Este artículo es contenido original de la revista de Stanford Social Innovation Review publicado en la edición verano 2020.
El mensaje era claro: “la codicia mata”. Estas eran las palabras que figuraban en la pancarta que llevaba un manifestante enmascarado, uno de los muchos reunidos frente a la Bolsa de Nueva York en 2008. Era octubre, y los manifestantes estaban indignados por una propuesta de rescate del gobierno a los bancos de Wall Street. Al año siguiente, en el corazón del distrito financiero de Londres, estalló la violencia cuando los manifestantes se enfrentaron a la policía antidisturbios en las calles que rodean la sede del Banco de Inglaterra y del Royal Bank of Scotland. Había efigies de banqueros colgadas con cuerdas al cuello entre gritos de “¡Maten a los banqueros!”.
La crisis bancaria mundial de 2008-2009 y la Gran Recesión que le siguió fueron un momento decisivo para el sector. Algunas de las mayores instituciones financieras del mundo estaban al borde del colapso. Los reguladores y los periodistas estaban revelando lo mucho que el comportamiento ilegal y poco ético había ocurrido en el sector bancario. Y aparte de las manifestaciones, la confianza general en el sistema financiero estaba disminuyendo rápidamente.
La crisis trajo consigo reformas. No solo los gobiernos aprobaron medidas reguladoras para evitar que se repitiera, sino que el propio sector bancario empezó a cambiar. Estas reformas fueron impulsadas no por los reguladores, sino por los clientes –propietarios de activos como fondos de pensiones, fondos soberanos, fundaciones, oficinas familiares y personas con grandes patrimonios–, que empezaron a exigir productos de inversión que no solo generaran un rendimiento financiero, sino que también crearan un impacto positivo en la sociedad y el medio ambiente.
En consecuencia, aproximadamente una década después de la crisis financiera, se invertían asombrosas sumas de dinero en carteras de inversión sostenible y de impacto, compuestas por valores cuyos factores ASG (ambientales, sociales y de gobernanza) –desde la mitigación del clima y la conservación del agua hasta la inclusión social, la equidad de género y la ética– guiaban las decisiones de inversión. Tan solo en Estados Unidos, los fondos socialmente responsables atrajeron un récord de 21, 000 millones de dólares de inversionistas en 2019, casi cuatro veces la cifra de 2018, según la firma de investigación financiera Morningstar.
Por supuesto, aunque las finanzas sostenibles crecieron rápidamente en este periodo, no llegaron a provocar una transformación completa del mercado. Aunque casi 31 billones de dólares de activos bajo gestión profesional a nivel mundial en 2018 eran inversiones sostenibles –que toman en cuenta los factores ASG en la selección y gestión de la cartera–, esto seguía siendo algo mínimo si pensamos en los 300 billones de dólares del sistema financiero mundial. Y en julio de 2019, solo 23 de los principales bancos tenían un objetivo de financiamiento sostenible (compromisos públicos con un plazo determinado para poner el capital a disposición de soluciones climáticas y de sostenibilidad), según la Green Targets Tool, desarrollada por el Instituto de Recursos Mundiales (WRI) para analizar los 50 mayores bancos del sector privado del mundo.
Mientras tanto, en sus operaciones bancarias comerciales o minoristas, que ofrecen cuentas de depósito a particulares y pequeñas empresas, los grandes bancos siguieron prestando los mismos servicios que siempre habían ofrecido sin apenas intentar utilizar el rendimiento social o medioambiental para atraer a nuevos titulares de cuentas o diferenciarse de sus competidores. Y aunque a lo largo de esa década cada vez más “consumidores conscientes” empezaban a exigir que su café, sus mariscos, su ropa y otros productos procedieran de fuentes éticas y sostenibles, pocos consumidores se preguntaban qué tipo de proyectos se financiaban con los préstamos que los bancos hacían con sus depósitos.
Sin embargo, la década marcó signos tangibles de cambio en el sector. Los pioneros de la banca minorista sostenible se expandieron de forma constante. Durante la crisis financiera, Triodos, el banco ético holandés creado en los años 60, demostró cómo la banca sostenible podía ser más resistente a las crisis financieras. Durante la crisis, mientras los bancos convencionales luchaban por sobrevivir, Triodos obtuvo unos resultados que igualaban o superaban su rendimiento anterior a la crisis, y sus activos gestionados aumentaron un 13% en 2008 y un 30% en 2009. El banco tenía más de 12, 000 millones de euros (13, 000 millones de dólares) en su balance en 2019, un 11% más que el año anterior. En 2019, las 62 instituciones financieras miembros de la Alianza Global para la Banca con Valores (GABV por sus siglas en inglés) –una red de instituciones financieras y socios no bancarios creada en 2009 por un grupo de líderes de la banca sostenible entre los que se encontraba el director general de Triodos, Peter Blom– atendían colectivamente a más de 67 millones de clientes y tenían más de 200,000 millones de dólares en activos gestionados.
Mientras tanto, los nuevos tipos de bancos –que ponen los principios del desarrollo ético y sostenible en el centro de sus operaciones– también estaban creciendo en proporción. En 2018, el Banco Beneficial del Estado, con sede en California –creado en 2007 por Kat Taylor y su marido, el filántropo multimillonario y excandidato a la presidencia de Estados Unidos Tom Steyer– tenía 27, 600 cuentas de depósito, 806 millones de dólares en depósitos y mil millones de dólares en activos totales. En 2019, Aspiration, un banco en línea orientado a los valores que se lanzó en noviembre de 2014, triplicó su número de clientes y a principios de 2020 tenía alrededor de 1. 5 millones de titulares de cuentas. Y aunque instituciones como Aspiration y las de la GABV representaban colectivamente activos de miles de millones de dólares, en lugar de los billones de los grandes bancos convencionales, sus voces eran cada vez más fuertes. “Somos pequeños pero poderosos”, dice Taylor.
Lo que estaba claro a principios de 2020, mientras la pandemia de la COVID-19 sacudía al mundo y prometía una recesión económica peor que cualquiera de las vistas en décadas, era que un importante cambio de ánimo se había abierto paso en la banca de inversión y estaba empezando a influir en la banca minorista. La cuestión era si el impulso de las finanzas sostenibles podría mantenerse, e incluso si un enfoque de las finanzas y la banca con conciencia medioambiental podría permitir a los mercados de capitales sortear la tormenta y ayudar a la economía mundial a recuperarse más rápidamente.
Las jugadas en el mundo del gran capital
En enero de 2020, Larry Fink, consejero delegado de BlackRock, escribió en su carta anual a los consejeros delegados que la empresa aplicaría a partir de entonces el mismo rigor analítico a los factores ASG que a las métricas tradicionales, como el riesgo de liquidez y la solvencia. Como líder de la mayor gestora de activos del mundo, que posee casi 7 billones de dólares de inversión, Fink causó sensación en la comunidad empresarial y de inversión con su misiva. Este compromiso siguió a otro del consejero delegado de uno de los mayores bancos del mundo, David Solomon, de Goldman Sachs, que anunció un objetivo de una década para destinar 750,000 millones de dólares de su trabajo de financiamiento, inversión y asesoramiento a nueve áreas enfocadas a la transición climática y el crecimiento inclusivo.
Los bancos que orientaron una mayor parte de sus actividades hacia el desarrollo sostenible estaban respondiendo a una serie de fuerzas muy poderosas. La conciencia de la crisis climática y sus posibles pérdidas económicas era cada vez mayor. (Tan solo en Estados Unidos, algunos investigadores calcularon dichas pérdidas en cientos de miles de millones de dólares al año para 2090.) Y los acuerdos internacionales, como el Acuerdo de París de 2016 sobre el cambio climático y los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de las Naciones Unidas –compromisos asumidos por los Estados miembros de la ONU en 2015 para eliminar la pobreza y la desigualdad y tomar medidas drásticas para hacer frente al cambio climático y proteger los recursos naturales para 2030– constituyeron un punto de encuentro para muchos en el sector financiero.
“La adopción de los ODS y el Acuerdo de París impulsaron la reflexión en el sector financiero sobre la coordinación social, el propósito de una empresa y la forma de conectar con la economía real”, afirma Kees Vendrik, economista en jefe de Triodos. “Veo que están sucediendo muchas cosas en la industria financiera principal en los Países Bajos sobre la cuestión del clima, por ejemplo, con medidas realmente impresionantes tomadas hace poco para entender la huella de CO2 [dióxido de carbono] en todas sus carteras y para descubrir cómo ser una institución financiera con carteras que tengan una baja intensidad de carbono”.
Los clientes de los bancos fueron otra fuerza que impulsó el cambio en el sector financiero. A partir de la década de 1970, los inversionistas empezaron a pedir a sus administradores de activos que eliminaran de sus carteras los “valores pecaminosos”, como los productores de tabaco y los fabricantes de armas, y que seleccionaran objetivos de inversión entre las empresas calificadas por su desempeño en áreas como la eficiencia energética, los derechos humanos y los derechos laborales. Esta demanda adquirió una nueva forma en 2007, cuando la Fundación Rockefeller convocó a los líderes de las finanzas, la filantropía y el desarrollo para averiguar cómo “construir una industria mundial de inversión para el impacto social y medioambiental”. Acuñaron el término inversión de impacto –la práctica de invertir en empresas creadas con el objetivo principal de resolver un problema social o medioambiental al tiempo que se generan ingresos o se obtienen beneficios– y al año siguiente, cuando la crisis financiera mundial alcanzó su punto álgido, Rockefeller destinó 38 millones de dólares a su nueva Iniciativa de Inversión de Impacto.
A finales de la década siguiente, la demanda de los clientes para las inversiones de impacto había aumentado considerablemente. En 2018, por ejemplo, una encuesta de UBS realizada a más de 5,300 inversores acaudalados reveló que el 39% tenía actualmente inversiones sostenibles en sus carteras y el 48% dijo que lo haría dentro de cinco años. Un 81 por ciento dijo que coordinaba sus decisiones de gasto con sus valores. Ese mismo año, el 84 por ciento de los propietarios de activos encuestados por Morgan Stanley dijo que estaba “considerando seriamente” integrar los criterios ASG en sus procesos de inversión, y casi la mitad dijo que lo estaba haciendo en todas sus decisiones de inversión. “Ahora es casi imposible competir por un mandato de gestión de activos si no se ofrecen soluciones sólidas en materia de ASG o sostenibilidad”, afirma Martin Whittaker, director general fundador de JUST Capital, que clasifica a las empresas en función de cómo tratan a las partes interesadas.
Para los bancos, estas cifras apuntan a una cosa: una atractiva oportunidad de mercado, algo que no ha pasado inadvertido. Para aprovechar la demanda, las entidades empezaron a nombrar responsables de sostenibilidad y a crear unidades dedicadas a la inversión sostenible y de impacto. En 2017, por ejemplo, Credit Suisse creó un departamento de Asesoramiento y Finanzas de Impacto para reunir todas las actividades del banco en materia de inversión sostenible y de impacto bajo el mismo techo. Y en julio de 2019, Goldman Sachs creó un Grupo de Finanzas Sostenibles dentro del banco para enfocar la inversión de impacto y la financiamiento de proyectos comerciales sostenibles. “Estábamos recibiendo preguntas más profundas y fundamentales sobre ESG y finanzas sostenibles, de los más altos responsables de la toma de decisiones en muchos de nuestros mayores clientes y de los colegas de alto nivel en toda la firma”, escribió John Goldstein, jefe de la nueva división, en un post de LinkedIn en el momento del lanzamiento.
Para satisfacer la demanda de los clientes, estas unidades empezaron a desarrollar una amplia gama de productos de inversión sostenible y de impacto –desde bonos verdes hasta inversiones que financian viviendas asequibles– en varias clases de activos, desde la renta variable hasta la renta fija. Y aunque los bancos suelen hablar de estos productos de inversión como parte de su compromiso con la protección del medio ambiente y la sociedad, también representan una nueva e importante fuente de ingresos, lo que algunos sugieren que podría provocar una reacción. “Los grandes bancos ven la sostenibilidad desde el punto de vista de la propuesta al cliente como otra oportunidad de negocio”, afirma Martin Rohner, director ejecutivo entrante de la GABV. “Y en cuanto lo ven así y no cambian todo su modelo de negocio por algo más sostenible, existe el riesgo de una ecoimpostura”.
Una investigación del WRI sugiere que este puede ser el caso de muchos bancos. Su Herramienta de Objetivos Verdes no solo descubrió que cerca de la mitad de los principales bancos carecían de un objetivo de financiamiento sostenible; también descubrió que, entre 2016 y 2018, incluso aquellos que habían establecido objetivos seguían realizando inversiones en combustibles fósiles a una media de casi el doble de lo que tenían como objetivo en inversiones sostenibles. Solo siete bancos tenían objetivos de financiamiento sostenible anualizados que eran mayores que la cantidad de financiamiento que estaban destinando cada año a transacciones relacionadas con los combustibles fósiles.
Otro estudio descubrió que, entre 2016 y 2018, 35 grandes bancos de Canadá, China, Europa, Japón y Estados Unidos habían invertido colectivamente 2.7 billones de dólares en combustibles fósiles en los dos años transcurridos desde la adopción del Acuerdo de París. Para ponerlo en perspectiva, Taylor cita los compromisos de sostenibilidad de mil millones de dólares que los bancos asumieron en París. “Si eres una institución de 2 billones de dólares, 2.000 millones es un término de error”, dice. “Se trata de instituciones consecuentes en una industria masiva que es muy poderosa a la hora de impulsar los resultados sociales, y tenemos que hacerlo bien”.
Por supuesto, un giro completo del monstruo que es el sistema financiero –con su pensamiento a corto plazo y su enfoque en los accionistas en lugar de en las partes interesadas– todavía está lejos. Tampoco sería fácil transformar la parte de la gestión de activos, dado que las instituciones invierten en nombre de sus clientes y deben satisfacer sus necesidades, aun cuando esos clientes quieran invertir su dinero en combustibles fósiles. Otro obstáculo es la medición del impacto, que sigue muy fragmentada y con pocos acuerdos sobre normas o métricas. Sin embargo, se empezaron a imponer nuevas formas de pensar en la manera en que los proveedores de servicios financieros elaboran sus carteras de inversión y sus estrategias de préstamo.
El poder de la influencia colectiva
En 2009, los representantes de 10 bancos se reunieron en la ciudad holandesa de Zeist para poner en marcha una organización con la misión de promover alternativas a lo que entonces era un sistema bancario fallido. Organizada por Triodos, la reunión marcó el lanzamiento de la GABV. “En aquel momento, la opinión pública estaba golpeando al sector bancario por su desempeño y su comportamiento en términos éticos”, dice Rohner. “Así que una serie de bancos se reunieron para demostrar que no todos los bancos son iguales, y que de hecho hay bancos que tienen valores claros”. La idea, dice, era crear una organización que pudiera defender la banca basada en valores, que pudiera servir de modelo para otros bancos y que pudiera dar al movimiento de las finanzas responsables una voz más fuerte que la que podrían tener sus miembros por separado.
La GABV surgió de una serie de conversaciones entre Peter Blom, director general de Triodos, y líderes de la banca sostenible como Mary Houghton, entonces directora del ShoreBank, con sede en Chicago, la mayor institución financiera de desarrollo comunitario (CDFI) certificada de Estados Unidos y una institución que, hasta su cierre en 2010, realizó más de 4,000 millones de dólares en inversiones de misión (que priorizan el impacto social) y financió más de 59,000 unidades de vivienda asequible. También participaron en los debates el fallecido Fazle Hasan Abed, fundador de BRAC, la empresa social de microfinanciación con sede en Bangladesh, y Thomas Jorberg, director general del banco alemán GLS, fundado en 1974, que utiliza el dinero de los clientes para apoyar proyectos y empresas que tengan un impacto social o medioambiental positivo. “Sintieron que era el momento de crear una red de los pioneros que anteponen el propósito al beneficio”, dice Rohner.
Formada ahora por 62 instituciones financieras y 16 socios estratégicos, la GABV cuenta con bancos miembros en Asia, África, Australia, América Latina, América del Norte y Europa, con miembros que van desde el Amalgamated Bank, que es propiedad de los trabajadores y atiende a los sindicatos locales y a sus pensiones en Estados Unidos, y el Vancity, con sede en Vancouver, una cooperativa financiera propiedad de sus miembros, hasta el Bank Muamalat, un banco malayo socialmente responsable, y el Banco FIE, la mayor institución microfinanciera de Bolivia.
La GABV cuenta con estrictos criterios de afiliación. Los bancos que no cumplen las normas de la GABV no pueden unirse plenamente a la red. Si un banco está trabajando para cumplir sus normas, puede convertirse en socio hasta que la GABV determine que las ha cumplido. “Tuvimos una situación en la que un banco fue comprado por otro banco”, dice Rohner. “Los nuevos propietarios ya no estaban en consonancia con nuestra misión, así que decidimos que debíamos tomar caminos distintos”.
Para evaluar a los bancos en cuanto a su contribución positiva a la sociedad, utiliza una tarjeta de puntos que hace un seguimiento de cómo están proporcionando dinero a los clientes activos en la economía real (los elementos no financieros de la economía) y generando beneficios sociales, medioambientales y económicos positivos. Aunque este proceso no se verifica a través de un tercero, se pide a los miembros que informen a la GABV utilizando la tarjeta de puntos, junto con todas las fuentes de información necesarias para respaldar las declaraciones presentadas.
Como defensores de la banca basada en valores, los representantes de los bancos miembros de la GABV dan charlas en instituciones mundiales como el Parlamento Europeo y el Banco Mundial. La GABV también defiende la banca basada en valores mediante la realización de investigaciones. Por ejemplo, elabora regularmente datos sobre cómo los bancos éticos y sostenibles que están estrechamente vinculados a la economía real son potencialmente más resistentes que los mayores bancos del mundo.
Su informe anual de 2018 es una lectura convincente. Comparando el rendimiento de los mayores bancos del mundo –a los que la GABV denomina “bancos de importancia sistémica mundial”, o en inglés GSIB– con el de los bancos basados en valores y las cooperativas bancarias (VBB), descubrió que, de 2008 a 2017, los VBB crecieron más rápido que los GSIB en actividades como los préstamos (en más del 13 por ciento frente al 4. 3 por ciento), los depósitos (en más del 12 por ciento frente al 5,6 por ciento), los activos (en casi el 12 por ciento frente a algo menos del 3 por ciento), el capital propio (en casi el 13 por ciento frente a algo más del 8 por ciento) y los ingresos globales (en más del 7 por ciento frente a menos del 2 por ciento). También descubrió que en los rendimientos relativos del capital propio (una medida de la volatilidad), los VBB fueron más estables durante el periodo de 10 años. “Los bancos tradicionales tienen más volatilidad”, dice Kat Taylor. “En ciertos momentos ganan mucho más dinero, pero a veces se desploman. Eso supone una declaración de valor para la sociedad: sería mejor hacer las operaciones bancarias con los bancos VAB, porque hay un valor inherente a la estabilidad”.
La GABV no es la única que reconoce el poder de la acción colectiva. En septiembre de 2019, las Naciones Unidas lanzaron los Principios de la ONU para la Banca Responsable; 170 bancos son miembros, lo que representa más de 47 billones de dólares en activos colectivos. Los firmantes están obligados a “publicar y trabajar para alcanzar objetivos de gran alcance” en seis principios. Estos incluyen la coordinación con los Objetivos de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas, el establecimiento de objetivos de impacto positivo, el compromiso con las partes interesadas y el fomento de la transparencia y la responsabilidad. “Tenemos reuniones individuales con los bancos cada año para asegurarnos de que estén progresando y se ajusten a sus compromisos”, afirma Simone Dettling, directora del equipo bancario de la Iniciativa Financiera del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, que trabaja con las instituciones financieras mundiales para financiar el desarrollo sostenible y que elaboró los principios. “Y los bancos pueden ser eliminados de la lista de signatarios si no cumplen con esos compromisos”.
Aunque Dettling sostiene que los bancos pueden tener el mayor impacto en problemas como el cambio climático a través de los grandes clientes corporativos a los que atienden, también ve oportunidades en la banca minorista. Cita el diseño de productos hipotecarios y de préstamo que ayudan a que la vivienda sea más asequible y permiten a los propietarios invertir en productos y servicios sostenibles, como los paneles solares y el aislamiento térmico del hogar. “Eso tiene un impacto significativo en el clima a través de una mayor eficiencia energética, así como un impacto social positivo al proporcionar viviendas asequibles”, afirma.
Los bancos de inversión también han visto el valor de unir fuerzas. Por ejemplo, los Principios de las Naciones Unidas para la Inversión Responsable (en inglés, UNPRI) ayudan a su red de inversores firmantes a incorporar los factores ASG en sus decisiones de inversión. El UNPRI ha atraído a nuevos miembros desde su lanzamiento en 2006, con un aumento de más del 20 por ciento en cifras en 2018-2019 hasta alcanzar casi 2,500 signatarios en 2019. En Europa, mientras tanto, el Grupo de Inversores Institucionales sobre el Cambio Climático es una red de más de 230 miembros en 16 países (principalmente fondos de pensiones y gestores de activos con más de 30 billones de euros [33 billones de dólares] en activos bajo gestión) que se enfoca en aprovechar el capital privado para acelerar la transición hacia una economía baja en carbono.
En el avance de las finanzas sostenibles, afirma Taylor, el enfoque colectivo puede ser eficaz (el Banco del Estado Benefactor es miembro de la GABV), sobre todo si tomamos en cuenta el menor tamaño de los bancos sostenibles y éticos del mundo. “Como ejemplo, en nuestro banco tenemos mil millones de dólares en activos. Pero los bancos más grandes del sistema tienen 2 billones de dólares, y hay muchos ceros entre un billón y un trillón”, dice. “Algunos de los bancos de la GABV tienen 20,000 millones de euros (22,000 millones de dólares) en activos, así que no vamos a igualar ni siquiera a uno de los mayores bancos. Pero [colectivamente] llegamos a las decenas de miles de millones de dólares, lo que es importante. Así que tenemos más influencia al unirnos”.
También señala el trabajo que realizan las ONG y los grupos activistas para examinar el comportamiento de los bancos. Por ejemplo, el grupo de campaña BankTrack, con sede en los Países Bajos, utiliza informes anuales detallados para documentar las actividades de los bancos y lo que financian, con el fin de evitar que financien actividades empresariales perjudiciales y evaluar su rendimiento en áreas como la acción climática y los derechos humanos. “Hay mucha retórica en torno a que los bancos limpien sus actos en torno a los combustibles fósiles y sean más amables con sus empleados”, dice Taylor. “Pero tenemos que exigirles que rindan cuentas, porque no tienen un historial sólido de cumplimiento”.
Nuevos modelos para el consumidor consciente
Dado el número y el tamaño relativamente pequeños de las instituciones financieras responsables, las coaliciones y colaboraciones siguen siendo fundamentales. También es pequeño el número de consumidores de banca minorista que presionan por una banca más ética y sostenible a través de sus elecciones de productos de depósito y ahorro. Aunque los consumidores podrían impulsar el cambio, su comprensión del papel que puede desempeñar su dinero en la resolución de los problemas sociales y medioambientales aún no está muy extendida. Pero las semillas de una revolución bancaria consciente de los consumidores también empezaron a brotar tras la crisis bancaria mundial de 2008-2009 y la Gran Recesión.
A finales de 2011, un grupo de activistas tuvo una idea. Para protestar contra el aumento de las comisiones bancarias, designarían el 5 de noviembre como el Día de las Transferencias Bancarias y utilizarían las redes sociales para animar a los estadounidenses a trasladar su dinero de los bancos tradicionales a las cooperativas de crédito sin fines de lucro. El movimiento logró cierto impulso, con 650,000 consumidores que cambiaron sus cuentas a cooperativas de crédito a principios de mes, según algunas estimaciones. Sin embargo, esos fondos representaban una fracción minúscula de los activos bancarios totales, dadas las decenas de millones de cuentas corrientes que se mantienen en los bancos tradicionales de todo Estados Unidos, como señaló la publicación Christian Science Monitor. Y aunque se lanzaron campañas similares en los años posteriores al colapso financiero –como la campaña “Mueve tu dinero”, surgida del movimiento “Ocupa Wall Street”–, no se materializó un rechazo total a los grandes bancos.
Parte del motivo puede ser la inercia. Se suele decir, por ejemplo, que es más probable que la gente se divorcie a que cambie sus cuentas bancarias. Y, en su forma actual, los bancos no facilitan la creación de un vínculo personal con ellos. “Cuando la gente compra productos marinos quiere comprar a un determinado tipo de vendedor porque quiere tener la conciencia tranquila, y hay un componente de salud en ello”, dice Whittaker, de JUST Capital. “Cuando compran servicios bancarios, no estoy seguro de que esa conexión sea tan inmediata, tan obvia o tan emocional”.
Este no es el caso de muchos otros productos de consumo. De hecho, el consumismo consciente tiene una larga historia, con ejemplos que surgieron ya en el siglo XVIII, cuando los cuáqueros de Estados Unidos organizaron boicots a los productos fabricados por esclavos. En la década de 1970, el consumismo consciente dio un paso adelante cuando un grupo de empresas –marcas como Ben & Jerry's, The Body Shop, Tom's of Maine y Stonyfield Farm– ganaron popularidad al ser explícitas en su compromiso de ser empresas socialmente responsables. “Tenían un cuadro muy pequeño de consumidores conscientes, pero fueron los primeros en adoptarlo”, dice Carol Cone, cuyo “Informe Cone/Roper” de 1993, el primer estudio exhaustivo de las actitudes de los consumidores hacia las empresas que apoyan ciertas causas, indicaba que si el precio y la calidad eran iguales, dos tercios de los consumidores cambiarían “probablemente” a una marca o empresa que apoyara una cuestión social.
Sin embargo, la mayoría de los bancos convencionales no respondieron al auge del consumidor consciente. “Si uno entra en casi cualquier cafetería, siempre hay carteles sobre la sostenibilidad con la que cosechan su café, presumiblemente porque funciona y a los consumidores les gusta”, dice Bruce Usher, director de la facultad del Centro Tamer para la Empresa Social de la Escuela de Negocios de Columbia, donde imparte clases sobre la intersección de las cuestiones financieras, sociales y medioambientales. “Sin embargo, uno entra en un banco y no hay ningún cartel que le diga que están haciendo cosas sostenibles con su dinero”. Whittaker está de acuerdo: “ En este momento, como banco, todo lo que tienes que hacer es evitar hacer cosas malas. Pero, ¿cuándo empiezas a superar a tus competidores bancarios de la calle principal porque ofreces una experiencia más sostenible? Todavía no llegamos a ese punto”.
Mientras tanto, los bancos no han operado, en general, en beneficio de sus clientes minoristas. En 2016, por ejemplo, salió a la luz que Wells Fargo llevaba años creando millones de cuentas falsas y cobrando a los clientes comisiones por ellas. Y en 2016, Pew Charitable Trusts descubrió que más del 40% de los mayores bancos estadounidenses procesaban las transacciones de sus clientes en orden de mayor a menor por cantidad de dólares, lo que puede reducir el saldo del titular de la cuenta más rápidamente –lo que conduce a más sobregiros y comisiones por sobregiro– que procesar las transacciones cronológicamente. “Cuanto más bajo sea tu saldo, más comisiones te cobran”, afirma Joe Sanberg, cofundador de Aspiration, parte de cuya misión es contrarrestar estas prácticas. “El modelo de la banca de consumo ha involucionado hasta convertirse en uno en el que cuanto peor te va como cliente, mejor le va al banco”.
A pesar de ello, Taylor admite que conseguir que los consumidores piensen en la banca de forma diferente no es fácil. “Por desgracia, la banca es la parte invisible de nuestra cadena de suministro personal”, afirma. “Prestamos más atención a la pasta de dientes que utilizamos, al yogur que comemos y al café que bebemos que al dinero que gastamos y al tipo de institución por la que pasa. Así que es una batalla difícil conseguir que la gente preste atención a la banca”.
Para intentar cambiar esta situación, una cohorte de bancos con modelos de negocio y valores alternativos –muchos de ellos miembros de la GABV– empezaron a trabajar para demostrar que era posible ofrecer a los clientes mejores servicios; actuar de forma responsable y ética; y garantizar que los préstamos que se concedían con los depósitos de los titulares de las cuentas solo apoyaban a empresas y proyectos sostenibles desde el punto de vista medioambiental y social. Antes de la crisis financiera ya existían algunas instituciones de este tipo. Por ejemplo, el Amalgamated Bank, que utiliza los depósitos para apoyar a “organizaciones sostenibles, causas progresistas y justicia social” y que alimenta todas sus operaciones con energía renovable, se creó en 1923. Y en el Reino Unido, el Charity Bank, que ofrece una cuenta de ahorro cuyos fondos se utilizan para hacer préstamos a organizaciones benéficas y empresas sociales, se formó en 2002. Sin embargo, la crisis financiera fue el catalizador para la creación de otros recién llegados, como el Beneficial State Bank y el Aspiration, bancos que no solo integraron la ética y la sostenibilidad medioambiental en sus operaciones, sino también se vieron a sí mismos como modelos y defensores de un cambio más amplio en el sector financiero.
La posibilidad de desempeñar este papel de defensa estaba entre las motivaciones de Taylor y Steyer cuando crearon el Beneficial State Bank. “Teníamos la corazonada de que algo iba mal en el sistema bancario”, dice Taylor. “Y era necesario corregirlo. Martin Luther King, en su último discurso a los trabajadores sanitarios en huelga, dijo que si no controlamos el poder de nuestros gastos, los derechos civiles por los que hemos luchado tanto y tan duramente se quedarán en nada. Y resulta que fue bastante acertado en ese pronóstico: debido a la injusticia económica desenfrenada y, ahora, a la injusticia medioambiental, no estamos cumpliendo con la agenda de los derechos civiles”.
El banco –una empresa con fines de lucro propiedad de una fundación– utiliza sus depósitos para conceder préstamos a empresas y proyectos de base comunitaria, como planes de vivienda asequible e infraestructuras de energía renovable que apoyan las economías locales y protegen el medio ambiente. Como institución regulada que capta depósitos y está asegurada por la Corporación Federal de Seguros de Depósitos (FDIC), el banco tiene que ser financieramente sostenible y obtener beneficios. “Pero nuestro accionista no está golpeando la puerta para obtener beneficios”, dice Taylor.
Para ayudar a avanzar en el movimiento de la banca responsable, el Beneficial State Bank trabaja con organizaciones como Green America, una organización sin fines de lucro que promueve el consumo ético y consciente del medio ambiente, y el Committee for Better Banks, una coalición de trabajadores bancarios, grupos de defensa de la comunidad y de los consumidores, y organizaciones laborales. “No somos creadores de movimientos, pero intentamos trabajar en colaboración con los verdaderos creadores de movimientos”, dice Taylor. No obstante, cree que el banco puede mostrarles el camino a otros. “Al desarrollar un modelo de banco de triple fondo”, dice, refiriéndose al compromiso del banco de sopesar las preocupaciones sociales y medioambientales a la par que los beneficios, “intentábamos sugerir cómo los bancos podían cumplir sus obligaciones con un conjunto más amplio de partes interesadas: no solo los accionistas de capital, sino también los clientes, los colegas, las comunidades en las que operan, el planeta del que todos dependemos y el interés público más amplio”.
El fantasma de un sector financiero en quiebra fue también uno de los motivos de la creación de Aspiration. Sus fundadores tenían algunas ideas radicales sobre el funcionamiento de la banca. El banco fue idea de Sanberg –un empresario e inversionista que fundó organizaciones como la organización sin fines de lucro Golden State Opportunity, con sede en California, y Working Hero PAC, una organización política que apoya a los políticos y candidatos que defienden las políticas de lucha contra la pobreza– y de Andrei Cherny, un amigo egresado de la Universidad de Harvard. Cherny, director general del banco, había visto otra cara del sector bancario cuando, como editor de la revista Democracy, trabajó con la senadora estadounidense Elizabeth Warren, demócrata de Massachusetts, entonces profesora de derecho, en el lanzamiento de la idea de la Oficina de Protección Financiera del Consumidor. Y antes de cofundar Aspiration, trabajó como fiscal de fraudes financieros y asesor de empresas. “Había trabajado con algunos de los mayores bancos del país en relación con sus retos”, dice. “Y vi que había estas grandes instituciones con muchos clientes, pero que estaban esencialmente desfasadas en lo que respecta a los incentivos y los mejores intereses de los clientes, pero también a los valores de los clientes”.
Con esto en mente, Sanberg y Cherny crearon un banco que permite a los titulares de las cuentas elegir qué comisiones pagan (incluso pueden optar por no pagar nada), les recompensa por gastar con conciencia social y les promete que sus depósitos están libres de combustibles fósiles. Como corredor de bolsa registrado en la Comisión de Valores y Bolsa, deposita los saldos de efectivo de las cuentas Aspiration Spend & Save en cuentas de depósito en una o más instituciones depositarias aseguradas por la FDIC.
Más allá de las cuentas de depósito, Aspiration ha ampliado el acceso a los productos de inversión sostenible, que hasta entonces solo estaban disponibles para personas adineradas o inversionistas institucionales como los fondos de pensiones. La inversión mínima requerida para su Fondo Redwood es de 10 dólares, lo que permite a una nueva generación de consumidores convertirse en inversionistas. Más de dos tercios de los clientes del Fondo Redwood nunca habían abierto una cuenta de inversión, afirma Nate Redmond, socio gerente de Alpha Edison, el mayor inversionista institucional de Aspiration. Afirma que si bien la inclusión financiera –o la bancarización de los no bancarizados– es importante, también lo es permitir que las personas que ya tienen una cuenta bancaria hagan más cosas con ella. “Lo que tiene un impacto aún mayor es si se puede ayudar a miles de millones de personas que pueden tener una cuenta pero que realmente no participan en el sistema financiero de la manera que podrían o deberían”, afirma.
El banco –que sigue siendo privado, por lo que no divulga sus finanzas– ha crecido rápidamente. En 2017, sus clientes realizaban transacciones por más de 2,000 millones de dólares al año. Pero para Cherny, el imperativo detrás de la capacidad de crecimiento del banco va más allá del éxito del propio Aspiration. “Es importante que seamos una empresa con fines de lucro de gran éxito”, dice. “No se trata solo de nuestras propias ambiciones como empresa, sino también de lo que significa, porque creemos que esta es la forma en que toda institución financiera debería actuar”.
De hecho, tanto Aspiration como Beneficial State Bank han hecho que parte de su misión sea educar a los consumidores sobre el impacto que pueden tener al elegir dónde depositar su dinero. “Es más importante que sus granos de café, porque las finanzas son más importantes que lo que financian”, dice Taylor. “Piensa en la industria energética: el carbón no es nada sin la financiación del carbón, así que deberíamos detener la pieza financiera. Eso es lo más grande, lo que tiene más influencia, y parte de nuestro cometido es sacar a la luz estos vínculos”.
Para Aspiration, ayudar a los consumidores a establecer la conexión entre su actividad bancaria y su impacto social y medioambiental es también una parte clave de la misión. A través de su blog, el banco no solo anuncia nuevos productos o servicios, también muestra a los consumidores cómo pueden tener un impacto. En 2017, por ejemplo, los alentó a sumarse al movimiento de desinversión sacando su dinero de inversiones poco éticas o insostenibles. En el Día de la Tierra de 2019, Aspiration lanzó su campaña Move to Green, desafiando a un millón de estadounidenses a comprometerse a sacar su dinero de los bancos que financian proyectos y empresas de combustibles fósiles. “La mayoría de las personas que se preocupan por las cuestiones ambientales ni siquiera son conscientes de que si su dinero está en cualquiera de los bancos más grandes, se está utilizando para hacer préstamos a las empresas de combustibles fósiles”, dice Sanberg. “Empieza por saber qué está haciendo tu dinero mientras duermes”.
El futuro de las finanzas responsables
A principios de 2020, solo una década después del colapso financiero, una nueva crisis –la pandemia de la COVID-19– supuso un momento de ajuste de cuentas para el sector financiero. Se diferenciaba del colapso financiero de 2008-2009 en que no era una crisis creada por los propios bancos. Y las reformas financieras puestas en marcha tras la crisis habían dejado a la mayoría en una posición más fuerte para sobrevivir a esta nueva calamidad, al menos desde el punto de vista financiero. Lo que era incierto era si sus compromisos de sostenibilidad sobrevivirían a la pandemia.
Las primeras especulaciones de la prensa económica y los analistas financieros fueron que las inversiones sostenibles podrían capear el temporal con más éxito que las carteras tradicionales. Esto se debía a la diligencia adicional que se realiza antes de decidir si un activo cumple los criterios ASG. Además, cada vez hay más pruebas de que los resultados de las empresas podrían beneficiarse alineando sus actividades con los principios ASG, lo que las convertiría en mejores inversiones. Por ejemplo, el cambio a las energías renovables ayuda a cumplir una normativa más estricta en materia de energía limpia, mientras que los estudios han demostrado que la promoción de la equidad de género mejora los resultados financieros. En marzo surgieron algunas pruebas que lo corroboran. “Aunque los fondos de renta variable ESG han sufrido grandes golpes este mes, sus pérdidas han sido menos graves que las de sus homólogos convencionales”, fue la evaluación de Jon Hale, jefe de investigación de sostenibilidad de Morningstar.
Mientras tanto, los comentaristas estaban atentos para ver qué bancos daban un paso adelante para apoyar a las comunidades y cuáles no. Una de las respuestas fue ofrecer asistencia personal a los clientes con dificultades financieras. Por ejemplo, Beneficial State Bank ofreció a los titulares de depósitos programas de aplazamiento de pagos de préstamos, renunció a muchas comisiones de transacción y tramitación, atendió las solicitudes de aumento de los límites de las tarjetas de crédito y aumentó los límites de los depósitos móviles para facilitar las transacciones en línea. Del mismo modo, Triodos Bank pudo responder a las solicitudes de revisión de cargos y ampliación de sobregiros. Por su parte, la GABV creó un recurso en línea en el que compartió y actualizó las respuestas y las mejores prácticas de sus bancos afiliados.
Las respuestas de algunos de los principales bancos fueron rastreadas a través del boletín Moral Money del Financial Times. A principios de abril se informó de que Goldman Sachs iba a conceder 250 millones de dólares en préstamos de emergencia a pequeñas empresas, 25 millones de dólares en subvenciones a Instituciones Financieras de Desarrollo Comunitario y 25 millones de dólares en ayuda a las comunidades más afectadas. Standard Chartered había ofrecido 25 millones de dólares en apoyo a la ayuda de emergencia y 25 millones para ayudar a las comunidades a reconstruir sus economías.
Sin embargo, Paul Polman, exdirector general de Unilever y defensor de la sostenibilidad corporativa, pidió a los bancos e inversores que hicieran más. La mayoría de ellos, dijo a Moral Money, se enfocaron en capitalizar las oportunidades a corto plazo y en confiar en que el gobierno los respaldara y reparara el daño económico causado por la crisis. “La pregunta más útil que hay que hacerse en este momento es: ¿qué acción colectiva están llevando a cabo los bancos para proteger a la sociedad?”, dijo. “[Hay] muchos otros ejemplos en otras industrias; por ejemplo, salud y belleza, farmacia y manufactura... [pero] ¿dónde está el sector financiero?”
Otros consideran que la pandemia es una llamada de atención. “Esperemos que esta crisis sea una señal de que tenemos que hacer la transición a una economía más sostenible, más resistente e inclusiva, y esto debería cambiar también la cartera del sector bancario”, dijo Vendrik, de Triodos. “Espero que salgamos de esta crisis con el sector bancario financiando la economía verde y resiliente que necesitamos en el futuro”.
Lo que parecía seguro es que el mundo que saliera de la crisis sería muy diferente. Y la pregunta que se hacían los gobiernos, la comunidad empresarial y el sector social era cómo afectaría esto al sector financiero. Dado el impacto catastrófico de la pandemia en las economías mundiales y locales, estaba claro que los bancos debían desempeñar un papel central para ayudar a las comunidades a sobrevivir y recuperarse de sus efectos y, a través de sus actividades de gestión de activos, influir en el flujo de capital de inversión hacia las empresas que cuidaban de sus empleados y otras partes interesadas. Como pocas otras crisis, la COVID-19 puso de manifiesto las enormes brechas existentes en las redes de seguridad sanitaria y social, así como la necesidad de aumentar la resiliencia ante otra crisis inminente: el cambio climático. La cuestión a principios de 2020 era si el sector financiero iba a estar a la altura.
- Sarah Murray (@seremony) es una periodista independiente que escribe regularmente para Financial Times y The Economist Group. También ha escrito para muchas otras publicaciones, como The New York Times, South China Morning Post y The Wall Street Journal. Es directora editorial de contenido de FT Investing for Good, una serie de conferencias de FT Live, la sección de eventos globales del Financial Times.
- Traducción del artículo The Dawn of Responsible Finance por Gerardo Piña