguaje posiciona a las organizaciones sin fines de lucro como receptoras pasivas de recursos. Sin embargo, esta conceptualización de las donaciones no refleja las dinámicas de relaciones entre donante-organización y, por lo tanto, son inútiles para alguien razonando la ética de este asunto. En vez de eso, las que tradicionalmente se describen como donaciones económicas deberían ser entendidas en la mayoría de los casos, como intercambios entre un donante y una organización sin fines de lucro. El término “intercambio” debe interpretarse ampliamente como una asociación recíproca que se extiende a lo largo del tiempo, y no como una transacción que sucede en un solo momento e involucra bienes o servicios de igual valor. El dinero puede ser el componente más visible de un intercambio, pero constituye solo una parte de este. La parte menos visible del arreglo es el esfuerzo activo de las organizaciones por reciprocar, lo que subraya que son participantes de una transacción con sutilezas. Entender la ética del dinero sucio requiere considerar no solo lo que reciben las organizaciones sin fines de lucro, sino también lo que estas dan a cambio a sus donantes.
Lo que reciben las organizaciones sin fines de lucro | En las discusiones sobre dinero sucio, puede ser tentador enfocarse sobre los recursos financieros que recibe la organización. El término en sí es un eufemismo que implica la existencia de algo inherentemente inmoral en el dinero donado, casi siempre por actos indebidos o donantes polémicos. De acuerdo con esta visión, el dinero de estas fuentes está manchado no importa de dónde o cómo fluya. Pero este juicio está fuera de lugar y la metáfora es engañosa. El dinero es, en última instancia, fungible, y para la mayoría de las organizaciones sin fines de lucro, las donaciones significan una serie de unos y ceros en una cuenta bancaria digital. Incluso si un donante en particular está donando un dólar, la procedencia del dinero casi nunca se puede conocer. De hecho, ninguno de nosotros sabemos si el billete físico de un dólar que manejamos fluyó por la mafia o iniciativas terroristas antes de llegar a nuestras manos o cuentas bancarias.
Si los dólares donados por una fuente controversial estuvieran intrínsecamente manchados, las organizaciones sin fines de lucro, supuestamente, preferirían menos dinero de esa fuente, y no más. Sin embargo, en mis entrevistas con directivos de este tipo de organizaciones, encontré lo opuesto. En nuestras discusiones, les presenté un caso hipotético en el que una entidad indigna —el Partido Nazi Americano— quería donarles dinero. La mayoría de los directivos afirmaron que, aunque no aceptarían una donación de mil dólares, sí considerarían aceptar una que estuviera en un rango multimillonario. Como en ambos casos el dinero procedía de la misma fuente, esto sugiere que el dinero en sí no es el problema. En vez de eso, la decisión de si aceptarlo o rechazarlo dependía del caso en particular. Cuando las personas entrevistadas decidieron aceptar, describían la lógica subyacente a su decisión diciendo: “Si debo aceptar una relación moralmente problemática, será mejor que me paguen generosamente por las dificultades”.
Mis entrevistas señalan que las preocupaciones de los directivos de las organizaciones sin fines de lucro son, principalmente, relacionales. Por ejemplo, muchos vacilaron en aceptar dinero directamente de un donante que no estaba alineado con la misión de su organización. Cuando les pedí que se imaginaran dirigiendo una clínica de salud y les pregunté si aceptarían una donación de una compañía de bebidas endulzadas con azúcar, muchos se resistieron. Pero cuando les pregunté si aceptarían dinero de esa misma fuente si podía garantizarles que el donante permanecería anónimo, la mayoría reconsideró el rechazo. Es más, cuando pregunté si considerarían aceptar el mismo dinero, pero con la diferencia de que había sido incautado del mismo donante a través de una orden judicial, casi todos dijeron que lo aceptarían. Explorar estos casos hipotéticos subraya que el problema del dinero sucio no es tanto un problema de la fuente del dinero, sino de las condiciones de la relación con la fuente.
Lo que dan las organizaciones sin fines de lucro | En mis investigaciones, he encontrado que la incomodidad que experimentan la mayoría de los directivos de organizaciones sin fines de lucro con el dinero sucio, radica en lo que ellos dan a los donantes infractores. Durante un intercambio, una organización puede conferir a un donante beneficios que subsecuentemente pueden dañar a la organización misma o incluso al público general. Uso el término “dañar” aquí para significar “perjuicio contra los intereses”, basado en el trabajo del filósofo legal Joel Feinberg. Las organizaciones sin fines de lucro gastan considerable tiempo y recursos en identificar maneras para dar regalos u otros beneficios a los donantes. Dichos beneficios simbolizan el aprecio de la organización por las contribuciones pasadas e incentivan otras futuras. Esta dependencia del sector sin fines de lucro en donaciones voluntarias pone a los donantes y sus preferencias actuales en el centro de la atención de los directivos. Evelyn Brody, teórica legal, subraya la importancia de las preferencias de donantes asegurando que: “cualquiera sean las condiciones impuestas por los donantes, estas son, para algunos, la esencia de la filantropía privada”.
La recaudación de fondos basada en los donantes, requiere que el personal de una organización sin fines de lucro coloque el sentir de los donantes en el centro de su estrategia de recaudación para, de esta forma, maximizar el potencial de lo recaudado. Aunque es común pensar en un donante que da primero y, después, la organización lo retribuye, la cronología de quién da primero puede revertirse. De acuerdo con un estudio de 2018 del National Bureau of Economic Research (Oficina Nacional de Investigación Económica), más de la mitad de las solicitudes de recaudación ofrecen a los posibles donantes un regalo físico, como etiquetas de correo, o un obsequio simbólico para motivar la contribución financiera.
Buscando cortejar o corresponder una donación económica, las organizaciones sin fines de lucro pueden proporcionar dos cosas de valor a un donante: influencia y reconocimiento, que son, argumento yo, las causas de la preocupación moral. Estas dos opciones pueden dañar el interés público o los intereses de la organización (y de sus beneficiarios). Aunque los directivos de la organización puedan no sentir una obligación profesional de proteger el interés público, claramente tienen un deber fiduciario con la organización. La incomodidad que provoca el dinero sucio radica, en gran medida, en la lógica intuitiva de que las personas que han hecho mal en el pasado pueden hacer un daño mayor con la influencia y reconocimiento que otorga una organización sin fines de lucro.
Al reconocer que las organizaciones sin fines de lucro proveen a los donantes de beneficios a cambio de sus aportes, podemos clarificar la falla en una línea de pensamiento, por lo demás tentadora, sobre el dinero sucio: que las organizaciones sin fines de lucro deberían estar especialmente dispuestas a aceptar donaciones de fuentes controversiales, porque el dinero le hará mejor a las organizaciones que a las fuentes. Los directivos de las organizaciones sin fines de lucro pueden sentirse atraídos por esta manera de pensar porque los libera de consideraciones morales, sin embargo, esta lógica es incorrecta porque ignora las acciones recíprocas hechas por la organización. Si bien puede ser preferible que las organizaciones tengan el dinero, los daños que podrían producirse durante el intercambio también merecen una consideración moral.
Antes de presentar mis ejemplos, debo ser clara sobre tres argumentos que no estoy haciendo sobre los intercambios entre organizaciones sin fines de lucro y donantes. Primero, no estoy alegando que todas las donaciones merecen un reproche moral. Lo que sugiero es que las donaciones son problemáticas cuando ofrecen el potencial de crear daño. Segundo, no estoy sugiriendo que la única razón por la que donantes realizan contribuciones económicas es para recibir influencia o reconocimiento. Sin duda, muchos tienen motivaciones complejas, que pueden incluir tanto el interés propio como los fines altruistas. Mi relato sobre por qué el dinero sucio es una preocupación moral genuina no requiere la evaluación de la intención del donante. En cambio, requiere que las organizaciones sin fines de lucro consideren cómo su comportamiento al reciprocar la donación —a través de influencia o reconocimiento— podría causar daños. Tercero, no estoy argumentando que proporcionar influencia o reconocimiento sea categóricamente injustificado o inmerecido. La mayoría de los directivos de organizaciones sin fines de lucro se muestran cómodos ante la idea de que los donantes merecen algo en retribución a su generosidad. Aquí, solamente solicito a los lectores que reconozcan que el hecho de otorgar esta influencia o reconocimiento a los donantes puede traer daños.
Permitir influencia
A cambio de una contribución económica, las organizaciones sin fines de lucro con frecuencia permiten a los donantes influir en cómo se utilizará el dinero. En algunos casos, la influencia se extiende a la operación general de la organización. Esta medida de influencia es conocida como adherir condiciones o restricciones a una donación. Puede parecer inocuo —consideremos la oportunidad de destinar la donación propia a un programa o proyecto en particular. Pero la influencia también puede ser sustancial, como un donante que indica que su regalo está supeditado a un cambio de foco en el trabajo de la organización. Los dirigentes de una organización sin fines de lucro que entrevisté también describieron contingencias en las que donantes podían retener o reclamar (“recuperar”) los fondos si la organización realizaba ciertas acciones públicas (por ejemplo, activismo). En un caso especialmente extremo, a un donante que tenía derechos de denominación le otorgaron poder de veto sobre otras potenciales donaciones que tuvieran los mismos derechos. Las organizaciones sin fines de lucro pueden, por su parte, aceptar, rechazar o intentar negociar estas condiciones. También pueden permitir influencia de los donantes sin que este ponga condiciones explícitas sobre el dinero. Por ejemplo, es práctica común que las organizaciones permitan a sus donantes principales unirse a sus consejos de gobernanza.
Algunos ejemplos podrían ayudar a ilustrar el daño potencial de esta influencia de los donantes. En uno de los ejemplos más claros que he encontrado, una donante fallecida, llamada Anna Jeanes, en 1907 llegó a Swarthmore College un terreno cuyo supuesto valor era de un millón de dólares, con la condición de que la escuela eliminara los deportes intercolegiales. La aceptación de la donación claramente hubiera perjudicado los intereses de los atletas de Swarthmore, al privarlos de oportunidades de participar en torneos deportivos. Pero el hecho de que el patrimonio de Swarthmore, en aquella época, era menor a un millón de dólares, convertía la donación en una potencial bonanza. En última instancia, la escuela lo rechazó argumentando que los deportes eran centrales a su misión, pero no sin antes tener un sustancial debate entre los egresados y la prensa local2 .
En un ejemplo más contemporáneo, la institución financiera BB&T, a lo largo de la primera década de este siglo, ofrecía a colegios y universidades donaciones de 1.1 millones de dólares en promedio, a cambio del derecho de diseñar un nuevo curso que incluyera la novela Atlas Shrugged (La rebelión de Atlas) de Ayn Rand, y en algunos casos la creación de una cátedra permanente en la facultad, una serie de charlas u otros programas. Más de 63 universidades aceptaron estas donaciones. En la medida que las universidades se enorgullecen en determinar sus propios programas y preservar su libertad de cátedra, aceptar estas condiciones perjudica su misión.
Uno puede imaginar situaciones hipotéticas en los que el daño causado por la influencia es aún más severo. Considérese el caso en que un donante beneficia a una clínica de salud sin fines de lucro y determina que el dinero no puede ser utilizado para servir a inmigrantes indocumentados, quienes, típicamente, representan una gran parte pacientes. Más dañino aún, imagínese a un donante que dice que solo transferirá el dinero si la clínica está de acuerdo con no tratar, a ningún paciente indocumentado. Históricamente, los donantes han ofrecido donativos análogos a centros de salud, estipulando cuál puede ser la raza de los pacientes. La legalidad de algunas donaciones condicionando la raza de los pacientes ha sido resuelta en las cortes apenas en los últimos 20 años. Se ha estipulado que las organizaciones sin fines de lucro no son legalmente culpables si violan los contratos con el donante, en los casos donde adherirse a dichos contratos requeriría una discriminación racial.3
Cuando una organización sin fines de lucro depende de un donante, puede otorgarle involuntariamente influencia sin comprometerse explícitamente. Si bien los acuerdos y term sheets en torno a las donaciones, por lo general sirven para detallar las obligaciones específicas asociadas a las donaciones, las organizaciones pueden otorgar a los donantes más de lo esperado si la supervivencia de un programa específico o la organización en sí está en riesgo. En su libro publicado en 2016, Corruption in America (Corrupción en los Estados Unidos), la discusión de la jurista Zephyr Teachout sobre la corrupción política y ciclos de dependencia entre funcionarios electos y donantes a sus campañas, ilumina el mismo riesgo que esto implica para las organizaciones sin fines de lucro.4 Particularmente, cuando las donaciones son grandes, es posible que las organizaciones no puedan sostener su programación sin regresar al donante buscando renovar su apoyo. Si los directivos de las organizaciones esperan regresar a la puerta del donante con el sombrero en la mano, esa expectativa puede influir en la estrategia de la organización. Esto genera lo que Jonathan Marks, profesor de bioética en Penn State, llama el escenario de la “tiranía del siguiente regalo”5, donde el regalo se entiende como la ampliación de un crédito.
La investigación realizada por la abogada Victoria Peng sobre la fusión de telecomunicaciones propuesta entre AT&T y T-Mobile, ilustra la sutileza con que las donaciones pueden ser usadas para comprar influencia6. En un estudio de 2016, Peng examinó el comportamiento de AT&T, la cual utilizaba donaciones hacia organizaciones sin fines de lucro para influir en la política federal regulatoria. Específicamente, AT&T otorgaba subvenciones a organizaciones tan diversas como: la National Association for the Advancement of Colored People (Asociación Nacional para el Avance de las Personas de Color), Gay and Lesbian Alliance Against Defamation (Alianza Gay y Lesbiana en Contra de la Difamación), un refugio para gente sin hogar en Luisiana, y un fondo de becas para isleños del pacífico —todos los cuales, a su vez, escribieron comentarios para la Federal Communications Commission (Comisión Federal de Comunicaciones) para apoyar la fusión propuesta por AT&T. Las organizaciones sin fines de lucro no revelaron que eran beneficiarios de AT&T en sus comentarios y AT&T negó las acusaciones de que existieran compensaciones “algo a cambio de algo”, conocidas como quid pro quo, entre ellos. Pero, como argumenta Teachout, las compensaciones “algo a cambio de algo” muchas veces son implícitas, y no se solicitan de forma abierta. La fusión fracasó eventualmente por una decisión del Departamento de Justicia de Estados Unidos, pero la manera en que las organizaciones sin fines de lucro se involucraron en el análisis de una fusión en la cual no tenían un interés legítimo, representa la degradación del proceso regulador. Esto perjudica el interés público y, por lo tanto, representa un daño que surge por otorgar influencia.
Permitir reconocimiento
Las organizaciones sin fines de lucro también pueden dañarse si le permiten al donante recibir ciertas formas de reconocimiento a donantes a cambio de su donación económica. Estas formas de reconocimiento son uniformemente positivas. Si no lo fueran, ese reconocimiento no serviría como una forma reciprocidad a cambio de la valiosa donación.
La gratitud de una organización sin fines de lucro puede ofrecerse en privado, a manera de un pequeño regalo o símbolo de apreciación, o también públicamente, a través de comunicados de prensa, listas de honor, derechos de denominación u homenajes en eventos. Dicho reconocimiento otorga a los donantes lo que los investigadores llaman el “efecto halo”, un sentimiento de aprecio por ser una persona caritativa, moralmente íntegra o virtuosa. Cuando el reconocimiento se otorga en privado, el efecto halo solo puede ser sentido individualmente por el donante.
Casi todos los reconocimientos privados que ofrecen las organizaciones son efectivamente inofensivos. Enviar a un donante de bajo calibre mouse pads con el logotipo de la organización rara vez afectará los intereses de personas o de causas determinadas. Pero se pueden crear dos tipos de daños cuando el reconocimiento se hace público. Un tipo de daño puede suceder en el mismo acto de reconocimiento por parte de la organización sin fines de lucro; considérese, por ejemplo, cómo las víctimas podrían volver a sufrir trauma si su abusador fuera reconocido públicamente como un miembro probo para la comunidad. Un segundo tipo de daño puede resultar cuando un donante que ha causado daño utiliza el reconocimiento de la organización sin fines de lucro para obtener beneficio personal, como puede ser evitar un castigo legal o, simplemente, obtener apoyo público. En dicho caso, los esfuerzos del donante para aprovechar sus donaciones como comportamientos compensatorios, pueden afectar el interés público. Tal como ocurre en el caso de las influencias, otorgar reconocimiento también puede suceder sutilmente. No siempre es necesario que las organizaciones sin fines de lucro tomen acción proactiva al reconocer a un donante para crear este tipo de daño. Mientras una organización permita que su apoyo sea reconocido públicamente, el riesgo continúa.
Ciertamente, estos daños no se generan en cada caso, ni siquiera en la mayoría. Incluso cuando el reconocimiento es técnicamente público, pero local, el perjuicio contra los intereses no es obvio. Muchas organizaciones sin fines de lucro identifican a sus donantes en un reporte anual disponible desde su página web o en una “lista de honor” desplegada en el lobby de alguna de sus instalaciones, sin mayores incidentes. Sin embargo, formas de reconocimiento más significativas, como derechos de denominación y apadrinamientos, difunden la participación del donante con la organización a audiencias más amplias y brindan a los donantes una mayor oportunidad de usar sus donaciones caritativas para moldear una narrativa pública. Este último caso es la fuente de muchos de los debates actuales relacionados con dinero sucio en organizaciones sin fines de lucro.
Por ejemplo, muchas campañas de responsabilidad social corporativa se basan en un esfuerzo por mantener el apoyo público hacia una empresa incluso ante infracciones corporativas harto conocidas. En la literatura de negocios, las donaciones corporativas a organizaciones sin fines de lucro son ampliamente consideradas parte de los esfuerzos para tener un “seguro reputacional”. Las donaciones de compañías de tabaco a universidades y otras iniciativas científicas, les han ayudado a mantener el apoyo público y evadir regulaciones federales. Tal ha sido el caso de las duraderas relaciones que han establecido con destacadas organizaciones sin fines de lucro como: la International Labour Organization (Organización Internacional del Trabajo) y el United Negro College Fund (Fondo Universitario Unido para Personas de Raza Negra). Esta estrategia, según Harry Lando, profesor de salud pública de la Universidad de Minnesota, compra “inocencia por asociación”.
El comportamiento del financista y delincuente sexual, Jeffrey Epstein, proporciona una evidencia clara de cómo el reconocimiento de una organización sin fines de lucro puede causar daño. En 2019, The New York Times reportó que Epstein usaba donaciones filantrópicas para congraciarse con líderes locales en las Islas Vírgenes, incluyendo la donación de 50 computadoras para escuelas y organizaciones juveniles, becas para concursos de belleza y una feria de ciencias y matemáticas para niños en 2014. Epstein después citó estas donaciones en una solicitud de 2012 para que una de sus empresas, Southern Trust, participara en un programa de exención tributaria. Durante la solicitud, un abogado que representaba a Epstein hizo referencia a estas donaciones en una audiencia pública, diciendo: “Quienes conocen al señor Epstein saben que ha donado generosamente a lo largo de los últimos 11 años a varias beneficencias en las Islas Vírgenes”. La participación en este programa de exención tributaria le costó a los ciudadanos de las Islas Vírgenes la oportunidad de poder recaudar ingresos fiscales de Epstein.
En estos dos ejemplos, el de las empresas tabacaleras y el de Epstein, se causó un daño al interés público. En otros casos, las organizaciones sin fines de lucro que permiten el reconocimiento público de una donación pueden incluso dañar sus propios intereses. Muchos académicos consideran la reputación de una organización como su bien intangible más valioso. Particularmente, entre las organizaciones sin fines de lucro, el rol de la reputación para facilitar transacciones, incluida la recaudación de fondos y la planificación centrada en la misión, sería difícil de sobreestimar.
El análisis realizado por el politólogo Ted Lechterman sobre la biofarmacéutica estadounidense Pfizer y sus esfuerzos para donar vacunas contra la neumonía a Médecins Sans Frontières (también conocidos como Médicos sin Fronteras, MSF, por sus siglas en francés), revela cómo otorgar reconocimiento puede dañar a una organización sin fines de lucro7 . Tras recibir la oferta de una provisión de vacunas, la dirigencia de MSF reconoció que se les proponía un compromiso entre recibir ganancias a corto plazo para la organización a cambio de complicaciones a largo plazo. Los directivos temían que si hubiesen aceptado las vacunas, estarían dando a Pfizer, y en general a otras compañías farmacéuticas, un fundamento para mantener los altos precios de mercado. Esto hubiera limitado la habilidad de MSF de ser defensores efectivos de una futura reforma de precios de medicamentos y, de ser así, hubiera actuado en perjuicio de sus propios intereses. Esta lógica llevó a MSF a rechazar la oferta de Pfizer. “Una posibilidad que encuentro atractiva en general, es descartar estrategias de rescate que, si se adoptan, harían menos probable la llegada de un cambio sistémico”, explica Lechterman. “Si [aceptar] un rescate temporal limitará severamente la posibilidad de alcanzar un cambio sistémico, [aceptar] el rescate es inadmisible”.
Calcular los daños
Para ayudar a pensar en estos asuntos, ofrezco un simple marco que explica cómo el daño fluye en un intercambio entre donante y organización sin fines de lucro (ver tabla “Daños potenciales de un intercambio”). Cada una de las cuatro celdas contiene un ejemplo de cómo, al permitir influencia o reconocimiento, los intereses del público o de la organización pueden perjudicarse. Los consejos de gobierno pueden usar este marco para considerar los riesgos asociados con una donación determinada.
Es probable que los directivos de las organizaciones sin fines de lucro graviten hacia identificar los daños que podrían ocurrir en su propia organización (ver la fila de debajo de la tabla). Para los directores, puede resultar sencillo identificar daños al público por los cuales la organización sea responsable. Pero incluso los directivos y miembros del consejo más diligentes, se pueden preguntar si están obligados a evitar daños al público que ellos no causan unilateralmente. Por ejemplo, si un donante logra usar su historial de donaciones en una corte para atenuar una sanción, ¿los beneficiarios de la organización tendrían responsabilidad sobre el resultado? Dentro de ciertos límites estrictos, creo que la respuesta es sí. Aunque no se puede responsabilizar a las organizaciones sin fines de lucro por daños que razonablemente son impredecibles, la ignorancia no puede permitirse como un refugio para la negligencia. En “Moral Responsibility in the Age of Bureaucracy” (“Responsabilidad moral en la edad de la burocracia”), los filósofos David Luban, Alan Strudler y David Wasserman diagnostican una práctica organizacional común en la que la responsabilidad por un daño se vuelve imposible de atribuir, y proponen esta pregunta básica como respuesta: “Cuando ni los líderes ni sus subordinados pueden hacerse responsables, enfrentamos una situación misteriosa en la que la responsabilidad ha sido, en apariencia, expulsada [de la organización]”, observan. “Preguntarse si lo sabían o no es una pregunta secundaria, porque la pregunta correcta es: ‘¿debían haberlo sabido?’”.
Sospecho que el personal de una organización sin fines de lucro puede anticipar cuándo algunos de los donantes usarán su donación para promover sus propias agendas personales o políticas. Propongo que toda persona que examine donaciones potencialmente “sucias” considere la pregunta: “¿La organización debió saber que el donante usaría la influencia o reconocimiento para causar daño?”. Cuando esta pregunta se contesta con una afirmación, la organización asume legítimamente alguna responsabilidad. Como abiertamente afirmaba el subtítulo de la ya citada columna de opinión escrita por Giridharadas en 2019 para el New York Times: “Las organizaciones sin fines de lucro no deben permitir que los ricos las usen para limpiar su conciencia”. La idea de permitirse ser usadas sugiere cierto grado de conocimiento previo. Los donantes que pueden ser considerados como probables fuentes de daño son inusuales, pero cuando se habla de dinero sucio están en el centro de las preocupaciones del público.
Regresemos a un punto obvio que podría perderse en una discusión prolongada sobre el daño. Las donaciones traen importantes beneficios a las organizaciones sin fines de lucro que las reciben, por ejemplo, son recursos para pagar al personal, invertir en capacitación, proveer bienes públicos y financiar servicios de protección. Así, aunque he argumentado hasta aquí que los daños pueden ocurrir y deberían ser, en algunos casos, relevantes para las organizaciones, la decisión de aceptar una donación más bien será motivado por un análisis de costo-beneficio que yuxtaponga los beneficios potenciales con los riesgos potenciales del daño. Ciertamente, una evaluación así puede (y en algunos casos, debe) ser compleja. Mi meta ha sido ayudar a los lectores a identificar qué tipos de daños pertenecen a la columna de costos. Los daños de esta columna no son los daños pasados del donante, sino los daños potenciales a futuro que podrían resultar de los esfuerzos que realiza la organización para reciprocar una donación económica con influencia o reconocimiento.
La diversidad en el panorama de organizaciones sin fines de lucro hace imposible establecer recomendaciones estandarizadas sobre qué tipos de donaciones deben o no deben ser aceptadas. Organizaciones de varios tamaños deben considerar el impacto potencial de reconocer a un donante. Si American Red Cross (Cruz Roja Americana) nombra a alguien como patrocinador oficial de un evento, ese reconocimiento tiene más peso que lo representado por un comedor de beneficencia local que hiciera lo mismo. Organizaciones con diferentes misiones también pueden juzgar a un mismo donante de forma distinta; mientras que la National Football League (Liga Nacional de Futbol Americano, NFL por sus siglas) puede ser un buen socio para organizaciones promotoras de actividad física en niños, representaría un socio indigno para organizaciones dedicadas a investigar contusiones y traumatismo craneal. Muchos más ejes diferenciales podrían ser relevantes también. Lo que hace inevitable que cada organización, o al menos cada subsector de organizaciones, deba desarrollar su propia serie de principios y límites para determinar qué intercambios son permisibles.
Recomendaciones
Aunque los intercambios entre donantes y organizaciones sin fines de lucro representan riesgos reales, las organizaciones pueden evaluar y administrar los intercambios con cierta previsión. Cierro este texto ofreciendo las siguientes recomendaciones para los consejos directivos de organizaciones sin fines de lucro y sus directivos para que las consideren durante la creación de mejores prácticas para su organización, o para evaluar intercambios específicos con donantes:
Clarifiquen daños potenciales | Consideren el daño que las acciones de su organización pueden causar. He ofrecido un vocabulario y un marco contextual para estructurar conversaciones de alto nivel que, de otra manera, podrían sonar a pánico moral sin fundamento. Si hace eco, úsenlo para atraer a otros en la organización. Apliquen el marco de permisos y daños para ayudar a los directivos principales a articular los daños que pueden crearse al aceptar una donación. Dediquen tiempo en las sesiones de planeación a desarrollar principios y límites más específicos que sean apropiados para su organización.
Eviten marcos de decisión reduccionistas | En la mayoría de los casos, y en particular con donaciones grandes, la pregunta “¿debemos aceptar o rechazar la oferta de esta donante?” es reduccionista. Reconocer que las donaciones son una parte de un intercambio longitudinal, debería envalentonar a las organizaciones sin fines de lucro a acercarse a los donantes en un espíritu de negociación. En casos donde les preocupe un daño potencial, consideren realizar un brainstorming y ofrecer a los donantes formas de influencia y reconocimiento de menor riesgo. Una forma de reducir el riesgo es establecer límites de tiempo en los permisos de influencia o reconocimiento. En lugar de un lugar perpetuo en el consejo, por ejemplo, se puede ofrecer un plazo de unos cuantos años. Los riesgos de proveer este tipo de valores para siempre se están volviendo aparentes en nuestro entorno. Cuando sientan que un donante busca “gracia barata” de la organización, consideren preguntarles si están dispuestos a donar de forma anónima.
Aumenten la comunicación | Eviten la tentación de mantenerse en silencio o decir menos, en vez de más, cuando reconozcan la donación de una fuente polémica. Decir simplemente el nombre sin dar contexto de la decisión, permite que la imaginación del público vuele sin control. Los espectadores podrían preguntarse: “¿puede la organización ser tan ingenua que ignora la polémica?”, “¿conoce la organización el escándalo asociado al donante, pero no entiende el rol que podría desempeñar en crear daños?”, “¿puede la organización reconocer el daño, pero juzga que los beneficios valen la pena?”. Sería razonable que el público reaccionara de maneras diferentes según las respuestas a estas preguntas. En la medida que puedan planear la narrativa pública de sus procesos de decisión, mejorarán sus deliberaciones a puerta cerrada y los preparará para reconocer y hacer frente a las críticas. La decisión de MSF de rechazar la donación de Pfizer demuestra este tipo de sinceramiento. El debate sobre el dinero sucio podría elevarse si las organizaciones estuvieran dispuestas a volverse ellas mismas un caso de estudio.
Consideren una solución estructural | Si la idea de evaluar cada donación individualmente los deja exhaustos, quizá deberían considerar la creación de una solución estructural —específicamente, un fideicomiso ciego— para eliminar la carga moral a las personas que toman las decisiones. En palabras sencillas, un fideicomiso ciego es una cuenta administrada por un tercero, como un banco local, en la que donantes pueden asignar fondos. Lo que hace al fideicomiso “ciego” es que nadie en su organización podría monitorear o realizar retiros de la cuenta. La creación de este fideicomiso rompe efectivamente la relación entre la organización sin fines de lucro y los donantes económicos, y de ese modo se elimina el riesgo de que la organización otorgue a los donantes influencia o reconocimiento. Un fideicomiso ciego sería una iniciativa novedosa para el sector sin fines de lucro. Sin embargo, la idea ha sido probada varias veces en el ámbito político en un esfuerzo por reformar las finanzas de campañas, y las donaciones a campañas políticas que adoptan un fideicomiso ciego bajan años con año. Esperaría que la tendencia fuera la misma en el sector sin fines de lucro, basado en lo que sabemos de las motivaciones de donantes filantrópicos. Aun así, para algunas organizaciones, este podría ser un precio que vale la pena para obtener integridad intelectual y programática.
Finalmente, cuando consideramos el universo de intercambios potenciales entre un donante y una organización sin fines de lucro, debemos considerar que vivimos en lo que la filosofía política denomina un mundo no ideal —corrupto, injusto y lleno de actos indebidos.
Exigir una pureza moral es insensato, y esperarla es negar conversaciones complejas y matizadas sobre filantropía. De hecho, es debido a lo no ideal que es el mundo que Estados Unidos, en particular, depende tanto las organizaciones sin fines de lucro. Estas instituciones existen, en parte, como una respuesta a la avaricia individual. No podemos pedirles a dichas organizaciones que eviten toda forma de corrupción y, al mismo tiempo, esperar que hagan todo el trabajo que necesitan hacer. Atender los problemas de un mundo no ideal requiere que las organizaciones sin fines de lucro pertenezcan a ese mundo. Las manos metafóricas de las organizaciones se ensuciarán, ya sea a través de las donaciones que acepten, las prácticas que utilicen, los impactos ambientales que generen o las empresas con que trabajen.
Dado que las organizaciones sin fines de lucro deben operar en el mundo tal como es, el público debe ser sensato al decidir qué intercambios entre organizaciones y donantes debe reprochar. Las organizaciones sirven una función importante en la sociedad y todos nos beneficiamos cuando estas organizaciones son fuertes. Para que este sector sobreviva, las organizaciones deben aceptar actos bondadosos de actores imperfectos. Como he tratado de aclarar, se pueden esperar preocupaciones reales en algunas instancias. Pero para muchos otros intercambios, debemos reconsiderar nuestras críticas. En particular, sugeriría que las donaciones que no requieren brindar influencia o reconocimiento son, en general, benignas.
Esta recomendación puede llevarnos a lugares potencialmente incómodos. Por ejemplo, yo apoyaría a una organización sin fines de lucro que aceptara una donación de cualquier actor si la organización no cediera influencia ni reconocimiento. Esto requeriría una donación sin restricciones, y una varita mágica para asegurar que la donación permaneciera anónima para todos excepto para quien la acepta. Si estas condiciones ideales resultan, el riesgo de daño es casi cero y la cantidad de dinero donada es puro beneficio. Estas condiciones ideales son irreales, pero ilustran mi punto de que si en verdad una organización no retribuye nada a un donante —o, mejor aún, donde la relación entre ambas partes puede ser evitada por completo— entonces, las donaciones de incluso los donantes más terribles se vuelven, desde el punto de vista ético, considerablemente menos problemáticos.
Organizadores comunitarios con quienes he compartido mi relato sobre el dinero sucio, por lo general lo consideran demasiado permisivo. Las personas en roles de desarrollo que trabajan en organizaciones sin fines de lucro lo han encontrado indebidamente prohibitivo. No por apostar a un punto medio se logra un punto moral elevado, pero en este caso, sí me tranquiliza la insatisfacción de ambos lados. Asuntos gerenciales, en apariencia mundanos, merecen una consideración ética —incluso en casos donde una solución perfecta nos elude—. En ese espíritu, espero que la insatisfacción de los lectores impulse la conversación siempre hacia adelante.
Notas
1. Este artículo está basado en una parte de mi tesis doctoral para la Universidad de Harvard, que recurre a una revisión sustancial de textos sobre sociología, antropología, teoría organizacional y legal, además de ética empresarial.
2. Burton R. Clark, The Distinctive College, Piscataway, New Jersey: Transaction Publishers, 1970.
3. Manuel Roig-Franzia, “Will’s No-Blacks Order Rejected,” The Washington Post, May 7, 2002; Frank D. Roylance, “Judge Finds That a Doctor’s Fortune, Now $28 Million, Will Not Go to Keswick Nursing Home,” The Baltimore Sun, November 11, 1999.
4. Zephyr Teachout, Corruption in America: From Benjamin Franklin’s Snuff Box to Citizens United, Cambridge: Massachusetts: Harvard University Press, 2014.
5. Jonathan H. Marks, “The Perils of Partnership: Industry Influence, Institutional Integrity, and Public Health,” Oxford Scholarship Online, March 2019.
6. Victoria Peng, “Astroturf Campaigns: Transparency in Telecom Merger Review,” University of Michigan Journal of Law Reform, vol. 49, no. 2, 2016.
7. Ted Lechterman, “Humanity and Justice in Access to Medicine: MSF’s Rejection of Free Vaccines,” 2017, quoted in Lauren A. Taylor, “Ethical and Strategic Issues in Non-Profit Resource Management,” doctoral dissertation, Harvard University Graduate School of Arts & Sciences, 2020.
Autores originales:
- Lauren A. Taylor es profesora adjunta en la Universidad de Nueva York, donde es investigadora y enseña en las escuelas de medicina, función pública y negocios.
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Este artículo es contenido original de la revista de Stanford Social Innovation Review publicado en la edición primavera 2022.
- Traducción del artículo The Dirty Money Dilemma por Carlos Calles.
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