Libera Terra recupera tierras robadas por la mafia italiana para crear oportunidades económicas para las comunidades locales.
La mafia ha dominado el sur de Italia desde la unificación del país en 1861, cuando el reino norte de Cerdeña anexó el resto de los estados, pero la débil presencia de la recién formada monarquía permitió a la mafia prosperar en el sur.
No fue hasta la década de los 80 que un movimiento anti-mafia emergió en respuesta a la violencia generalizada de la mafia —tan solo entre 1978 y 1983 fueron responsables de más de mil asesinatos en Italia. Pio La Torre, un sindicalista y político siciliano, creía que el gobierno italiano debía confiscar la riqueza y las propiedades de la mafia para erradicar su poder. Una de las principales razones por las cuales la mafia era tan poderosa era porque creaban empresas, desde compañías constructoras hasta granjas, donde ofrecían empleos a cambio de lealtad, atrapando a los lugareños por medio del clientelismo. De acuerdo con La Torre, si su presencia física y financiera fuera socavada, su dominio sobre las personas se debilitaría también.
En 1982, la mafia siciliana, conocida como la Cosa Nostra (“Nuestra Cosa”), asesinó a La Torre después de haber propuesto una ley en el parlamento para enfrentar al crimen organizado. El parlamento respondió al aprobar la primera legislación —la ley Rognoni-La Torre— que clasificaba a los crímenes asociados con la mafia como felonías e impuso un embargo a los bienes de la mafia.
Pero, el embargo de propiedades quedó abandonado en las manos de un estado altamente burocrático que fue incapaz de gestionarlas. Las florecientes empresas a cargo de la mafia que daban trabajo a las comunidades se convirtieron en negocios abandonados y confiscados por el gobierno, los cuales, en algunos casos, continuaban siendo operados (“no oficialmente”) por la mafia.
“Para realmente debilitar a los jefes, tanto económica como simbólicamente, era necesario que el fruto de sus negocios sucios volviera a la comunidad … para que la sociedad en su totalidad se beneficiara directamente de esa resolución,” comenta Don Pio Luigi Ciotti, un sacerdote de 75 años radicado en Turín, Italia.
En 1995, Ciotti fundó Libera, una red de asociaciones y cooperativas sociales sin fines de lucro que luchan por deslegitimizar y quitarle poder a la mafia. En 1995, Libera reunió cerca de un millón de firmas que apoyaban una ley para confiscar los bienes de la mafia y reubicarlos en las comunidades afectadas en forma de bienes públicos como escuelas y servicios sociales. Un año después, el gobierno pasó la Ley 109/96. Hoy, gracias a esta ley, más de 2,000 proyectos se sitúan en estas tierras confiscadas, y una décima parte son cooperativas.
La Cooperativa siciliana Placido Rizzotto es una de esas organizaciones que con el apoyo de Libera ha cultivado la tierra reclamada utilizando solamente métodos orgánicos de agricultura. Fundada en 2001, la cooperativa emplea a mujeres, migrantes y adolescentes en situación vulnerable que tal vez podrían haberse encontrado en las garras del crimen organizado y les provee de un futuro más brillante. Desde 2008, Placido Rizzotto se ha unido con otras ocho cooperativas para vender sus productos —desde pasta hasta vino— a lo largo de Italia, bajo la marca Libera Terra (“Tierra Libre”).
“A partir de ese momento, muchos jóvenes encontraron un verdadero y limpio empleo que respetaba sus derechos fundamentales,” comenta Ciotti. Él cree que una revolución cultural ha ocurrido en estos antiguos territorios de la mafia. “El bien común ha triunfado sobre el egoísmo criminal, y el coraje y determinación de los jóvenes ha barrido con décadas de silencio y resignación.”
Esta tierra que antes era controlada por la mafia en San Cipirello, ahora es utilizada para un viñedo plantado por Placido Rizzotto.
Construir cooperativas
Placido Rizzoto fue recibido con entusiasmo nacional. Sin embargo, quedaba trabajo duro por hacer. Los 15 asociados elegidos por el Consorcio de Desarrollo y Legalidad, la prefectura de Palermo y Libera, no estaban suficientemente capacitados por el gobierno para administrar las 156 hectáreas (385 acres) de tierra confiscada, algunas de las cuales eran propiedad de Totò Riina, uno de los jefes más despiadados de la mafia de todos los tiempos, en Corleone, Palermo y Sicilia, la fortaleza de la Cosa Nostra.
De acuerdo con Gianluca Faraone, uno de los asociados, tenían que aprender a cosechar, podar y vender granos para hacer que la granja fuera lucrativa, y dirigieron la cooperativa por ensayo y error. “En esa etapa, había una buena cantidad de imprudencia,” admite.
El actual presidente de Placido Rizzotto, Francesco Paolo Citarda, reconoce que su cooperativa tuvo dificultades específicas por ser la primera en su tipo, incluyendo la resistencia de residentes leales a la mafia.
“La comunidad local mostraba gran escepticismo hacia nuestro trabajo con los bienes confiscados a la mafia y hacia el sistema de cooperativas en general,” recuerda Citarda. Agrega que las cooperativas sicilianas no eran autosuficientes y existían solo para drenar los fondos públicos.
Sin embargo, el apoyo crucial vino de una red de cooperativas de la parte norte de la región italiana de Emilia-Romagna. Unipol ayudó con pólizas de seguros; la corporación orgánica de granjeros Alce Nero con la distribución del producto; y otras con apoyo financiero, técnico y administrativo. Gracias a este apoyo, Libera Terra se convirtió en financieramente autosuficiente y competitivo.
En 2003, Carlo Barbieri, en ese entonces el director comercial de supermercados Coop, comenzó a distribuir productos de Placido Rizzotto —como salsa de tomate, lentejas y pasta— en tiendas a lo largo de Italia; vendió cerca de medio millón de euros en producto ese primer año.
“Inmediatamente decidí que merecían apoyo porque era una de las iniciativas para combatir a la mafia en los territorios donde se había originado,” comenta Barbieri. “Parecía un bello ejemplo de cambio positivo para estos territorios.”
El retorno financiero de Coop por la venta de productos era insignificante, pero ganaron, de acuerdo con Barbieri, “credibilidad con los clientes, porque estábamos ayudando a una causa importante. La gente compraba los productos porque ellos también creían en el proyecto.”
Pronto, el apoyo a Placido Rizzotto de otras cooperativas y empresas privadas incrementó tanto que, en 2005, formaron Cooperare con Libera Terra (Coopera con Tierra Libre). Esta asociación juntaba todo el apoyo técnico y el conocimiento que se estaba compartiendo, para que también fuera útil a futuras cooperativas sociales. De hecho, hoy, cerca de 70 socios ofrecen experiencia a las 9 cooperativas sociales reunidas bajo la marca Libera Terra y las apoyan económicamente como miembros financiadores.
Rita Ghedini, presidente de Cooperare con Libera Terra, dice que los miembros de su asociación decidieron participar en el proyecto para tomar posición en contra de la mafia. “Lo que fue una acción defensiva se convirtió en un generador de riqueza, no solo económicamente sino verdaderamente transformacional,” explica Ghedini. “La experiencia de Libera Terra es evocadora en nuestro país porque trajo cambio al crimen organizado.”
Adversidad y rechazo
Libera Terra ha dado empleo a cientos de personas desfavorecidas, les ha pagado salarios justos y les ha enseñado habilidades que los ayudan a crecer profesionalmente. De acuerdo con Valentina Fiore, vicepresidenta de Placido Rizzotto, la suya es una historia de éxito.
Sin embargo, las cosas no fueron fáciles, especialmente en los primeros días. De acuerdo con Ciotti, la mafia obstaculizó el trabajo de Libera Terra porque sabían que tal iniciativa los despojaría de su riqueza y poder. La violencia e intimidación tomaron varias formas: los mafiosos obstaculizaron la transferencia de bienes, incluso destruyéndolos (por ejemplo, al quemar árboles de olivo y campos de trigo) e intimidaban a los socios que administraban la tierra.
La mafia amenazaba a las personas que consideraban prestar sus cosechadoras de trigo a la cooperativa. “En julio 2002, durante la primera cosecha de trigo, no había una sola cosechadora de trigo en toda la campiña corleonesa que se pudiera encontrar,” nota Ciotti. Eventualmente, la policía, siguiendo las órdenes del prefecto de Palermo, intervino e incautaron un negocio local de tractores para su uso en la cooperativa.
A pesar de estas amenazas, los socios y voluntarios no se disuadieron. “Con el paso de los años,” comenta Ciotti, “ha habido incendios y boicots de todo tipo. Pero siempre hemos respondido a las amenazas al fortalecer nuestra cooperativa, gracias al coraje, estima, afecto y a la ayuda activa de muchos.”
Las cooperativas de Libera Terra también sufrieron al entrar en la industria alimentaria. De acuerdo con Citarda, sus productos durante los primeros años eran de calidad mediocre y eran adquiridos por personas que se oponían a la mafia. La calidad de sus productos —incluso sus ventas— mejoraron después de una amplia investigación y desarrollo de productos y de la creación de la marca Libera Terra.
Debido a que las tierras confiscadas asignadas contienen viñedos, los asociados comenzaron a hacer su vino. En 2009, construyeron un lagar con fondos del gobierno en San Cipirello en el Alto Belice Corleonés y la llamaron Centopassi.
“No queremos vender lo que somos, sino lo que hacemos,” comenta Citarda. Placido Rizzotto es ahora competitivo en el negocio del vino, una propuesta complicada en la que la calidad —no la causa social— impulsa las ventas en Italia. Debido a que las tierras confiscadas son descentralizadas, Libera Terra tiene un total de 70 hectáreas de viñedos confiscados de toda Sicilia. Hoy, Centopassi produce 11 vinos y vende cerca de 500,000 botellas por año.
Entre 2001 y 2014, Libera Terra expandió su número de cooperativas de una a nueve —a lo largo de Sicilia, Calabria, Campania y Apulia—,que ocupan aproximadamente 1,400 hectáreas del total de tierras confiscadas y que emplean a más de 170 personas. En 2008, las cooperativas fundaron Libera Terra Mediterráneo, un consorcio sin fines de lucro que coinvierte en los medios de producción para un uso más eficiente del suelo y para vender sus productos bajo una sola marca. No tenía sentido abrir varios lagares, fábricas de pasta o unidades de almacenamiento; compartir la infraestructura era más lucrativo. Hoy, la marca Libera Terra vende más de 90 productos y tiene unos ingresos combinados de 7 millones de euros (7.69 millones de dólares).
En la última década, estructuraron las operaciones dentro de una sola cooperativa y consolidaron las producciones y ventas de alimentos. Tal organización les ayudó a mantener el negocio durante el devastador impacto económico de la pandemia de COVID-19. Gracias a su plataforma de venta en línea y a un portafolio de diversos productos, la venta de alimentos aumento por cerca de 3% tanto en 2020 y 2021.
En el futuro, Fiore planea invertir todas las ganancias de Libera Terra en su tierra, en infraestructuras físicas y digitales, y en trabajo humano. También cree que será necesario establecer un fondo de solidaridad para ayudar a sus agricultores a hacer frente a los efectos del cambio climático.
Sin embargo, todavía queda mucho trabajo por hacer. De acuerdo con la Agencia Nacional de Bienes Decomisados (ANBSC por sus siglas en italiano), hay aproximadamente 5,000 propiedades confiscadas de la mafia a lo largo de Italia que todavía no se han reasignado. Ciotti espera que esos bienes sean pronto reclamados por sus respectivas comunidades.
“El poder restaurador de proyectos como Libera Terra es enorme,” comenta Ciotti. “Vale la pena invertir en ellos.”
Autores originales:
- Agostino Petroni es un periodista, autor y becario del Pulitzer Reporting Fellowship 2021 con sede en Italia. Su trabajo ha aparecido en The Atlantic, en National Geographic y en la BBC, entre otros medios.
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Este artículo es contenido original de la revista de Stanford Social Innovation Review publicado en la edición primavera 2022.
- Traducción del artículo The Farm Cooperative Fighting Crime por Rodrigo Navarro.
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