Ruha Benjamin explora cómo el cambio de la sociedad surge de las acciones individuales y se transmite a través de los lazos interpersonales.
Es atrevido utilizar la metáfora de un virus para representar un nuevo enfoque de cambio social. Sin embargo, esto es precisamente lo que hace Ruha Benjamin en su nuevo y convincente libro: Viral Justice: How We Grow the World We Want (Justicia Viral: cómo cultivar el mundo que queremos).
“Los virus no son nuestro enemigo a vencer”, afirma Benjamin, profesora de estudios afroamericanos en la Universidad de Princeton y directora fundadora del Ida B. Wells Just Data Lab (Laboratorio de Datos Justos Ida B.). En Viral Justice, Benjamin enfoca el concepto de virus no como una enfermedad mortal y contagiosa, sino como un modelo para la construcción colectiva del mundo: lo que ella denomina “reworlding”, esto es la reorganización de nuestros valores y prioridades.
La viralidad es el principio regulador de su teoría de cambio social: la propagación viral que comienza con un individuo y se expande hacia el exterior a través de los lazos con otras personas, influyendo positivamente en sus elecciones y acciones.
En definitiva, la visión de Benjamin “invita a que cada uno de nosotros se plantee de forma individual cómo participamos en sistemas injustos cuando, en teoría, defendemos la justicia”.
Al hacer lo anterior, el virus ya no es algo que nos afecta, sino que es algo sobre lo que tenemos algún poder. “Este es un llamado a la acción para que los individuos reclamen el poder sobre la forma en que nuestras ideas, hábitos y acciones son moldeadas por–– el entorno que nos rodea, señala.
Combinando la autobiografía y los estudios sociológicos, Benjamin analiza las capas de discriminación dentro de los sistemas de atención médica, educación y encarcelamiento en Estados Unidos, y así muestra cómo los abusos sistémicos recurren a “múltiples caminos para afectarnos profundamente”. La autora comienza con su historia personal para ilustrar el temor constante a la violencia que experimentan los estadounidenses de raza negra. “Pasé la mayor parte de mi infancia durmiendo a la defensiva”, comenta. “Las balas imaginarias interrumpían mis sueños noche tras noche. Por eso me afectó tanto la muerte de Breonna a manos de la policía en mitad de la noche”. Breonna Taylor estaba dormida en su cama cuando recibió un disparo fatal por parte de la policía que, afirmando estar en busca de traficantes de drogas, descargó 20 disparos en su casa en Louisville, Kentucky, en marzo de 2020. El argumento y los ejemplos que se presentan a lo largo del libro profundizan sobre este tema del peligro: no solo sobre la realidad de la violencia y los efectos intergeneracionales de la misma, sino también sobre el miedo constante arraigado a nivel celular.
Estos efectos acumulativos se conocen como “erosión”, un término acuñado por la profesora de salud mental Arline Geronimus, y que Benjamin utiliza para describir “cómo encarnamos los factores de estrés y de opresión en el entorno más amplio y cómo este proceso causa enfermedades que se podrían evitar y muertes prematuras”. Explica que estos factores de estrés y opresión, que producen diversos tipos de desigualdad se originan en los sistemas humanos. “Los entornos hostiles se crean y vuelven a crear a diario a través de las interacciones entre instituciones e individuos”, comenta.
La “erosión”, al igual que el concepto de virus, tiene una connotación tanto positiva como negativa: la erosión deteriora un cuerpo, pero el término también se utiliza para hablar de la persistencia, algo así como “resistir la tempestad”.
El racismo arraigado en el sistema de salud, por ejemplo, se disimula bajo los pretextos tan recurrentes y erróneos sobre enfermedades prenatales atribuidas a la genética, presuntas inseguridades sobre vacunas y tratamientos médicos, además del argumento de la “piel gruesa” de la raza negra que “no se agrieta”, para sugerir que la comunidad afroamericana no siente el dolor de la misma manera que los blancos. Culpar a este tipo de pretextos destaca la importancia de que el concepto de erosión se utilice como una “idea de salud pública y como un esquema para comprender y cuestionar el modo en que las vidas y el futuro de todos se ven afectados por el racismo contra las personas de raza negra”, afirma Benjamin.
La erosión también es producto de siglos de esclavitud, encarcelamiento, así como de supervisión y control de por vida. Esta violencia de Estado es una brutalidad instituida que, según Benjamin, causa un aumento en la presión arterial, un envejecimiento acelerado y problemas de salud mental. Por lo tanto, insiste, las disparidades raciales en materia de salud no son biológicas, sino que se producen socialmente a lo largo del tiempo.
Si bien el cambio estructural, inmerso en la burocracia y los procesos políticos, es de por sí lento, Viral Justice no cae en la desesperación. En cambio, Benjamin cree que la autoconciencia y la rendición de cuentas son los puntos de partida para erradicar estos abusos sistémicos. “Empezando por nuestro propio entorno”, afirma, “identifiquemos nuestros terrenos, lleguemos a la raíz de lo que nos aqueja, aceptemos nuestra interconexión y, finalmente, crezcamos de una buena vez”.
Así pues, Benjamin propone una especie de ejercicio autogestionado que se cultiva a lo largo del tiempo, con el fin de compensar la ineficacia institucional.
“Resulta que transformar las condiciones no requiere poderes mágicos., solo requiere que empecemos a planificar, fortaleciéndonos los unos a los otros, reimaginando nuestros vínculos”, comenta.
“Atendiendo a las alternativas que queremos que florezcan y promoviendo el amor en todo lo que hacemos”.
Benjamin señala que “la amenaza jamás fue el hombre de la calle o el del otro lado de la frontera. La amenaza siempre fue el hombre en el espejo”. Por lo tanto, ella propone: “requiere cultivar nuevos hábitos internamente, sembrar caminos de restauración para estar juntos de forma interpersonal, desenraizar las prácticas de desigualdad a nivel institucional, y plantar otras posibilidades a nivel estructural”.
Por supuesto, esta estrategia depende de la voluntad personal de cambiar uno mismo ––de trabajar en uno mismo–– para mejorar la salud y el bienestar de la nación. Ante el aumento de la violencia contra las comunidades marginadas y una mayor división política, este optimismo quizá resulte en ocasiones algo excesivo para el lector. Pero la viralidad, subraya Benjamin, es el camino por el que podemos avanzar y que nos puede ayudar a vislumbrar nuestra capacidad individual para hacer realidad el cambio sistémico y social.
El concepto de viralidad refleja el poder de las relaciones y las conexiones interpersonales. El trabajo interno comienza por hacernos preguntas, interrogando nuestras creencias y el lenguaje que utilizamos.
El microcambio puede producirse mediante el uso intencionado de un lenguaje orientado a la justicia, o expresiones que señalen la injusticia sistémica de manera explícita. “Si es propietario de un pequeño negocio”, afirma Benjamin, “tal vez empiece por colgar un cartel de neón que diga: 'La supremacía blanca morirá hasta el día que los blancos consideren que es un problema de blancos que ellos mismos deben resolver, en lugar de creer que es un problema de afroamericanos con el que deben ser empáticos', tal y como hizo Glory Hole [Doughnuts] en la calle Gerrard de Toronto.”
Las soluciones propuestas por Benjamin para las injusticias sistémicas y la erosión, apuntan a alcanzar la abolición. Por ejemplo, para poner fin a la violencia del Estado y al efecto desgastante del control policial y la vigilancia racista, sostiene que, “la justicia en este contexto no tiene que ver con la reforma de la policía. Tiene que ver con la abolición gradual de una institución que nació de las patrullas de esclavos y se mantuvo viva sobre los mitos del virtuosismo y la necesidad”. Ella insiste en la importancia de no financiar y eventualmente abolir “la vigilancia y el castigo [y] el sistema carcelario”, y añade que “un elemento central de la empatía por la justicia viral va de la mano de los intentos de abolición destinados a crear un mundo sin policías”.
En lugar de la actividad policial, Benjamin sugiere una mayor inversión gubernamental y organizacional en servicios sociales. En Seattle, por ejemplo, el Seattle Solidarity Budget (Presupuesto de Solidaridad de Seattle), una coalición de más de 200 organizaciones que se creó durante las protestas de 2020 contra la violencia policial, señala Benjamin, no otorga “más dinero a la policía para la vigilancia”, sino que invierte en tecnología de interés público, “en el cual los comisarios digitales trabajan en conjunto con los miembros de la comunidad”.
Bajo la creencia de que los presupuestos son “documentos morales” que reflejan los valores de una ciudad, un estado o una nación, el Solidarity Budget “celebró reuniones de educación pública, se reunió en el Ayuntamiento, [y] testificó en las reuniones del consejo de la ciudad”. El trabajo en conjunto de la coalición con las comunidades locales y el gobierno municipal dio como resultado “la reducción del presupuesto asignado a la policía durante dos años consecutivos, a la vez que se obtuvieron inversiones para los habitantes más marginados de la ciudad”, entre ellas, la creación de un programa piloto que garantiza un ingreso básico.
Sin embargo, teniendo en cuenta que los presupuestos federales anuales para la policía y el sistema penitenciario han aumentado en miles de millones de dólares desde la década de 1970, y que muy pocos políticos han expresado alguna intención relacionada con la abolición de la policía, estas soluciones pueden parecer nada menos que simples ilusiones. Al mismo tiempo, la confianza pública en la policía está en su punto más bajo, según una encuesta de Gallup de 2020. Por tanto, la transformación de la opinión pública podría presagiar cambios en la política y la financiación de los cuerpos policiales en los próximos años.
Al leer la crónica de Benjamin sobre la esclavitud de los afroamericanos, yo, como escritora que vive en Pakistán, me acordé del fantasma de la colonización global del Imperio Británico y de los efectos erosionantes de las políticas opresivas que aún hierven a fuego lento bajo la superficie en muchos países, incluido el subcontinente indio: India, Pakistán y Bangladesh. La historia de los excesos imperiales del Reino Unido sigue en gran parte sin aparecer en los libros de texto escolares, lo que sugiere una falta de remordimiento e introspección nacional por parte de este país. Por ello, la idea de las indemnizaciones parece descabellada cuando mucha gente está, cuando mucho, dispuesta a reconocer superficialmente los errores, pero no a apoyar las compensaciones.
Por lo tanto, coincido con Benjamin en que es imposible un renacimiento de Estados Unidos, o del Reino Unido, o de cualquier otro país imperialista, hasta que sus instituciones aborden y reparen lo que ella denomina “las mentiras fundacionales (como el mito de la meritocracia) sobre las que se han construido nuestras sociedades”. En cambio, sostiene, necesitamos entornos de aprendizaje transformadores que “establezcan pilares distintos, ladrillo a ladrillo, en los corazones y las mentes de los jóvenes, cuya confianza solo podemos ganar diciendo la verdad”.
Entre las recomendaciones de Benjamin para este renacimiento de la educación se encuentra el redefinir las escuelas “como laboratorios para el crecimiento de la empatía y la solidaridad”; invertir en “procesos de mediación y justicia restauradora” en las escuelas; dar prioridad a la “contratación y retención de profesores de raza negra”; e integrar “la historia de la raza negra y los estudios étnicos en los planes de estudio”. Este último consejo, por supuesto, es actualmente un punto de controversia crítica en todo Estados Unidos, ya que los padres y profesores (malinterpretando la enseñanza de la historia bajo el estandarte de la “teoría crítica de la raza”) desacreditan el educar a los niños sobre las innumerables historias que han sido silenciadas en Estados Unidos.
Las últimas páginas de Viral Justice son testamento de la resiliencia humana, y de cómo encontrar el significado de los pequeños actos, infundir belleza en lo cotidiano y cultivar un jardín a partir de una semilla.
Cuando un individuo está ahí para otro, un barrio se convierte en una comunidad, una comunidad en una ciudad, una ciudad en un país, un país en un continente y un continente en el mundo.
Los actos de bondad interpersonales se multiplican hasta convertirse en empatía colectiva, con lo que se pone en marcha el proceso de renacimiento que plantea Benjamin, según el cual todo acto de apoyo y ayuda es importante. “Viral Justice”, dice, “no tiene que ver con la distopía, ni con la utopía, sino con la ustopía”. (Ustopía es un juego de palabras que se traduce como “nuestra utopía”).
En una época en la que el coronavirus ha desplegado una nueva realidad en donde el distanciamiento social y las mascarillas se han convertido en la nueva normalidad y, en la que, como sociedad, aún no hemos llorado a todos los que se fueron a causa del virus y muchos de ellos sin poder despedirse, sin un último abrazo y sin los últimos actos sociales o religiosos, necesitamos recordar el “nosotros” en lo que parecen ser nuestros mundos cada vez más aislados. Viral Justice de Benjamin es esa “belleza obstinada, una alegría que se niega a arrodillarse en la derrota” en un mundo afectado por la pandemia, y en un país como Estados Unidos contaminado por el racismo y la discriminación por el tono de piel.
Autor original
- Mehr Tarar es una periodista radicada en la Ciudad de Nueva York. Escribe sobre temas de negocios, finanzas e investigación académica. Encuéntrala en Twitter: @schoenberger.
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Este artículo es contenido original de la revista de Stanford Social Innovation Review publicado en la edición otoño 2022.
- Traducción del artículo Cultivating, Seeding, and Planting a Better World por Jorge Treviño
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