Rechazadas por los sistemas financieros tradicionales, las trabajadoras sexuales de la zona roja más grande de Asia establecieron su propio banco y ayudan a otros grupos marginados. Así como Virginia Woolf habla sobre una habitación propia, defender una banca propia también es parte de dar libertad a las mujeres.
Bishakha Loskar era una adolescente cuando dio a luz a su hijo a principios de la década de los 90. La joven, una trabajadora sexual en Sonagachi —la zona roja más grande de Asia— empezó a menstruar de forma anormal a los pocos meses de dar a luz y, por ello, fue incapaz de atender a sus clientes. Su estado de salud no le permitió contar con suficiente dinero para comprar tanto leche para su bebé como las medicinas que ella necesitaba. Entonces, solicitó 5.000 rupias indias (61 dólares) a un prestamista privado, sin saber que tendría que pagar cinco veces más esa cantidad como intereses por un préstamo sin garantía.
El prestamista era su única opción, explica Loskar. Unos años antes de que naciera su hijo, Loskar había acudido a un banco para abrir una cuenta, pero se la negaron. “Como no tenía un comprobante de domicilio, me dijeron que no podían confiar en mí, que yo podía ser una ladrona, una bandida o una mendiga”, nos explica Loskar.
Lo que vivió Loskar no es un hecho aislado. Según Meena Seshu, directora de Sangram, una organización sin fines de lucro que apoya a las trabajadoras sexuales y a otros grupos marginados en el estado de Maharashtra, al oeste de la India, las trabajadoras sexuales suelen llevar una vida precaria y no cuentan con una red de seguridad. Atrapadas en una viciosa red de deudas, explotación y criminalización —principalmente, debido al estigma social y la marginación—, las trabajadoras sexuales no cuentan con ahorros y tampoco tienen acceso a préstamos bancarios ni a ningún otro servicio financiero.
En 1995, Loskar y otras 12 trabajadoras sexuales crearon USHA Multipurpose Cooperative Society Limited (Sociedad Cooperativa Polivalente USHA), la institución financiera dirigida por trabajadoras sexuales más grande del sur de Asia. Se trata, en esencia, de un banco administrado por trabajadoras sexuales y al servicio de las mismas.
Antes de la USHA, la mayoría de las trabajadoras sexuales de Sonagachi sufrían humillaciones y se les negaba el acceso a los servicios de las instituciones bancarias formales. No contaban con los documentos necesarios para abrir cuentas bancarias. Por ejemplo, dado que las trabajadoras sexuales alquilaban cuartos sin contrato ni recibo de alquiler, no podían presentar comprobantes de domicilio. Estas mujeres, quienes en su mayoría carecen de estudios y cuentan con muy pocos conocimientos financieros, perdían su dinero a manos de policías corruptos, parejas violentas y sus madrotas. Algunas de ellas invirtieron en estafas piramidales con promesas de ganancias rápidas y perdieron los ahorros de toda una vida a manos de estafadores. En situaciones de urgencia, muchas mujeres acudían a prestamistas particulares, conocidos como kistiwalas, quienes les cobraban un interés mínimo del 300% y abusaban de ellas en caso de no pagar. “Muchas trabajadoras sexuales tuvieron que huir de Sonagachi porque no podían pagar a los kistiwalas”, dice Loskar.
Esta penuria afectaba principalmente a las chicas de áreas rurales que emigraban a la zona roja, explica Satabdi Saha, hija de una trabajadora sexual y subdirectora de la cooperativa. “Estas chicas no sabían contar, por lo que sus madrotas y los kistiwalas se aprovechaban de esto”, afirma Saha.
La discriminación económica hacia las trabajadoras sexuales es un fenómeno mundial, que incrementa exponencialmente el riesgo de que caigan en la explotación, la pobreza y la delincuencia, según la Red Global de Proyectos de Trabajo Sexual (NSWP, por sus siglas en inglés), con sede en el Reino Unido.
La discriminación económica hacia las trabajadoras sexuales es un fenómeno mundial, que incrementa exponencialmente el riesgo de que caigan en la explotación, la pobreza y la delincuencia, según la Red Global de Proyectos de Trabajo Sexual (NSWP, por sus siglas en inglés), con sede en el Reino Unido. Ya en 2020, la NSWP llevó a cabo un estudio sobre la cooperativa, donde observaron que la USHA “ha logrado demostrar que la inclusión financiera y el reconocimiento del trabajo sexual como un empleo empodera a las trabajadoras sexuales y les permite acceder a mejores servicios sanitarios y derechos ciudadanos, así como a unas condiciones de trabajo más seguras”.
La Economía del Sexo
Comenzó con 30 mil rupias indias (367 dólares) procedentes de los ahorros personales de sus 13 fundadoras, y ahora la cooperativa gestiona transacciones por un valor de 16.75 millones de rupias indias (más de 2 millones de dólares) al año. Cuenta con la membresía de más de 36 mil trabajadoras sexuales a lo largo del estado de Bengala Occidental, al este de la India, a quienes benefician gratuitamente con cuentas bancarias, préstamos de bajo interés, planes de ahorro y programas de autoempleo que ofrecen formación profesional y conectan a las trabajadoras sexuales con los mercados acordes a sus nuevas aptitudes. En 2014, el gobierno del estado de Bengala Occidental reconoció a USHA como la mejor cooperativa del estado.
El origen de USHA se remonta a un programa de prevención del VIH creado por el científico de salud pública Smarajit Jana en 1992. A través de este programa, Jana conoció a varias trabajadoras sexuales como Loskar, quienes le contaron que la falta de estabilidad económica también reducía su capacidad para entablar relaciones sexuales seguras. La disminución del uso del preservativo suponía un mayor riesgo de infección por el VIH. Gracias a la sugerencia de Jana, tras considerar opciones tales como relacionarse con compañías de seguros de vida e iniciar proyectos de microcrédito, las mujeres decidieron crear una cooperativa en 1993.
Sin embargo, registrarla fue todo un reto, afirma Bharati Dey, miembro fundador de USHA. “La ley que regulaba las cooperativas contenía una cláusula que exigía que los miembros de esas sociedades gozaran de carácter moral”, explica Dey. Dado que el trabajo sexual se consideraba inmoral, añade, “los funcionarios nos dijeron que podríamos abrir una cooperativa si declarábamos que nuestra ocupación eran labores del hogar, pero no quisimos hacerlo”. Tras dos años de impulsar la movilización de las trabajadoras sexuales y de presionar al gobierno estatal para que modificara la cláusula de moralidad, se concedió a la USHA el título de cooperativa.
Incluso después de que se registrara la cooperativa, las personas tardaron en unirse, dice Santanu Chatterjee, quien ha trabajado como gestor bancario de USHA durante más de dos décadas. Al cabo de los tres primeros años, la cooperativa contaba solo con 214 afiliados. Los cofundadores de USHA llevaron a cabo encuestas puerta por puerta en Sonagachi y descubrieron que las madrotas y los kistiwalas habían amenazado a las trabajadoras sexuales para que no realizaran operaciones bancarias con USHA, porque temían perder su clientela en favor de la nueva cooperativa. Habían convencido a las mujeres de que el banco no era más que otro esquema piramidal que les iba a robar el dinero. En 1998, la USHA ideó una solución: contratar a las hijas de las trabajadoras sexuales como gestoras de cobro, lo que propició un aumento sustancial del número de afiliados.
“Las trabajadoras sexuales confiaban en estas chicas, ya que habían crecido en la misma zona, ante sus ojos”, afirma Chatterjee. Poco a poco, al ver que sus compañeras se iban liberando de sus deudas, más trabajadoras sexuales optaron por la seguridad económica que ofrecía la USHA. En su cuenta, las mujeres podían depositar tan mínimo como cinco rupias al día mediante gestoras de cobro, quienes recorrían la zona roja para recaudar el dinero en las puertas de sus casas.
No obstante, varias de estas gestoras también han sufrido acoso. Smita Saha, gestora de cobro de la USHA con 45 años de edad, cuenta que las madrotas le lanzaban insultos cuando visitaba los burdeles para cobrar a las trabajadoras sexuales. Además, los clientes de las trabajadoras también la acosaban sexualmente. “Una vez, una trabajadora sexual tuvo que ahuyentar a un cliente con una escoba", recuerda Saha.
Empoderamiento holístico
Rita Ray es trabajadora sexual en Sonagachi desde 2008. No tardó en abrir una cuenta en USHA, empezó a hacer depósitos diarios y pidió dinero prestado al 11% de interés para ayudar a su familia con los gastos. “Construí una casa sólida para mi familia y también compré terrenos agrícolas para ellos”, dice Ray. “Ahora tengo un carné de votante, un seguro de vida y también un seguro médico, todo a través de la USHA”.
Ray ejemplifica el efecto de la USHA en los derechos políticos de las trabajadoras sexuales. En 2004, gracias a la labor cada vez más notable de la cooperativa en favor de la emancipación de las trabajadoras sexuales, el gobierno de Bengala Occidental reconoció legalmente la cartilla expedida por USHA como un documento de identidad válido. Posteriormente, las trabajadoras sexuales obtuvieron su credencial para votar a través de esta cartilla y, en 2006, ejercieron su derecho al voto por primera vez. Hoy, los documentos de afiliación y bancarios expedidos por la USHA se aceptan como prueba de identidad en Bengala Occidental. Esto ha permitido a las trabajadoras sexuales obtener documentos como tarjetas de racionamiento que, a su vez, les garantizan el acceso a otros programas y prestaciones del gobierno.
La USHA también organiza varios programas de formación profesional para trabajadoras sexuales donde se les enseñan oficios como la agricultura, la carpintería y la fabricación de productos sanitarios. Las trabajadoras sexuales de Sonagachi también forman parte del programa de marketing social de USHA, el cual facilita preservativos subsidiados a las organizaciones que desarrollan iniciativas contra el VIH y las ETS. Además, la USHA gestiona proyectos empresariales como la agricultura ecológica y la piscicultura —sus principales fuentes de ingresos—, que también actúan como ganancias complementarias para las trabajadoras sexuales contratadas en estos proyectos.
Igualmente, Chatterjee comenta que la USHA creó un dormitorio y un centro deportivo para los hijos de las trabajadoras sexuales. La cooperativa ofrece préstamos educativos a un interés reducido del 10% anual (esta tasa se actualiza después de cada pago) con el fin de ayudar a los hijos de las trabajadoras sexuales a cursar estudios superiores.
USHA también se opone a las extorsiones y multas policiales. A menudo, los habitantes de la zona roja observan cómo los agentes de policía detienen a las trabajadoras sexuales, amenazándolas con arrestarlas tras haber sido acusadas de ser menores de edad, afirma Dey.
El modelo de USHA puede servir de ejemplo a países de todo el mundo. Si bien la cooperativa cuenta con la impresionante cifra de 36.000 miembros, en la India viven más de 800.000 trabajadoras sexuales, la mayoría de las cuales siguen excluidas de los servicios financieros y sociales. Seshu de Sangram, mentora de la Red Nacional de Trabajadoras Sexuales de la India (NNSW, por sus siglas en inglés), afirma que, según una encuesta efectuada en 2020 por la NNSW a 21.000 trabajadoras sexuales a lo largo de 6 estados de la India, casi el 60% de las trabajadoras sexuales no disponían de cartilla de racionamiento, la cual es un documento necesario para acceder a cereales subsidiados dentro de los programas gubernamentales.
Para trabajadoras sexuales como Ray, la USHA ha sido un factor de cambio. Ella afirma que las trabajadoras sexuales de Sonagachi siempre han tenido que trabajar, incluso durante su ciclo menstrual, pero ahora, con el dinero asegurado en sus propias cuentas bancarias, “podemos decir no a los clientes que se portan mal, y podemos decir no a las madrotas que abusan de nosotras”.
En 2016, la USHA modificó sus estatutos para ampliar la afiliación a otros grupos marginados de mujeres como las mujeres trans, las pescadoras y las trabajadoras domésticas. Sin embargo, aunque estos grupos han podido beneficiarse de los servicios bancarios y las ventajas financieras de la USHA, su estatus social no ha cambiado. Estos grupos siguen sin poseer documentos de identidad básicos y no pueden ejercer su derecho al voto. USHA está luchando hoy, dice Chatterjee, “para garantizar que estas mujeres marginadas también tengan todos los derechos que poseen las trabajadoras sexuales de USHA”.
Autores originales:
- Puja Changoiwala es una periodista y escritora galardonada que reside en Bombay. Escribe sobre las intersecciones entre género, delincuencia, justicia social, derechos humanos y ciencia en la India.
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Este artículo es contenido original de la revista de Stanford Social Innovation Review publicado en la edición primavera 2023.
- Traducción del artículo A Bank of Their Own por Jorge Treviño
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