Este artículo es contenido original de la revista de Stanford Social Innovation Review publicado en la edición primavera 2021.
Los terapeutas y entrenadores de MAPS Marcela Ot’alora (derecha) y Bruce Poulter (centro) demuestran el protocolo para realizar una sesión de terapia con MDMA. (Foto de Bryce Montogomery / cortesía de MAPS)
A medida que la década de los sesenta llegaba a su fin, las drogas psicodélicas inspiraban temor en un gran número de estadounidenses, al menos a quienes nunca las habían probado. En 1970, el Congreso de Estados Unidos aprobó Controlled Substances Act (Ley de Sustancias Controladas), que categorizaba las drogas más populares de la contracultura, entre ellas el LSD (dietilamida del ácido lisérgico), la mescalina, psilocibina y marihuana, como drogas Clasificación 1, aquellas que tienen un alto potencial de dependencia y ningún valor médico. El presidente Richard Nixon declaró que el abuso de drogas era el “enemigo público número uno”.
En esa época, Rick Doblin —un joven rebelde de 18 años que había fumado mucha hierba, experimentado con psicodélicos y se había negado a enlistarse en el servicio militar— decidió abandonar New College of Florida, una escuela experimental en Sarasota en donde los estudiantes tienen la libertad de diseñar sus trabajos académicos y reciben evaluaciones escritas, en lugar de calificaciones numéricas.
“Quiero dejar la universidad y dedicarme a estudiar el LSD”, les dijo Doblin a sus padres. “Y quiero que ustedes lo paguen.”
Para su sorpresa, estuvieron de acuerdo. Su padre, un pediatra cuyo héroe era el activista comunitario Saul Alinsky, y su madre, una maestra liberal, siempre habían motivado a sus hijos a pensar por sí mismos. En su juventud, Rick, quien fue formado en la religión judía y tenía parientes en Israel, se sintió profundamente afligido por el Holocausto, le inquietaba la amenaza de una guerra nuclear y se opuso a la intervención de Estados Unidos en Vietnam. Después de experimentar con drogas, tuvo la corazonada de que las experiencias místicas provocadas por los psicodélicos podrían acercar a las personas entre sí y ayudar a acabar con los conflictos tribales.
“Los psicodélicos han sido el centro de mi vida desde entonces”, afirma Doblin.
Eso fue hace casi medio siglo y desde entonces, Doblin nunca se ha apartado de la misión que se propuso: utilizar psicodélicos para curar a un mundo roto. “No sabía si tendría éxito o no, pero realmente no me importaba”, asevera.
En 1986, el mismo año en que el presidente Ronald Reagan promulgó Anti-Drug Abuse Act (Ley contra el Abuso de Drogas), la cual hizo entrar en vigor sentencias mínimas obligatorias por posesión de drogas, incluida la marihuana, Doblin creó Multidisciplinary Association for Psychedlic Studies (Asociación Multidisciplinaria de Estudios Psicodélicos, o MAPS por sus siglas en inglés). MAPS, un grupo de investigación e incidencia política, pretendía promover el uso adecuado y los beneficios de los psicodélicos y la marihuana. A pesar de haber abandonado sus estudios universitarios, más adelante se doctoró de Harvard Kennedy School, con una tesis sobre la regulación de los psicodélicos y la marihuana. Frustrado por la política de la guerra contra las drogas, decidió utilizar la ciencia y la evidencia como herramientas de cambio: MAPS patrocinó una investigación destinada a demostrarles a los reguladores y al público en general que los medicamentos psicodélicos podían, de hecho, mitigar el sufrimiento. En el camino, Doblin consumió cantidades exorbitantes de psicodélicos, incluso después de que fueran relegados a la clandestinidad.
Actualmente, Doblin y MAPS están a punto de lograr un gran avance; más de uno, en realidad.
MAPS, que durante años estuvo formada por un grupo pequeño y un boletín que Doblin publicaba con poca regularidad, ha crecido hasta convertirse en una organización de más de 100 personas que invirtió 18.6 millones de dólares en su ejercicio fiscal más reciente. Su labor más importante es el desarrollo de fármacos. El pasado mes de noviembre, MAPS anunció los últimos resultados de sus prolongados ensayos clínicos con MDMA, una sustancia química sintética a veces llamada éxtasis (o Molly en inglés), la cual parece que se convertirá en el primer medicamento psicodélico aprobado para su uso con receta por la Food and Drug Administration (Administración de Alimentos y Medicamentos o FDA por sus siglas en inglés) de los Estados Unidos. La psicoterapia asistida por MDMA ha demostrado ser un tratamiento eficaz para el trastorno de estrés postraumático, o TEPT, en militares veteranos y víctimas de trauma o abuso sexual. Si la MDMA fuera aprobada como medicamento, con seguridad le seguirán otras drogas psicodélicas.
MAPS también es un grupo de defensa que construye una coalición de fieles creyentes en el poder de los psicodélicos. En este aspecto, los avances también han sido espectaculares, tal como dio cuenta el día de las elecciones en Estados Unidos en 2020. Los votantes de Oregón aprobaron una medida electoral para despenalizar la posesión de todas las drogas, posiblemente el mayor golpe a la fecha en la guerra contra las drogas. En otra medida electoral, también votaron a favor de permitir el uso médico regulado de la psilocibina, el ingrediente activo de los llamados hongos alucinógenos. En otros cuatro estados, entre ellos Dakota del Sur en donde el expresidente Donald J. Trump ganó con facilidad, los votantes aprobaron la legalización del uso recreativo de la marihuana. Eso eleva a 15 el número de estados en los que los mayores de edad pueden fumar hierba y comer chocolates o dulces de goma que contienen marihuana.
Mientras tanto, la investigación médica sobre los psicodélicos está floreciendo. Un registro gubernamental enumera cerca de 300 ensayos clínicos que se dedican a examinar los efectos de los psicodélicos, los cuales ya concluyeron, están en progreso, o a punto de iniciar. Varios de ellos se llevan a cabo en las facultades de medicina de instituciones prestigiosas como Nueva York University, University of California, Yale University y Johns Hopkins University, cuyo Center for Psychedelic and Consciousness Research (Centro de Investigación de la Psicodelia y la Conciencia) se autodenomina la principal institución de investigación sobre los psicodélicos en Estados Unidos.
Los misioneros de la causa argumentan que los psicodélicos podrían transformar la salud mental. Los primeros indicios sugieren que, cuando se emplean en conjunto con la terapia conversacional, los psicodélicos pueden tratar eficazmente una amplia gama de afecciones de la salud mental, como la depresión, la adicción al alcohol o al tabaco y la ansiedad en los pacientes que se acercan al final de su vida. En el futuro, se pretende descubrir si pueden utilizarse para tratar la adicción a los opioides, la anorexia nerviosa e incluso la enfermedad de Alzheimer.
Rick Doblin, el fundador de MAPS, se dirige al Foro de la Libertad de Oslo en mayo de 2018 (Foto de Tore Sætre a través de Wikimedia Commons)
Sin duda, Doblin y MAPS no han llegado tan lejos por su cuenta. Drug Policy Alliance (Alianza sobre Políticas de Drogas), financiada por George Soros, ha liderado la lucha política contra la guerra de las drogas. Heffter Research Institute (Instituto de Investigación Heffter), una organización sin fines de lucro creada por David Nichols, farmacólogo de Purdue University, ha organizado y financiado la investigación sobre psicodélicos, en particular la psilocibina. A pesar de sus diferencias políticas y culturales, una mezcla ecléctica de donadores —ex hippies, millonarios de Silicon Valley, descendientes de John D. Rockefeller, conservadores, liberales y libertarios— ha tendido puentes con el fin de apoyar a MAPS. Recientemente, las empresas farmacéuticas se han sumado a la lucha, con la esperanza de obtener beneficios a partir de los medicamentos.
Doblin ha estado en el epicentro o cerca de él. “Rick fue el verdadero instigador”, indica Tom Shroder, autor de Acid Test: LSD, Ecstasy, and the Power to Heal (Prueba de ácido: LSD, éxtasis y el poder para sanar), un libro sobre los psicodélicos anclado en la historia de Doblin. “Él tenía esta visión —esta certeza— de que los psicodélicos eran demasiado importantes como para mantenerlos en la clandestinidad. Él es la razón por la que todo esto está sucediendo”.
Paranoia y criminalización
Por supuesto, los psicodélicos no son nuevos. Algunos estudiosos argumentan que los alucinógenos de origen vegetal provocaron experiencias sobrenaturales descritas en antiguos textos religiosos. (Un titular en el periódico digital The Times of Israel: “Was Moses tripping when he saw the burning Bush? Should you try?” [“¿Estaba alucinando Moisés cuando vio la zarza ardiente? ¿Deberías intentarlo?”]). Desde hace mucho tiempo, la ayahuasca, un brebaje elaborado a partir de una planta que contiene DMT, ha sido utilizada en rituales religiosos por los pueblos indígenas de la región amazónica, mientras que los habitantes del norte de México y del suroeste de Estados Unidos utilizaban el peyote (y aún lo hacen) como parte de las ceremonias religiosas. Durante las décadas de 1950 y 1960, el LSD, una sustancia química sintética, y la psilocibina, el ingrediente activo de los hongos alucinógenos, fueron legales en Estados Unidos; se administraron a más de 40,000 pacientes y se analizaron en más de 1,000 artículos científicos, de acuerdo con Drug Enforcement Administration (Administración para el Control de Drogas o DEA por sus siglas en inglés). Un evento que serviría como presagio para ilustrar el rumbo que tomarían los estudios sobre los psicodélicos y la adicción fue cuando Bill Wilson, cofundador de Alcohólicos Anónimos, experimentó con el LSD e intentó introducirlo en AA, pero no tuvo éxito.
La investigación sobre los psicodélicos se detuvo abruptamente a finales de los años sesenta. Algunos científicos culpan a Timothy Leary, el profesor de psicología de Harvard que se convirtió en un héroe de la contracultura. Leary exageró los beneficios de los psicodélicos y les restó importancia a los riesgos de consumirlos, e instaba a que sus seguidores hicieran caso a sus palabras: “turn on, tune in, and drop out” (“enciende, sintoniza y abandona”). Con el apoyo de los medios de comunicación crédulos, el gobierno hizo todo lo contrario y difundió historias sobre los efectos de un mal viaje y los usuarios de LSD que se quedaron ciegos tras mirar al sol.
Doblin rechazó estas tácticas de miedo, sobre todo después de haber comenzado a consumir LSD y mescalina. Es cierto que hubo más de un mal viaje e incluso algunos fueron aterradores, pero cuando las drogas se usaban con precaución, sabía que podía ser una experiencia transformadora.
“El relato común es que el rechazo popular en los años sesenta tuvo lugar porque los psicodélicos se habían vuelto malos”, explica Doblin. “Me di cuenta de que lo que provocó la represión fue que los psicodélicos eran buenos. Los psicodélicos eran parte de la contracultura, con las protestas contra la guerra de Vietnam, el movimiento ecologista, el movimiento por los derechos de la mujer. Los psicodélicos motivaban a la gente a desafiar el statu quo”.
Doblin estaba decidido. De regreso en Sarasota, encontró trabajo como contratista y usó la herencia que recibió de su abuelo en la construcción de una casa (que aún posee) antes de volver a New College. Con la esperanza de convertirse en terapeuta, asistió a talleres en Esalen Institute, un retiro de la Nueva Era en las colinas con vistas a Big Sur, California, en donde estudió con Stanislav Grof, un reconocido psicoterapeuta checo que les había dado psicodélicos a sus pacientes. Fue en este lugar, durante un taller en el año 1982 llamado “The Mystical Quest” (“La búsqueda mística”), en donde Doblin descubrió la MDMA, la droga que se convertiría en su objetivo de estudio.
Conocida oficialmente como 3,4-metilenedioximetanfetamina, la MDMA tiene una historia peculiar. Descubierta y patentada en 1912 por Merck, no se le atribuyó ningún valor a la MDMA, de modo que cayó en el olvido y solo apareció brevemente en la década de 1950, cuando la Central Intelligence Agency (Agencia Central de Inteligencia o CIA por sus siglas en inglés) investigó los psicodélicos para utilizarlos como armas químicas. En 1976 volvió a ser sintetizada por Alexander “Sasha” Shulgin, un químico destacado y excéntrico que inventó cientos de drogas psicoactivas en su laboratorio casero en las colinas de Berkeley, California.
Shulgin adoraba el MDMA. “Me siento absolutamente limpio por dentro y no hay nada más que pura euforia”, escribió en sus notas de laboratorio después de tomar la droga. “Nunca me he sentido tan bien, ni creí que algo así fuera posible. La limpieza, claridad y maravillosa sensación de una firme fuerza interior continuaron durante el resto del día y la noche. Estoy abrumado por la profundidad de la experiencia”.
Shulgin le dio MDMA a un psicoterapeuta llamado Leo Zeff, quien quedó igualmente embelesado. Zeff aplazó su jubilación y capacitó de forma discreta, según sus cálculos, a más de 150 terapeutas en el uso de la droga, a la cual rebautizó como Adán, un anagrama que evocaba la inocencia del Jardín del Edén. Insistió en que cualquier terapeuta que pretendiera administrar la droga debía probarla primero.
La MDMA no es un psicodélico clásico. A diferencia del LSD o la psilocibina, es poco probable que provoque alucinaciones, percepciones alteradas o una pérdida de control; en cambio, tiende a generar sentimientos de apertura, bienestar y compasión.
La doctora Julie Holland, psicofarmacóloga, psiquiatra y autora de un libro titulado Ecstasy: The Complete Guide (Éxtasis: la guía completa), apunta que: “La MDMA es una sustancia química exquisitamente perfecta para intensificar el proceso de la psicoterapia. ... La MDMA ayuda a la gente a sentirse más relajada, abierta y receptiva con su terapeuta ... Ayuda a la gente a estar despierta, alerta, elocuente, a querer hablar, a querer explorar”.
Doblin, quien es excesivamente abierto, lo vio con sus propios ojos. En una charla TED, describió cómo le dio MDMA y LSD a una mujer llamada Marcela, quien era la novia de un amigo de la universidad, para ayudarla a recuperarse de una salvaje agresión sexual. (Esto fue en 1984, cuando la droga era legal.) Doblin asevera que ha consumido MDMA más de 120 veces.
La MDMA era demasiado atrayente para permanecer en la clandestinidad. A principios de la década de 1980, Michael Clegg, un antiguo sacerdote católico, renombró a la MDMA como éxtasis y empezó a producir y vender la droga a gran escala. Se podía conseguir en clubes nocturnos de élite, desde el Studio 54 en Manhattan hasta el Starck Club en Dallas. La popularidad del éxtasis creció, incluso cuando la primera dama Nancy Reagan exhortaba a “simplemente di no” a las drogas y el programa Drug Abuse Resistance Education (Educación Preventiva Contra el Consumo de Drogas o DARE por sus siglas en inglés) se extendía por las escuelas, así que no fue una sorpresa que las autoridades tomaran medidas enérgicas para contrarrestarla. En 1985, la DEA adoptó acciones urgentes para prohibir la MDMA y confesó que tenía la intención de catalogarla permanentemente como droga Clasificación 1.
Doblin se defendió. Con la soberbia de un joven de 31 años que aún no había terminado la universidad, recaudó dinero de varias personas; entre ellas, la viuda de Aldous Huxley, cuyo libro The Doors of Perception (Las puertas de la percepción), publicado en 1954, ayudó a popularizar los psicodélicos. Además, reunió cartas de terapeutas que atestiguaban sobre los beneficios de la MDMA y, con la ayuda de un abogado que ofrecía su servicio de forma gratuita, demandó a la DEA. (New College le valió créditos de curso por trabajar en esta querella.) Antes de que la prohibición entrara en vigor, Doblin le encargó un kilo de MDMA por 4,000 dólares a David Nichols, el farmacólogo de Purdue, quien contaba con una licencia de la DEA para fabricar drogas Clasificación 1. Este encargo sería suficiente para respaldar décadas de investigación sobre la MDMA. “Fue previsor al jugárselo todo en una carta”, expresa Nichols.
La DEA llevó a cabo audiencias y recopiló miles de páginas de pruebas. En su fallo de 71 páginas, un juez de derecho administrativo se pronunció en contra de la DEA, pues consideró que la droga tenía usos médicos aceptados y solo un bajo potencial de abuso. Sin embargo, el fallo era consultivo y fue rechazado por la DEA.
Doblin no sabía entonces que ninguna droga había sido convertida
en medicamento por una organización sin fines de lucro.
Aunque de haberlo sabido, probablemente no le habría importado.
“Pasamos por todo ese proceso y ganamos el caso”, comenta Doblin “y, al final, perdimos. Fue desgarrador”. Pese a que la penalización detuvo el uso terapéutico de la MDMA, tuvo poco efecto en su uso recreativo. La MDMA, a menudo adulterada con otras drogas, se hizo popular en festivales y fiestas conocidas como raves.
Doblin se desanimó, pero no desistió. Afortunadamente no cedió, ya que esta derrota ante la DEA sería la primera de varias. Con poco más que la investigación que había recopilado de los terapeutas sobre la MDMA y la reserva de droga que le guardaba David Nichols en Purdue, Doblin puso en marcha MAPS para convertir la MDMA en una medicina legal. “La única manera de avanzar iba a ser la FDA”, afirma.
Doblin no sabía entonces que ninguna droga había sido convertida en medicamento por una organización sin fines de lucro. Aunque de haberlo sabido, probablemente no le habría importado.
El derecho a cambiar tu conciencia
MAPS —la Asociación Multidisciplinaria de Estudios Psicodélicos— luchó durante años para hacerle honor a su nombre. No comenzó como una asociación, sino como un esfuerzo unipersonal. Doblin, quien era el único miembro del personal, no percibió un salario durante siete años; de hecho, le hizo préstamos a MAPS para solventar los gastos de operación. “Recaudar fondos fue muy difícil”, confiesa.
En cuanto a los estudios psicodélicos, mientras algunos científicos le administraban MDMA a ratones, ratas, cobayas y monos, el gobierno estadounidense hacía prácticamente imposible realizar experimentos con personas. Las décadas de 1980 y 1990 fueron una etapa sombría para los psicodélicos; cualquier atisbo de esperanza se recopilaba en Maps Bulletin (Boletín MAPS), el cual Doblin publicaba tres veces al año mientras cursaba su doctorado en Harvard Kennedy School. La publicación se convirtió en una lectura obligada para quienes seguían los debates científicos, políticos y culturales en torno a los psicodélicos.
La edición del verano de 1992 del MAPS Bulletin aportó uno de esos destellos. “Da inicio una nueva era en la investigación sobre los psicodélicos”, declaró Doblin. La FDA acababa de concederle permiso al Dr. Charles Grob, un psiquiatra de UCLA que colaboraba con MAPS, para iniciar un estudio sobre la terapia asistida con MDMA para tratar el dolor y la angustia en pacientes con cáncer de páncreas en fase avanzada. Doblin estaba tan entusiasmado —se trataba de una “oportunidad histórica”, escribió— que interrumpió temporalmente sus estudios de doctorado para concentrarse de lleno en MAPS.
Sin embargo, Doblin se equivocó al depositar su confianza en este proyecto. Grob completó un estudio de seguridad de la MDMA en voluntarios sanos, pero la FDA le negó dos veces el permiso para administrar la droga a pacientes con cáncer, dado que habían surgido dudas sobre la neurotoxicidad de la MDMA. En cambio, Grob decidió realizar ensayos clínicos con psilocibina con el apoyo del recién creado Heffter Research Institute (Instituto de Investigación Heffter), que había surgido como un rival amistoso de MAPS; aunque amistoso, al fin y al cabo, era un rival.
Los fundadores de Heffter se posicionaron como científicos con batas blancas. Querían distanciarse de Timothy Leary y de otros investigadores psicodélicos de las décadas de 1950 y 1960, cuyo trabajo era desprolijo, al menos para los estándares actuales. “Ante todo, éramos académicos”, sostiene David Nichols, uno de los fundadores de Heffter. “Nuestro paradigma era fomentar y apoyar la investigación científica de la más alta calidad, realizada en las mejores instituciones”.
Algunos en Heffter querían distanciarse de Doblin, sus raíces contestatarias y su oposición a la guerra contra las drogas. Con la esperanza de mantener la conversación sobre los psicodélicos totalmente al margen del debate sobre drogas nocivas, como la heroína y la cocaína, disuadieron a Doblin de que se aliara con Drug Policy Alliance (Alianza sobre Políticas de Drogas). “No defendemos nada”, afirma Nichols.
Carey Turnbull, un empresario que hizo su fortuna en el mercado energético, ha sido uno de los principales donadores de Heffter y ahora es su presidente. Admira el trabajo de Doblin y ha hecho donaciones a MAPS, pero la mayor parte de sus donativos se ha destinado a la investigación en NYU, Johns Hopkins y Yale. “Me he inclinado por ir a una universidad importante y reunirme con psiquiatras con bata y corbata”, explica.
Doblin ocasionalmente usa corbata, pero es más frecuente encontrarle con una camisa de cuello abierto, con su cabello rizado alborotado, enmarcando una calva. Acepta sin reparo la acusación de que MAPS hace política además de ciencia. “Nuestra estrategia es dual”, argumenta. “Una es convertir las drogas en medicamentos, pero también estamos muy interesados en la reforma de la política de drogas”. En parte es una cuestión de principios. “Es un derecho humano fundamental cambiar de conciencia”, le gusta decir a Doblin. Ahora bien, también había razones estratégicas para unir la investigación farmacéutica con el activismo político.
A veces era necesario el trabajo jurídico y político para impulsar el desarrollo de medicamentos. MAPS, por ejemplo, presionó a la FDA para que le permitiera a un médico de University of California, en San Francisco, estudiar el uso de la marihuana para tratar a los pacientes con SIDA, con el fin de demostrar los beneficios médicos de la droga a través de la investigación científica.
MAPS también lideró un exitoso esfuerzo legal para acabar con el monopolio del cultivo de marihuana para la investigación que había consolidado National Institute on Drug Abuse (Instituto Nacional sobre el Abuso de Drogas), el cual contrataba a un único laboratorio de University of Mississippi desde 1968. MAPS quería cambiar la narrativa cultural en torno a las drogas —en aquel entonces era la marihuana y ahora, los psicodélicos— para demostrar que tenían valor terapéutico. “La legalización sigue a la medicalización”, plantea Doblin.
El trabajo político también rindió beneficios para la recaudación de fondos. Es posible que los donadores puritanos hayan rechazado el estilo desenfadado de Doblin, pero los veteranos de la contracultura reconocieron a un compañero de viaje. “Yo había usado psicodélicos como recreativo y para crecer personalmente”, dice John Gilmore, cofundador de Electronic Frontier Foundation, la cual defiende las libertades civiles en Internet. “Sabía que toda la guerra contra las drogas y su proceso judicial no se apegaba a la realidad”. Gilmore, quien fue uno de los primeros empleados de Sun Microsystems, destinó diez millones de dólares de su fortuna a la reforma de la política de drogas y ahora preside la junta directiva de MAPS. Calcula que más del 90 % del dinero recaudado por MAPS procede de psiconautas, término utilizado para describir a quienes han consumido psicodélicos para explorar su mente.
Enmarcar el acceso a los psicodélicos y la marihuana como una cuestión de derechos humanos también atrajo a Libra Foundation, una sociedad de filantropía familiar creada por Nicholas y Susan Pritzker que se centra en los derechos humanos. Libra donó más de 1.3 millones de dólares a MAPS durante la década de 2010 como parte de su apoyo a la reforma de la justicia penal. Para entonces, MAPS estaba —finalmente— avanzando con la FDA.
Pacientes comprensivos
En el año 2000, el Dr. Michael Mithoefer conoció a Rick Doblin en una conferencia sobre la ayahuasca en San Francisco. Fue un momento crucial para ambos y para MAPS. Juntos comenzaron el trabajo que sigue siendo el centro de la organización: Convertir la MDMA en un medicamento aprobado por la FDA.
Además, ambos compartían intereses afines. Mithoefer había experimentado con el LSD y la ayahuasca, también había estudiado Respiración Holotrópica, una técnica que emplea la respiración rápida para alcanzar estados alterados de conciencia, con su inventor y el mentor de Doblin, Stanislav Grof. Mithoefer, quien inició su carrera en medicina como médico de urgencias, se dedicó a la psiquiatría porque quería explorar el potencial curativo de los psicodélicos. En particular, estaba interesado en el TEPT.
Un terapeuta sostiene una pastilla de MDMA. (Foto de Bryce Montogomery / cortesía de MAPS)
Si el objetivo era conseguir apoyo de los reguladores, los donadores y el público en general para los medicamentos psicodélicos, la MDMA y el TEPT eran la combinación ideal de droga y trastorno.
“Rápidamente estuvimos de acuerdo en que la MDMA tenía algunas cualidades particulares que podrían hacerla una buena opción para el TEPT”, recuerda Mithoefer. La MDMA mejora el estado de ánimo, fomenta la confianza entre el sujeto y el terapeuta, y ayuda a revisitar y trabajar los recuerdos traumáticos. “Es como recrear un entorno parental de apoyo”, indica Doblin. En pocas palabras, la ciencia parecía prometedora.
La política parecía igualmente promisoria. La MDMA es el psicodélico más suave y el que menor probabilidad tiene de producir un mal viaje. Doblin pensó que los terapeutas que le temían al LSD o la psilocibina podrían ser persuadidos de trabajar con la MDMA. Además, aunque la MDMA era controversial por su extendido uso recreativo como éxtasis, la droga había sido analizada en más de 1,200 estudios revisados por expertos, la mayoría de ellos realizados por investigadores que buscaban documentar sus daños. Se debatía sobre el daño que la MDMA podría causar a los consumidores regulares o a los fiesteros que se extenuaban mientras consumían éxtasis, pero había pocas pruebas de que causara daños cuando se utilizaba con moderación en entornos clínicos.
Mientras tanto, la concienciación sobre el TEPT era cada vez mayor. El sufrimiento inducido por el trauma en los soldados se reconoce desde hace tiempo como un problema —se le denominó “neurosis de guerra” durante la Primera Guerra Mundial—, pero esta afección no apareció en Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders (Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales o DSM por sus siglas en inglés), publicado por American Psychiatric Association (Asociación Americana de Psiquiatría), hasta 1980. El sufrimiento de los veteranos de Vietnam llamó la atención sobre este problema en la década de 1970, más o menos al mismo tiempo que el trauma que experimentaban las mujeres causado por violación o agresión sexual se entendía como una forma de TEPT.
“Necesitábamos una población de pacientes comprensivos”, comenta Doblin.
Aun así, Doblin y Mithoefer tuvieron que luchar bastante para poner en marcha la fase II de sus ensayos clínicos. (Los ensayos de fase I, que se centran en la seguridad, habían sido realizados por Charles Grob). Los ensayos de fase II pretenden definir un protocolo de tratamiento, determinar la dosis óptima, identificar la población de pacientes y evaluar el efecto del fármaco. Estos ensayos sientan las bases para los ensayos de fase III, los cuales evalúan el efecto y la seguridad del fármaco comparándolo con un tratamiento actual o un placebo.
Esta vez, la FDA no fue el problema. La agencia aprobó rápidamente el protocolo de MAPS. Esto se debió en parte a los años que Doblin le dedicó a cultivar relaciones con los reguladores, así como a su conocimiento del funcionamiento del sistema. Su tesis doctoral, que presentó en el año 2000, se tituló “Regulation of the Medical Use of Pshychedelics and Marijuana” (“Regulación del uso médico de los psicodélicos y la marihuana”).
Sin embargo, el plan de Mithoefer de efectuar los ensayos clínicos en Medical University of South Carolina, en donde impartía clases, se vino abajo cuando atrajo publicidad. Le dolió, dijo en aquel momento, “ver hasta qué punto la libertad académica en una universidad puede verse limitada por prejuicios y presiones políticas.” De modo que trasladaron los ensayos clínicos a su consultorio privado.
Sin acceso a la universidad ni a su Institutional Review Board (Comité de Ética e Investigación o CEI), Doblin y Mithoefer buscaron un CEI independiente que aprobara los ensayos clínicos, tal como lo exige la FDA. (Los CEI revisan la investigación médica en seres humanos para garantizar la protección de los derechos y el bienestar de los sujetos). Al menos siete CEI los rechazaron. Doblin se dirigió a un CEI con fines de lucro llamado Copernicus Group, con la esperanza de que, dado su nombre, apoyara un esfuerzo científico que iba en contra de la corriente. Copernicus lo aprobó, no sin antes estipular que no quería que su nombre apareciera en el sitio web de MAPS ni en ningún otro material.
Tampoco fue de gran ayuda que el Dr. George Ricaurte, neurólogo y destacado experto en MDMA quien recibía financiamiento del National Institute on Drug Abuse (Instituto Nacional sobre el Abuso de Drogas), en 2002 publicó un estudio sobre primates en la revista Science en el que afirmaba que una sola dosis de MDMA podía causar daños cerebrales permanentes. Doblin, entre otros, cuestionó el estudio y más adelante fue retractado cuando se determinó que Ricaurte le había administrado una dosis excesiva de metanfetamina a sus monos, no de éxtasis. Doblin expresa que: “Hubo una perversión de la ciencia al servicio de la guerra contra las drogas”.
El último impedimento que quedaba era la DEA. La agencia tardó meses en decidir si Mithoefer custodiaría de manera adecuada la pequeña cantidad de MDMA que guardaba en su oficina. (Valía menos de cien dólares en la calle.) Un funcionario de la DEA le dijo que tenían previsto comprobar los antecedentes de una terapeuta que alquilaba la oficina contigua para “asegurarse de que no iba a perforar la pared ni nada parecido”, escribió Mithoefer en sus notas en aquel momento. Cuando le informó a la terapeuta que esperara una investigación de la DEA, ella respondió: “Diles que no soy muy buena usando herramientas”.
Finalmente, el 16 de abril de 2004, Mithoefer y su esposa, Annie, una enfermera titulada, administraron una dosis de MDMA —o, quizás, un placebo— a su primer sujeto. Así comenzó el primero de seis ensayos clínicos de fase II de la terapia asistida con MDMA realizados de forma aleatoria y doble ciego, los cuales con el tiempo se extenderían a otros lugares de Estados Unidos, Canadá, Suiza e Israel. La pareja siguió perfeccionando el protocolo de tratamiento y publicaron siete versiones de un manual que en sus 69 páginas abarcaba de todo, desde el entorno (tranquilo, privado, cómodo, con el sujeto sentado o acostado en un sofá) hasta la música (normalmente instrumental, algunas piezas tranquilas y silenciosas, otras más dramáticas), pasando por el papel del terapeuta como un oyente empático.
Con el tiempo, MAPS se decantó por un protocolo de tres meses y medio que consta de tres sesiones con una duración de todo el día en las cuales se le administra MDMA al sujeto. Previo a la primera experiencia con la droga son necesarias tres sesiones de 90 minutos de terapia conversacional y posterior a cada experiencia con la droga se requieren otras tres sesiones de 90 minutos.
Dos terapeutas, normalmente un hombre y una mujer, imparten la terapia. Se emplean dos por razones prácticas —alguien debe acompañar al sujeto en todo momento durante los días largos en que se le administra la MDMA— y también porque algunos sujetos se relacionan mejor con hombres o mujeres. A los terapeutas se les anima a probar la MDMA y la mayoría lo hace.
“Creemos que el terapeuta será más eficaz si ha probado la droga”, explica Doblin. “No acudirías a un profesor de yoga que nunca lo ha practicado”. (Si bien este argumento puede ser cierto, es una mala analogía, puesto que varios ginecólogos perfectamente capaces en su campo nunca han dado a luz).
No queda claro cómo la MDMA afecta al cerebro. Los científicos afirman que la MDMA aumenta la liberación de neurotransmisores, como la serotonina y la dopamina, y de hormonas, como la oxitocina y el cortisol, los cuales pueden reducir la actividad en las regiones del cerebro implicadas en la expresión de comportamientos relacionados con el miedo y la ansiedad, en particular la amígdala y la ínsula. La MDMA facilitaría volver a procesar los recuerdos traumáticos y forjar un compromiso emocional con el proceso terapéutico.
De cualquier manera, todos coinciden en que lo importante es la terapia, no la droga. “La MDMA nunca va a ser un medicamento para llevarse a casa”, afirma Doblin. “La MDMA ayuda a que la terapia sea más eficaz”. Los ensayos clínicos de fase II se diseñaron, en parte, para ver si la terapia con un placebo funcionaría tan bien como la terapia con MDMA: no lo hizo.
En un estudio de 2019 publicado en la revista Psychopharmacology, Mithoefer, Doblin y sus colegas informaron de que el 54 % de los sujetos que recibieron terapia con MDMA —más del doble que en el grupo de control— ya no cumplían el diagnóstico de TEPT dos meses después de su última dosis de MDMA. Mejor aún, la gente siguió sanando por su cuenta. Un año después, dos tercios de ellos ya no cumplían el diagnóstico de TEPT.
La FDA se convenció de que, cuando menos, el tratamiento tenía potencial. La agencia le dio luz verde a MAPS para realizar ensayos clínicos de fase III, la primera vez que ocurría con un fármaco psicodélico. Además, le concedió lo que se denomina Breakthrough Therapy Designation (designación de terapia innovadora) a la terapia asistida con MDMA para el TEPT. La agencia reserva esta designación para los tratamientos de enfermedades graves que parecen ofrecer una mejora sustancial con respecto a las terapias existentes; la mayoría de los fármacos designados como avances suelen ser aprobados como medicamentos. Por último, MAPS y la FDA acordaron unos puntos de referencia para los ensayos clínicos de fase III que, de cumplirse, respaldarían la aprobación reglamentaria de la FDA.
David Nutt, neuropsicofarmacólogo en Imperial College London y fundador de la organización sin fines de lucro Drug Science, declaró en la publicación Science: “No se trata de un gran avance científico. Desde hace 40 años era obvio que estos fármacos son medicamentos, pero sí es un gran paso en la aceptación”.
Renacimiento terapéutico
Mientras MAPS lleva adelante sus investigaciones sobre la MDMA, otros científicos han ido aprendiendo más sobre los psicodélicos clásicos. En estudios realizados en Johns Hopkins y NYU, la terapia asistida con psilocibina ha dado signos alentadores en el tratamiento de la depresión y la ansiedad relacionadas con el cáncer, la adicción al tabaco y al alcohol y la depresión resistente al tratamiento. El entusiasmo por los medicamentos psicodélicos va en aumento en parte porque no es habitual tantas afecciones sean tratables con un solo medicamento.
La psicoterapia asistida por MDMA implica la orientación de terapeutas capacitados en un ambiente relajado. (Foto de Bryce Montogomery / cortesía de MAPS)
“La terapia psicodélica parece ser muy potente para muchas enfermedades diferentes”, asevera el Dr. William A. ‘Bill’ Richards, un experimentado investigador de psicodélicos que ahora está afiliado a Johns Hopkins. “No depende de nuestra nomenclatura en el DSM [Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales]. Se dirige a los seres humanos que están alejados de sus propios recursos internos. Nos ayuda a despertar y a revivir cuando se utiliza con inteligencia y habilidad”.
A diferencia de varios fármacos psiquiátricos, que se ingieren durante meses o años, los medicamentos psicodélicos no se toman más que un puñado de veces y siempre van acompañados de terapia conversacional. Se trata de un modelo de tratamiento pionero, en el que el efecto biológico de las medicinas provoca nuevas percepciones y permite cambios en el comportamiento. Matthew Johnson, otro investigador en Johns Hopkins, lo llama “un cambio de paradigma en el tratamiento psiquiátrico”.
La naturaleza novedosa de esta investigación, junto con el estigma asociado a los psicodélicos, ayuda a explicar por qué se está tardando tanto en conseguir la aprobación reglamentaria de los medicamentos psicodélicos. En 2001, Doblin calculó que se necesitarían cinco años y cinco millones de dólares para que la MDMA se convirtiera en un medicamento. Tras 20 años y unos 75 millones de dólares, todavía no ocurre. “Soy constitucionalmente propenso al optimismo”, confiesa.
Pero hay un rayo de luz al final del túnel. El primer conjunto de ensayos clínicos de fase III confirmó los resultados favorables de la fase II, así como las expectativas de un análisis provisional llevado a cabo por un independiente, en el cual se determinó que había una probabilidad del 90 % o más de que el ensayo, una vez que haya sido completado, detectara resultados estadísticamente significativos. MAPS confía ampliamente en que el tratamiento funciona, por lo que ha iniciado una segunda y última serie de ensayos clínicos fase III en once centros en Estados Unidos, dos en Canadá y uno en Israel, en los que participarán unos 100 sujetos. Si todo marcha bien, la FDA aprobará la MDMA como medicamento durante el primer semestre de 2023. Cabe destacar que MAPS ha abierto camino en lo que había sido un territorio virgen para la FDA.
Los ensayos clínicos los está realizando MAPS Public Benefit Corporation, una filial de MAPS con fines de lucro que se encargará del lanzamiento comercial de la psicoterapia asistida con MDMA. Amy Emerson, antigua ejecutiva de la empresa farmacéutica Novartis, es la directora ejecutiva de la corporación de beneficio público. Sus estatutos en Delaware exigen que la empresa funcione de forma que sirva al bien público, lo que significa, entre otras cosas, que cualquier beneficio que genere se devolverá a MAPS para financiar la investigación y la incidencia política.
Salvo por algún contratiempo inesperado, la comercialización será la próxima gran tarea de MAPS. La organización tendrá que formar a cientos de terapeutas o conceder licencias a otros para que impartan la capacitación. Aún quedan varias interrogantes sobre cómo funcionará esto: La FDA y MAPS están sopesando, por ejemplo, las certificaciones que se les exigirán a los terapeutas. En Estados Unidos, cada estado podría implementar sus propias leyes de autorización; podrían, por ejemplo, exigir la presencia de un médico cuando se administre el medicamento. También queda sin respuesta la cuestión fundamental de si las aseguradoras privadas o el gobierno, a través de programas como Medicaid y Medicare o Veterans Administration, pagarán un tratamiento cuyo costo se estima en unos 15,000 dólares, depende de la tarifa que cobren los terapeutas. Con base en un estudio revisado por expertos y publicado en la revista PLOS One, MAPS argumenta que su terapia asistida con MDMA para el TEPT grave en realidad significa un ahorro de dinero, en comparación con los métodos de tratamiento más convencionales.
A medida que MAPS se ha ido acercando a convertir la MDMA en un medicamento, su base de recaudación de fondos se ha expandido más allá de los psiconautas y ahora incluye a destacados donadores de Silicon Valley y Wall Street relacionados con los problemas de salud mental, en particular el TEPT. La posibilidad de ayudar a los veteranos atrajo a Steven & Alexandra Cohen Foundation, una fundación dirigida por el multimillonario fundador de fondos de cobertura y su esposa, la cual donó cinco millones de dólares a MAPS, así como a Rebekah Mercer, una donadora a causas conservadoras cuya fundación familiar contribuyó con un millón de dólares. Bob Parsons, fundador de GoDaddy y del fabricante de equipos de golf PXG, es un veterano del Marine Corps (Cuerpo de Marines) y ha sufrido TEPT; él y su esposa, Renee Parsons, presidenta de PXG Apparel, aportaron dos millones de dólares a MAPS a través de su fundación familiar. Los gestores de fondos de cobertura Alan Fournier y John Griffin dieron un millón de dólares cada uno en honor a sus padres, quienes combatieron en la Segunda Guerra Mundial.
Otros donadores importantes dicen que el uso de psicodélicos ha cambiado sus vidas. David Bronner, un progresista que recoge su larga cabellera en una cola de caballo, es el director general de la empresa familiar de jabones Dr. Bronner's y sigue siendo el mayor donador individual de MAPS, con una donación de cinco millones de dólares. Tim Ferriss, el conductor de pódcast, autor e inversor, a quien los psicodélicos le han servido en su lucha contra la depresión, es otro de los principales misioneros de la causa. Ha donado un millón de dólares de su propio dinero y el año pasado ayudó a liderar una campaña de 30 millones de dólares, la cual financiará el resto del trabajo de la fase III en Estados Unidos. Está en marcha otra campaña de 30 millones de dólares para solventar la investigación de la fase III en Europa que, si resultara exitosa, haría que la MDMA fuera un medicamento disponible en la mayor parte del mundo.
Un mayor número de personas descubre el potencial terapéutico de los psicodélicos; las drogas que antes eran demonizadas y consideradas una amenaza para los niños en Estados Unidos, ahora se ven como instrumentos de curación. Los medios de comunicación consolidados como The New York Times, 60 Minutes y CNN dirigen su atención de forma respetuosa a los científicos universitarios que estudian las drogas. “Hemos superado el fantasma de Timothy Leary”, apunta Doblin. Una señal del cambio de rumbo: la institución que en el pasado había desdeñado a Michael Mithoefer, Medical University of South Carolina, le solicitó su ayuda para crear un centro de estudio de la medicina psicodélica.
El modelo de MAPS mantendrá a raya los intereses comerciales,
al permitir que su tratamiento
esté ampliamente disponible a un costo razonable.
Graham Boyd, abogado y fundador de New Approach PAC [Comité de Acción Política o PAC por sus siglas en inglés], quien financió la medida electoral de Oregón para legalizar el tratamiento con psilocibina, le ha dado seguimiento al cambio de actitud hacia las drogas. “Casi equitativamente, MAPS y Michael Pollan han contribuido a una atmósfera de curiosidad y receptividad pública en torno a los psicodélicos”, declara. El artículo de Pollan en la revista New Yorker “The Trip Treatment” (“El tratamiento del viaje”), publicado en 2015, y su libro How to Change Your Mind: What the New Science of Psychedelics Teaches Us About Consciousness, Dying, Addiction, Depression, and Transcendence (Cómo cambiar tu mente: Lo que la nueva ciencia de la psicodelia nos enseña sobre la conciencia, la muerte, la adicción, la depresión y la trascendencia), que fue un éxito de ventas en 2018, transformaron el discurso público sobre el tema. Aun así, es probable que Doblin haya llegado a más gente a través de varios pódcast populares como The Joe Rogan Experience y The Tim Ferriss Show o con su charla TED, la cual tiene 2.8 millones de visitas.
Los inversores se han dado cuenta de esto. En los últimos años, ha habido una inyección de recursos a las empresas con fines de lucro que buscan capitalizar el potencial de los psicodélicos. Sus partidarios dicen que la tarea de llevar los medicamentos psicodélicos al mercado es demasiado costosa y compleja para las organizaciones sin fines de lucro. “Cuando el mercado falla, se necesita la filantropía. Cuando ves una promesa, necesitas un modelo diferente”, dice George Goldsmith, cofundador de Compass Pathways, una empresa de nueva creación enfocada en los psicodélicos. “Por eso existen las empresas farmacéuticas”. Compass Pathways, que se dedica a investigar la terapia con psilocibina para la depresión, recaudó 147 millones de dólares el año pasado a partir de la venta de acciones al público. Un sitio web llamado Psychedelic Finance hace un seguimiento de las acciones de una docena de empresas que cotizan en bolsa, así como del mismo número de empresas privadas de nueva creación que buscan ganar dinero con los medicamentos.
Algunos se han acercado a MAPS. “Hemos rechazado inversores a diestra y siniestra”, comenta Doblin. Explica que la razón es que el modelo de MAPS —una empresa con fines de lucro que es propiedad de una organización sin fines de lucro— mantendrá a raya los intereses comerciales, al permitir que su tratamiento esté ampliamente disponible a un costo razonable. MAPS pretende ganar dinero vendiendo MDMA durante al menos cinco años, antes de que los fabricantes de genéricos puedan incorporarse al mercado, pero no desea crear un monopolio. “La proporción del sufrimiento es tan grande que necesitamos que todo el mundo se involucre”, revela Doblin. “Queremos que las empresas con fines de lucro tengan éxito”.
En la última edición de MAPS Bulletin, Doblin muestra un tono entusiasta: “Ahora estamos en medio de un renacimiento de la investigación sobre los psicodélicos, un florecimiento de las empresas con y sin fines de lucro en este rubro y un resurgimiento de los esfuerzos en la reforma de las políticas de las drogas psicodélicas.”
Dicho esto, aún queda mucho trabajo por delante. El objetivo final de Doblin sigue siendo la salud mental a nivel masivo. No está claro cómo se logrará, por decir lo menos, pero él habla de un futuro que incluye una red global de clínicas que emplean psicodélicos en donde, con la debida orientación, los adultos que buscan su crecimiento personal o espiritual podrían tener acceso a los psicodélicos. Doblin visualiza un mundo en donde se ha superado la prohibición y se transforma en la “legalización con licencia”, en el que los adultos tengan que estudiar y aprobar un examen para obtener un permiso para experimentar con drogas, tal como ahora tienen que someterse a un examen para obtener una licencia de conducir. Su conjetura es que los psicodélicos podrían estar disponibles de forma general —y legal— en 2035.
MARC GUNTHER (@marcgunther) es un experimentado periodista que escribe sobre fundaciones y organizaciones sin fines de lucro. La última vez que escribió para la Stanford Social Innovation Review fue sobre Open Philanthropy Project.
Traducción del artículo The Psychedelic Revolution in Mental Health por Angela Mariscal.