En América Latina, donde cada vez dominan más los valores que promueven la individualidad, una posible transformación social radica en el coliderazgo.
Hasta hace algunas décadas, los niños latinoamericanos crecían en un mundo muy diferente al actual. En la infancia de Carolina Nieto, las familias mexicanas constaban de entre 6 y 12 críos, las cuales compartían prácticamente todo, desde la comida hasta la televisión. El sentido individualista de competencia era, si bien existente, mucho menos importante. Eso era notable incluso en nuestros juegos, organizados por rondas o turnos, en los que no había ganadores ni perdedores. En México, jugábamos a “Los Quemados”: cada jugador tomaba una pelota y con ella tocaba o “quemaba” a otro jugador, quien a su vez tomaba la pelota para “quemar” al siguiente; y así, sucesivamente, turnábamos ese rol de uno a otro.
Hoy en día predominan las dinámicas en las que “el que llega primero, gana”. Es triunfador el que tiene más para sí, y ya no nos referimos solamente a los juegos. Hablamos de las cosas serias que dan lugar a desigualdades económicas, sociales y oportunidades formativas. En un mundo de campeones y perdedores, pero, sobre todo, de individuos, todos quieren saber de qué lado de la cancha están.
Entonces, ¿qué pasa con el liderazgo vinculado a habilidades de colaboración? ¿La colaboración forma parte de los conocimientos idóneos para avanzar en el siglo XXI debido a su escasez comprobada o por su impacto basado en evidencia? Veámoslo a continuación.
No siempre hemos privilegiado la individualidad
Es fácil medir cuando alguien llega en primer lugar (o en último). El individuo se abre paso como unidad paradigmática. ¿Será que el mundo se está convirtiendo en un escenario para el “yo” por encima del “nosotros”? Parece ser que sí. Tenemos registro de que esto ha ocurrido alrededor del mundo durante más de medio siglo. El estudio “Global Increases in Individualism”, publicado en la revista Psychological Science, identifica que el incremento del individualismo, tradicionalmente asociado con países occidentales, podría ser un fenómeno global.
Para comprender mejor la transición de lo colectivo a lo singular, este estudio distinguió entre “prácticas” y “valores” individualistas. Por un lado, las “prácticas” están orientadas hacia describir las decisiones de vida de las personas, tales como el número de individuos con los que se comparte la vivienda, el porcentaje de adultos que viven solos, el número de personas mayores a 60 años que viven solas, y la razón de personas divorciadas y separadas respecto a personas casadas. Por otro lado, los “valores” refieren a creencias establecidas. Entre estas, los investigadores analizaron la importancia percibida de los amigos en comparación con la familia, la importancia de educar a los niños hacia la independencia y la preferencia por la autoexpresión y la libertad de opinión por encima de otros compromisos sociales.
Desde 1960, los resultados mostraron un patrón claro de aumento del individualismo global, con un alza aproximada del 12%. Solo cuatro países —Camerún, Malawi, Malasia y Mali— mostraron una disminución significativa en prácticas individualistas y cinco —Armenia, China, Croacia, Ucrania y Uruguay— en valores individualistas. Factores socioecológicos, tales como desastres, enfermedades infecciosas y estrés climático, estuvieron relacionados con el individualismo, pero el desarrollo socioeconómico fue el predictor más significativo de su aumento a lo largo del tiempo. Así pues, resulta más fácil intuir el valor construido en torno a la competencia individualista, especialmente en cuanto a lo económico. En las últimas décadas, nos ha tocado presenciar la evolución del paradigma de la infancia de Carolina hacia uno que festeja el individualismo por encima de la cooperación. En la escuela se enseña a sobresalir como “el mejor estudiante” o “la mejor deportista”. Después, hemos trasladado esta mentalidad al mercado para ser “la más grande”, “la mejor” o “la única” empresa en producir algún producto o brindar un servicio. Seguir escalando este paradigma nos lleva a países y territorios que sostienen conflictos armados, o incluso a sociedades polarizadas por decisiones que afectan la vida pública. La falta de cooperación es riesgosa y tiene consecuencias sistémicas.
Los retos que enfrentamos
Heredamos un mundo que refuerza la competencia y las capacidades individuales. La tensión entre la necesidad de sostener la libertad per cápita y el riesgo de continuar con sociedades menos colaborativas da lugar a efectos no deseados, como la desigualdad económica y la falta de habilidades para la innovación o la mediación del conflicto.
La desconfianza se torna sistémica cuando permea en la disposición para solventar crisis. El Institute for Economics and Peace, encargado de elaborar el Global Peace Index 2023, encontró que el 52% de los mexicanos creían que su país estaba muy o extremadamente dividido y que el 65% pensaba que era improbable superar dichas divisiones. A escala mundial, el Global Risks Report del World Economic Forum identifica que en 2024 la polarización social o política es la tercera categoría de riesgo más importante. Parece ser que las sociedades polarizadas tienden a confiar mucho más en información, verdadera o falsa, que confirma sus creencias, que en el testimonio de su vecino. Si los valores individualistas están sustentados en la autoexpresión, hace sentido que algunos gobiernos y plataformas no actúen eficazmente para frenar la información falsificada y el contenido dañino. Las consecuencias son notables y están interrelacionadas: conflictos armados, censura de los derechos humanos, entre los que se encuentran el derecho a la educación y, desde luego, la conformación de comunidades.
Estos datos pueden traducirse en preguntas más cercanas. Pensemos: ¿qué ponemos en riesgo para lograr destacar como personas? ¿Nuestro bienestar? ¿Nuestra salud? ¿El tiempo de calidad con nuestros seres amados? O bien, ¿el bienestar de otros, su salud, el tiempo de calidad con sus seres amados? ¿Qué tan frecuentemente aparece la empatía en nuestro día a día? ¿Qué tanto asumimos un liderazgo compartido y qué tanto trabajamos colaborativamente? ¿Creemos que la creatividad es algo más autoral o estamos listas para asumirla como algo comunitario?
Darle la vuelta a un mundo parado de cabeza
La comunidad internacional ha mostrado interés en promover una economía social y solidaria (ESS) para el desarrollo sostenible. Adoptada durante la Asamblea General de las Naciones Unidas en 2023, la resolución A/77/L.60 define a la ESS como “empresas, organizaciones y otras entidades que realizan actividades económicas, sociales y medioambientales de interés colectivo o general, que se basan en los principios de cooperación voluntaria y ayuda mutua, la gobernanza democrática o participativa, la autonomía y la independencia, y la primacía de las personas y el fin social sobre el capital” (Naciones Unidas, 2023). Aunque relativamente reciente, la ESS ya reporta una aportación del 7% del Producto Interno Bruto a nivel global desde 2017, donde tienen mayor actividad las asociaciones civiles, las cooperativas, las fundaciones y las empresas sociales (OECD, 2020).
En este sentido, se estima que invertir en el desarrollo de habilidades enfocadas en la resolución colaborativa de problemas podría sumar $2.54 billones de dólares al PIB global. Entonces, ¿cuál sería el beneficio monetario, social y ambiental de avanzar la Taxonomía de la Educación 4.0, la cual basa su diseño en habilidades para la ciudadanía global como las relaciones interpersonales, la colaboración y el aprendizaje accesible, inclusivo y personalizado a lo largo de la vida? (World Economic Forum, 2022). No lo sabemos. Sin embargo, UNICEF estima que la mitad de las niñas, los niños y jóvenes en el mundo no se encuentran en condiciones de desarrollar estas habilidades. Este es un desbalance que Bill Drayton, fundador de Ashoka, ha llamado “la nueva desigualdad”. Nivelar las oportunidades que cada persona tiene para ser un agente de cambio colaborativo en sus comunidades es una prioridad estratégica.
La comunidad colíder de Ashoka
Carolina conoció Ashoka en 2004, cuando fue elegida como Fellow de su Red de Emprendedores Sociales. Ahí, aprendí a dialogar con personas de muchos otros sectores para entender problemáticas y encontrar soluciones, siempre poniendo al centro el bien común. Encontré personas con empatía dispuestas a llegar a acuerdos o definir estrategias conjuntas y, sobre todo, otra manera de medir el éxito a través del impacto social, un camino al que se llega mediante la colaboración. Aprendí que se requiere de toda una comunidad para impulsar agentes de cambio.
Aunque Ashoka no es una organización educativa per se, tiene una gran capacidad para promover la agencia de cambio desde la educación y posicionar un nuevo paradigma en la sociedad, al fortalecer la colaboración entre distintos sectores. Impulsamos alianzas estratégicas con las personas y las instituciones en el sistema educativo que son expertos en su propia materia, así como con quienes impulsamos la visión de un “Mundo de Agentes de Cambio”: alumnados, profesores, escuelas, universidades, organizaciones educativas, secretarías de educación pública y medios de comunicación.
Desde 2019, el área de Niñez y Juventud de Ashoka México, Centroamérica y el Caribe, liderada por Brenda Villegas y auspiciada por la Fundación MetLife a través de su directora de sostenibilidad, Nalleli García, han hecho crecer la iniciativa Comunidad Colíder. Consta de más de 30 organizaciones e instituciones públicas y privadas enfocadas en la creación de las condiciones necesarias para que los niños, niñas y jóvenes practiquen habilidades transformadoras como la empatía, el trabajo colaborativo, el liderazgo compartido y la creatividad para solucionar problemas. Aquello lo logran mediante la colaboración para establecer redes, programas y monitoreos intersectoriales que multiplican el impacto de su innovación social.
En suma: ¿cómo podemos reconstruir la participación y la confianza de los individuos en la colaboración para enfrentar situaciones globales?
Partir de la base del coliderazgo facilita tres vías de acción para promover un mundo de agentes de cambio desde edades tempranas. Estas acciones pueden servir como recomendaciones a quienes toman decisiones en la educación, en la vida pública o en las empresas:
Acelerar la innovación | Significa asegurar que las mejores innovaciones locales, con potencial de revolucionar industrias y sistemas, sean reconocidas y puedan multiplicar su impacto.
Por ejemplo, dentro de la Comunidad Colíder de Ashoka, el enfoque está en formar agentes de cambio que enfrenten y solucionen problemas socioambientales, más que en incrementar la matrícula. Desde antes de la pandemia por Covid-19, se crearon mesas de trabajo para revalorizar el papel de los estudiantes, los docentes y las instituciones como agentes de cambio. Se tejió la comunidad para hacerla participativa en esfuerzo por construir la visión de una educación transformadora, innovadora y trascendente. Al conocer los aprendizajes y escenarios que deseábamos como comunidad, se identificaron buenas prácticas educativas que cada institución y organización implementaban en sus espacios. Después, las compartimos al público, como también hicimos con las historias de jóvenes y docentes inspiradores. Creamos un espacio donde las instituciones están orientadas hacia el futuro y promueven la acción colectiva centrada en las personas con base en un sistema de codirección, las cuales son características deseables para asegurar el desarrollo y la integridad humana (UNDP, 2024).
Impulsar una educación transformadora | Implica identificar y acompañar escuelas y universidades clave para marcar una nueva cultura educativa con métodos, estándares de aprendizaje y éxito basados en la empatía y agencia de cambio.
Comunicar, no sólo los resultados, sino también las inquietudes, las necesidades y los obstáculos, es vital en cualquier estrategia que pretenda un cambio de paradigma. Por eso existen los Encuentros Interuniversitarios de la Comunidad Colíder, de periodicidad anual, el más reciente en mayo de 2023, además de videoconferencias mensuales. Allí se pospone la competencia entre marcas para enfrentar retos en conjunto. En el transcurso, las instituciones pueden optar por incorporar la agencia de cambio dentro de sus planes curriculares, abrir roles estratégicos para conformar y sostener ecosistemas sociales para la innovación de impacto, redefinir sus indicadores para enfocar la calidad del involucramiento social o impulsar una mayor participación de la comunidad educativa en la toma de decisiones y gobernanza. Cada experiencia, contada por representantes de tal o cual institución, es igualmente valiosa. Se abre el foro de conversación y, como dijimos al inicio, todos toman turnos en este juego. Nadie gana, nadie pierde. Todas y todos jugamos; eso es lo que importa.
Al final del día, se trata de sumar perspectivas para salir con nuevos pun- tos de vista sobre los retos que pueden ser abordados en colectividad, lo cual involucra a estudiantes, docentes, personal administrativo y directivos como posibles solucionadores, habilitados por la empatía, el trabajo colaborativo, el liderazgo compartido y la creatividad para solucionar problemas. El éxito se mide por el trabajo en conjunto, indivisible.
Cambiar la conversación | Es fundamental identificar y acompañar fuentes confiables de información para ayudar a la sociedad a sentirse bien con los temas complejos y multifacéticos relacionados con la agencia de cambio.
Por ejemplo, el repertorio de buenas prácticas educativas de Ashoka está constituido por actividades replicables en distintos contextos. Son de acceso gratuito, aportadas por miembros de la Comunidad Colíder y auspiciadas en conjunto con Fundación MetLife y en colaboración con el Instituto para el Futuro de la Educación. Las más de 50 herramientas y metodologías siguen criterios de interculturalidad, inclusión, colocan a las personas al centro del aprendizaje, promueven la sostenibilidad y fomentan el desarrollo del pensamiento por cuenta propia y en comunidad. Más de 1800 docentes ya están equipados con ellas, y su escalamiento a los seis subsistemas de educación media superior en el Estado de México será posible gracias al coliderazgo con la subsecretaría encargada en esa entidad. Esto es un equipo de equipos.
Iniciativas parecidas son el manual “Saber a tiempo. Metodologías para la colaboración y el intercambio de conocimiento”, del Banco Interamericano de Desarrollo; el Mapeo de Buenas Prácticas en Educación Digital de las Américas, de la Organización de Estados Americanos en conjunto con ProFuturo y Fundación “la Caixa”; y el proyecto “La Aventura de Aprender”, de EducaLab, creado con apoyo del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte del Gobierno de España, el cual está basado en colaboración interagencial para elaborar prototipos sociales.
¿Queremos un mundo más colaborativo?
La colaboración, más que una teoría, es una forma de vivir y un marco estratégico que implica transformar nuestra mentalidad y acciones hacia la empatía, apertura, y trabajo conjunto, puesto que rompe con la competencia para sumar esfuerzos hacia el bien común. Distintas iniciativas fomentan la interacción entre diferentes actores, lo que promueve espacios donde se valora la diversidad y se practica la escucha activa. Nos esforzamos por cambiar cómo medimos el éxito al valorar logros colectivos sobre los individuales y al proponer nuevas formas de reconocimiento que refuerzan el enfoque comunitario y solidario. Este enfoque no solo beneficiaría a nuestras comunidades, sino que también podría resonar en nuestras relaciones personales. Desde la educación de los más jóvenes hasta las prácticas laborales, busquemos crear un impacto duradero en la sociedad al promover un cambio profundo hacia una mayor colaboración y bienestar colectivo.
Autores originales:
- Carolina Nieto es Fellow de Ashoka desde el 2004 y actual directora ejecutiva de las oficinas de Ashoka en México, Centroamérica y el Caribe. Especialista en emprendimiento femenino con 20 años de experiencia trabajando con mujeres en zonas vulnerables y en ciudades.
- David Mayoral es Maestro en Innovación Educativa y maestrante en Emprendimiento Educativo. Embajador de Yucatán ante la ONU en México y el Secretariado Ejecutivo del Consejo Nacional de la Agenda 2030. Líder de juventudes y educación transformadora en Ashoka México, Centroamérica y el Caribe.
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Este artículo es contenido original de la revista de Stanford Social Innovation Review en Español.
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