Reimagining Capitalism in a World on Fire (Reimaginar el capitalismo en un mundo en llamas), de Rebecca Henderson, describe cinco maneras en las que podemos reformar el capitalismo para vencer el cambio climático, la desigualdad y el colapso de la democracia.
En tiempos recientes, cierta esquizofrenia se ha instalado en el campo del impacto social cuando se habla del capitalismo. Por un lado, hay un aumento de inversionistas de impacto, emprendedores sociales y líderes corporativos que están dedicando el poder del dinero a encontrar soluciones a gran escala para resolver los problemas mundiales. Al mismo tiempo, otros han proclamado al capitalismo como un fracaso irredimible basados en que propicia la destrucción ambiental, los empleos opresivos y mal pagados, los sesgos de género y raza, y una desigualdad económica descomunal. La disrupción masiva que ha provocado la pandemia de COVID-19 ha exacerbado este desacuerdo, al tiempo que ha enfatizado la fragilidad y las inequidades despiadadas del capitalismo.
Rebecca Henderson entra a este debate con su nuevo libro: Reimagining Capitalism in a World on Fire. Con una escritura cautivadora y refrescantemente franca, Henderson presenta su visión de un capitalismo justo y sustentable, además de que enumera los cambios requeridos para realizarlo. Las compañías necesitan acoger la idea de un propósito trascendental más allá de maximizar ganancias, para de esa forma encontrar oportunidades de negocios congruentes con las necesidades de la sociedad y considerar el bienestar de todos los grupos de interés. Los inversionistas deben enfocarse en el largo plazo y considerar el impacto social y medioambiental. Los gobiernos deben regular el mercado con mayor rigidez e imponer un impuesto al carbono. Finalmente, todos los sectores necesitan trabajar juntos para atender los retos globales a través de la acción colectiva. Estos cambios no solo procurarían un mundo mejor, asegura Henderson, también crearían empresas más rentables y una economía más fuerte.
Su modelo puede sonar imposible, sin embargo, el optimismo de Henderson está fundamentado en su profunda experticia como académica y en el trabajo que ha realizado en conjunto con líderes corporativos. Es también profesora distinguida de la Harvard Business School (HBS) y una consultora con vasta experiencia trabajando con los altos mandos de corporaciones globales. Henderson aporta al diálogo un entendimiento detallado de cómo operan las compañías, los inversionistas y nuestro sistema capitalista. Su curso “Reimaginar el capitalismo” (desarrollado en conjunto con su colega George Serafeim para la Maestría en Administración de Negocios), fue la inspiración de este libro.
Hay una cantidad considerable de evidencia de que los cambios propuestos por Henderson ya están surgiendo. Larry Fink, director de la firma multinacional de manejo de inversiones BlackRock, la corporación accionista más grande del mundo, ha insistido en que las compañías deben tener un propósito más allá de las ganancias. Muchas compañías ya acogieron la idea de crear valor compartido al crear estrategias competitivas basadas en el impacto social (un enfoque descrito inicialmente en 2011 por mi colega de la HBS, el profesor Michael Porter, y yo, en un artículo en la revista Harvard Business Review). Existe actualmente un impulso creciente por parte de inversionistas y líderes de empresas para enfocarse en los resultados a largo plazo. Las iniciativas de impacto colectivo y alianzas entre el sector público y el privado son cada vez más comunes.
Pero si todas estas recomendaciones son buenas para los negocios, ¿por qué tantas compañías se resisten enérgicamente al cambio? Aquí es relevante el trabajo previo de Henderson. Es experta en cómo las compañías enfrentan cambios radicales. Por ejemplo, ¿por qué Kodak, inventora de la fotografía digital, terminó en bancarrota? ¿Cómo es que Nokia, que en su momento producía la mitad de los celulares en el planeta, fue sorprendida y rebasada por Apple?
La respuesta de Henderson hace una distinción entre innovación gradual, que es sencilla, y la innovación arquitectónica, que implica reconsiderar profundamente las relaciones entre los componentes de un sistema. Kodak pudo crear una mejor cámara, pero nunca pudo comprender la idea de que una cámara podía ser parte de un teléfono, lo que volvió obsoletas casi todas las operaciones de la compañía. De cara a las presiones del día a día, nadie tiene tiempo de imaginar una empresa entera. Incluso es difícil visualizar los cambios requeridos, pues los conocimientos arquitectónicos se integran de manera profunda e invisible a la estructura de la compañía.
La innovación arquitectónica suena mucho a lo que nosotros en el sector social hemos llamado “cambio de sistemas”. De hecho, una forma de describir este libro sería como un enfoque integral de cambio de sistemas para repensar el capitalismo: pasar de “destruir al mundo y el tejido social para obtener dinero fácil” a, como dice Henderson, “construir prosperidad y libertad en el contexto de un planeta habitable y una sociedad saludable”.
Los escépticos del capitalismo se identificarán con la crítica aguda de Henderson, mientras quienes lo apoyan podrán apreciar la visión de futuro propuesta por la autora en la que describe un capitalismo más noble y constructivo. La premisa del libro es dejar atrás los debates superficiales y reduccionistas sobre si el capitalismo es bueno o malo, y avanzar a una discusión más profunda sobre lo necesario para redirigir su innegable poder hacia la equidad y la sostenibilidad. Después de todo, el capitalismo ha sacado a más de mil millones de personas de la pobreza extrema y ha producido tecnologías que hace un siglo eran inimaginables. Si existe una manera de sacar partido a esta bestia para empezar a crear un mundo mejor, vale la pena intentarlo. En contraste con otras críticas recientes al capitalismo, como la de Anand Giridharadas en su libro Winners Take All (Todo para los ganadores), Henderson se concentra en las soluciones. Con base en el método de casos de la HBS, la autora instruye a partir de historias complejas de la vida real. No promete que la solución será sencilla, ni siquiera alcanzable, y no todas las historias tienen un final feliz. Sin embargo, aunque la transformación necesaria no es sencilla ni segura, es extremadamente útil para mostrarnos una visión clara de los cambios interdependientes requeridos para alinear a empresas, inversionistas, activistas y gobierno para que trabajen en servicio de un capitalismo justo y sostenible. Es difícil aspirar a una meta si no podemos visualizarla.
Henderson ve el cambio climático, la desigualdad económica extrema y el derrumbe de las instituciones gubernamentales, de la familia y de la fe, como los tres grandes retos globales. El capitalismo a nivel mundial “ha perdido el rumbo”, sostiene la autora, y la prioridad dada a los accionistas ha alcanzado un punto donde “muchas de las empresas en el mundo creen que es su deber moral no hacer nada por el bien común”.
Henderson explica el razonamiento falaz que nos condujo a esta trampa, es decir, por qué los directivos piensan, equivocadamente, que su única responsabilidad es maximizar la riqueza de sus accionistas; la motivación de los administradores de inversiones para enfocarse en el corto plazo; y cómo las campañas de las élites, para ellos librarse de pagar impuestos y sus empresas de cumplir con regulaciones del Estado, han destruido nuestra fe en el gobierno.
Lograr un capitalismo equitativo y sostenible requiere cinco cambios, y la mayor parte del libro está dedicado a mostrar, con ejemplos, cómo dichos cambios podrían suceder y, hasta cierto punto, ya están sucediendo. Primero, las compañías pueden crear valor compartido si adoptan modelos de negocios que, de manera simultánea, generen valor tanto para la empresa como para la sociedad. A las compañías innovadoras que han replanteado sus estrategias para obtener resultados positivos en materia social y medioambiental en realidad les va mejor que aquellas estancadas en enfoques más convencionales.
Entonces, las compañías de “alto nivel” que confían en sus empleados, pagan bien, otorgan beneficios y ofrecen autonomía y oportunidades para desarrollarse son más rentables que las compañías de “bajo nivel” que tratan a sus empleados como a engranajes sin rostro de una máquina, prescriben todas sus acciones y pagan el mínimo. ¿Por qué será que no todas las empresas deciden ser de alto nivel y crear valor compartido? ¿Estamos atascados en un pensamiento arcaico que no nos permite reconocer la oportunidad, similar a como Kodak no supo evolucionar a teléfonos con cámara?
La respuesta, y esta es la segunda propuesta de Henderson, es que las únicas empresas que pueden hacer el cambio arquitectónico radical son las comprometidas a un propósito más allá de las ganancias. Es este sentido de propósito el que otorga a los líderes la visión y el valor para realizar cambios sistémicos. Comprometerse con un propósito corporativo, asegura Henderson, es un cambio arquitectónico en sí mismo.
En tercer lugar, está el recableado de las finanzas, que requiere de nuestros sistemas de contabilidad financiera la inclusión de métricas sociales y medioambientales. Además, se necesita que continúe el crecimiento de las inversiones de impacto y que los directivos de las empresas se sientan protegidos de la presión ejercida por inversionistas de corto plazo.
Este cambio en la conducta de los inversionistas puede parecer imposible, sin embargo, Henderson señala que la concentración de poder en las inversiones es tan grande —las quince administradoras de inversiones más grandes gestionan la mitad de la riqueza del mundo—, que un puñado de gente podría cambiar las prácticas mundiales de inversión de un día para otro.
La cuarta propuesta es construir alianzas, porque ninguna compañía por sí sola puede solucionar los retos globales. Los consorcios industriales pueden crear soluciones; por ejemplo, los esfuerzos de Unilever para unir a las compañías de bienes de consumo para combatir la deforestación presente en la producción de aceite de palma. Pero Henderson es franca sobre las limitaciones de esta autorregulación y admite que la lucha del el aceite de palma ha tenido resultados mixtos. La autorregulación solo funciona si los beneficios están claros para todos, si existe el compromiso a largo plazo de los participantes y si los tramposos son castigados.
Finalmente, estos problemas no se pueden resolver sin el gobierno. Los modelos inclusivos de gobierno, que son democráticos y priorizan el bienestar de los ciudadanos, crean mayor prosperidad y un crecimiento económico más fuerte que los modelos extractivos, en los cuales el gobierno funciona a partir de los intereses de las élites. Henderson utiliza los ejemplos, ciertamente homogéneos, de Dinamarca y Alemania, pero agrega a Mauricio. La isla tenía una sociedad altamente diversa y una historia de esclavitud, pero después de que las revueltas sociales derrocaron al régimen extractivo, un nuevo modelo inclusivo de gobernanza ha llevado a décadas de fuerte crecimiento económico, una reducción en la desigualdad de ingresos y un índice de pobreza que ha bajado de 40 % a solo 11 %.
¿Pueden estos cinco elementos de un capitalismo reinventado afincarse en nuestro mundo actual? A veces los casos de estudio sugieren que lo único necesario es que un líder con una visión clara tome las riendas. En la mayoría de los ejemplos, sin embargo, fue una crisis lo que detonó el cambio —ya sea una tragedia personal, una crisis financiera, una protesta espectacular de Greenpeace o, en el caso particular de Mauricio, una revolución—. Aun así, la transición a veces llevó de cinco a diez años.
Si una crisis es lo que se necesita para detonar una reforma fundamental en el capitalismo, ¿podría el coronavirus ser el catalizador? Ciertamente, la pandemia ha demostrado el rol esencial del gobierno y de la acción colectiva para sostener el capitalismo. Si los líderes corporativos e inversionistas alguna vez quisieron engañarse pensando que su éxito no dependía del bienestar social, su error ahora es evidente. Es esperanzador imaginar que los daños a la vida humana generados por el virus pudieran conducir a una reconfiguración fundamental del capitalismo, similar al sugerido por la autora. Si la economía global permanece agónica podría dar pie a una renovada fe en el gobierno y a una versión más favorable del capitalismo. En cambio, si este desastre no basta, resulta verdaderamente aterrador pensar qué tipo de crisis será necesaria.
Pero solamente una crisis no será suficiente; también necesitamos inspirarnos, y la visión de Henderson es tan convincente que el lector sentirá la necesidad de unirse a la causa. El capítulo final, “Piedras en una avalancha”, propone seis cosas sencillas que cada uno de nosotros podemos hacer para contribuir: descubrir tu propósito personal; colaborar con quienes comparten tus metas; integrar tus valores a tu trabajo; trabajar con una ONG para avergonzar a las empresas públicamente y obligarlas a actuar, o para que un inversionista de impacto financie el cambio; recordar que una sola persona no basta para cambiar el mundo. Solo podemos hacer nuestra parte correspondiente. En lo personal, estoy siguiendo su consejo al promover los cambios que sugiere en el libro entre compañías e inversionistas a través de mi trabajo en FSG y HBS. Cuanto antes lleguen los cambios, mejor.
Autor original:
- Mark R. Kramer es cofundador y director gerente de FSG y profesor titular en Harvard Business School. Es autor de numerosos artículos en Stanford Social Innovation Review, incluido "Impacto colectivo" en la edición de invierno de 2011.
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Este artículo es contenido original de la revista de Stanford Social Innovation Review publicado en la edición verano 2020.
- Traducción del artículo Big Structural Change por Carlos Calles
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