Este artículo es contenido original de la revista de Stanford Social Innovation Review publicado en la edición verano 2021.
Una vista del río Mekong, donde la Colaboración de Financiadores del Bajo Mekong ha dedicado sus esfuerzos a la protección y restauración del medio ambiente.
(Foto de Dennis Schmelz / Alamy)
El sudeste asiático es un retrato perfecto de una zona rica tanto en belleza natural como en complejidad.
Desde el sur de China hasta los archipiélagos del Océano Pacífico, esta es una región de climas tropicales y subtropicales en donde las montañas de piedra caliza dan paso a las llanuras costeras, y en la que habitan un gran número de especies endémicas que no se encuentran en ningún otro lugar del planeta. En la parte continental del sudeste asiático, en medio de esta región exuberante y diversa de montañas, llanuras y bosques, se encuentra el poderoso río Mekong.
Con una longitud mayor de 4,000 kilómetros que atraviesa seis países, Mekong es el río más largo del sudeste asiático y el duodécimo más largo en el mundo. Además, es uno de los puntos en la Tierra que posee mayor diversidad biológica, ya que cuenta con más de 1,300 especies de peces, 1,200 de aves y 20,000 de plantas.
El impacto económico del río en los residentes abarca mucho más que el turismo, ya que el río alberga la mayor pesquería de agua dulce del mundo, la cual proporciona seguridad alimentaria a millones de ciudadanos. Según un informe conjunto del Fondo Mundial para la Naturaleza y de HSBC, la empresa líder en servicios financieros globales, la tasa de crecimiento de la región del Mekong en los últimos años se ha estimado entre el 5 y el 8 por ciento, impulsada por industrias agrícolas como la pesca y la producción de arroz. En particular, las economías están prosperando en la cuenca baja del río Mekong, puesto que es más navegable que la cuenca alta debido a una menor concentración de bancos de arena y rápidos.
La Comisión del río Mekong, una organización intergubernamental, ha calculado en 17,000 millones de dólares el valor anual de las pesquerías y piscifactorías de la cuenca baja, las que constituyen más del 10% del negocio pesquero mundial. La producción de arroz de la región es de igual modo extraordinaria, ya que constituye alrededor de una cuarta parte de las exportaciones mundiales de arroz. Casi 65 millones de residentes viven en la cuenca baja y, a partir de esta próspera actividad económica, cada vez más ciudadanos acuden a las zonas urbanas.
El río, que fluye de China a Vietnam antes de desembocar en el Mar de China Meridional, es bastante transitado por las líneas de cruceros. En su reportaje sobre el “auge” de la industria turística en el río Mekong en 2019, la CNBC señaló que al menos 10 barcos habían sido programados para operar recorridos en el río durante 2020, antes de que la pandemia de COVID-19 pusiera en pausa a la industria.
El aumento de la población urbana en el bajo Mekong ha afectado poco a poco la tierra a lo largo de toda la región del río, de la cuenca alta a la baja. En toda la subregión del Gran Mekong (GMS por sus siglas en inglés), formada por China, Camboya, Laos, Birmania, Tailandia y Vietnam, las zonas urbanas han crecido entre un 3% y un 5% cada año. Para 2030, se espera que más del 40% de los residentes vivan en las ciudades del GMS y sus alrededores. Como consecuencia, este crecimiento ha puesto una presión excesiva sobre los recursos naturales a lo largo del bajo Mekong, sobre todo con el aumento de la generación de energía hidroeléctrica de las presas. Una situación similar se presenta en la cuenca baja, donde el crecimiento de la demanda energética anual se estima en un 7%.
Tras varios años viviendo en el sudeste asiático, Jack Tordoff conoce a fondo la región y comprende la tensión que existe entre el equilibrio del desarrollo económico y la conservación medioambiental y ecológica. Tordoff es el director ejecutivo del Critical Ecosystem Partnership Fund (Fondo de la Asociación de Ecosistemas Críticos, CEPF por sus siglas en inglés), una empresa con sede en Arlington, Virginia dedicada a la conservación de la diversidad biológica en todo el mundo, y también ha trabajado por más de una década a favor de la conservación sostenible y los esfuerzos de desarrollo en el sudeste asiático.
Las presas cumplen una función importante en el avance del desarrollo económico de las naciones, ya que producen electricidad, evitan las inundaciones y proporcionan riego a los cultivos en las zonas secas. Las presas también impiden el flujo natural de los ríos y provocan alteraciones en los hábitats donde se alimentan y reproducen los peces. Estas alteraciones pueden perjudicar los ciclos vitales de los peces y su capacidad reproductiva. A su vez, esto produce un resultado adverso en el suministro de alimentos para los residentes que dependen de los peces del río como alimento básico y como medio de estabilidad financiera. Esta es la situación en la que se encuentra la gente que vive a lo largo del río Mekong. En la actualidad, dos grandes presas están en operaciones y varias están en fase de planeación.
“Una vez que se juega con la disponibilidad del agua, hay implicaciones para las personas que se ven más directamente afectadas”, afirma Tordoff. Según la Organización Mundial de la Salud, esas implicaciones incluyen la pérdida de seguridad alimentaria, la mala calidad del agua y el aumento de las enfermedades transmisibles por las especies del río.
Otras preocupaciones ecológicas en la región han surgido a partir del aumento de la deforestación para dar paso a complejos agroindustriales a gran escala, los cuales se están construyendo para satisfacer la demanda de productos básicos como arroz, hule y aceite de palma. “Por un lado, se está represando el río”, comenta Tordoff. “Por otro, se está eliminando la vegetación natural de la cuenca”.
Una tormenta perfecta de condiciones generadas por la humanidad, como el cambio climático y la degradación ambiental, han hecho del sudeste asiático un candidato ideal para el trabajo de organizaciones como CEPF. Desde 2011, el CEPF ha colaborado con varias organizaciones filantrópicas internacionales para invertir en soluciones a los problemas medioambientales y ecológicos del bajo Mekong. Esta sociedad cooperativa, conocida como la Lower Mekong Funders Collaborative (Cooperativa de financiadores del bajo Mekong, LMFC por sus siglas en inglés), ha proporcionado apoyo económico a más de un centenar de organizaciones locales de la sociedad civil que trabajan en proyectos de conservación de la biodiversidad y en la promoción del desarrollo económicamente sostenible.
“Intentamos idear modelos por medio de los cuales podamos proteger los ecosistemas y también cumplir las prioridades clave de desarrollo para la gente, en particular la seguridad alimentaria y sus ingresos”, apunta Tordoff.
Establecimiento de la colaboración
La LMFC está formada por varias organizaciones que conceden subsidios, entre las que se encuentran, además del CEPF, Margaret A. Cargill Philanthropies (MACP), la Fundación Chino Cienega y la Fundación McConnell. Entre los beneficiarios de la generosidad de esta cooperativa se encuentran organizaciones no gubernamentales (ONG), grupos comunitarios y movimientos populares que han iniciado sus propios proyectos en el bajo Mekong.
“Con todo el desarrollo y la degradación que se ha producido, se trata de un sistema de agua dulce de importancia crítica”, señala Shelley Shreffler, responsable del programa de medio ambiente de Margaret A. Cargill Philanthropies. “Creo que es fundamental que apoyemos a las comunidades y a la gente de la región”.
La cuenca baja del Mekong, en donde se encuentra Camboya, Laos, Birmania, Tailandia y Vietnam, ha acaparado los donativos de varios financiadores estadounidenses desde finales de la década de 1980. Ese interés por la zona surgió en el momento en que Vietnam intentaba normalizar sus relaciones con Estados Unidos tras décadas de conflicto regional, y aumentó a mediados de los años noventa, más o menos cuando se establecieron relaciones diplomáticas entre ambos países.
Tordoff señala que esas iniciativas iniciales fueron impulsadas por organizaciones internacionales de ayuda humanitaria externas a la región. A pesar de las buenas intenciones, sugiere Tordoff, algunas de esas primeras iniciativas de financiamiento utilizaban un enfoque descendente que no siempre tenía en cuenta las aportaciones de las partes interesadas locales. “El primer esfuerzo real para mejorar la calidad del medio ambiente comenzó a finales de los años ochenta y en los noventa”, indica Tordoff, quien trabajó más de una década en la conservación de la diversidad biológica en el sudeste asiático antes de unirse al CEPF en 2009. “No es que no fueran eficaces, pero estaban muy impulsadas desde el exterior”.
Antes de la formación de la LMFC, sus organizaciones miembros ya llevaban a cabo proyectos de biodiversidad y desarrollo sostenible de forma independiente en el sudeste asiático. Puesto que conocían del trabajo de las demás organizaciones en la región, pensaron que la mejor opción era unir sus esfuerzos de investigación, recursos y estrategias.
Tordoff afirma que lo que diferencia a la cooperativa de otros financiadores externos de proyectos de conservación y desarrollo en el sudeste asiático es su compromiso de ayudar a las organizaciones locales a marcar la pauta de sus propios objetivos, al utilizar un enfoque ascendente en lugar de uno descendente, con la intención de dejar que las organizaciones locales lideren. Para las organizaciones locales, la concesión de subsidios de abajo hacia arriba por parte de los miembros de la cooperativa ampliaría sus recursos y elevaría su poder al momento de dirigirse ante los gobiernos en relación con los asuntos de sus comunidades. Estas organizaciones locales se afianzaron a principios del nuevo milenio, cuando los gobiernos empezaron a dar cabida a las organizaciones de la sociedad civil en el proceso político del bajo Mekong.
“Lo que hemos visto a partir del año 2000 es una mayor localización de estos esfuerzos”, declara Tordoff. “En parte eso se debe al cambio de política, ya que los gobiernos han permitido un mayor espacio político para las organizaciones de la sociedad civil de forma paulatina. Al mismo tiempo, eso se debe en parte al apoyo que grupos como CEPF y otros financiadores han dado a las entidades locales para que accedan a financiamiento para realizar trabajos medioambientales.”
Centrarse en un punto caliente
Un ejemplo que sirve para ilustrar las iniciativas ambiciosas en las que participa la LMFC es el del punto caliente de Indo-Birmania (Indo-Burma Hotspot, como se le conoce en inglés), que abarca todas las zonas no marinas de los cinco países del bajo Mekong, además de partes del sur de China, el noreste de la India y zonas pequeñas de Bangladesh y Malasia. Debido al énfasis en los esfuerzos de conservación alrededor del río Mekong, en el financiamiento del CEPF para Indo-Birmania no se incluye a Bangladesh, India y Malasia. El noreste de la India, que también se encuentra fuera del Mekong, antes formaba parte de un proyecto independiente de financiamiento del CEPF.
En todo el mundo existen 36 puntos calientes o, en otras palabras, áreas terrestres con diversos ecosistemas biológicos que se enfrentan a una variedad de amenazas ambientales y ecológicas. Para que una zona reciba ese nombre, debe tener al menos 1,500 plantas vasculares que no se encuentren en ningún otro lugar de la Tierra y debe haber perdido al menos el 70% de su vegetación natural primaria a causa de la degradación ambiental. El CEPF comenzó a invertir en esfuerzos de conservación en puntos calientes globales poco después de su creación en 2000. Tres años más tarde creó un “perfil de ecosistema” de Indo-Birmania para identificar las principales preocupaciones de ese punto caliente en relación con la erosión biológica.
“Nos centramos en los lugares concretos del planeta que son muy ricos en biodiversidad y que tienen un alto nivel de actividad humana”, precisa Tordoff.
Después de iniciar proyectos de inversión en otros puntos calientes del mundo, CEPF dirigió su atención a Indo-Birmania, y en 2008 puso en marcha un plan de cinco años para ayudar a financiar proyectos que abordaran las preocupaciones críticas de deterioro ambiental y ecológico. El tamaño del punto caliente y la magnitud de los problemas medioambientales y ecológicos presentaban importantes oportunidades para quienes otorgaban los subsidios. Con más de 346 millones de habitantes, Indo-Birmania tiene más habitantes que cualquier otro punto caliente del mundo y, en 2011, CEPF lo declaró el más amenazado en el planeta.
“El bajo Mekong, como parte de Indo-Birmania, ha sido una zona muy importante para la inversión de CEPF”, asevera Olivier Langrand, director ejecutivo del CEPF. “Varias especies están a punto de extinguirse en este punto caliente debido a la trayectoria del desarrollo económico”.
Los formadores enseñan a planificar y gestionar el uso sostenible de la tierra en la restauración del paisaje forestal del Mekong en Camboya.
Entre esas especies se encuentran pájaros como el sisón de Bengala, que puede encontrarse en Camboya y Vietnam y está catalogado como especie en peligro crítico de extinción por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza. Además, árboles como el palo de rosa siamés y el palo de rosa camboyano están bajo amenaza por la gran demanda regional de muebles fabricados con este tipo de madera. Estos muebles se han convertido en un símbolo de estatus entre los ciudadanos que representa un estilo de vida próspero, y la demanda ha atraído incluso a bandas organizadas que se dedican a la tala de árboles de palo de rosa.
“El palo de rosa tiene un precio demasiado alto”, señala Tordoff, ya que las camas fabricadas con él pueden tener un precio que alcanza los cientos de miles. “El precio es increíble porque son un símbolo de estatus y la gente invierte en ellas para demostrar su riqueza”. En última instancia, personas como Tordoff dirán que la conservación de la diversidad biológica no es un problema solo para una parte del mundo que el resto no ve, sobre todo los estadounidenses. Se trata más bien de un problema que afecta a todas las personas del mundo.
Conflicto en el bajo Mekong
Los esfuerzos de conservación y desarrollo sostenible han sido prominentes en el sudeste asiático desde que los financiadores internacionales se sintieron atraídos por la región en la década de 1980, cuando el trabajo de ecologistas como Norman Myers y Russell Mittermeier cobró fuerza en el ámbito más amplio de la defensa del medio ambiente. En la cuenca baja del Mekong, la necesidad de ayuda se remonta a la época en que la región estuvo sumida en un conflicto armado entre 1946 y 1989, cuando las batallas entre las fuerzas apoyadas por los comunistas y los gobiernos respaldados por Occidente devastaron la región en la Primera y la Segunda Guerra de Indochina.
La Primera Guerra de Indochina se libró sobre todo en el norte de Vietnam, ya que esta zona, junto con la parte sur del país, estaba colonizada por Francia. Esta guerra terminó en 1954, cuando el grupo nacionalista Viet Minh, liderado por Ho Chi Minh y apoyado por la Unión Soviética y China, derrotó a las fuerzas francesas en la batalla de Dien Bien Phu, y con ello puso fin al dominio francés.
El Vietnam poscolonial luego se dividió en dos países: el Vietnam del Norte comunista y el Vietnam del Sur apoyado por Occidente. Las disputas menores entre ambos países escalaron de intensidad cuando Estados Unidos, que apoyaba a Vietnam del Sur y había respaldado a Francia en la Primera Guerra de Indochina, se involucró a partir de 1964, tras los informes de que Vietnam del Norte había atacado una flota militar estadounidense que operaba en el Golfo de Tonkín. Tordoff, por su parte, sitúa puntualmente el declive medioambiental de la región con “la intervención estadounidense en Indochina con la Guerra de Vietnam”.
Como parte de su ofensiva, las fuerzas militares estadounidenses utilizaron el defoliante Agente Naranja contra los combatientes norvietnamitas en el país, así como en Laos y Camboya, donde el ejército norvietnamita y las fuerzas guerrilleras aliadas del Vietcong llevaban a cabo operaciones. Este defoliante, por el cual tanto los residentes como el personal militar tuvieron complicaciones y enfermedades, también provocó una amplia deforestación de las zonas rurales que albergaban a un gran número de ciudadanos desplazados de otras zonas destruidas por la guerra.
Stephen Nichols, el fundador y presidente de la fundación Chino Cienega, que tiene sede en California y financia proyectos de cambio climático y sostenibilidad medioambiental en el sudeste asiático, pudo ver de cerca la magnitud de la destrucción de la guerra cuando llegó a Vietnam en 1967, en donde prestó sus servicios a las fuerzas armadas estadounidenses como profesor voluntario.
“Lo primero que ves es un enorme daño medioambiental”, resalta Nichols. “Llegas en avión y ves cráteres de bombas por todas partes. No te puedes imaginar la magnitud de esa destrucción. Recuerdo que pensé: ‘Cuando termine la guerra, ¿cuánto tiempo va a tardar este país en sanar todas esas heridas?’”
Tras los conflictos, varios países de la región del bajo Mekong trataron de reactivar sus economías mediante fuertes inversiones agrícolas, entre ellas la exportación de productos básicos como el café y el arroz y la tala de árboles para la producción de madera. “Fue una deforestación, seguida de décadas en que la gente tenía que reaccionar a los golpes económicos de la guerra”, observa Tordoff. “Los países fueron inducidos a poner en marcha sus economías, y una de las formas de hacerlo fue invertir en sectores de recursos naturales”.
Décadas más tarde, el reto de equilibrar el desarrollo económico regional con la sostenibilidad medioambiental se ha convertido en uno formidable, provocado por una tormenta perfecta de factores como la continua deforestación regional, la dependencia de la energía hidroeléctrica y el cambio climático.
Un esfuerzo descentralizado
En varios aspectos, la LMFC es un acuerdo de voluntades entre organizaciones apasionadas por la promoción de los problemas medioambientales y ecológicos en el sudeste asiático. En ocasiones, cada organización diverge en cuanto a los objetivos de conservación y desarrollo a los que dar prioridad. Algunas organizaciones, como CEPF, pueden optar por centrarse en el financiamiento de los esfuerzos de conservación de la biodiversidad, mientras que otros miembros pueden tener una mayor inclinación hacia cuestiones como el cambio climático y el activismo público.
Este esfuerzo tiene un enfoque bastante informal e igualitario en su trabajo. No se trata de una sociedad cooperativa constituida; no hay un sitio web y ninguna de las organizaciones participantes dicta los tipos de proyectos que emprenden las demás.
Un barco de pesca, con la red sumergida, navega por el Tonlé Sap, un sistema de lago y río de agua dulce, con un pueblo flotante a la distancia.
“No todos tenemos exactamente el mismo mandato”, confiesa Tordoff. “Hay un área significativa en la que coincidimos, y al mismo tiempo hay cosas en las que un financiador está trabajando y los otros no. Todos respetamos eso”.
La fundación McConnell, que radica en California y concede fondos a empresas sin fines de lucro, proyectos educativos y entidades gubernamentales, es un miembro colaborador que adopta un importante enfoque de activismo público en su financiamiento y apoya esfuerzos como la labor de resolución de conflictos en Nepal y el derecho a la asesoría jurídica en las comunidades rurales de Laos. La fundación también concede pequeños subsidios para proyectos de conservación en Laos, un país con el que siente una conexión debido a la diáspora laosiana en Redding, situada al norte de Sacramento, California, y sus alrededores. Un gran número de esos residentes son descendientes de refugiados de las guerras civiles laosianas a mediados del siglo XX.
“Trabajar con una cooperativa nos ayuda a identificar los puntos fuertes de los distintos financiadores porque todos pueden contribuir de distintas maneras”, comenta Jesica Rhone, directora de programas internacionales de la fundación McConnell. “Esto queda de manifiesto al conocer a otros financiadores de diferentes tamaños y con diferentes redes, cada uno aporta un capital social distinto a la mesa”.
En su propio trabajo, CEPF ha invertido más de 30 millones de dólares en subsidios a organizaciones de la sociedad civil indo-birmana. Desde el lanzamiento de su plan de cinco años, CEPF ha apoyado más de 310 proyectos del punto caliente. Estos son algunos ejemplos de la labor realizada por las partes interesadas: campañas a favor de los derechos sobre la tierra de las comunidades indígenas , la gestión de pesquerías por grupos comunitarios y la concientización sobre los problemas regionales con organizaciones dirigidas a los medios de comunicación.
Para evaluar los resultados de la protección de los puntos calientes en todo el mundo, el CEPF utiliza cuatro categorías distintas, a las que denomina pilares: si (1) se ha mejorado la calidad de la biodiversidad de un punto caliente; (2) si se ha reforzado la capacidad de las organizaciones de la sociedad civil para llevar a cabo su trabajo; (3) si se ha mejorado la calidad de vida de los ciudadanos que viven en el punto caliente; y (4) si se han establecido las condiciones para que los sectores público y privado contribuyan a los esfuerzos de conservación de la diversidad biológica. Dentro de estos pilares, CEPF examina ciertos puntos de referencia para medir la eficacia del trabajo base de sus beneficiarios. Estos puntos de referencia varían según el lugar y los establecen las partes interesadas. Por ejemplo, CEPF toma en cuenta el número de ciudadanos que se benefician directamente de la producción de productos básicos respetuosos con la vida silvestre, como el arroz.
A cambio de cumplir los objetivos medioambientales específicos fijados por las partes interesadas locales que son beneficiarias del CEPF, los agricultores pueden recibir de las partes interesadas un precio más alto por cultivos como el arroz que el que obtendrían de otros compradores. Si no recibieran precios más altos por sus cultivos, los agricultores tendrían que suplementar sus ingresos con trabajos secundarios como la tala de bosques.
El CEPF también considera el número de residentes que reciben beneficios indirectos de la producción de productos básicos respetuosos con la vida silvestre, como el arroz, que no provienen de la venta directa de sus cosechas al mercado, sino de tener un suministro de agua más limpio con el que riegan sus campos. “Ha sido muy eficaz”, sostiene Tordoff. “Gracias a estos planes de producción de arroz, ahora están exportando a nivel internacional a algunos grandes compradores”.
CEPF evalúa con mayor detenimiento los esfuerzos de los interesados locales para ver si su trabajo ha dado lugar a la creación de zonas de conservación de tierras que antes estaban amenazadas. “Lo medimos en cantidad de acres o hectáreas”, explica Tordoff. “Eso puede significar medidas formales como un parque nacional o una reserva natural. Pero cada vez más, significa medidas más informales como las áreas de conservación indígenas, donde la comunidad indígena puede apoyar”.
Otro punto de referencia es la medición de los beneficios que han obtenido las especies amenazadas de la región desde que la cooperativa empezó a financiar proyectos de conservación de los interesados locales. Además, CEPF proporciona un aparato de control para que los beneficiarios midan su capacidad de iniciar y llevar a cabo proyectos.
“Todas las organizaciones locales que reciben un subsidio llenan un formato de autoevaluación en el que se les hacen preguntas sobre su organización”, explica Tordoff. “¿Tienen personal capacitado? ¿Tienen una oficina permanente? ¿Tienen voluntarios? Al cabo de tres o cinco años, pueden volver a evaluarse y nosotros podemos ver cómo cambia su capacidad”.
Inversión local y activismo
El CEPF comenzó a financiar proyectos de conservación en el sudeste asiático en 2008, como parte de su plan de cinco años. En ese momento, CEPF se asoció con la organización de conservación BirdLife International (en donde Tordoff se desempeñó como director de programa antes de incorporarse a CEPF) para entregar 126 subsidios con un valor superior a los 9 millones de dólares en Indo-Birmania. Al término del plan en 2013, CEPF reanudó su compromiso económico con la región, esta vez por siete años y en sociedad con las nuevas organizaciones que conforman la LMFC.
Desde 2013, el financiamiento de la cooperativa en el punto caliente de Indo-Birmania ha ayudado a las partes interesadas locales a reforzar su gestión de conservación en lugares específicos donde industrias como la agricultura y la pesca tienen una producción intensiva. Según Tordoff, los subsidios entregados por la cooperativa han cubierto un área que abarca más de 1.9 millones de acres y ha dado lugar a que al menos 120 comunidades locales e indígenas reciban mayores beneficios en tenencia de tierra, seguridad alimentaria e ingresos.
Se han concedido más de 80 subsidios a las partes interesadas y a las organizaciones internacionales que trabajan en la zona en, por ejemplo, la creación de programas de conservación de especies, el establecimiento de programas piloto que promueven los bosques y la pesca gestionados por la comunidad y la promoción de los temas de conservación a través de una mayor cobertura mediática local.
Una de las más de 100 organizaciones regionales de sociedad civil a las que se les ha concedido un subsidio de LMFC es PanNature. Esta tiene su sede en Vietnam, en Son La, una provincia rural al noroeste del país en la frontera con Laos. PanNature se asocia con los ciudadanos, el sector privado y las agencias gubernamentales para encontrar soluciones a problemas críticos como la prevalencia de presas a lo largo del bajo Mekong.
Más allá de desplegar trabajadores para administrar proyectos en el campo, gran parte del trabajo de la organización consiste en abogar por la reforma de políticas públicas y establecer relaciones con los medios de comunicación locales para concienciar sobre los problemas medioambientales de la región. El financiamiento de CEPF y otros miembros de la cooperativa le ha permitido a la organización aumentar su alcance en materia de comunicación, por lo que PanNature ha podido ampliar la difusión de materiales para los ciudadanos, aumentar su personal y realizar giras de prensa.
“Ahora recibimos mucha cobertura sobre temas medioambientales en los medios de comunicación”, revela el director ejecutivo de PanNature, Trinh Le Nguyen, quien fundó la organización en 2004. “Tenemos varios seguidores que trabajan en la protección y conservación del medio ambiente. Hace diez años, las cuestiones medioambientales no tenían un lugar destacado en la agenda de los medios de comunicación”.
Como resultado de la mayor concienciación sobre los problemas medioambientales y ecológicos gracias a la labor de las organizaciones subsidiadas por LMFC, los gobiernos están ofreciendo algunas concesiones importantes a la región. El año pasado, el gobierno tailandés canceló un proyecto de presa que había planeado con el fin de hacer la zona de rápidos del Mekong navegable, para lo cual se habría tenido que detonar una sección del río. Esta construcción les habría permitido a los grandes buques comerciales de China viajar río abajo hasta una parte del río que alberga zonas de reproducción, repoblación y resguardo de peces de diversos tamaños, lo que podría causar importantes alteraciones en los hábitats de las especies. Poco después de que se suspendiera el proyecto de la presa tailandesa, el gobierno camboyano anunció que suspendería la construcción de presas en su sección del Mekong hasta 2030.
“Estamos empezando a ver que se toman algunas decisiones importantes de alto nivel que son favorables para el medio ambiente”, apunta Tordoff, aunque recalca que guarda un optimismo reservado para Indo-Birmania. “Estas decisiones siempre pueden revertirse”, añade. “Puede llegar otro gobierno o la gente puede cambiar de opinión sobre la sostenibilidad”.
Para Tordoff, el hecho de que se cancelaran los planes de construcción fue significativo, sobre todo porque se produjo después de que CEPF financiara en un principio los esfuerzos de las partes interesadas regionales para detener la construcción de otra presa en el bajo Mekong. Recién entrada la década de 2010, los residentes y activistas del bajo Mekong expresaron su preocupación por las posibles consecuencias medioambientales y ecológicas para las pesquerías en la proyectada presa de Xayaburi, en el norte de Laos. El proyecto preveía que la presa, financiada y explotada por empresas privadas tailandesas, produjera energía hidroeléctrica, la cual se vendería casi en su totalidad a la agencia estatal de energía de Tailandia.
Los esfuerzos por detener el proyecto no tuvieron éxito. “Creo que fue el mayor golpe contra el movimiento ecologista”, reflexiona Tordoff. “Tal vez nos tardamos cinco o diez años de más en reconocer la mejor manera de comprometernos con el tema”. En 2007 se firmó un memorando de entendimiento entre el gobierno laosiano y la constructora tailandesa CH Karnchang PCL. Al año siguiente, CEPF inició la primera fase de financiamiento en la región. Para entonces, la fase de preconstrucción se estaba acelerando, pues ya se habían concretado los acuerdos de desarrollo y estudios de viabilidad. Tras más de media década de construcción, la presa comenzó a funcionar en 2019. Tordoff plantea que por esta razón las áreas alrededor de la presa se han vuelto más secas y menos ricas en nutrientes, lo que ha afectado de manera negativa a los hábitats de los peces y ha aumentado la probabilidad de que se produzcan sequías e incendios.
“Si hubiéramos podido contar con cinco años de anticipación, quizá habríamos podido presentar alternativas”, añade. “Pero ya estaba muy avanzado antes de que alguien pudiera darse cuenta qué estaba pasando. En ese momento, la gente no sabía que era una batalla perdida antes de empezar. Creo que eso da pie a varias preguntas sobre si podemos involucrarnos legítimamente en la política interna de otro país, cuando no tenemos suficiente información.”
Barreras burocráticas
Aún con los avances logrados en el campo, la burocracia puede ser un problema para varias partes interesadas en las naciones del bajo Mekong, en donde los residentes a veces se enfrentan a obstáculos para ser escuchados sobre los asuntos políticos que les afectan de primera mano. Sin duda, esto ocurre cuando se trata de asuntos con implicaciones medioambientales y ecológicas.
“Los ejemplos de organizaciones de la sociedad civil que pueden participar en la elaboración de políticas públicas son la excepción y no la regla”, afirma Tordoff. “Para muchos grupos comunitarios, movimientos de pueblos indígenas y varias ONG todavía es un reto tener verdadera influencia en la toma de decisiones sobre el desarrollo”.
Quienes trabajan en el campo y son beneficiarios del apoyo económico de la cooperativa también se sienten de esta manera.
“Nos gustaría ver a los pueblos indígenas establecer contacto y hablar con personas del más alto nivel del gobierno”, admite Mong Vichet, subdirector ejecutivo de la Highlanders Association (Asociación de Montañeses), una organización camboyana que ha recibido financiamiento de la cooperativa por sus esfuerzos para aumentar la participación política entre los grupos de minorías étnicas, o indígenas, en la provincia de Ratanakiri.
La organización hace hincapié en la participación de las mujeres y los jóvenes en cuestiones como los derechos sobre la tierra y la conservación en zonas donde las minorías étnicas tienen una presencia considerable. En Camboya, el grupo étnico mayoritario, los jemer, controla las instituciones políticas, sociales y económicas del país, por lo que los pueblos indígenas claman atención.
“Solo los pueblos indígenas que trabajan con las ONG pueden hablar con el gobierno”, explica Vichet. “Pero las comunidades locales no pueden hacerlo, y esto es algo que a las organizaciones de indígenas como los Highlanders les gustaría ver”.
Los miembros de la cooperativa que no se dedican al activismo público también deben ser cuidadosos cuando se trata de otros asuntos sobre los que no tienen control, como las cuestiones de transparencia política, en la cuenca baja del Mekong. Esta situación se ha puesto de manifiesto desde hace poco con el golpe de estado respaldado por los militares en Birmania, que tomó las riendas del gobierno elegido de la nación. A través del tiempo, esto también ha sido problemático en diversas formas para todos los países de la región, donde proliferan los regímenes autoritarios o no democráticos.
“El espacio político del que dispone la sociedad civil para operar es más limitado en todos los países de la región indo-birmana, mucho más que en Norteamérica o Europa", afirma Tordoff. “Eso se debe a varios factores históricos. Hay que tener mucho cuidado”.
Además de negociar con burocracias gubernamentales hostiles, la cooperativa también ha tenido que lidiar con la reciente pérdida de dos miembros: la Fundación MacArthur y la Fundación McKnight. La Fundación MacArthur, la cual formaba parte de la cooperativa desde 2011, puso fin a sus inversiones en el sudeste asiático a principios de 2021.
En 2019, la Fundación McKnight, la cual había participado en la defensa pública de la sostenibilidad y los derechos de los recursos naturales en el sudeste asiático, anunció que al año siguiente pondría fin a su financiamiento en la región y, por tanto, se retiraba de la cooperativa. “Hemos contribuido mucho a la cooperativa”, cuenta Jane Maland Cady, directora del programa internacional de McKnight. “El núcleo de nuestro trabajo era el enfoque sobre los derechos de recursos comunitarios y recursos naturales. Hasta ahí nos quedamos”. No se ha revelado información adicional sobre los motivos por los cuales McKnight se retiró de la cooperativa.
Si bien la marcha de McKnight deja un vacío en el área del activismo público, CEPF no tiene planes inmediatos de asumir el liderazgo; sin embargo, está buscando una nueva fundación miembro que pueda realizar esa labor. La actual falta de abogacía pública podría ser decepcionante para los defensores de las iniciativas de empoderamiento sostenible en las regiones del mundo en desarrollo, quienes podrían estar esperando a que las organizaciones que están involucradas en ese trabajo utilicen su influencia para defender causas como los derechos humanos.
En el contexto de su propio trabajo, Langrand, quien también trabaja en CEPF, utiliza el término “agnóstico” al describir la visión de la organización sobre la situación en el bajo Mekong. “Les decimos a estos países: ‘Estamos aquí para apoyar a la sociedad civil y proteger la biodiversidad’”, menciona Langrand. “Hay algunos países en los que experimentamos retroceso, pero en la mayoría de los países, los gobiernos están bastante contentos con que busquemos soluciones”.
No obstante, los objetivos de desarrollo económico de los dirigentes municipales no siempre dan importancia a la sostenibilidad medioambiental y ecológica. Sin duda, esto no es algo exclusivo del bajo Mekong o del sudeste asiático en general, ya que distintas potencias mundiales a lo largo de la historia (entre ellas Estados Unidos, China y varias naciones de Europa Occidental) han construido sus economías a costa de la calidad medioambiental y ecológica. Este precedente histórico desde luego no hace que el dilema sea más fácil de tratar para los miembros de la cooperativa o las partes interesadas en el campo. Sobre todo cuando la conversación gira en torno a cuestiones como las presas hidroeléctricas, las cuales pueden impulsar la prosperidad económica, pero también ocasionar graves consecuencias medioambientales y ecológicas para los residentes y la tierra.
Tordoff cree que el desarrollo sostenible no solo tiene más sentido desde el punto de vista medioambiental, sino que las inversiones en energía solar son más prudentes que la energía hidroeléctrica desde el punto de vista económico también. Cuando se trata de promover esta idea en el bajo Mekong, la cuestión se complica debido a que esos posibles beneficios económicos se distribuyen entre los ciudadanos de la región, más allá de las empresas y las élites con conexiones políticas.
“Aunque el argumento económico puede estar ahí para un enfoque más ecológico y equitativo, no se trata solo de si tiene sentido en términos económicos”, reconoce Tordoff. “También se trata de quién se beneficia. A veces, con los enfoques medioambientales y otros más equitativos, los beneficios se reparten de forma más amplia, y las comunidades tienen más voz”. Cady comparte los deseos de Tordoff respecto al desarrollo sostenible y espera que otros miembros de la cooperativa trabajen más en el desarrollo sostenible. “Me gustaría ver un poco más de innovación en esto”, opina.
Los planes de China
Incluso si todos los países de la cuenca baja del Mekong decidieran poner fin a sus proyectos hidroeléctricos en el río, los obstáculos continuarían, en gran parte por los planes de desarrollo de China río arriba. China opera 11 presas en el Mekong al suroeste del país, y múltiples observadores sostienen que, gracias a su poderío económico, China tiene una relación unilateral con sus países vecinos más pequeños en lo que respecta a la gestión del río.
En 2019, China acumuló grandes cantidades de lluvia y deshielo, mientras que una sequía en la cuenca baja del Mekong llevó al río a sus niveles más bajos en más de un siglo. Según un informe de Stimson Center, un centro de estudios estadounidense sin afiliación política, las presas de China restringieron casi toda la precipitación del exceso de humedad que iba río abajo a zonas secas que, de otro modo, podrían haber recibido caudales superiores a la media. En la actualidad, esas zonas permanecen bastante secas.
Una cigüeña pintada atrapa un pez en el Tonlé Sap, que desemboca en el río Mekong. Las cigüeñas son una especie común en la zona.
El informe también describe la gestión china de sus presas como “errática” y señala que, en ocasiones, las presas liberan agua de forma inesperada río abajo y provocan choques ambientales como inundaciones en la cuenca baja del Mekong que dañan los procesos ecológicos de la zona.
“China va a hacer lo que le dé la gana”, dice Cady. “Van a ganar el dinero que se les antoje”.
Con todo y que parezca una tarea ardua gestionar los esfuerzos de conservación frente a los planes de China, Tordoff se conforma con obtener victorias en donde la cooperativa tiene influencia, como con las partes interesadas en el campo del bajo Mekong, quienes pueden abogar en nombre de los residentes y las comunidades.
“No quiere decir que todas las decisiones favorezcan a los grupos que hacen campaña por la sostenibilidad medioambiental”, aclara Tordoff. “Pero creo que estamos empezando a ver un pequeño cambio”.
De cara al futuro
El año pasado, CEPF renovó su compromiso con el punto caliente de Indo-Birmania hasta 2025, y destinaron 10 millones de dólares para el financiamiento a lo largo de ese periodo. Los miembros de la cooperativa han estado pendientes a cómo la pandemia podría afectar a la actividad diaria del bajo Mekong en el futuro. Aunque en todo el mundo se ha avanzado con la vacunación y algunos informes muestran que el número de muertes está disminuyendo, la recesión económica provocada por la pandemia ha afectado a varias industrias, y se ha dejado sentir en el sector de las organizaciones sin fines de lucro con recortes de recursos y personal.
En el bajo Mekong, la pandemia parece haber tenido un efecto más directo en el trabajo diario de las partes interesadas locales que en la cooperativa. En cambio, para las partes interesadas, el impacto tiene menos que ver con los objetivos que quieren lograr que con la forma en que operan en el campo. “No ha sido posible que los grupos se reúnan y establezcan redes a nivel regional”, indica Tordoff y señala que varias de esas reuniones se han trasladado a la modalidad en línea, por lo que la actividad sigue siendo la misma.
“Lo que escucho de mis beneficiarios es que ha habido un impacto”, apunta Shreffler del MACP. “Tienen que idear formas diferentes de relacionarse con las comunidades, porque no siempre se les permite salir al campo”.
El resto de los miembros de la cooperativa se han comprometido a financiar a las partes interesadas durante el periodo de incertidumbre mundial.
“En cuanto a la cooperativa, no espero un gran impacto”, añade Shreffler. “Desde la perspectiva de MACP, seguimos comprometidos con la región. A corto plazo, nuestros niveles de financiamiento no van a cambiar”.
Steve Nichols, de la Fundación Chino Cienaga, ratifica que él y su equipo continuarán con su compromiso. “¿Quién sabe qué va a pasar? Pero por ahora, parece que vamos a ser capaces de mantener el tipo de apoyo que hemos brindado a lo largo del tiempo”.
Algunos interesados que antes formaban parte de la cooperativa, como la Fundación McKnight, también están al tanto. Aunque ya no participan en el sudeste asiático, Cady recuerda con cariño la época en la que McKnight era parte de la cooperativa y es optimista sobre el futuro de los otros miembros.
“Respetábamos los diferentes enfoques de cada uno”, asegura. “Todos vimos que podíamos hacer un mejor trabajo en la región juntos. Me entristece mucho que sea el final de McKnight, pero con seguridad seremos aliados desde la distancia”.
La cooperativa también está buscando añadir otras organizaciones, las cuales aún no se han dado a conocer. “Estamos contactando con algunos nuevos miembros para ver si quieren unirse”, comenta Tordoff. “Han asistido a algunas de nuestras reuniones en calidad de observadores”.
Desde la creación de la cooperativa, las partes interesadas locales y organizaciones como las que componen LMFC han tenido la suerte de ser testigos de algunos avances medioambientales y ecológicos del bajo Mekong. Sin embargo, todos los implicados saben que queda mucho por hacer. No importa que haya obstáculos como la burocracia o la pandemia, la cooperativa está decidida a que sus esfuerzos de financiamiento den más frutos en el futuro.
“Creo que hace dos décadas habría sido inaudito que se tuvieran en cuenta estas consideraciones medioambientales más amplias”, expresa Tordoff. “Creo que esto prueba que se está produciendo un cambio significativo en ese sentido”.
- KYLE COWARD es un escritor que radica en Chicago; ha colaborado con The Root, Chicago Tribune, JET, Reuters y The Atlantic. Exconsejero de salud conductual, es reportero de tiempo completo en la publicación en línea sobre comercio Behavioral Health Business.
- Traducción del artículo Partnering to Save a Biodiversity Hotspot por Angela Mariscal.