Este artículo es contenido original de la revista de Stanford Social Innovation Review publicado en la edición verano 2021.
IDENTITY CAPITALISTS: The Powerful Insiders Who Exploit Diversity to Maintain Inequality
Por Nancy Leong. 240 páginas, Stanford University Press, 2021
Con la creciente popularidad de Black Lives Matter, las personas negras ahora son muy requeridas. De repente, en nombre de la “diversidad e inclusión”, modelos de raza negra aparecen en la publicidad de todas las grandes marcas, tiendas de conveniencia y diseñadores de moda, incluso en aquellos que han construido una imagen en torno a un pedigrí europeo o de exclusividad para blancos. Las empresas del Fortune 100, instituciones artísticas, organizaciones filantrópicas de la alta sociedad y universidades de élite se han precipitado para crear justicia racial e iniciativas de igualdad, las cuales por razones prácticas y simbólicas requieren de la participación de personas de color. Como resultado, estas personas han sido invitadas a unirse a instituciones altamente selectivas en números sin precedentes.
¿Es esa la cara del progreso? ¿O existe algo vagamente inquietante en esta prisa por adoptar la diversidad? Estas son las preocupaciones que motivan el nuevo libro de Nancy Leong: Identity Capitalists: The Powerful Insiders Who Exploit Diversity to Maintain Inequality (Capitalistas de identidad: los privilegiados poderosos que aprovechan la diversidad para mantener la desigualdad). El impulso por generar diversidad e inclusión, insiste la autora, está corrompido porque lo motiva no una búsqueda desinteresada de justicia, sino una despiadada lógica de mercado. Cada gesto que apunta hacia una equidad racial está diseñado para generar dividendos a la institución que lo produce; la justicia racial se busca solo en función de sus propósitos lucrativos. “El capitalismo de identidad no busca promover la tolerancia, diversidad, inclusión o equidad”, explica Leong. “Se trata del interés propio y del poder… las instituciones utilizan el capitalismo de identidad para dar una buena imagen propia… es un esfuerzo para ganar estatus social sin hacer el trabajo duro de crear un progreso racial trascendente como sociedad”.
Leong, profesora del Strum College of Law de la Universidad de Denver, ofrece ejemplos notables del uso cínico de la diversidad con fines de relaciones públicas. Señala a universidades y corporaciones que ponen siempre a las mismas personas de color al frente de toda su publicidad, solo para después relegarlas a los márgenes una vez que las cámaras dejan de hacer clic. Los que ni siquiera pueden con eso, recurren a fotos de archivo o Photoshop. Examina casos legales en los que empleadores tienen en su plantilla a personas negras, asiáticas y latinas para protegerse de reclamos por discriminación. También escribe sobre acosadores con buenas conexiones, como el juez del Tribunal Supremo Brett Kavanaugh, quienes reclutan (tal vez con promesas de futuros favores) a una procesión de mujeres para testificar sobre la decencia y carácter del acusado. De acuerdo con Leong, este comercio de identidad racial y de género no es sincero y es improbable que ayude a alcanzar una justicia social duradera; peor aún, obliga a las personas de color a someterse a una forma de autoexplotación degradante: pueden acceder a empleos antes exclusivos, a instituciones culturales y a universidades, pero a cambio deben hacer de su identidad un espectáculo y aceptar la forma en que será presentada para servir a una campaña de promoción y marketing.
La idea del capitalismo de identidad recuerda a varias líneas bien establecidas de la teoría social. Lo que Leong llama “emprendedor de la identidad”, es decir, la persona de color que usa su identidad para salir adelante, a veces es el desventurado personaje cuya función es cumplir con la “participación simbólica” de una minoría y otras el injuriado “traidor”. La idea de que las instituciones acogen la justicia racial solo cuando se alinea con sus intereses es implícitamente similar a la teoría del interés convergente del fallecido Derrick Bell, abogado y activista de los derechos civiles, que afirma que las personas de raza negra obtienen derechos civiles solo cuando esos derechos convergen con los intereses de los blancos. En tiempos más recientes, académicos han aplicado esta perspectiva de Bell a fenómenos como la relación entre la legislación de derechos civiles y la propaganda durante la Guerra Fría, y a prácticas de admisión universitaria desde la década de los ochenta.
La alienación psicológica resultante de convertir un aspecto íntimo de la personalidad individual en un producto y el daño emocional causado por tener que ajustarse a una receta prescrita son los dos elementos que distinguen al capitalismo de identidad propuesto por Leong de otros problemas más familiares, pero no por eso menos urgentes, como la discriminación, la jerarquía ilegítima, los estereotipos y los conocidos intentos de mala fe por justificarlos.
El título del libro sugiere una pregunta: ¿los problemas explorados por Leong son particulares a cuestiones de identidad o síntomas del capitalismo en general? Sin embargo, la autora no contesta la pregunta. El texto está inmerso en la retórica de políticas identitarias, justicia racial y equidad de género, pero dice poco acerca de la lógica del capitalismo. Aun así, los ataques más convincentes de Leong al capitalismo de identidad sugieren una crítica que aplica a la teoría de la alienación de Marx. Por ejemplo, Leong lamenta: “nadie quiere sentir que alguien es su amigo solo con el fin de subir fotos a redes sociales o para incursionar en una cultura desconocida… o para presumir su identidad… El capitalismo de identidad se interpone en el camino de crear relaciones más profundas y auténticas”. Pero esto aplica, de forma más general, al tipo de comercialización propia y autoexplotación incesante que caracteriza a las meritocracias capitalistas del siglo XXI, sin importar la raza de la persona influyente, el timador o el “emprendedor” involucrado. Para Karl Marx, el mal más característico del capitalismo no es la explotación económica sino un tipo de alienación social y existencial que surge al mediar las relaciones humanas a través del intercambio monetario. Una transacción que, en esencia, implica la necesidad mutua y el apoyo, se desvirtúa para convertirse en el clásico trato distante definido solo por el interés propio. A fin de cuentas, el capitalismo vuelve todas las relaciones humanas transaccionales y egoístas, y todas las características humanas solo tienen el sentido o el valor por el que se pueden comprar o vender.
Desde esta perspectiva, diferentes grupos sociales pueden ser alienados en formas particulares, pero la alienación en sí es universal: el hombre blanco que es director general y juega golf puede añorar secretamente ser un poeta romántico; un magnate de bienes raíces convertido en político puede estar tan completamente inmerso en la ética del mercado que no puede imaginar, y mucho menos cultivar, una relación humana que no sea fundamentalmente transaccional. Cada vez con mayor frecuencia debemos comerciar en nuestra vida profesional con cada aspecto de nuestras biografías y personalidades: empleadores hacen ofertas de trabajo basadas en pruebas psicológicas de personalidad como la de Myers-Briggs; se espera que los empleados utilicen sus experiencias personales para influir en el marketing y en la administración del personal; las conexiones personales y la vida social se aprovechan para el marketing, la atracción de clientes y el desarrollo profesional. ¿Por qué las identidades sociales estarían exentas de esto? En una sociedad donde la mentalidad transaccional de negociación, marketing y egoísmo racional influye en casi todos los aspectos de la interacción humana, sería sorprendente si no encontráramos lo que Leong llama “capitalismo de identidad”.
Este oportunismo transaccional puede ser especialmente problemático cuando se trata de perdonar injusticias o inequidades a instituciones poderosas, y la mayor parte del análisis de Leong se enfoca en ese tipo de casos. Pero sin una crítica más integral de la alienación, puede ser difícil distinguir estos casos de prácticas sensatas y, quizás, encomiables. Desde una clásica perspectiva liberal, el capitalismo de identidad es, en el peor de los casos, una crisis de éxito: es solo porque nuestra sociedad al menos pretende interesarse por la justicia racial que algún tipo de diversidad e inclusión racial —también el tokenismo— sirve a intereses institucionales. El cambio en normas sociales que ha hecho culturalmente deseable y prestigiosa la diversidad racial —un valor en términos de capital cultural en vez de una desventaja, como inequívocamente lo fue durante casi toda la historia de Estados Unidos— se ha ganado con dificultades. Una inclusión simbólica puede ser, en ciertos casos, más significativa que un vacío señalamiento de virtudes.
Por otra parte, puede ser difícil diferenciar entre capitalismo de identidad y un respeto sensato a la experiencia social. La gente de color tiene, con derecho, cierta autoridad con respecto a las cuestiones de justicia racial; sus voces serán solicitadas por gente en busca de guía e iluminación. También, inevitablemente, por gente que quiere apoyar sus posturas individuales preexistentes. Si una mujer negra habla sobre racismo policial, discriminación o segregación y, además, recibe algún grado de deferencia por su raza, en cierto sentido ella ha comerciado con su raza. Si empieza a hablar en público o a publicar textos de opinión o libros sobre asuntos de relaciones raciales, entonces se vuelve una suerte de capitalista de identidad. Pero, claro, que esto lo consideremos bueno o malo depende de lo que pensemos sobre sus opiniones. De hecho, la misma Leong depende de su condición de mujer asiática americana para reforzar su autoridad al escribir sobre los agravios del capitalismo de identidad. ¿Tendría la misma credibilidad un libro similar escrito por un hombre blanco?
Identity Capitalists sugiere que la desigualdad y la autoalienación pueden agudizarse debido al énfasis obsesivo dado por nuestra sociedad a la identidad y diversidad.
Desde luego, algunas personas utilizan cínicamente su identidad como una fuente de autoridad, pero como sugieren estos ejemplos, muchos lo hacen de buena fe. Y, en ciertas ocasiones, un deseo sincero de hacer el bien se mezcla con un intento egoísta de absolución. Imaginen que una gerente de tez blanca, genuinamente preocupada de tener sesgos inconscientes y, a la vez, intranquila por caer en un posible caso de discriminación, decide buscar el consejo de personas de color antes de tomar una difícil decisión sobre el personal. O imaginen que una empresa hace un esfuerzo consciente por diversificar sus comités de reclutamiento para reducir el riesgo de sesgo en las decisiones. Hoy en día, gran parte del activismo social y de las leyes contra la discriminación involucran nombrar y humillar, identificar y castigar, a instituciones que no realizan esfuerzos como los mencionados. Una implicación necesaria de lo anterior es que aquellos que sí los hacen disfruten de cierta inmunidad antes posibles críticas y sanciones similares.
Entre sus momentos más destacados, Identity Capitalists sugiere que la desigualdad y la autoalienación pueden agudizarse debido al énfasis obsesivo dado por nuestra sociedad a la identidad y diversidad. Pero, al mismo tiempo, también es un ejemplo de esa obsesión: la autoalienación debe lamentarse solo porque permite a privilegiados poderosos mantener la desigualdad (citando el subtítulo del libro) —un impedimento profundo y universal del florecimiento humano es visible solo a través del lente de la política de identidad—. Pero si uno se doblega ante los valores de una economía de mercado despiadada y ante la meritocracia hipercompetitiva, entonces el capitalismo de identidad es solo una pincelada en el arte de la negociación: no hay razón para tratar una transacción identitaria diferente a cualquier otra transacción. La desigualdad, desde esta perspectiva miope, si es que es un problema, es simplemente una cuestión de distribución que se atiende garantizando que todos tengan la misma oportunidad de vender lo que sea que tengan a lo que sea que el mercado tolere. El título del libro sugiere de forma tentadora una crítica más profunda. Sin embargo, porque el libro solo sugiere, no contesta si el capitalismo de identidad es un síntoma de la deshumanización de la economía social transaccional que debemos rechazar como tal o si la solución se reduce a buscar un mejor trato con mayores beneficios.
- RICHARD THOMPSON FORD es profesor en la escuela de derecho de Stanford y autor de Dress Codes: How the Laws of Fashion Made History (Códigos de vestimenta: cómo las leyes de la moda hicieron historia).
- Traducción del artículo Peddling Diversity por Carlos Calles.