Este artículo es contenido original de la revista de Stanford Social Innovation Review publicado en la edición verano 2020.
El Farm Project (proyecto de granja) en la YMCA de Kingston, Nuevo York, provee una dosis saludable de verde a sus estudiantes, empleados, voluntarios y compradores. El invernadero de la granja es iluminado por un mural de plantas mantenido por un grupo de manos racialmente diversas.
Su encanto, sin embargo, es opacado por la valla de tela metálica que lo rodea y “es fuente de mucha consternación”, dice KayCee Wimbish, granjera y directora del proyecto. “Es fría [y] no se siente cálida o viva. Tenemos esta hermosa granja y, después, esta valla de tela metálica”.
Bryan Meador también notó la frialdad de la alambrada cuando asistía a la Parsons School of Design en Nueva York. Al crecer como descendiente Cherokee en Oklahoma, deseaba encontrar lo natural en el paisaje urbano. Unos años después, viviendo río arriba en Kingston, pueblo del valle de Hudson, ideó una solución. En 2019, Meador fundó Plant Seads —“Seads” es una forma de abreviar en inglés “ecología sostenible / diseño adaptativo”— para transformar las vallas de tela metálica en paredes rebosantes de vegetación. “Me interesa establecer jardines verticales a gran escala para espacios que han sido ignorados”, dice. “No el jardín trasero de piedra rojiza en Brooklyn, sino el terreno abandonado en el Bronx”.
Meador diseñó las jardineras de bajo costo a partir de envases reciclados de leche, libres de BPA, para ser montados en grupos numerosos en alambradas. Cada maceta mide 10 pulgadas (25.4 cm) de altura, 8.5 pulgadas (21.6 cm) de ancho y lo mismo de profundidad. Pueden sostener hasta un galón de tierra. Meador espera que sirvan como los setos en las islas británicas, es decir, marcadores del límite de propiedad que, además, están vivos y son productivos.
Lo que llamamos “tela metálica” o “alambrada” es en realidad una malla de acero diseñada en Inglaterra durante la revolución industrial para imitar el tejido de una tela. Llegó a los Estados Unidos en el siglo XIX y se volvió popular por ser durable, de bajo mantenimiento y, más aún, por permitir ver a través de ella. Pero la alambrada también evoca jaulas y encarcelamiento, dice Kenneth Helphand, profesor emérito de arquitectura paisajista en la Universidad de Oregon. “Es producida en masa, está estandarizada, no es local, es industrial —todo lo que nos provoca conflicto en un material de diseño”, explica.
Los beneficios de las jardineras de Plant Seads para el clima y la salud humana son muchas: las plantas pueden producir vegetales locales, purifican el aire y, por simple exposición, ayudan a bajar la presión arterial. Meador, quien es hijo de apicultores, espera también que su diseño proporcione un hábitat polinizador cuando se planten flores.
De inicio, Meador recaudó $8,000 dólares el año pasado en Kickstarter. Pero terminó la campaña sin tomar los fondos pues se dio cuenta de que el diseño inicial —de dos por dos pulgadas para ajustarse a los diamantes de la tela metálica— necesitaba un cambio de forma para que las plantas crecieran mejor. Desde entonces, él ha autofinanciado el proyecto y estima que la inversión personal total sea de unos $30,000 dólares, y será entonces que busque financiamiento externo.
Meador perfeccionó el diseño con Dan Freedman, decano de la escuela de ciencias e ingeniería en SUNY New Paltz y líder del Hudson Valley Additive Manufacturing Center (Centro de manufactura aditiva del valle de Hudson). Primero imprimieron en 3D una serie de aproximadamente 50 prototipos antes de desarrollar un molde de inyección, luego encontraron a Usheco, fabricante de plástico a la medida, para producir las jardineras.
Freedman quedó impactado por la practicidad del diseño: “yo disfruto la jardinería, así que tengo una idea de los otros productos disponibles, y nunca he visto algo similar”.
Meador camina con cierta frecuencia por el Farm Project en el YMCA de Kingston y se acercó a Wimbish para contarle la idea. Esta primavera instalaron 50 jardineras a un costo al mayoreo de $5 dólares cada una.
Todavía les falta determinar qué tipo de siembras funcionarán mejor. Por un lado, Meador quiere ver parras como madreselva o campanilla. Por otro, sembrar vegetales o ciertas hierbas producirían alimento. A Wimbish le gustan las plantas comestibles y espera intentar con frijoles trepadores o guisantes. No solo se espera que las plantas mejoren la estética de la valla, sino que los vegetales puedan ser vendidos en el mercado.
Para Meador, el éxito implicaría realizar instalaciones municipales a gran escala. Está terminando proyectos piloto con empresas de servicios al norte de Nueva York, al igual que jardines comunitarios en Harlem y en otros lugares. Las instalaciones no se han hecho aún, pero está seguro de que la necesidad social de su solución no hará más que crecer.
“Conforme las ciudades se vuelven más densas, tenemos que aprovechar cada centímetro de espacio”, comenta. “Inyectar vida vegetal a los ambientes urbanos será parte fundamental de hacer que las ciudades del siglo XXI continúen siento habitables”.
- Lynn Freehill-Maye es una escritora con sede en Hudson Valley cuyo trabajo a menudo se centra en la sostenibilidad. Sus escritos han sido publicados en The New Yorker, The New York Times, The Washington Post, The Wall Street Journal y CityLab, entre otros medios.
- Traducción del artículo A Green Fix for Chain Link por Carlos Calles.