Este artículo es contenido original de la revista de Stanford Social Innovation Review publicado en la edición verano 2021.
El malestar social del año pasado ha magnificado la importancia del activismo para crear un cambio político. Al ser uno de los cofundadores de Occupy Wall Street, Micah White conoce el poder de la protesta. Después de que el movimiento Occupy se disolviera en 2011, White reevaluó su acercamiento al activismo y estudió su pedagogía. Al ver la necesidad de enseñar a las personas cómo convertirse en activistas en el siglo XXI, globalizado e impulsado por la tecnología, en el 2018 cofundó la Activist Graduate School (Escuela de Posgrado sobre Activismo) con Chiara Ricciardone, becaria postdoctoral del Centro Hannah Arendt del Bard College.
“Cuando examiné el campo, sentí que el nivel de sofisticación que tenemos como activistas cuando pensamos acerca del proceso del activismo parece bajo en relación con otras disciplinas, otras formas de pensar”, dice White sobre la razón por la que estableció la escuela.
Entre los cursos que se ofrecen están “¿Por qué fracasan las protestas?” y “Activismo y protesta para la justicia de la vivienda: pasado, presente y futuro”. White espera que el plan de estudios genere evaluaciones críticas sobre la protesta y perfeccione la forma en que las personas se comprometen con los movimientos políticos y sociales. El estudiante ideal de la Activist School es alguien que ya haya estado involucrado en el activismo de alguna forma. “Lo que pretendemos es que la gente sea activista en su propia experiencia … y que también sea autocrítica y consciente de sí misma”, explica.
Para White es importante que la escuela no tenga un sesgo ideológico y que dote a cualquier persona sin importar su posición en espectro político con las herramientas para participar en movimientos sociales, a diferencia de muchas formas de entrenamiento activista, que tienden a estar vinculadas a una causa concreta, como los altamente organizados Freedom Riders (Viajeros de la libertad) de los años sesenta. “Procuramos tomarnos en serio el activismo y su papel en el proceso de la historia y el cambio social”, explica, “[y] no quedarnos atrapados en estos silos y círculos ideológicos”.
La escuela se financia por medio de una combinación de subvenciones, suscripciones y asociaciones con otras instituciones educativas, como la Universidad de Princeton (todas las clases impartidas por esta asociación son gratuitas y de libre acceso), el Bard College y la Universidad de California en Los Ángeles, donde los estudiantes acceden a las tutorías de la Activist Graduate School a través de programas conjuntos. Las personas que no están inscritas en una universidad acreditada pueden adquirir una suscripción en línea. Actualmente, la Activist Graduate School no está acreditada y no otorga a los asistentes títulos directamente; en vez de ello, los estudiantes de las universidades asociadas reciben títulos de esas instituciones.
Aunque las asociaciones de la Activist Graduate School con universidades acreditadas han sido fructíferas de muchas maneras, también han creado algunos de sus mayores desafíos. “Intentar manejar las expectativas de los estudiantes de entornos más tradicionales puede ser difícil”, menciona White. Pero el enfoque poco convencional de la escuela es lo que él cree que sostiene a estas asociaciones. Los tutoriales están dirigidos en su mayoría por activistas, en vez de profesores formados profesionalmente en la pedagogía del activismo. Quienes imparten los cursos reciben remuneración de las asociaciones universitarias, y la Activist Graduate School es responsable de filmar y producir los videos tutoriales.
Sin embargo, algunos activistas no están convencidos de la necesidad de una educación formal para el activismo. Jamel Mims, un organizador con sede en Nueva York que ha trabajado con movimientos y coaliciones como Refuse Fascism (Rechazar el fascismo) y el Partido Comunista Revolucionario de los Estados Unidos, es uno de esos escépticos. Para Mims, el activismo consiste fundamentalmente en “emancipar a la humanidad”, y si la Activist Graduate School toma “la misma forma que muchas escuelas de posgrado en estas instituciones de élite tienen”, en realidad se excluye a grandes sectores de la población.
“En verdadrealidad no vas a tener una situación en la que, por ejemplo, una madre negra del barrio con varios hijos pueda participar de la misma forma que alguien que no provenga de ese entorno o alguien con antecedentes más privilegiados”, explica Mims. La educación terciaria se basa casi, por definición en la desigualdad, agrega, y por lo tanto es parte de un sistema más amplio contra el que ha luchado a través de su activismo. Desde su perspectiva, el concepto mismo de escuela de activismo corre el riesgo de participar en un sistema de desigualdad en lugar de ayudar a desmantelarlo.
Pero para White, la propuesta de valor de la escuela es que no existe ninguna otra organización que intente hacer lo que hace la Activist Graduate School. Él cree que la escuela brinda una reflexividad muy necesaria al espacio activista. “Lo que intentamos hacer”, comenta, “es aportar un nuevo nivel de una especie de rigor a la práctica del activismo”.
- Natasha Noman es periodista, estudiante doctoral en la Universidad de Oxford, y editora senior en la empresa mundial de comunicación Edelman.
- Traducción del artículo From Theory to Praxis por Leticia Neria