Este artículo es contenido original de la revista de Stanford Social Innovation Review publicado en la edición verano 2020.
Conforme la economía mundial y la vida cotidiana son impulsadas cada vez más por la tecnología, la necesidad de almacenar datos a distancia está creciendo. Los centros de datos, instalaciones que albergan equipo computacional y de redes, buscan responder a esta demanda.
Los centros de datos físicos, que son integrales para los centros de datos de los que depende internet (“la nube”), requieren de cantidades masivas de agua, electricidad y espacio para desplazar el inmenso calor producido por los miles de enrutadores, servidores, entre otros, que funcionan ininterrumpidamente.
Abarcan el espacio de “un par de campos de futbol americano y [no] emplean tanta gente cómo otras empresas minoristas”, dice Sonali George, directora del programa Datacenter Community Development de Microsoft.
La construcción del centro de datos North Holland de Microsoft en Middenmeer, Holanda, un pueblo dentro de la municipalidad de Hollands Kroon, comenzó en 2013 y abrió operaciones en 2015. Es uno de los más de cien centros de datos de Microsoft en todo el mundo. Como sucede con muchas personas que viven cerca de estos centros de datos, los habitantes de North Holland en un inicio “no sabían lo que era un centro de datos”, dice Gary McLoughlin, director regional para Europa, el Medio Oriente y África del Datacenter Community Development. En 2017, Microsoft lanzó un programa para asociarse con las comunidades de los centros de datos más importantes y, de esta forma, mejorar su relación con ellas.
Los centros de datos son “algo con lo que la industria de la tecnología ha tenido que empezar a lidiar por primera vez, porque son relativamente nuevos para el modelo de negocios”, dice Mary Fifield, consultora y experta en desarrollo comunitario. Cuando compañías como Microsoft construyen sus centros de datos, compran grandes extensiones de tierra y, por su amplitud, las zonas rurales son lugares perfectos.
La consecuencia es que las comunidades cercanas pierden terrenos naturales y sus recursos. Durante la construcción, inicialmente los centros de datos impulsan la economía local porque se contrata a trabajadores para preparar la tierra y construir el centro. Pero una vez que comienzan operaciones, los centros de datos no requieren tantos empleados. Como resultado, “pueden percibirse como un impacto negativo en la comunidad, especialmente con relación al número de empleos directos que creamos”, dice Mike Miles, quien sirvió como director de desarrollo de personal y comunidad en Microsoft hasta su retiro en 2018. Entre las consecuencias medioambientales y los problemas de relaciones públicas, es evidente que los centros de datos requieren mitigación a través de esfuerzos de responsabilidad social empresarial (RSE).
Miles creía que, en estas comunidades, esfuerzos de RSE con un enfoque horizontal, no vertical, podrían mejorar las relaciones de la compañía con los habitantes locales. La idea surgió durante un voluntariado con una ONG: se dio cuenta de que las personas a quienes la ONG trataba de ayudar no apreciaban cuando los voluntarios internacionales llegaban con nociones preconcebidas sobre lo que ayudaría a la comunidad. Se le ocurrió a Miles que preguntar a la comunidad sobre sus necesidades sería más efectivo. Así que el primer paso en North Holland fue preguntarle a los habitantes y a las organizaciones del lugar cuáles eran sus perspectivas.
Alianzas, no caridad
Al darse cuenta de esta necesidad, Miles pronto juntó a un equipo, y Microsoft lanzó en octubre de 2017 la iniciativa para crear el Datacenter Community Development (Desarrollo comunitario de los centros de datos, DCCD) en ocho de las comunidades de sus centros de datos.
“Esto realmente se trataba de crear un programa que reflejara la realidad de que las comunidades tienen su propio patrimonio, además del conocimiento de lo que servirá mejor para ellas. De esa forma, Microsoft podía entrar en una relación con las comunidades más parecida a una alianza, no a la caridad”, explica Fifield, quien apoyó a Microsoft con su estrategia de colaboración con las comunidades.
El DCCD de Microsoft provee banda ancha gratis o a bajo costo, trabaja en la sostenibilidad del medioambiente local y colabora con las universidades locales en el desarrollo de la fuerza laboral.
El Community Empowerment Fund (Fondo para empoderar a la comunidad, CEF) es un componente crítico de la iniciativa. Establecido en 2017, brinda fondos para programas existentes de desarrollo social, ambiental y económico en la comunidad. Al diseñar el CEF, el equipo de Microsoft priorizó la distribución de poder, la confianza y la colaboración con las comunidades de sus centros de datos.
En el primer año del CEF, Microsoft otorgó $1.2 millones de dólares a 32 organizaciones comunitarias. Entre los beneficiados estaban un centro científico en Des Moines, Iowa, y un programa de preparación para el empleo liderado por estudiantes en Dublín, Irlanda. Congruentes con su compromiso de ser buenos socios con las comunidades, seis de los beneficiados eran de municipalidades dentro de North Holland, uno de los lugares abarcados por el CEF.
Con este primer ciclo de beneficios, Microsoft profundizó las arcas de la comunidad con contribuciones económicas, al tiempo que estableció relaciones con organizaciones locales. El equipo después informó a los miembros de la comunidad, quienes ayudaron a identificar las prioridades locales y a recomendar a potenciales beneficiarios.
Con base en la retroalimentación obtenida de las comunidades de North Holland, Microsoft creó un consejo conformado por empleados y líderes de las comunidades que el CEF consideraba como municipalidades meta: Hollands Kroon y Medemblik. Este grupo, conocido como Datacenter Community Advisory Board (consejo consultivo para las comunidades de los centros de datos, DCAB), incluye cinco miembros votantes (tres miembros de la comunidad en general, un empleado del centro de datos de Microsoft y un empleado de las oficinas corporativas locales de Microsoft), además de tres miembros sin derecho a voto y un representante de la juventud local.
El nuevo consejo quitó a McLoughlin de su rol como único enlace entre el CEF y la comunidad. Esto logró dar más poder de decisión a los grupos locales a la hora de otorgar beneficios. De igual forma, en 2018 decidió emitir una convocatoria abierta a través de los sitios de internet de Microsoft Holanda, en vez seleccionar ellos mismos a las organizaciones.
De más de 175 propuestas en el primer ciclo del DCAB, el consejo de gobernanza de Microsoft aprobó siete proyectos locales, incluido un grupo de bibliotecas conocidas como Stichting KopGroep Bibliotheken, cuyo fin es enseñar programación a los niños; y una casa club de exploración, neutra de carbono, para instruir a los jóvenes en programación y robótica.
En el primer ciclo de financiamiento del CEF, la organización sin fines de lucro Lions Wieringermeer, ubicada en North Holland, recibió €4,400 (aproximadamente $5,000 dólares) para un evento de viviendas ecológicas. “[Los asistentes] llegaron al evento esperando tener que invertir 15, 20 o 30,000 euros para hacer su casa sostenible”, explica el secretario de los Lions Wieringermeer, Ben Tops. En cambio, descubrieron que pequeños cambios de bajo costo pueden reducir la huella de carbono en el hogar.
Con la organización del evento, los integrantes de los Lions descubrieron un fuerte interés en la sostenibilidad entre los estudiantes de preparatoria de la zona, así que el exintegrante del DCAB, Age Miedema, impulsó al club a colaborar con las escuelas locales, dado que los fondos otorgados por Microsoft lo permitían.
El nuevo vínculo entre Lions, Rabobank, escuelas y líderes locales satisface otra de las metas del DCCD: promover la colaboración entre los grupos de la comunidad. McLoughlin creó un espacio destinado a esto al organizar una reunión para hacer contactos entre los beneficiarios del CEF y sus invitados. “Se trata de unir a las personas para ver si surgen oportunidades de crear valor compartido”, comenta.
McLoughlin vistaba a los beneficiados por el CEF y celebraba sesiones públicas dos veces al año —llamadas Voz de la comunidad— para conocer las necesidades de la comunidad y, de esa forma, saber cómo Microsoft podía apoyarla. Por otra parte, estas reuniones daban a los grupos de interés una oportunidad para compartir lo que, en su opinión, Microsoft hacía bien y cómo podían mejorar su apoyo comunitario. Voz de la comunidad representa un aspecto crucial del enfoque del DCCD: escuchar. “No puedo enfatizarlo lo suficiente: empieza con escuchar e interactuar con la comunidad, en vez de solo ir y tratar de concretar proyectos que tú crees son significativos, pero sin saber realmente si son lo que ellos necesitan”, dice McLoughlin.
Tops dice que el interés de Microsoft de colaborar con las organizaciones locales sorprendió a los habitantes, en particular porque la empresa, en un inicio, mantuvo un perfil bajo. “Tenemos a muchas grandes compañías en esta área, pero ninguna ofrece un programa como este”, agrega. Él sabe que el interés propio es parte de la mezcla —es decir, que el CEF mejora la opinión pública de la empresa—, pero le parece “fantástico”. Y no está solo: encuestas realizadas por Microsoft desde el lanzamiento del CEF y el DCAB indican que los habitantes de North Holland ven a Microsoft como un buen socio de la comunidad.
Personalización de la comunidad
George y sus colegas eligieron North Holland para pilotear el DCAB porque, como ella explica, “ya existía un liderazgo local… con el que teníamos una buena relación”. Y “ya estaban acostumbrados a una cultura donde ellos tomaban las decisiones”.
Al mismo tiempo, la participación de la comunidad implica retos. Miles señala que ha sido “difícil para nosotros asegurarnos de que nuestro dinero u otras contribuciones sean realmente puestas en buen uso en la comunidad”. Un sistema de seguimiento efectivo sigue en etapa “embrionaria”, agrega. Asimismo, el modelo del DCAB, desde la evaluación de su aplicación hasta el trabajo para conocer a los grupos locales de interés y a la comunidad, no es todavía una forma ideal y optimizada de RSE. “Es un modelo que requiere más tiempo que, simplemente, firmar un cheque o hacer algo más transaccional”, afirma Fifield.
Sin embargo, Microsoft está ampliando el DCAB a otros lugares con un fondo de donaciones comunitarias —tanto Des Moines, Iowa, y Phoenix, Arizona, tienen ahora un DCAB—. La expansión les ha enseñado que cada comunidad tiene su propia cultura, lenguaje y ética. “Era fácil pensar que todas serían más o menos iguales y que, por dicha similitud, ampliaríamos los esfuerzos. Pero como son tan únicas, tuvimos que replantearnos cómo podíamos ampliar el programa para replantear y honrar, a su vez, su carácter único e individual”, explica Miles.
Mientras el DCAB se expande por los Estados Unidos, su valor central permanece claro: “La creatividad de la comunidad con respecto a sus necesidades sobrepasa por mucho la nuestra”, dice Miles.
- Heather Beasley Doyle es una periodista, escritora y editora independiente que vive en Arlington, Massachusetts.
- Traducción del artículo Data-Centering the Community por Carlos Calles.