Cynthia Rayner y François Bonnici recomiendan que las organizaciones que buscan el cambio de sistemas se enfoquen menos en los resultados y más en los principios y la práctica.
Los debates actuales sobre el progreso social cuestionan la eficacia de las iniciativas de reforma graduales para hacer frente a los mayores retos de la sociedad actual. Algunos pensadores de renombre, como el psicólogo Steven Pinker y el empresario Peter Diamandis, afirman que el progreso social sostenido se consigue mediante cambios graduales en los sistemas que ya tenemos.
Otros, como el activista Edgar Villanueva y el periodista Anand Giridharadas, sostienen que el empeoramiento de nuestras crisis sociales, desde la creciente desigualdad de la riqueza hasta el cambio climático, demuestran que las iniciativas de reforma son ineficaces porque los sistemas existentes no funcionan. Estos defensores creen que es poco probable que un cambio gradual frene, y mucho menos revierta, estas crecientes crisis.
En The Systems Work of Social Change: How to Harness Connection, Context, and Power to Cultivate Deep and Enduring Change (El trabajo sistémico del cambio social: cómo aprovechar la conexión, el contexto y el poder para cultivar un cambio profundo y duradero). Cynthia Rayner y François Bonnici sostienen que no hay una forma fácil de producir un cambio sistémico. Se adentran en el trabajo más profundo del cambio social a través de una serie de ocho casos de estudio de organizaciones de la sociedad civil en todo el mundo para proponer una vía pragmática hacia el cambio sistémico. Estas organizaciones comparten el compromiso de centrar su trabajo en las personas, y rechazan los enfoques tradicionales y descendentes de cambio social que a menudo pasan por alto a las comunidades a las que atienden. “El trabajo diario en el extenso recorrido del cambio social es desordenado y no lineal”, escriben los autores. “Los efectos rara vez se pueden rastrear hasta sus causas fundamentales, y los resultados no suelen ser proporcionales a las aportaciones”.
La definición de Rayner y Bonnici de "cambio sistémico" hace hincapié en el trabajo gradual, a menudo poco reconocido, de las organizaciones sin fines de lucro. “En lugar de limitarse a promover resultados satisfactorios, estas organizaciones se concentran en el proceso de cambio, y crean nuevos sistemas que son más receptivos a un mundo que cambia rápidamente, y más representativos de una población mundial diversa y creciente”, explican. “Los valores y enfoques con los que operan estas organizaciones no son nuevos, sino que generalmente han estado sucediendo bajo la superficie. ... Hemos llegado a llamar a estos principios y prácticas como ‘trabajo sistémico’”. La definición de los autores discrepa de la siguiente interpretación de un cambio de sistemas; en donde se reducen los problemas sociales a cuestiones técnicas que se analizan, y posteriormente se resuelven a través de “aplicar a mayor escala aquello que sí funciona”. Además, al mismo tiempo se miden cuidadosamente los indicadores de rendimiento hasta que el trabajo está hecho..
Al hacer hincapié en el proceso y la práctica, The Systems Work of Social Change es metódico. La primera sección examina 200 años de esfuerzos de cambio social para derivar tres principios del trabajo sistémico: fomentar las conexiones mediante la construcción de identidades colectivas que permitan el aprendizaje, el crecimiento y el cambio; adoptar el contexto equipando a los agentes primarios para que respondan a los desafíos cotidianos; y reconfigurar las jerarquías de poder otorgando la toma de decisiones y los recursos a los agentes primarios, con el fin de garantizar que esos sistemas sociales representen a las personas que viven dentro de los mismos.
La segunda sección plasma estos principios en acción. Rayner y Bonnici dividen esta sección en cuatro capítulos, cada uno de los cuales presenta las cuatro prácticas que las organizaciones han adoptado en su labor. Estas prácticas se centran en las personas, destacando la importancia de los individuos que realizan el trabajo y de las personas atendidas por las organizaciones sin fines de lucro. Rayner y Bonnici se enfocan en fomentar los colectivos y la conexión humana, especialmente a través de los medios de comunicación social; equipar a quienes resuelven los problemas con recursos para que cuenten con el tiempo, la capacidad y el apoyo necesarios para realizar el trabajo; promover plataformas de conexión entre las personas que resuelven los problemas para que aprendan unos de otros y colaboren para desafiar a las estructuras organizacionales estáticas; e intervenir en las políticas y modelos que perpetúan la discriminación y los resultados injustos.
La última sección evalúa las redes de apoyo (desde los agentes internos, como los gestores y asesores profesionales, hasta los agentes externos, como los financiadores) que las organizaciones con fines sociales necesitan para prosperar. En este cierre, los autores recomiendan una revaluación sobre cómo nutrir y medir el trabajo de cambio social. Este trabajo requiere replantear los valores subyacentes a la medición: ¿qué valor se está midiendo? Y los autores se preguntan cuáles son los “valores invisibles”, tales como la fuerza de las relaciones y las interacciones humanas, que no se tienen en cuenta o son difíciles de cuantificar.
La desafiante propuesta de Rayner y Bonnici de que el proceso es tan importante, o incluso “mucho más”, que los resultados cuantificables, no agradará a los partidarios de un enfoque directivo y descendente del cambio social. Los autores defienden la creación de instituciones locales que sean adaptables, duraderas, descentralizadas y conectadas en red con organizaciones similares, de modo que puedan estar “unificadas” sin necesidad de ser “uniformes”. En su opinión, el entusiasmo por los esfuerzos simplistas para ampliar las soluciones de problemas complejos se ha convertido en una religión secular y una “ilusión”, fruto de la incapacidad de las élites filantrópicas para ver la naturaleza interconectada y siempre cambiante de los problemas de la sociedad. Consideran que es mucho mejor poner a los “agentes primarios”, “aquellas personas más inmersas en el contexto de un problema social, y que a menudo tienen experiencia en el propio problema”, en el centro de respuesta a la red de problemas sociales, y relegar a los financiadores y a los expertos a desempeñar un papel secundario.
Rayner y Bonnici critican la actual obsesión por medir los resultados a corto plazo, en la que se valoran más los números que las personas. “Las métricas del cambio social”, afirman, “a menudo tienen más que ver con su facilidad para cuantificar que con la utilidad para aquellos” que intentan o esperan beneficiarse de los esfuerzos de cambio social. La confianza en esos indicadores de resultados también presupone que sabemos lo que debemos medir y que los beneficios de hacerlo superan los costes, incluidos los costes de oportunidad, lo cual es, en el mejor de los casos, mera suposición. Los autores nos recuerdan que los indicadores de resultados son en realidad juicios de valor.
Además, señalan que las iniciativas de evaluación tienden a enfocarse en tratar de demostrar si una determinada técnica funciona mejor en un horizonte temporal corto (normalmente relacionado con el ciclo presupuestario de un proyecto) en lugar de tratar de mejorar el funcionamiento de las organizaciones. Como resultado, sostienen que el “aprendizaje esencial” es sacrificado en el “altar de la rendición de cuentas” por las élites sacerdotales. Proponen un nuevo paradigma centrado en la evaluación para el aprendizaje, en el que “las organizaciones son capaces de plantear preguntas diferentes, al reconocer que el objetivo principal es determinar “lo que está ocurriendo” en lugar de “lo que ha funcionado””.
A veces, el libro se esfuerza por mantenerse firme en las realidades, paradojas, ambigüedades y compromisos del complicado trabajo que implica el cambio social.
Rayner y Bonnici agrupan estos puntos como parte de su mayor desafío ante el pensamiento lineal sobre el cambio social. Señalan que cuando “tratamos con las iniciativas de cambio social que tienen un comienzo y término definidos, casi siempre nos sentimos frustrados, ya que nuestro entendimiento de lo que debe cambiar es necesariamente un objetivo en movimiento”. En su lugar, recomiendan que nos centremos en “el proceso de cambio, planteando preguntas críticas como ¿quién lo merece?, ¿quién diseña?, y ¿quién decide?, para que podamos avanzar hacia el futuro con una gran capacidad de adaptación”. Consideran que colocar los procesos de cambio social por encima de los resultados permitiría progresar con mayor rapidez en los problemas sociales y medioambientales más críticos.
El libro tiene algunas limitaciones dignas de mencionar. Los autores no abordan las consecuencias de dejar de lado a los expertos y la experiencia, tal como se evidencia en el populismo nativista, anti-científico y anti-intelectual en los Estados Unidos y en otros lugares donde se han obstaculizado las iniciativas para controlar la pandemia del COVID-19. A veces, los autores dejan de ser críticos con las organizaciones que aparecen en sus casos de estudio y, como resultado, el libro se esfuerza por mantenerse firme en las realidades, paradojas, ambigüedades y compromisos del complicado trabajo del cambio social.
Por ejemplo, la ONG global Child and Youth Finance International (Finanzas Globales para Niños y Jóvenes) logró algunos avances impresionantes en el fortalecimiento de los conocimientos financieros de los niños, antes de desaparecer al cabo de tan solo nueve años. Resulta sorprendente que aún y cuando la organización afirmó cumplir con sus objetivos, poco después, ya no fue necesaria; esto es aceptado sin cuestionamientos y sin un análisis por parte de los autores. En otro caso de estudio, la descentralización impuesta por el gobierno (enfoque elogiado a lo largo del libro) a la institución educativa sin fines de lucro Fundación Escuela Nueva en Colombia, contrarresta gran parte de los asombrosos avances logrados por esta organización. En lugar de investigar si este cambio pudo haber sido previsto, o bien adaptarse al mismo, los autores afirman sin pruebas, que los distintos aspectos de su enfoque centrado en el estudiante siguen vigentes de alguna forma. Por mencionar otro ejemplo, mothers2mothers, es una organización internacional sin fines de lucro, que se dedica a erradicar la transmisión del VIH de padres a hijos. El caso de estudio que presentan los autores, exagera ligeramente la eficacia para frenar la tasa de transmisión, redondeando la tasa de 1 en 52 a 1 en 60. Además, los autores colocaron el contexto útil del estudio, es decir, la tasa de transmisión de referencia, en el apéndice. Frecuentemente, los autores se refieran a los logros de estas organizaciones con información vaga o imprecisa. Estas omisiones y otras carencias de rigor analítico, restan fuerza a los casos de estudio, y plantean la siguiente pregunta: después de todo, ¿es acertado priorizar el proceso, usualmente intangible, sobre los resultados cuantificables?
Los autores tampoco abordan los problemas prácticos, por ejemplo, organizar a los agentes primarios cuando estos no comparten un lenguaje común, o lo que sucede usualmente y que es complicado de resolver, cuando las personas más desfavorecidas quedan excluidas de los grupos de pares, ya que los ciudadanos de mayor riqueza se encargan de formar estos grupos. Si las sorprendentes organizaciones presentadas han logrado resolver, o al menos gestionar esos problemas, y el libro ofreciera más explicaciones al respecto, resultaría una obra más enriquecedora y brindaría mejor orientación a los líderes del cambio social. Tal vez una secuela que se oriente más hacia los profesionales del cambio sistémico podría llenar los espacios en blanco.
Asimismo, Rayner y Bonnici no reconocen que muchas iniciativas exitosas no se ajustan a sus principios. Podrían haber explicado mejor las transacciones, algo tan común en el universo complejo y auténtico del cambio social y en la creación de "instituciones populares", un término en desuso que me complace que hayan recuperado.
Sin embargo, lejos de ser un esfuerzo fugaz para subirse a la última moda filantrópica, Rayner y Bonnici demuestran el poder de crear instituciones capaces de realizar un análisis integrado y un aprendizaje adaptativo, además de desafiarnos a enfrentar viejas formas de pensamiento que quizá hubieran sido útiles en una época anterior, pero que claramente ya no lo son.
Autores originales:
- Alex Counts es el fundador de Grameen Foundation y profesor de política pública en la Universidad de Maryland, College Park. Es autor de Changing the World Without Losing Your Mind, Revised Edition: Leadership Lessons from Three Decades of Social Entrepreneurship (Cambiar el mundo sin perder la razón, edición revisada: lecciones de liderazgo al cabo de tres décadas de emprendimiento social).
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Traducción de Jorge Treviño
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Foto: The Systems Work of Social Change: How to Harness Connection, Context, and Power to Cultivate Deep and Enduring Change Por Cynthia Rayner y François Bonnici 304 páginas, Oxford University Press, 2021